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Año 9 - N° 456 - 13 de Marzo de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

La vuelta de los casinos y
de los juegos de azar
 

En un país en crisis, con tantos problemas a resolver, sólo restaba eso: la liberación en Brasil de los juegos de azar, de los bingos y de los casinos.

El tema debe hacer parte aún en este semestre en la pauta del Congreso Nacional, evidenciando claramente que los dirigentes de la nación ignoran o minimizan el daño que el juego de azar es capaz de causar a la sociedad.

Los partidarios de la idea entienden que la liberación de los bingos y casinos sería benéfica porque aumentaría la recaudación de impuestos y contribuiría, al mismo tiempo, para la generación de empleos.

¡Nada más equivocado!

Como advirtió Paulo de Tarso en conocida epístola, todo en la vida nos es lícito, pero ni todo nos conviene.

El juego de azar genera una serie de efectos negativos, tanto en aquellos que tienen la costumbre de ser beneficiario de la llamada suerte en el juego, como en aquellos que derrochan en esta práctica recursos vultuosos desviados del presupuesto doméstico, hecho que llega, en muchos casos, a llevarlos a la ruina económica y financiera.

A unos tiempos atrás, un amigo de lides espíritas atendió un colega que le solicitó ayuda. “¿Ayuda para qué?” – preguntó el amigo. Ayuda para librarse de la tentación de jugar, algo de que él pensaba estar libre, pero que volvía con toda fuerza, aunque el vicio del juego lo tenga llevado, en el pasado, a perder todo lo que tenía, incluso la propia casa.

A los dotados de la suerte en el juego, si es que podemos llamar eso de suerte, el juego pasa la idea de que es mejor jugar que trabajar, incentivando así la indolencia y la indisposición para la práctica de una actividad honesta.

A los llamados desafortunados, el juego de azar puede traer la ruina, no solamente en términos económicos y financieros, pero la ruina moral, con todas las consecuencias que ese hecho es capaz de causar en el seno de una familia.

Cuando practicado sin interés financiero y como sencillo entretenimiento, el juego no es intrínsecamente malo. Pero nadie puede ignorar su potencial que vicia, hecho que llevó la Organización Mundial de Salud, en 1992, a incluir los juegos de azar en la lista oficial de enfermedades, una vez que el vicio de jugar causa la degradación moral del ciudadano, que se torna esclavo de una situación de la cual es, muchas veces, incapaz de salir.

El jugador compulsivo, según entendimiento de los especialistas, no destruye sólo la persona que juega, sino causa frecuentemente perjuicios de todo orden a su familia, frenando, por incontables veces, el desenvolvimiento de niños y jóvenes. No es difícil, pues, comprender que los maleficios del vicio en el juego tienen impacto, en último análisis, en toda sociedad.

Sería, así, de todo conveniente que el pretendido proyecto no prospere, para el bien de la sociedad brasileña, sofocada en una crisis política y moral sin precedentes, agravada por la corrupción, por la inflación, por la recesión y por el desempleo, con todas sus nefastas consecuencias.




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita