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Año 9 - N° 437 - 25 de Octubre de 2015 
JOSÉ SOLA GOMES
josesolagomes@gmail.com
São Paulo, SP (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

José Sola Gomes

Adolfo Bezerra de Menezes: el hombre y el misionero


Él vivió la filosofía y también la ciencia, pero no se
olvidó de practicar la caridad

Parte 1

 
Me siento prestigiado por una oportunidad maravillosa, sin embargo, inmerecida, pues tendré que tejer algunos comentarios acerca de un misionero divino, pues el Espíritu de Adolfo Bezerra de Menezes fue un misionero, conforme nos lo narra Humberto de Campos, en el libro Brasil Corazón del Mundo Patria del Evangelio.

En esa obra, Humberto de Campos, a través de las manos de nuestro inolvidable médium Francisco Candido Xavier, nos informa que en una reunión espiritual presidida por el Ángel Ismael, este, después de haber transmitido a todos su palabra de paz y de amor encareciendo la importancia de trabajar por la implantación del Evangelio de Jesús en el país del Crucero, recordó que el Maestro de los Maestros había cumplido su promesa cuando nos afirmó que enviaría el Consolador, para permaneciera eternamente con nosotros.

Y, dirigiéndose a uno de los discípulos de Jesús, que formaba parte de la pléyade de Espíritus empeñados junto a Ismael en el divino deseo de solidificar el Consolador prometido, que es el Espiritismo, incumbiéndolo de reencarnar con la misión de unificar el movimiento espírita en Brasil, pues las reuniones espíritas en sus principios no tenían aún un guión de desarrollo, cada centro espírita tenía su método y cada uno de ellos se juzgaba el portador de la verdad, lo que creaba entre los espíritas la desunión y la adversidad.

Algunos de nosotros, espíritas, aún servimos a la causa, como un saludo del deber, una necesidad de evolucionar, tanto es así que aún sentimos la necesidad de quitar vacaciones en la realización del trabajo que desempeñamos en la institución espírita, alegando que estamos cansados, aunque el trabajo que realizamos en la casa espírita no nos deba cansar, ya que no es estresante, o por lo menos no debería ser. En mi entender, debería ser algo que realizamos con placer, no como una obligación.

Nos narra Humberto de Campos que los ojos del discípulo, después de haber sido incumbido de la importante misión, derramaron lágrimas de gratitud a Dios y Jesús, por la oportunidad bendita, que le fue otorgada por Ismael, de estar cooperando con la unificación del movimiento espírita, lo que deja evidente que no entendió el llamamiento como una imposición, sino como una bendición, que es poder realizar algo a favor de los necesitados del espíritu y de la materia, como veremos más adelante.

En agosto de 1831 nacía Bezerra de Menezes

Atento a la ley de amor universal, ese discípulo de Ismael reencarnó el día 29 de agosto de 1831, en el pequeñito Riacho do Sangue, en el estado de Ceará, hijo de Antônio Bezerra de Menezes, capitán de las antiguas milicias y entonces teniente-coronel de la Guardia Nacional, y de Fabiana de Jesús Maria Bezerra.

Antônio Bezerra era importante hacendado local que “nunca midió sacrificios, en la hora de socorrer a aquellos que le extendían la mano”. Tanta generosidad acabó por llevar su fortuna material y, en determinado momento, a grandes deudas, que alcanzaron niveles insoportables.

Antônio fue entonces a buscar a cada uno de sus acreedores, decidido a entregar sus bienes para saldar las deudas. Los acreedores, con todo, se reunieron y decidieron que el coronel Bezerra continuaría con sus bienes. Firmaron un documento que afirmaba con fuerza legal que el viejo Bezerra podría quedar con ellos y “que gozara de ellos y pagara como y cuando quisiera, que ellos, acreedores, se sujetarían a los perjuicios que pudieran haber”. El viejo Bezerra, con todo, no aceptó tal decisión. Tras mucha discusión, resolvió que de aquella fecha en delante sería simplemente un administrador de los bienes para sus acreedores. Pasó a retirar sólo lo extremadamente necesario para el sostenimiento de la familia y muchas veces pasó privaciones.

A esa altura, el niño Adolfo, último hijo de la pareja, ya estaba terminando el entonces llamado curso preparatorio. Los dos hijos más mayores se habían formado en Derecho y el tercero aún cursaba el segundo año en la Facultad de Derecho de Olinda, Pernambuco.

El pequeño Adolfo Bezerra de Menezes tenía siete años de edad cuando fue llevado por la madre para ser matriculado en la escuela pública de Vila do Frade. En diez meses el niño aprendió a leer, escribir y hacer cuentas simples. Cuatro años después, cuando el padre estaba siendo blanco de persecución política, la familia se cambió para Río Grande do Norte. El pequeño Adolfo “fue matriculado en la clase pública de latinidad, que funcionaba en la Sierra de Martins y era dirigida por sacerdotes jesuitas” en Maioridade, hoy ciudad de Imperatriz. Después de dos años, el muchacho se hizo tan bueno en la materia que llegó a sustituir al profesor.

A los 25 años se doctoró por la Facultad de Medicina

En 1846, el viejo Bezerra volvió para la capital del Ceará, donde el pequeño Adolfo fue matriculado en el Liceo, que era dirigido por su hermano más mayor. Terminando sus estudios, mostró la voluntad de ser médico, y no abogado como los hermanos. Como no había facultad de medicina en el Nordeste del país, el padre fue obligado a mandarlo para la entonces sede de la Corte, la ciudad de Río de Janeiro. Le contó entonces todo lo que había ocurrido con los bienes de la familia, explicando la pobreza porqué pasaban. Los parientes se unieron y levantaron cuatrocientos mil reales para pagar el viaje hasta Rio. Fue así que Adolfo Bezerra de Menezes pudo coger el navío y llegar a la entonces sede del Imperio.

El joven Adolfo se instaló en una pensión, y fue con mucha dificultad que consiguió alcanzar su intento, porque sufrió muchas dificultades para pagar su alojamiento y tuvo que prestar algunos servicios para conseguir mantener el alquiler en día. Sin embargo se mantuvo firme en su propósito, continuó los estudios y consiguió alcanzar su propósito, realizando su sueño de ser médico.

A los veintidós años, ingresó como practicante interno en el Hospital de la Santa Casa de Misericordia. A los 25, el año de 1856, se doctoró por la Facultad de Medicina de Río de Janeiro, defendiendo la tesis "Diagnóstico del Cáncer". A esa altura abandonó el último patronímico, pasando a firmar sólo Adolfo Bezerra de Menezes.

Como no tenía dinero para montar una consulta, entró en acuerdo con un compañero de facultad que poseía más recursos y pasó a dividir una sala en el centro comercial de la ciudad. Durante los meses en que la consulta quedó abierta, casi no hubo pacientes. Pero la casa donde vivía el médico Bezerra estaba repleta de enfermos. Comenzó a atender a los componentes de la familia y después a los amigos. Su fama corrió por el barrio y, con eso, los clientes aparecieron; pero nadie pagaba, pues eran todas gentes pobres y el dinero nunca fue mencionado.

Fue entonces que un amigo y médico militar, Dr. Manoel Feliciano Pereira de Carvalho, jefe del cuerpo de salud del Ejército, resolvió contratarlo como médico militar. El Dr. Feliciano era jefe de la clínica quirúrgica del Hospital de la Misericordia, hospital ese donde el Dr. Bezerra había sido practicante e interno en 1852, cuando aún cursaba el segundo año de facultad.

Cómo el Dr. Bezerra veía la función de un médico

En 1856, el gobierno imperial hizo la reforma del Cuerpo de Salud del Ejército y nombró al Dr. Feliciano como cirujano. Él, entonces, llamó Bezerra para ser su asistente y fue así que, con un empleo remunerado estable, comenzó el camino del médico de los pobres. Adolfo Bezerra de Menezes continuaba atendiendo gratuitamente a aquellos que no podían pagar. Su fama continuaba a esparcirse y la consulta del centro de la ciudad comenzó a quedar en movido y frecuentado por clientes que pagaban. El dinero que recibía en la consulta era gasto con sus pobres en medicamentos, ropas y también, muchas veces, auxilio en dinero.

El médico de los pobres tenía la función de médico en el más elevado concepto.

Decía él:

"Un médico no tiene el derecho de terminar una comida, ni de preguntar si es lejos o cerca, cuando un afligido cualquiera le tocaba a la puerta. El que no acude por estar con visitas, por haber trabajado mucho y hallarse fatigado, o por ser alta hora de la noche, mal el camino o el tiempo, quedar lejos o en el morro, lo que, sobre todo, pide un coche a quién no tiene con que pagar la receta, o dice a quién le llora a la puerta que busque otro – ese no es médico, es negociante de medicina, que trabaja para recoger capital e intereses de los gastos de graduación. Ese es un desgraciado, que manda para otro el ángel de la caridad que vino a hacerle una visita y le traía la única espuerta que podía saciar la sed de riqueza de su Espíritu, la única que jamás se perderá en los vaivenes de la vida”.

Con la vida más organizada, resolvió casarse. Él encontró a su amor en la persona de D. Maria Cândida Lacerda y se casaron el 6 de noviembre de 1858. En esa época, el Dr. Bezerra tenía una posición social estable: además de médico, era periodista y escribía para los principales periódicos de la ciudad; y en el medio militar era muy respetado.

No tardo mucho hasta que le ofrecieron un lugar en la placa de un partido para las lecciones del Poder Legislativo.

Por qué el Dr. Bezerra renunció a la carrera militar

D. Maria, su esposa, fue una de las mayores impulsoras de la candidatura de Bezerra de Menezes. Los habitantes de Sôn Cristóvão, barrio donde vivía y atendía, también querían tenerlo cómo representante en la Cámara Municipal. Fue entonces así que en 1860 el Dr. Bezerra se decidió por un grupo de Sôn Cristóvão. Surgió en la ocasión un intento de impugnar su diploma bajo el pretexto de que un militar no podía ser elegido. Bezerra tuvo entonces que escoger entre la carrera militar y la política. Siguiendo los consejos de la esposa, renunció a la patente militar y abrazó la vida política de una vez.

El destino, sin embargo, le reservaba una difícil prueba para el año de 1863. Tras una enfermedad rápida y repentina, su esposa desencarnó en menos de veinte días, dejando al marido con dos hijos: uno con tres años y otro con un año de edad.

El golpe de la viudez inesperada movió los sentimientos religiosos que el dolor siempre trae a tono. En búsqueda de consuelo, el Dr. Bezerra pasó a leer la Biblia a menudo. Verificaba la expansión vertical que el dolor ofrece a las almas de los que sufren, conectándolos a Dios.

En esa época, el Espiritismo estaba expandiéndose en el mundo. En 1869 desencarnó Allan Kardec en París, dejando consolidada para la humanidad la codificación espírita. Las ideas de Kardec eran revolucionarias y atraían la atención de los investigadores y científicos en todos los rincones del mundo. Desencarnado el Codificador, restaba a la obra, reclutar nuevos espíritas.

En Brasil, principalmente en la Capital, la ciudad de Sôn Sebastião de Río de Janeiro, las influencias europeas eran muy grandes. La homeopatía se popularizó en breve, principalmente en los medios espíritas, y tuvo cómo uno de sus primeros experimentadores el baluarte de la República a José Bonifácio de Andrada y Silva, que se correspondía con Hahnemann, el creador de la Homeopatía. Como médico, las discusiones sobre la terapéutica homeopática también interesaron al Dr. Bezerra de Menezes y noticias de curas acreditadas a esa terapéutica llegaron a sus oídos.

El Dr. Carlos Travassos había emprendido la primera traducción de las obras de Allan Kardec y había llevado a buen término la versión portuguesa del "Libro de los Espíritus".

Como el Dr. Bezerra conoció la doctrina espírita

Luego que ese libro salió de la imprenta llevó un ejemplar al diputado Bezerra de Menezes, entregándolo con dedicatoria. El episodio fue descrito del siguiente modo por el futuro Médico de los Pobres:

"Me lo dio en la ciudad y yo vivía en Tijuca, a una hora de viaje de tranvía. Embarqué con el libro y, como no tenía distracción para el largo viaje, me dije: ¡Ahora, adiós! No he de ir para el infierno por leer esto... Después, es ridículo confesarme ignorante de esta filosofía, cuando he estudiado todas las escuelas filosóficas. Pensando así, abrí el libro y me prendí a él, como había ocurrido con la Biblia. Leía. Pero no encontraba nada que fuera nuevo para mi Espíritu. ¡Sin embargo, todo aquello era nuevo para mí!... Yo ya había leído u oído todo lo que se hallaba en el ‘El Libro de los Espíritus’. Me preocupé seriamente con este hecho maravilloso y a mí mismo decía: parece que yo era espírita inconsciente, o, aún como se dice vulgarmente, de nacimiento".

El Espiritismo se difundía, ayudado en mucho por las prácticas de los médicos homeópatas y espíritas, que pasaron a prestar la caridad también a través de su mediumnidad. Uno de esos médicos era João Gonçalves do Nacimento y muchos compañeros de Bezerra de Menezes hablaban de las curas realizadas a través de ese médium. Y tanto hablaron que un día Bezerra resolvió pedirle una receta enviando un pedazo de papel que decía sólo: “Adolfo, tantos años, residente en Tijuca”. No tardó y él recibió una respuesta con el diagnóstico correcto de su problema de estómago.

El Dr. Bezerra quedó tan impresionado con la exactitud de su diagnóstico, que resolvió pedir recetas también para personas que presentaban problemas psíquicos – la locura fue una de las áreas que el Dr. Bezerra más estudió.

Acompañó el desarrollo del tratamiento en sus pacientes y, tras simplemente asistir a los trabajos desobsesivos, resolvió participar activamente de ese tipo de tratamiento. En la visión de la Doctrina Espírita, los portadores de enfermedades psíquicas son personas que pueden presentar problemas mentales debido a las causas biológicas detectables por la ciencia humana y también debido a la influencia de Espíritus de desencarnados, también enfermos. (Este artículo será concluido en la próxima edición de esta revista.)



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita