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Año 9 - N° 413 - 10 de Mayo de 2015
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

¡Día de las Madres!
El día de la bondad


En los comentarios que escribió a propósito del mandamiento “Honrad a vuestro padre y  a vuestra madre, para que viváis largo tiempo sobre la Tierra, que el Señor vuestro Dios os dará”, Allan Kardec dijo  que ese mandamiento no es solamente un corolario de la ley general de caridad y de amor al prójimo, pero encierra un deber a más para con ellos, el de la piedad filial. Dios ha querido mostrar con esto que al amor es necesario añadir el respeto, las consideraciones, la sumisión y la condescendencia, lo que implica la obligación de cumplir respeto para con ellos, de manera aún más rigurosa, todo lo que la caridad manda con respeto al prójimo en general.

Honrar a su padre y a su madre no consiste sólo en respetarles. Es también asistirles en sus necesidades, proporcionarles reposo en su vejez y rodearles de solicitud como han hecho con nosotros en nuestra infancia. Nosotros, los hijos, no debemos a nuestros padres sólo lo estrictamente necesario, pero igualmente, debemos también darles las pequeñas dulzuras de lo superfluo, los cuidados amables que sólo son el interés de lo que ellos han recibido y el pago de una deuda sagrada.

No nos resta, así, en este día que consagramos a las Madres, sino cumplir parte de lo que el deber filial nos pide, ofertando a nuestras queridas madres, encarnadas o desencarnadas, como sencillo regalo, los bonitos textos que abajo reproducimos: 

Retrato de Madre 

Don Ramón Ángel Lara

Una simple mujer existe que, por la inmensidad de su amor, tiene un poco de Dios; y por la constancia de su dedicación, tiene mucho de ángel; que, siendo muchacha, piensa como una anciana y, siendo mayor, actúa con las fuerzas todas de la juventud; cuando ignorante, mejor que cualquier sabio desvenda los secretos de la vida y, cuando sabia, asume la simplicidad de los niños; pobre, sabe enriquecerse con la felicidad de los que ama, y rica, se empobrece para que su corazón no sangre herido por los ingratos; fuerte, no obstante estremece al lloro de un bebé, y débil, no obstante se torna más grande con la bravura de los leones; viva, no sabemos darle valor porque a su sombra todos los dolores se apagan, y muerta, todo lo que somos y todo lo que tenemos daríamos para verla de nuevo y de ella recibir un abrazo cariñoso, una palabra de sus labios.

No exijan de mí que diga el nombre de esa mujer, si no quisiesen que empape de lágrimas este álbum, porque yo la vi pasar en mi camino.

Cuando crezcan sus hijos, leed para ellos esta página. Ellos les cubrirán de besos la frente, y dirán que un pobre viandante, en cambio del suntuoso hospedaje recibido, aquí dejó para todos el retrato de su propia Madre. 

Día de las Madres

Giuseppe Ghiaroni

Madre, vuelvo a verte en el antiguo salón

Donde una noche te deje sin habla

Diciendo adiós como quien va a morir.

Y tú me viste desaparecer por la niebla,

Porque el sino de las madres es este sino:

Amar, cuidar, crear, después…..perder.

 

Perder el hijo es como encontrar la muerte.

Perder el hijo cuando, mayor y fuerte,

Ya podía ampararla y compensarla.

Pero en este instante una mujer bonita,

Sonriendo, lo roba; y la vieja madre aflictiva

Aún se vuelve para bendecirla.

 

Así partí, y nos bendijiste.

Fui olvidar el bien que me enseñaste,

Fui para el mundo deseducarme.

Y tú te quedaste en un silencio frío,

Mirando el lecho que yo deje vacío,

Cantando una cantiga de cuna.

 

Hoy vuelvo cubierto de polvo

Y te encuentro calladita en la silla,

La cabeza pendida sobre el pecho.

Quiero besarte la frente, y no me atrevo.

Quiero despertarte, pero no sé si debo,

No siento que me cabe este derecho…

El derecho de darte este disgusto,

De mostrarte en las arrugas de mi rostro

Toda miseria que me ocurrió.

Y cuando veas la expresión horrible

De  mi máscara irreconocible,

Mi voz ronca a murmullar: “¡Soy yo!”.

 

Yo bebí en la taberna de los cretinos,

Yo blandí el puñal de los asesinos,

Yo anduve por el brazo de los canallas.

Yo fui juglar en todas las comedias,

Yo fui villano en todas las tragedias,

Yo fui cobarde en todas las batallas.


Yo te olvidé: las madres son olvidadas.

Viví la vida, viví muchas vidas,

Y sólo ahora, cuando llego al fin,

Traicionado por la última esperanza,

Y sólo ahora cuando el dolor me alcanza

Me acuerdo quien nunca se olvidó de mí.

 

¡No! Debo volver, ser olvidado.

Pero… ¿qué fue? De repente oigo un ruido.

¡La silla rechinó, es tarde ahora!

Mi madre se levanta abriendo los brazos.

Y, envolviéndome en un millón de abrazos,

Rindiendo gracias, dice: “¡Mi hijo!, y llora.

Y llora y tiembla como habla y sonreí,

Y parece que Dios entró aquí,

En vez del último de los condenados.

Y su llanto empapando su cara

Casi es como si el cielo me perdonase,

Me limpiase de todos los pecados.

 

¡Madre! En tus brazos yo me transfiguro.

Me acuerdo que fui niño, que fui puro…

¡Sí, tengo madre! Y esta ventura es tanta

Que yo comprendo lo que significa:

¡El hijo es pobre, pero la madre es rica!

¡El hijo es hombre, pero la madre es santa!

Santa que yo hice envejecer sufriendo,

Pero que me besa como agradeciendo

Todo el dolor que por mi le fue causado.

 

De los mundos donde anduve nada te traje,

Pero tú me miras con una mirada tan dulce

Que, nada teniendo, no te falta nada.

¡Día de las Madres!

Es el día de la bondad

Más grande que todo el mal de la humanidad

Purificada en un amor fecundo.

Por más que el hombre sea un ser mezquino,

En cuanto la Madre cantar junto a una cunita

¡Cantará la esperanza para el mundo!




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita