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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 435 - 11 de Octubre de 2015  

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Visita al hospital
 

  

Era un hermoso día soleado, después de una semana de lluvia y neblina. Julia, de diez años de edad, no veía la hora de ir a jugar con sus amiguitos, aprovechando el agradable calor.

De modo que, como era sábado y no tenía que ir a la escuela para estudiar, Julia solía reunirse con sus amigos para jugar en una pequeña plaza de la calle.

Poco a poco fueron llegando, risueños. Era un momento de alegría para todos ellos. Pronto todos estaban en la plaza. Roberto había llevado su pelota; Helena, un nuevo juego, y Carlos, sus patines. En fin, cada uno venía trayendo lo que más le gustaba, hasta una pelota de fútbol.

Haciendo un acuerdo, decidieron que iban a jugar al fútbol porque incluso a las chicas les gustaba ese juego. Así, hicieron dos equipos, escogieron la posición de cada uno y ya iban a comenzar el juego, cuando Julia recordó algo e hizo una señal con la mano.

- ¡Ah, Julia! ¡Justo cuando íbamos a comenzar! ¿Qué pasó? - gritó Roberto desde el otro lado del campo.

La niña salió de su lugar y fue a conversar con los demás:

- Chicos, les pido disculpas, pero...

- ¿Pero qué? ¡Habla rápido que estamos perdiendo tiempo, Julia! - gritó Carlos, nervioso.

Triste, la chica explicó:

- Estaba pensando en Andrea. Ella siempre está con nosotros y hoy no pudo venir porque se cayó, se lastimó y además se rompió una pierna. Está en el hospital. ¿No sería bueno ir a visitarla?

- ¿Hablas en serio? ¿Vamos a dejar el fútbol a visitar a una enferma? – replicó Helena, irritada con Julia.

La muchacha escuchó las quejas de sus amigos y, mirando a cada uno de ellos, dijo con lágrimas en los ojos:

- Sé que todos quieren jugar a la pelota o hacer cualquier otra cosa, pero he estado pensando. ¡Y si fuera uno de nosotros quien estuviese en el hospital, sintiendo dolor, triste por no poder salir, tomando medicinas amargas y sin hacer nada! ¿No se pondría feliz de recibir la visita de los amigos? Jesús nos enseñó que debemos hacer al prójimo lo que queremos que hagan con nosotros, ¿no?

Cada uno sintió en la piel las palabras de Julia y, aun sin querer, comenzaron a imaginarse también en el hospital, presos a una cama, sin poder salir y divertirse. Y lo peor, ¡sin poder ver a los amigos! Intercambiaron una mirada indecisa, hasta que estuvieron de acuerdo con Julia:

- Está bien, Julia. Ganaste. Realmente, ella debe estar necesitando de los amigos. Pero no sería bueno ir con las manos vacías. ¿Que sugieren? - preguntó Roberto.

Todos se quedaron pensando en silencio. Hasta que alguien sugirió llevar un chocolate.

- Es perfecto. Pero entonces, vámonos a casa y luego nos encontramos aquí con lo que hayamos conseguido para alegrarla. ¡Después de todo, mañana es el Día del Niño!

Así, se pusieron de acuerdo para encontrarse dentro de media hora y cada uno se fue a su casa. Cuando regresaron, satisfechos, fueron al hospital, que no estaba muy lejos de allí. Cada uno llevaba algo diferente. Al llegar, preguntaron por el número de la habitación y se dirigieron hacia allá. Llamaron a la puerta suavemente y entraron.
 

Para ver a sus amigos allí, con caras ansiosas y preocupadas, Andrea sonrió llena de alegría:

- ¡Vinieron a visitarme! Sentía nostalgia de ustedes, de la escuela, ¡pero todavía tengo que quedarme aquí! Cómo me gustaría estar jugando en la plaza. Hoy, desde temprano me acordé que es sábado y que ustedes estarían allá. ¡Extrañaba tanto al grupo!... Hasta lloré...

Julia dio un paso adelante, abrazándola y consolándola:

- Pronto estarás con nosotros, Andrea. Mira, te he traído un libro. ¡Espero que te guste!

- Me encantará, Julia. Me encanta leer y aquí no tienen nada. Como estoy en el área de  ortopedia y tuve que someterme a una cirugía, echo de menos tener algo que leer.

Y así, cada uno se acercó a ella entregándole lo que le había traído: un juego, un paquete de galletas, una revista de palabras cruzadas, caramelos, chocolates. Al final, al ver tantos paquetes, la enferma se echó a reír, feliz de la vida:

- ¡Chicos, no necesitaba todo esto! Sólo su presencia era suficiente. De hecho, me hacía falta conversar, ya que no puedo jugar. ¡Gracias! Ustedes me han dado una prueba de amistad. Después de todo, dejaron de jugar para venir a visitarme.

Los visitantes intercambiaron miradas y Roberto reconoció:

- Andrea, fue Julia quien tuvo la idea de venir a visitarte. Al comienzo, no nos gustaba mucho la idea, ya que íbamos a jugar fútbol. Pero ella nos hizo comprender la importancia de venir a verte. ¡Después de todo, eres nuestra amiga!

- Gracias. Pero, si no les molesta, voy a compartir con otros amigos, los pacientes de esta sala, lo que me trajeron. Algunos viven en otras ciudades y sus familias tardan en venir a visitarlos.

Sólo entonces miraron a su alrededor y vieron que tres rostros seguían la conversación y sus ojos brillaban ante tantas golosinas que le habían traído a Andrea.

En ese momento, se emocionaron con la generosidad de Andrea, que quería compartir con ellos lo que había reunido.

Pasaron una hora de alegría, conociendo a los otros pacientes y sus problemas, quienes, a pesar de estar hospitalizados, no mostraban tristeza y estaban felices de tener gente con quien conversar.

Al regresar a casa, todos se sentían tan felices por esa experiencia que tomaron una decisión: todas las semanas emplearían una parte de su tiempo para hacer visitas al hospital y alegrar a los pacientes.

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 10/08/2015.)


 

                                                                                   



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