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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 413 - 10 de Mayo de 2015

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

La fuga
 

  

Volviendo a casa, después de clases, Cayo iba pensando lo que le diría a su mamá.

Era viernes. Un compañero lo había invitado a salir en la noche con unos amigos. Al llegar, preguntó:

- Mamá, ¿puedo salir esta noche?

Sorprendida, ella preguntó con quién quería salir.

- ¿Por qué quieres saber, mamá? – el joven respondió, irritado.

- Soy tu mamá, Cayo, y soy responsable por ti, que apenas tienes doce años.

Él arrojó su mochila sobre la silla, con furia:

- ¿Por qué tienes que ser así?  Las otras mamás son buenas y dejan que sus hijos hagan lo que quieren.

- No vas y punto. Ahora vete a tomar una ducha.

Cayo salió enojado y se fue a su cuarto. Al llegar,

el papá notó el ceño fruncido de su hijo. 

- ¿Qué pasó, Cayo?

- Es que quiero salir hoy en la noche y mamá no me deja. Es sólo un paseíto con mis amigos, papá. ¡No es nada más! ¡Déjame ir!

El papá pensó un poco y quiso saber:

- ¿Quiénes son esos jóvenes? ¿Conocemos a sus familias?

- No, papá. Pero es gente buena. Créeme.

- Lo siento mucho, hijo mío. No podemos dejar que tú, siendo un niño aún, salga con personas que no conocemos. Hay que tener cuidado. Somos responsables de ti.

Cayo se paró de la mesa y fue a llorar a su cuarto.

Después, oyó un ligero golpe en la puerta. Era su mamá que venía a ver como estaba.

- Trata de entender, hijo mío. Existe mucha violencia en estos días y no te podemos dejar salir. Hacemos esto porque te amamos.

Aún enojado, Cayo respondió:

- No te preocupes mamá. Estoy bien. Me voy a dormir más temprano.

- Entonces, que duermas bien, hijo mío. Que Jesús te bendiga. ¿Vamos a hacer una oración?

Ella hizo una oración con él y en seguida le dio un beso en la frente. Después salió del cuarto, cerrando la puerta.

Pero Cayo tenía otros planes. Se cambió de ropa, abrió la ventana y saltó, cayendo en el jardín. De ahí hasta la calle era fácil.

Luego, muy feliz, caminó al encuentro de sus amigos.

Fueron a una cafetería, pidieron una merienda y se divirtieron mucho. Más tarde, uno de los jóvenes comenzó una pelea y tuvieron que salir del local.

Caminaron por las calles desiertas hablando en voz alta y molestando a las pocas personas que transitaban.

A Cayo no le estaba gustando nada de eso, pero no podía hacer nada. De repente, uno de los jóvenes encendió un fósforo y prendió fuego a unas plantas secas. Otro lanzó una piedra a una ventana, rompiendo el vidrio. Un tercero reventó los neumáticos de un carro, y un cuarto rompió una señal de tránsito.

Todos se reían hallándolo muy gracioso. Cayo trató de detenerlos, pero no le hicieron caso. De repente, apareció un carro de policía y todos fueron llevados al Consejo Tutelar y tuvieron que dar explicaciones.

Los padres de Cayo fueron notificados, y fueron pronto a buscar a su hijo. Estaban perplejos.

- ¡Pensamos que nuestro hijo estaba durmiendo! – justificaron.

El consejero explicó lo que había sucedido.

- Y los papás de los otros jóvenes, ¿por qué no están aquí? – preguntó la mamá de Cayo.

- No fueron hallados. En fin, no hay quién se responsabilice por ellos. Se quedarán aquí hasta que aparezca alguien que los busque.

Cayo y sus papás volvieron a casa. En el carro, todos estaban callados. Después de  entrar a casa, Cayo dijo a sus padres:

- ¡Papá! ¡Mamá! Sé que tienen toda la razón para estar avergonzados de lo que hice. Yo también lo estoy. Siento mucho haberme escapado.

- Podría haber sido mucho peor, hijo mío. Por suerte, los muchachos confesaron – habló la mamá. 

- Lo sé, mamá. Ahora comprendo que tenían razón. Yo no los conocía realmente. Cuando vi lo que hacían, tuve miedo. Intenté detenerlos, pero no me escuchaban.

- Que esta noche te sirva de lección, hijo mío – consideró el papá.

- Puedes tener la seguridad de que me sirvió de lección, papá. Pasé mucho miedo y nunca más quiero tener otra experiencia igual. Ahora comprendo la bendición de tener padres responsables como ustedes.

Después, Cayo miró a sus padres con los ojos húmedos, y suplicó:

- ¿Me pueden perdonar?

Los papás, aliviados, lo envolvieron en un abrazo cariñoso, mostrando todo el amor que sentían por él y la satisfacción de tenerlo en casa, seguro.

Algunos días después, llegó el Día de la Madre.

Cayo compró un lindo ramo de flores y se lo entregó a su mamá con una sonrisa.

- Mamá, yo te amo. Y ahora comprendo por qué los papás tienen que tener cuidado con sus hijos. Eso representa el gran amor que sienten por ellos.

El niño dio un fuerte abrazo a su mamita. Después dijo:

- Gracias, mamá. Por todo.

                                                        TIA CÉLIA



                                                                                   



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