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Año 9 - N° 428 - 23 de Agosto de 2015 
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

Nuestras existencias son
como eslabones de una
misma cadena

 
Muchas personas, especialmente los que están teniendo el primer contacto con la doctrina espírita, preguntan si en la sucesión de las existencias corporales los amigos y familiares se reencuentran en la misma esfera donde deberán desarrollar sus nuevas tareas.

La respuesta es sí. Aprendemos con el Espiritismo que nuestras existencias en la tierra son como eslabones de una misma cadena, de manera que vamos a encontrarnos en el seno de la familia, de los colegas de trabajo, de los amigos, de los vecinos, antiguos compañeros que de nuevo se reúnen para que sea dado curso al programa reencarnatorio donde nos encontramos inseridos.

Ya vimos en esta revista, en innúmeros textos, que el proceso de regeneración de los Espíritus que se desvían del rumbo requiere el concurso de tres factores: el arrepentimiento, la expiación y la reparación.

Luego, para que la reparación ocurra, es indispensable que nos reencontremos. No fuese así, ¿cómo podremos devolver a la persona que lesionamos todo que eventualmente le tengamos sustraído?

El reencuentro tiene, además de eso, otros objetivos. La expiación es uno de ellos. Casos hay en que, por hubiéramos tenido participación en la caída de alguien, asumimos con esa persona el compromiso de ayudarla a erguirse de nuevo.

En la literatura espírita hay varios relatos que hablan de eso. Uno de ellos, y de los más expresivos, es el caso de D. Aparecida Conceição Ferreira, la fundadora del Hogar de la Caridad, popularmente conocido como Hospital del Fuego Salvaje o Hospital del Pénfigo, de Uberaba (MG), cuya historia puede ser leída pulsándose en este enlace:http://www.fogoselvagem.org/

Enfermera del Sector de Aislamiento de Santa Casa de Misericordia y especializada en el tratamiento de enfermedad contagiosa, D. Aparecida abandonó el empleo para acompañar doce víctimas de pénfigo foliáceo, también llamado de fuego salvaje. Corría el año de 1958. Con los cuerpos cubiertos de heridas, muchas de ellas transformadas en costras, ellas habían recibido el altasin cualquier perspectiva de cura. La dirección había considerado el tratamiento largo y demasiado caro. Aparecida las llevó para su propia casa.

Como en aquella época la enfermedad era considerada contagiosa, los vecinos se quedaron con miedo y su familia también. Resultado: D. Aparecida, abandonada por sus familiares, se quedó sola con sus enfermos. Nacía entonces el embrión del Hogar de la Caridad, hoy una referencia nacional en el tratamiento del pénfigo foliáceo.

Es obvio que, hasta llegar a las condiciones que hoy conocemos, la lucha fue ardua y necesitó de la ayuda de muchas personas. Una de ellas fue el inolvidable médium Chico Xavier, como la propia D. Aparecida hacía cuestión de decir a todos que, yendo a Uberaba, visitaban el hospital por ella fundado. 

En 1960, el número de enfermos ya había llegado a 187. En 1961, subió para 363. La construcción del hospital no era solamente un sueño, pero una necesidad. La lucha, por lo tanto, apenas empezaba y con ella surgieron acusaciones frecuentes y absurdas, como, por ejemplo, la falacia de que D. Aparecida ganaba dinero a expensas de los enfermos, rumores que se multiplicaban a medida que las obras se expandían.

Cierto día, no soportando más tantas injusticias, ella decidió parar. Fue cuando Chico Xavier le reveló algo que la convenció de que parar era algo absolutamente fuera de cuestión. En una de sus existencias pasadas – le contó el médium – D. aparecida había sido responsable por la muerte de muchos “herejes” en las hogueras de la Inquisición. En la actual existencia, ella rescataba su deuda y los enfermos también. Las víctimas del fuego salvaje, tratadas por ella, habían obedecido a sus órdenes e incendiado los cuerpos de aquellos que cayeron bajo las garras de un proceso de triste memoria cuya víctima más conocida fue Joana d’Arc.

Los verdugos entonces habían vuelto al mismo plan material donde fracasaron y, evidenciando, la sabiduría de las Leyes de Dios, no fue necesario que nadie los enviase a la hoguera, pues ellos propios así lo hicieron al someterse a una programación meticulosa en la cual D. Aparecida era el personaje central.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita