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Año 9 - N° 419 - 21 de Junio de 2015
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

Parábolas


Las parábolas son, como sabemos, narraciones alegóricas en que el conjunto de elementos evoca, a través de comparación, otras realidades.

Jesús se valía con frecuencia de parábolas, que se cuentan en gran número y fueron objeto de comentarios diversos y de obras importantes, como Parábolas y Enseñanzas de Jesús, de Cairbar Schutel, e Historias que Jesús Contó, de Clóvis Tavares, entre otras.

A través de ellas es posible estar en contacto, de manera más fácil, con el pensamiento de Jesús acerca de los más diferentes temas.

Días atrás se discutía en un círculo de amigos espíritas una cuestión que ha sido frecuente en nuestro medio: la deserción de compañeros que inician pero no llevan adelante la tarea asumida en la institución espírita. La persona llega a una Casa Espírita, se entusiasma con lo que ve, se emplea en ése o en aquel trabajo, pero, de repente, desaparece y pocos se quedan sabiendo lo que, de hecho, ocurrió.

La deserción – vocablo que Allan Kardec utilizó en situaciones semejantes – es algo también, como sabemos, muy común en las familias espíritas. Los jóvenes nacidos en hogar espírita, con las excepciones de hábito, permanecen en las lides espíritas hasta cierta edad, pero pocos ahí continúan cuando ingresan en la vida académica.

Aunque tenga estado entre nosotros hace más de 2.000 años, Jesús, por increíble que parezca, aludió a ese hecho en una conocida parábola que el apóstol Mateo registró en el cap. XIII de sus anotaciones.

Veámosla: 

En aquel mismo día, teniendo salido de casa, Jesús se sentó a la orilla del mar; alrededor de él luego se reunió gran multitud de personas; por eso, subió en un barco, en donde se sentó, estando el pueblo en la ribera; y les dijo, entonces muchas cosas por parábolas, hablándoles así:

-Aquél que siembra salió a sembrar; y mientras sembraba, una parte de las semillas cayó a lo largo del camino y vinieron los pájaros del cielo y las comieron.

Otra parte cayó en lugares pedregosos, en donde no había mucha tierra; y luego las semillas nacieron pero la tierra donde estaban no tenía profundidad. El sol, habiéndose elevado en seguida, las quemó; y como no tenían raíz, secaron.

Otra parte cayó en el espinar, y el espinar, cuando crecieron, la ahogaron. Otra, en fin, cayó en tierra buena, y dio frutos, algunos granos rindiendo ciento por uno, otros sesenta y otros treinta. Oíd quien tiene oídos de oír. (Mateos, cap. XIII, vv. 1 a 9.)    

Parece que los compañeros de Jesús no entendieron bien la parábola y el Maestro, entonces, la explicó: 

Escuchad, pues, vosotros, la parábola del sembrador. Cualquiera que oye la palabra del reino y no le da importancia, viniendo el Espíritu malo le arrebata lo que sembró en su corazón; es ése lo que recibió la semilla a lo largo del camino.

Aquél que recibió la semilla en medio de las piedras, es el que oye la palabra y por lo pronto la recibe con gozo en primero momento; pero, no tiene en sí raíz, antes es de poca duración; y cuando sobrevienen los obstáculos y las persecuciones, por causa de la palabra, la  toma pronto por objeto de escándalo y de caída.

Aquél que recibe la semilla entre espinas, es el que oye la palabra; pero pronto los cuidados de este siglo y la ilusión de las riquezas ahogan en él esa palabra y la vuelven sin fruto.

Aquél, sin embargo, que recibe la semilla en buena tierra es el aquél que oye la palabra, que la da atención y ella le da frutos rindiendo ciento, sesenta o treinta por uno. (Mateo, cap. XIII, vv.18 a 23.)       

Allan Kardec tejió sobre la enseñanza arriba los siguientes comentarios: 

“La parábola del sembrador exprime perfectamente los matices existentes en la manera de ser utilizadas las enseñanzas del Evangelio. ¡Cuántas personas hay, en efecto, para las cuales es sólo una letra muerta, que, semejante a la semilla que cayó en las piedras no produce ningún fruto!

Encuentra una aplicación, no menos justa, en las diferentes categorías de los espíritas. ¿Acaso no es éste el emblema de aquellos que sólo se concretan a fenómenos materiales, y no sacan de ellos ninguna consecuencia, porque sólo ven objeto de curiosidad?

¿De aquellos que sólo buscan la brillantez en las comunicaciones de los Espíritus y no las toman con interés sino cuando satisfacen su imaginación, pero que después de haberlas oído están tan fríos e indiferentes como antes?

¿Los que encuentran los consejos muy buenos y los admiran, pero los aplican a los demás y no a ellos mismos?

¿De aquellos, en fin, para quienes estas instrucciones son como la semilla que cae en tierra buena y produce frutos?” (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XVII, ítem 6.)

Delante de lecciones tan claras, no es necesario agregar más nada a los que desertan de los compromisos que asumieron, excepto un aviso que Abel Gomes nos envió por las manos de Chico Xavier, publicado en el libro Hablando a la Tierra, pág. 67: “A la manera que nos desarrollamos en sabiduría y amor, consideramos la pérdida de los minutos como siendo la más lamentable y ruinosa de todas.” 

   


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita