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Año 9 - N° 447 - 10 de Enero de 2016
ROGÉRIO COELHO
rcoelho47@yahoo.com.br 
Muriaé, Minas Gerais (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Rogério Coelho

Como nació el Diablo
 
El Diablo fue muerto y sepultado por el conocimiento espírita
Parte 1


“(...) Creer que Dios haya creado un ser eternamente dedicado al mal, saboteador contumaz de Su obra, es actitud ingenua que alcanza
las rayas de la más sórdida blasfemia.”

François C. Liran

 
Satán, Demo, Belzebur, Cosa Mala, Lucifer, el Bicho, Pie-Rachado, Demonio, Belfegur, tales son las denominaciones por las cuales se hizo notable el Diablo, siendo esta última (Belfegur) acuñada por Jean Weier, que negligentes autoridades de la Iglesia permitieron se esparciera en los círculos católicos para nombrar los titulares antípodas del Bien, dándoles (¡pásmense!) ¡“estatus” de rivales de Dios!  Incluso Goethe, para Fausto aumentó las ya abundantes denominaciones para el designado Señor de las Tinieblas, llamándolo Mefistófeles, señor de los vándalos y perversos...

Ser temible engendrado por mentes enfermas y encharcadas por los intereses subalternos, leyenda viva y verdadero anti-héroe, cuya figura se conserva hasta hoy en el imaginario cristiano, tal criatura malhechora ha sido excelente auxiliar de las religiones medievales y contemporáneas que necesitan de ese tipo de terrorismo para que sean aquietadas sus ingenuas ovejas en los estrechos y áridos apriscos dogmáticos. Tal terrorismo adquiere contornos dramáticos cuando, extrapolando las fronteras del mundo físico, invade el Mundo Espiritual, en el cual, a través de ideoplastias, las criaturas desencarnadas portadoras de clichés mentales creados y nutridos por ellas mismas, acaban quedando frente a frente con esa demoníaca Entidad, que en verdad es la fantasía de algún Espíritu malo que de esa forma se muestra para aterrar a su indefensa y crédula víctima1.

Las mismas instrucciones eclesiásticas que mandaron quemar libros espíritas en la hoguera, aprobaron (coherentemente) el libro de autoría de Collin de Plancy que trae la descripción minuciosa de diversos demonios.

CLICHÉS MENTALES

Silas1 explica que las ideas macabras de la magia degradante, cuáles sean las de la brujería y del demonismo que las iglesias denominadas cristianas propagan, a pretexto de combatirlos, manteniendo creencias y supersticiones, al precio de conjuraciones y exorcismos, generan los clichés mentales demoníacos en los desencarnados de cerebros débiles y desprevenidos que incitan tales absurdos, estableciendo epidemias de pavor alucinatorio. Por otro lado, las inteligencias desencarnadas, entregadas a la perversión, se valen de esos cuadros mal contornados que la literatura fetichista o la predicación invigilante distribuyen en la Tierra, a manos llenas, y les imprimen temporal vitalidad, así como un artista del lápiz se aprovecha de los dibujos de un niño, tomándolos por base en los dibujos seguros con que pasa a impresionar el ánimo infantil.

Se hace, por lo tanto, evidente y fácil de “reconocer que cada corazón edifica el infierno en que se aprisiona, en consonancia con las propias obras. Así, tenemos con nosotros, los diablos que deseamos, según el modelo escogido o modelado por nosotros mismos”, concluye Silas.

Ahora, si Dios es la Infinita Bondad, (y de eso no podemos dudar), ¡¿cómo a partir de Él, el Sumo Bien, podría haber surgido un Ser que Le fuera la antítesis?!  Tal es la polémica surgida en el seno de la Iglesia Católica en la baja Edad Media.  Pero, Santo Agustín (hoy redimido por el conocimiento espírita) dio, a aquel tiempo, una solución que satisface a las “lúcidas” cabezas medievales: libre albedrío.

Según ese Padre de la Iglesia, mientras más próxima una criatura está de Dios, mayor es su inteligencia y su libertad de elección. Y en el uso de tal libertad incluso los Avatares de la más alta jerarquía, creaciones más perfectas del Todo-Poderoso, pueden escoger libremente entre lo correcto y lo equivocado.

LUCIFER 

Así, el Diablo otro no es sino el Ángel de Luz (Lucifer) que hizo la elección equivocada (!?¡), llevando con él toda una cohorte de áulicos y lisonjeadores. Tal teoría agostiniana no prevalece los días de hoy cuando el Espiritismo viene a explicarnos que el Espíritu no retrocede2.

La imaginación de San Agustín (bien entendido el San Agustín encarnado en la Edad Media, aún no iluminado por las claridades del Espiritismo) va más lejos: con su concepto filosófico de LUZ (del “Fiat Lux” bíblico), localiza en las claridades del día el momento inicial de la actuación divina. Por contraste, la noche y su oscuridad pasan a incorporar las horas demoníacas, el periodo temporal de mayor vigor del mal, originando ahí la expresión “Espíritu de las Tinieblas”.

Esa diabólica figura mitológica, conservada en la sal insulsa de los dogmas generados en el útero estéril de la Iglesia, experimentó el auge de su fama y gloria con San Tomás de Aquino que la colocó en un pedestal de peso tan importante que su presencia en la religión acaba rivalizando y no es raro, superando la presencia de Dios, creando, entonces un clima de terror.

En una predicación de menos de veinte minutos, determinados líderes (ciegos guiando ciegos) religiosos mencionan la palabra “diablo” no pocas decenas de veces, quedando bastante difuminada o totalmente nula las figuras de Dios y de Jesús.

Se hace necesario volver en siglos el tiempo para poder asistir al nacimiento del Diablo, porque ya al tiempo de Jesús, según cita hecha por Marcos, El Tierno Rabí fue tachado de asociación con él3: “(...) por el príncipe de los demonios expulsa los demonios”.

El Diablo es el anti-héroe creado con la finalidad de asustar al pueblo ignorante para hacerlo sumiso a los dogmas absurdos y mantener el “estatus” de la casta sacerdotal con su parasitismo ancestral.     

EL DAIMON DE SÓCRATES

La palabra demonio, de daimon”, originaria de la Grecia clásica, no poseía la connotación actual de genio de las tinieblas.  Nos recuerda el Maestro Lionés  que esta denominación no era tomada a mala parte en la antigüedad tal como lo hemos conocido en los tiempos contemporáneos, una vez que no designaba exclusivamente seres malhechores, sino todos los Espíritus en general, de entre los cuales se destacaban los Espíritus Superiores llamados dioses, y los menos elevados, o demonios propiamente dichos, que se comunicaban directamente con los hombres.

Sócrates decía ser íntimo de un “daimon” de quien aprendía altos conceptos filosóficos, y afirmaba que después de la muerte, el daimon (entiéndase Espíritu protector) que nos fuera designado durante la vida, nos lleva a un lugar donde se reúnen todos los que tienen que ser conducidos al Hades, para ser juzgados.

El Maestro Lionés tuvo el celo de estudiar este tema a la exactitud en los capítulos IX y X del libro básico: “El Cielo y el Infierno”, donde con su habitual, contundente e indiscutible lógica, concluye que la creencia en la existencia de tal Ser resultaría en el siguiente trágico e inadmisible colofón: Dios se engañó, luego, sólo podemos con la Iglesia, absurdamente concluye: Dios no es infalible (¡?¡)

Con el cincel de su raciocinio lúcido, Allan Kardec nos lleva a la raíz del nacimiento del Diablo al levantar la vieja cuestión del Bien y del Mal. Dice él5: “probada y patente la lucha entre el bien y el mal, triunfante este muchas veces sobre aquel, y no pudiéndose racionalmente admitir que el mal derivara de un benéfico poder, se concluyó por la existencia de dos poderes rivales en el gobierno del mundo.  De ahí nació la doctrina de los dos principios, además lógica en una época en que el hombre se encontraba incapaz de, razonando, penetrar la esencia del Ser Supremo.

¿Cómo comprendería, entonces, que el mal no pasa de estado transitorio del cual puede emanar el bien, conduciéndolo a la felicidad por el sufrimiento y auxiliándole el progreso?

EL BIEN Y EL MAL

Los límites de su horizonte moral, nada permitiéndole ver más allá de su presente, en el pasado como en el futuro, tampoco le permitía comprender que ya hubiera progresado, que progresaría aún individualmente, y mucho menos que las vicisitudes de la vida resultaban de las imperfecciones del ser espiritual en él residente, el cual preexiste y sobrevive al cuerpo, en la dependencia de una serie de existencias purificadoras hasta alcanzar la perfección.

Para comprender cómo del mal puede resultar el bien es preciso considerar no una, sin embargo, muchas existencias; es necesario incautar el conjunto del cual — y sólo del cual — resultan nítidas las causas y respectivos efectos.

El doble principio del bien y del mal fue, durante muchos siglos, y bajo varios nombres, la base de todas las creencias religiosas. Lo vemos así sintetizado en Oromase y Arimane entre los persas, y en  Jehová y Satán entre los hebreos. Sin embargo, como todo soberano debe tener ministros, las religiones generalmente admitieron potencias secundarias, o buenos y malos genios. Los paganos hicieron de ellos individualidades con la denominación genérica de dioses y les dieron atribuciones especiales para el bien y para el mal, para las adicciones y para las virtudes. Los cristianos y los musulmanes heredaron de los hebreos los ángeles y los demonios.  Se concluye, por lo tanto, fácilmente que la doctrina de los demonios tiene origen en la antigua creencia de los dos principios: el Bien y el Mal”.

El hecho que permitió la génesis de la doctrina de los demonios fue la total ignorancia medieval que entonces existía acerca de los verdaderos atributos de Dios: Único, Eterno, Inmutable, Inmaterial, Omnipotente, Soberanamente Justo y Bueno, Infinito en todas las Perfecciones. Tal es el eje en torno al cual – necesariamente – necesita girar todo y cualquier concepto filosófico o doctrinario que quiera alinearse con la verdad y con la lógica.

EL DIOS HEBRÁICO

En un periplo en la historia de las civilizaciones antiguas con el historiador Carlos Roberto F. Nogueira, con base en su libro: “El Diablo en lo Imaginario Cristiano”, EDUSC, y en la compañía de Sávio Laterce, alumno en Filosofía por la IFCS-UFRJ, en su excelente reportaje publicado en el Periódico de Brasil, edición de 30.06.2001, podemos observar la eterna e interminable lucha del Mal contra el Bien, con sus respectivos ejércitos y armas de combate, así como la nítida característica anfibológica de los dioses, ya que entre los antiguos pueblos orientales, ciertos dioses ya incorporaban potencias destructoras, negativas, e - invariablemente – portaban la especificación típica de la lógica del mito que los marcaba: la ambigüedad.   Baal era, a la vez el dios mesopotámico del huracán y de la fecundidad. Hades representaba la divinidad griega que protegía a los ladrones y también la que guardaba los rebaños. Apolo, el dios griego de la belleza, de la música y del equilibrio, tenía su faceta oscura conectada a rituales de adivinación, a la falta de claridad en las palabras y los castigos sumarios.

Incluso el Dios hebraico del Viejo Testamento sigue esa misma línea: es bueno, pero sólo con aquellos que Le son buenos o simpáticos, teniendo un fuerte lado celoso y vengativo.  El motivo para tamaña dicotomía no es difícil de presentir: los relatos del origen del Universo en diferentes culturas revelan que es preciso unir fuerzas constructivas, organizadoras, con difusos chorros creativos multidireccionados para la realización de la tarea. 

La cultura hebraica que legó herencia a la religión cristiana se bañó en el caldo cultural brotado de la rica fuente de los primitivos y ancestrales cultos.    

“El pueblo judaico”, - explica Laterce  - “conectado por raíces a Mesopotamía y al politeísmo, definió, en torno al siglo VI a.C., Javé como Dios único y más perfecto que los dioses de otras culturas.    Acosados permanentemente por persas, babilonios y mesopotámicos, el exterior y lo desconocido tienen para los hebreos el carácter de amenaza.  El extranjero gira el lugar de las divinidades de segundo orden y también el territorio del adversario, que en hebraico significa satán. Pero, junto con la promesa del más allá y la idea dualista de dos mundos – influencias de persas y caldeos – surgen las nociones de Cielo e Infierno, la división más marcada de bien y mal y también algunos mitos que narran el viaje para un mundo superior, celeste...  El Dios es único, pero el mal está disperso en un agrupamiento de Entidades. (Continúa en la próxima edición.

 

[1] - XAVIER, Francisco Cândido.  Ação e reação. 5.ed. Rio [de Janeiro]: FEB, 1976,  cap. 4.

[2] - KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos. 88.ed. Rio [de Janeiro]: FEB, 2006, q. 118.

[3] - Marcos, 3:22.

[4] - KARDEC, Allan. O Evangelho Seg. o Espiritismo. 129.ed. Rio [de Janeiro]: FEB, 2009, – Introdução.

[5] - KARDEC, Allan. O Céu e o Inferno. 51.ed. Rio [de Janeiro]: FEB, 2003, IX, itens 4 a 6.

[6] - Sávio Laterce é mestrando em Filosofia pela IFCS-UFRJ.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita