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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 416 - 31 de Mayo de 2015

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Cambio de vida
 

  

Cierta vez, un hombre muy rico, sintiéndose insatisfecho consigo mismo, caminaba por la calle sin saber qué hacer.
 

Tenía una bella y elegante casa en el barrio rico de la gran ciudad. Su esposa y sus dos hijos sólo le daban alegrías. Era dueño de una importante fábrica que recibió como herencia de su padre, quien ya había partido al otro mundo. En fin, ¡Rodolfo lo tenía

todo! ¡No le faltaba nada!

Pero, entonces, ¿por qué se sentía tan infeliz, como si la vida no significara nada?

En verdad, su gran fortuna no significaba nada para él. ¡Quería ser libre, no tener que trabajar, dirigir la fábrica y preocuparse por ella! Quería poder andar por el mundo sin destino y sin responsabilidades. Y Rodolfo pensaba:

- ¡Ah!... ¡Qué bueno sería poder vivir sin hacer nada y sin pensar cómo usar el dinero ganado! ¡Vivir hoy aquí, mañana en otro lugar, comiendo cualquier cosa que encuentre o  que alguien me diese! ¡Sería lindo! ¡Sólo así tendría paz!... ¡Moriría feliz cuando llegara mi hora!...

Pensando así, Rodolfo pasó por una calle y vio un templo religioso. No tenía ningún interés por la religión, pero en aquel instante decidió entrar. La puerta estaba abierta y alguien lo invitaba a entrar.

Entró. Era una sala pequeña, donde algunas personas escuchaban una conferencia. Y el expositor hablaba precisamente sobre la riqueza y decía:

- El apego a los bienes terrenos es el más fuerte obstáculo para el progreso moral y espiritual del hombre. Por el apego a las riquezas, la criatura humana destruye la condición de amar, pues solo se preocupa por las cosas materiales.

Escuchando estas palabras, Rodolfo entendió que tenía razón y que sus problemas, debido a los bienes que poseía, eran un obstáculo para que pudiera llegar al Cielo. Entonces, decidido, Rodolfo se levantó y salió de aquella casa de oración seguro de que debía liberarse de todos los bienes materiales para ser verdaderamente feliz.

De ese modo, donó todas sus riquezas a entidades y, seguro de que su familia estaría de acuerdo con él, no dejó nada para sus seres queridos. Al llegar a casa, Rodolfo le contó a su esposa lo que había hecho:

- Querida, distribuí todos nuestros bienes a los pobres. Creo que así seremos más felices.

Sin entender las razones de su esposo, ella no quiso saber más de él. En poco tiempo, los hijos, sabiendo que estaban pobres porque su padre había distribuido toda su fortuna, profundamente disgustados, se mudaron a otra ciudad con su madre, buscando la ayuda de la familia de ella, despreocupándose de su papá.
 

Ahora solo, triste y disgustado por la pérdida de su familia, Rodolfo sufrió la falta de todo; para comer, iba  a una entidad que ofrecía sopa a los necesitados; para tomar un baño y dormir, se refugiaba en un albergue; sin amparo y sin recursos, acabo enfermándose. En ese momento de su vida, buscó nuevamente aquella Casa de Oración donde había escuchado las palabras que lo llevaron a cambiar radicalmente su vida. Entrando, encontró al expositor que escuchó aquel día.

- ¡Bienvenido, hermano mío! ¿En qué puedo ayudarlo?

Con lágrimas en los ojos, Rodolfo contó su historia, sin omitir nada, a aquel hombre que lo trataba con tanta gentileza y bondad. Después de escucharlo, el señor movió con la cabeza con piedad:

- Hermano mío, ¡usted entendió todo mal! No escuchó mi conferencia hasta el final. En verdad, las riquezas son negativas para aquellos que solo se entregan al dinero y nada más. ¡La riqueza es una fuente de bendiciones, pues con ella podemos ayudar a las personas, socorrerlas en sus necesidades y, a través de la generosidad, nos sentiremos más felices! ¡El dinero es una bendición para quienes lo utilizan con criterio, cuando generamos empleo, ayudamos a familias! Podemos ser la mano generosa que distribuye bendiciones a los que necesitan pan, albergue, remedios, escuela y orientación.

Rodolfo, escuchando esas palabras, lloraba y repetía:

- ¡Entonces, todo lo hice mal! ¡Todo lo hice mal! ¿Y ahora?

Lleno de piedad, el nuevo amigo reflexionó:

- Hermano mío, ¡confíe en Dios! El Padre quiere lo mejor para sus hijos. Usted tendrá una nueva oportunidad para reparar el mal que le hizo a su familia y a usted mismo. Cuando recibimos la obligación de trabajar con el dinero, necesitamos aprender a administrarlo de la mejor manera, en beneficio de todos. ¡Piense en eso!

Rodolfo agradeció la atención de ese nuevo amigo, que le ofreció:

- Hermano mío, tenemos aquí al fondo un pequeño cuarto donde usted podrá vivir y aprender a entregarse a través del trabajo de amor al prójimo.

Rodolfo aceptó con gusto y, desde ese día en adelante, trabajó con amor por los más necesitados, ahora entregándose a través de los sentimientos.

Aprendió bastante y, algunos años después, pudo reencontrarse con su familia y les pidió perdón por dejarlos en la miseria. Pero escuchó de su esposa las palabras de comprensión que lo liberaron:

- Rodolfo, al principio estuvimos muy enojados contigo. Pero la falta de recursos nos hizo buscar medios para sobrevivir. Y es así que, tanto nuestros hijos como yo, vencimos a través del trabajo y hoy, administrando una tienda comercial, nos sentimos felices y más realizados, porque trabajamos para conseguir nuestro dinero.

- ¿Entonces, ya me perdonaron? – preguntó.

- ¡No tenemos nada que perdonar, Rodolfo! Nuestros hijos ya están formados; uno es médico y el otro es ingeniero. Trabajan y tienen sus familias.

- ¡Gracias a Dios! Me quitas un peso de encima, querida.

Ellos se abrazaron y entendieron que el amor no había terminado, sino cambió para mejor. En ese momento, hicieron una oración agradeciendo a Jesús por haberlos ayudado a volverse mejores personas a través de las dificultades.

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 9/3/2015)

 


                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita