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Año 9 - N° 416 - 31 de Mayo de 2015
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

¿Cuál es nuestro mayor adversario?
 

Entrevistado por un canal de televisión que hace parte de la Globosat, conocido poeta, refiriéndose a sus colegas de la actual generación, reveló al reportero lo que uno de ellos, actualmente radicado en Minas Gerais, le declaró: “Los poetas se odian unos a los otros”.

La revelación no constituye ninguna novedad porque algún tiempo atrás, en entrevista publicada en el periódico El Estado de SãoPaulo, otro importante poeta afirmó: “En Brasil, que es tan grande, los poetas se quedan muy aislados – y aún hablan muy mal unos de los otros, aumentando aun así más esa distancia. Recientemente estuve en Fortaleza, ciudad donde los poetas pelean entre sí, se odian. Hay muchos lugares donde los poetas de grupos diferentes jamás se hablan, ni mismo se saludan. La circulación de la poesía se queda, en consecuencia, aún más difícil”.

Estamos hablando de personas que hacen poesía y, en muchos casos, viven de poesía – y no de marginales que cumplen pena en algunas de nuestra penitenciarías!

La inferioridad del ser humano es algo que no debería, obviamente, causarnos sorpresa alguna, aunque sea difícil entender, excluida la posibilidad de la pluralidad de las existencias, por qué nuestro mundo es así tan complicado e imperfecto.

De hecho, si la criatura humana surgiese en el escenario del mundo y aquí viviese una única vez, no se comprendería por qué Dios tendría producido individuos tan problemáticos, que sólo piensan en sí, que no tienen límites en sus ambiciones y que buscan el suceso a cualquier precio, cueste lo que cueste.

El Creador no tiene, sin embargo, responsabilidad alguna en las tonterías, en los fraudes, en las maldades que el ser humano, a lo largo de la historia, tiene perpetrado. Él nos creó sencillos e ignorantes, y es justamente delante de la pluralidad de las existencias que logramos, poco a poco, mejorarnos, mirando la meta que Él señaló a cada uno de nosotros, o sea, la perfección.

En la principal obra escrita por Allan Kardec, el codificador de la doctrina espírita escribió:

“(…) las faltas que cometemos tienen por fuente primaria la imperfección del nuestro propio Espíritu, que aún no conquistó la superioridad moral que un día alcanzará, pero que, ni por eso, carece de libre albedrío. La vida corpórea le es dada para expurgarse de sus imperfecciones, mediante las pruebas por las cuales pasa, imperfecciones que, precisamente, lo tornan más débil y más accesible a las sugerencias de otros Espíritus imperfectos, que de ellas se aprovechan para intentar hacerlo sucumbir en la lucha donde se empeñó. Si de esa lucha sale vencedor, él se eleva; si fracasa, permanece lo que era, ni peor, ni mejor. Será una prueba que le cumple recomenzar, pudiendo suceder que a largo tiempo gaste en esa alternativa. Cuanto más se depura, tanto más disminuyen sus puntos débiles y tanto menos acceso ofrece a los que busquen atraerlo para el malo. En razón de su elevación, le crece la fuerza moral, haciendo que de él se apartan los malos Espíritus.

Todos los Espíritus, más o menos buenos, cuando encarnados, constituyen la especie humana y, como nuestro mundo es uno de los menos adelantados, en él se cuenta mayor número de Espíritus malos de que de buenos. Tal es la razón por que ahí vemos tanta perversidad.” (El Libro de los Espíritus, ítem 872, parte final.) (Negreamos.) 

La información de que hay en la tierra mayor número de Espíritus malos de que buenos puede ser consultada en dos obras siguientes:

“Viviendo encarnados en el Planeta casi dos billones de individualidades humanas, esclareció el bienhechor que más de un billón es constituido por Espíritus más o menos civilizados o bárbaros y que las personas aptas a la espiritualidad superior no pasan de seiscientos millones, divididas por las varias familias continentales.” (Volví, de Hermano Jacob, obra psicografada por Chico Xavier. La información, relativa al año de 1948, consta del capítulo “Recibiendo explicaciones”.) (Negreamos.)

“A determinadas horas de la noche, tres cuartas partes de la población de cada uno de los hemisferios de la Corteza Terrestre se encuentran en las zonas de contacto con nosotros y el mayor porcentaje de esos más o menos libertos del cuerpo, por la influencia natural del sueño, permanecen detenidos en los círculos de baja vibración cual éste donde nos movemos provisoriamente. Por aquí, muchas veces se forjan dolorosos dramas que se desenrollan en los campos de la carne. Grandes crímenes tienen en estos sitios las respectivas nacientes…” (Liberación, de André Luiz, cap. 6, Observaciones y novedades, obra psicografada por Chico Xavier. La región a que se refiere el autor es llamada, en la terminología espírita, de tinieblas.) (Negreamos.)

La explicación de lo que leemos en los textos arriba tiene relación directa con la naturaleza del planeta donde vivimos y con su actual destinación, que el Espiritismo nos revela en el texto siguiente:

“Los Espíritus en expiación, si podemos exprimirnos de esta manera, son exóticos en la Tierra; ya vivieron en otros mundos, donde fueron excluidos en consecuencia de su obstinación en el mal y por haber constituido, en tales mundos, causa de perturbación para los buenos. Tuvieron que ser desterrados, por algún tiempo, para el medio de Espíritus más retrasados, con la misión de hacer con que estos últimos avanzasen, pues que llevan consigo inteligencias desarrolladas y el germen de los conocimientos que adquirieron. Entonces ocurre que los Espíritus en punición se encuentran en el seno de las razas más inteligentes. Por eso mismo, para esas razas es que de más rencor se revisten los infortunios de la vida. Es que hay en ellas más sensibilidad, siendo, por lo tanto, más probadas por las contrariedades y disgustos de lo que las razas primitivas, cuyo sentido moral se encuentra más embotado.

La Tierra, consiguientemente, ofrece uno de los tipos de mundos expiatorios, cuya variedad es infinita, pero revelando todos, como carácter común, o servir de lugar de exilio para Espíritus rebeldes a la ley de Dios. Esos Espíritus tienen ahí de luchar, al mismo tiempo, con la perversidad de los hombres y con la inclemencia de la Naturaleza, duplo y arduo trabajo que simultáneamente desarrolla las cualidades del corazón y las de la inteligencia. Es así que Dios, en su bondad, hace que el propio castigo redunde en provecho del progreso del Espíritu.” (El Evangelio según el Espiritismo, cap. III, ítem 14 hasta 15.)

Todos tenemos, como se ve, un arduo y largo camino por delante, pero nuestro mayor adversario somos nosotros mismos, o sea, el “hombre viejo” que reside en nosotros, como decía el inolvidable Paulo de Tarso.




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita