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Año 9 - N° 458 - 27 de Marzo de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

La esperanza es la luz
del cristiano

 

En los últimos meses, un asunto que no sale del noticiario común es la crisis económica y política que está ocurriendo en el país hace algún tiempo, fruto exclusivo de la crisis moral sin precedentes que tiene conmovido la nación y el pueblo brasileño.

Ante un escenario tan desfavorable, cuyo desenlace es difícil de imaginar, sólo nos resta la esperanza, esa virtud tan importante en la vida de los hombres, que compone, al lado de la fe y de la caridad, las llamadas virtudes teologales.
Con efecto, Paulo de Tarso escribió:

“Por ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Sin embargo, la mayor de ellas es la caridad.” (1ª. Epístola a los Corintios, 13:13.)

Hija preferida de la fe, la esperanza está para su madre como la luz refleja de los planetas de nuestro sistema está para la luz del Sol. “La esperanza – agrega Emmanuel – es como el lunar que se constituye de los bálsamos de la creencia. La fe es la divina claridad de la certeza.” (El Consolador, 257.)

Muchas personas no se olvidan de las innúmeras veces en que dieron su voto a individuos que, luego que asumieron el poder, se olvidaron de las promesas de campaña y pasaron a hacer exactamente el opuesto de lo que prometían.

Tal hecho provoca en las personas así engañadas el sentimiento de desesperanza, que es el opuesto de la virtud pregonada por el Apóstol de los gentíos.

Aprendemos con las enseñanzas espíritas que el esfuerzo individual establece la necesaria y natural diferenciación entre las criaturas. Todavía, asegura el Espiritismo, la distribución de las oportunidades es siempre la misma para todos.

Sin discriminación de nadie, todos reciben, a lo largo de las existencias sucesivas, posibilidades idénticas de crecimiento mental y elevación al campo superior de la vida.

Ocurre, no obstante, que, a pesar de eso, muchos, a lo largo de la vida, se apartan de la luz y de la fe.

En cuanto disponen de salud y del tesoro de las posibilidades humanas, se valen de ironía y sarcasmo toda vez que alguien los invita al divino concierto. Más tarde, sin embargo, al apagar de las luces terrestres, inhabilitadas al movimiento en el campo de la fantasía, tienen la costumbre de rebelarse contra Dios y contra la vida, precipitándose en abismos de desespero.

Sin vigilancia, se dejan absorber por las preocupaciones inmediatistas de la esfera inferior, transformando esperanzas en ambiciones criminosas, expresiones de confianza en fanatismo ciego, aspiraciones transcendentales en intereses mezquinos.

Se hace oír en vano la palabra delicada del Señor en el santuario interno, cuando obcecados por las ilusiones del plan físico pierden ellos la facultad de escuchar. Es que entre las cosas que piensan y las advertencias contenidas en las lecciones del Evangelio se yerguen fronteras espesas de egoísmo cristalizado y de viciosa aflicción. Y así, poco a poco, el hombre que llegó a la Tierra rico de ideales humanos y realizaciones transitorias, pasa a la condición de mendigo de luz y paz, en la vejez y en la muerte.

Cualquier semejanza con los personajes y autores de la crisis moral, política y económica que ocurre en Brasil no es mera coincidencia. Y es muy bueno que todos sepan que están cavando para sí mismos un abismo de dolor, de decepción y de remordimiento que exigirá un largo proceso de expiación y reparación, como establece la Justicia Divina, a que nadie, rico o pobre, débil o poderoso, doctor o analfabeto, consigue escapar.

“La esperanza es la luz del cristiano” – afirmó Emmanuel por las manos de Chico Xavier y, enseguida, completó:

“Ni todos consiguen, por en cuanto, el vuelo sublime de la fe, pero la fuerza de la esperanza es tesoro común. Ni todos pueden ofrecer, cuando quieren, el pan del cuerpo y la lección espiritual, pero nadie en la Tierra está impedido de esparcir los beneficios de la esperanza.” (Viña de Luz, cap. 75.)

Es exactamente eso que proponemos al escribir estas líneas.

Jamás perdamos la esperanza y, en aquello que nos dice respecto, hagamos nuestra parte, para que este País vuelva a los raíles y al rumbo correcto, como las personas de bien tanto desean.




 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita