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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 9 - N° 411 - 26 de Abril de 2015

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 50)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cómo podemos definir la obsesión?

B. ¿Qué es la posesión mediúmnica?

C. ¿Cómo explica el Espiritismo los hechos del Evangelio considerados milagrosos?

Texto condensado para la lectura

975. Tomás, uno de los doce apóstoles, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús se presentó. Los otros discípulos, entonces, le dijeron: Hemos visto al Señor. Pero él dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos que las atravesaron y metiere el dedo en el agujero hecho por los clavos y mi mano en la herida de su costado, no creeré, de ninguna manera. Ocho días después, estando los discípulos aún en el mismo lugar, y con ellos Tomás, Jesús se presentó, estando las puertas cerradas, y se colocó en medio de ellos, y les dijo: La paz sea con vosotros. Y dijo en seguida a Tomás: Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende también tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente. Tomás le respondió: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Tú creíste, Tomás, porque me has visto; dichosos los que creyeron sin haber visto. (Juan, cap. XX, v. 24 a 29.)

976. Después, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberíades, presentándose de esta manera: Simón Pero y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos, estaban juntos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Los otros dijeron: Nosotros vamos también contigo. Fueron y entraron en una barca; pero aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús apareció en la orilla pero sus discípulos no le reconocieron. Entonces, les dijo: Hijos, ¿tenéis algo de comer? Ellos le respondieron: No. Él les dijo: Echad la red al lado derecho de la barca y hallareis. Entonces echaron la red y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Entonces, el discípulo a quien Jesús amaba, dijo a Pedro: Es el Señor. Simón Pedro, al oír que era el Señor, se vistió, (pues estaba desnudo) y se lanzó al mar. Los otros discípulos vinieron con la barca y, como  estaban sólo a doscientos codos distantes de la playa, arrastraron desde allí la red llena de peces. (Juan, cap. XXI; v. 1 a 8.)

977. Después de esto, los condujo hasta Betania y, alzando sus manos, los bendijo; y bendiciéndolos, se separó de ellos y fue llevado al cielo. En cuanto a ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén, llenos de alegría, y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. (Lucas, cap. XXIV, v. 50 a 53.)

978. Todos los evangelistas narran las apariciones de Jesús después de su muerte, con pormenores circunstanciales y que no permiten dudar de la veracidad de los hechos.  Además, éstas se explican perfectamente mediante las leyes fluídicas y las propiedades del periespíritu, y no presentan nada de anormal en comparación con los fenómenos del mismo género cuya historia, antigua y contemporánea, ofrece numerosos ejemplos, sin exceptuar ni siquiera la tangibilidad. Si observamos las circunstancias en que se dieron sus diversas apariciones, reconoceremos en ellas, en tales ocasiones, todos los caracteres de un ser fluídico.

979. Jesús aparece repentinamente y desaparece del mismo modo; unos lo ven, otros no, bajo apariencias que no lo hacen reconocible, incluso para sus discípulos; se aparece en lugares cerrados, donde un cuerpo carnal no hubiera podido entrar; su mismo lenguaje carece de la vivacidad inherente a un ser corpóreo; habla en el tono breve y sentencioso propio de los Espíritus que se manifiestan de esta manera; todas sus actitudes, en pocas palabras, denotan algo que no es del mundo terrestre. Su presencia causa sorpresa y temor al mismo tiempo; al verlo, sus discípulos no le hablan con la misma libertad de antes; sienten que ya no es un hombre.

980. Jesús, por lo tanto, se presentó con su cuerpo periespiritual, lo cual explica que sólo había sido visto por los que él quería que lo viesen. Si hubiese tenido su cuerpo carnal, todos lo hubieran visto, como cuando estaba vivo. Al ignorar la causa primera del fenómeno de las apariciones, sus discípulos no se daban cuenta de estas particularidades, a las que probablemente no prestaban atención. Puesto que veían al Señor y lo tocaban, creían que debía ser su cuerpo resucitado.

981. Mientras que la incredulidad rechaza todos los hechos realizados por Jesús, por tener una apariencia sobrenatural, y los considera, sin excepción, como leyendas, el Espiritismo da una explicación natural a la mayoría de estos hechos. Demuestra que son posibles, no sólo por la teoría de las leyes fluídicas, sino por su identificación con hechos análogos producidos por una multitud de personas en las condiciones más vulgares. Estos hechos, por ser de cierto modo de dominio público, no prueban nada, por lo tanto, en relación a la naturaleza excepcional de Jesús.

982. El mayor milagro de Jesús, el que verdaderamente da testimonio de su superioridad, es la revolución que sus enseñanzas produjeron en el mundo, a pesar de la exigüidad de sus medios de acción.

983. En efecto, Jesús, oscuro, pobre, nacido en la más humilde condición, en el seno de un pueblo pequeño, casi ignorado y sin preponderancia política, artística o literaria, sólo predica su doctrina durante tres años; en todo ese corto período de tiempo es despreciado y perseguido por sus conciudadanos; se ve obligado a huir para no ser lapidado; es traicionado por uno de sus apóstoles, negado por otro, abandonado por todos en el momento en que cae en las manos de sus enemigos.

984. Sólo hacía el bien pero esto no lo protegía de la malevolencia, pues de los mismos servicios que prestaba sacaban motivos para acusarle. Condenado al suplicio que era reservado sólo a los criminales, muere ignorado por el mundo, puesto que la historia de aquella época nada dice respecto a Él. No escribió nada; sin embargo, con la ayuda de algunos hombres tan oscuros como Él, su palabra bastó para regenerar al mundo; su doctrina aniquiló al paganismo todopoderoso y se convirtió en la antorcha de la civilización.

985. Tenía contra sí mismo todo lo que ocasiona el fracaso de las obras de los hombres, razón por la cual decimos que el triunfo alcanzado por su doctrina es el más grande de sus milagros, al mismo tiempo que da testimonio de su misión divina.

986. Si en vez de principios sociales y regeneradores, basados en el futuro espiritual del hombre, sólo hubiese legado a la posteridad algunos hechos maravillosos, tal vez hoy apenas conocerían su nombre.

987. Desaparición del cuerpo de Jesús – La desaparición del cuerpo de Jesús después de su muerte ha sido objeto de numerosos comentarios. Dan testimonio de ello los cuatro evangelistas, basados en los relatos de las mujeres que fueron al sepulcro al tercer día después de la crucifixión y no lo encontraron. Algunos vieron en esa desaparición un hecho milagroso, otros lo atribuyeron a un rapto clandestino.

988. Según otra opinión, Jesús no habría tenido un cuerpo carnal, sino sólo un cuerpo fluídico; durante toda su vida habría sido una aparición tangible; en una palabra: una especie de agénere. Su nacimiento, su muerte y todos los actos materiales de su vida habrían sido sólo aparentes. Así, siguiendo tal pensamiento, su cuerpo, regresando al estado fluídico, pudo desaparecer del sepulcro y con ese mismo cuerpo se habría aparecido después de su muerte.

989. Queda fuera de duda que tal hecho no se puede considerar radicalmente imposible, de acuerdo con lo que hoy se sabe sobre las propiedades de los fluidos; pero al menos sería  completamente excepcional y estaría en formal oposición al carácter de los agéneres. Se trata pues, de saber si tal hipótesis es admisible, si los hechos la confirman o la contradicen.

990. La permanencia de Jesús en la Tierra comprende dos períodos: el que precedió y el que siguió a su muerte. En el primero, desde el momento de la concepción hasta el nacimiento, todo sucede, en lo que respecta a su madre, según las condiciones ordinarias de la vida. Desde su nacimiento hasta su muerte, todo en sus actos, en su lenguaje, y en las diversas circunstancias de su vida, revela los caracteres inequívocos de la corporeidad. Los fenómenos de orden psíquico que se producen en él son accidentales y no tienen nada de anormales, puesto que se explican por las propiedades del periespíritu y se encuentran en diferentes grados en otros individuos.

991. Después de su muerte, por el contrario, todo revela en Él al ser fluídico. Es tan marcada la diferencia entre los dos estados, que no pueden ser confundidos. El cuerpo carnal tiene las propiedades inherentes a la materia propiamente dicha, propiedades que difieren esencialmente de las de los fluidos etéreos. En el cuerpo carnal, la desorganización se opera por la ruptura de la cohesión molecular. Un instrumento cortante, al penetrar en el cuerpo material, divide los tejidos; si los órganos esenciales para la vida son alcanzados, su funcionamiento se detiene y sobreviene la muerte del cuerpo.

992. Al no existir esa cohesión en los cuerpos fluídicos, la vida ya no reposa sobre el funcionamiento de los órganos especiales y no pueden producirse desórdenes análogos. Un instrumento cortante o cualquier otro, penetra en un cuerpo fluídico como si penetrase en una masa de vapor, sin ocasionar ninguna lesión. Esa es la razón por la cual esa clase de cuerpos no puede morir y por qué los seres fluídicos, designados bajo el nombre de agéneres, no los afecta la muerte.

993. Después del suplicio de Jesús, su cuerpo permaneció inerte y sin vida; fue enterrado como lo son los cuerpos ordinarios y todos pudieron verlo y tocarlo. Después de su resurrección, cuando quiere dejar la Tierra, no muere de nuevo; su cuerpo se eleva, se desvanece y desaparece sin dejar rastro alguno, prueba evidente de que ese cuerpo era de naturaleza distinta del cuerpo que pereció en la cruz; de donde se debe concluir que, si  Jesús murió, fue porque tenía un cuerpo carnal.

994. Debido a sus propiedades materiales, el cuerpo carnal es la sede de las sensaciones y los dolores físicos que repercuten en el centro sensitivo o Espíritu. No es el cuerpo el que sufre, es el Espíritu que recibe la repercusión de las lesiones o alteraciones de los tejidos orgánicos. En un cuerpo sin Espíritu, la sensación es absolutamente nula. Por la misma razón, el Espíritu sin cuerpo material no puede experimentar los sufrimientos de naturaleza física, porque son el resultado de la alteración de la materia, de donde también se debe concluir que si Jesús sufrió materialmente, de lo cual no se puede dudar, es porque tenía un cuerpo material de naturaleza semejante al de todas las personas.

995. A los hechos materiales se agregan consideraciones muy importantes. Si las condiciones de Jesús, durante su vida, fuesen las de los seres fluídicos, él no habría experimentado ni el dolor ni las necesidades del cuerpo. Suponer que así ha sido es quitarle el mérito a la vida de privaciones y sufrimientos que escogió como ejemplo de resignación.

996. Si todo en él hubiera sido aparente, todos los actos de su vida, la reiterada predicción de su muerte, la escena dolorosa en el Monte de los Olivos, su oración a Dios para que  apartara de sus labios el cáliz de las amarguras, su pasión, su agonía, todo, hasta el último clamor en el momento de entregar el Espíritu, hubiesen sido un vano simulacro para engañar sobre su Naturaleza y hacer creer en el sacrificio ilusorio de su vida, una comedia indigna de un simple hombre honesto, y más indigna, por lo tanto, de un ser tan superior. En una palabra: él habría abusado de la buena fe de sus contemporáneos y de la posteridad. Tales son las consecuencias lógicas de ese sistema, consecuencias inadmisibles, porque lo rebajarían moralmente, en lugar de elevarlo.

997. Jesús tuvo, pues, como todo hombre, un cuerpo carnal y un cuerpo fluídico, como lo prueban los fenómenos materiales y los fenómenos psíquicos que marcaron su existencia.

998. Además, esta idea sobre la naturaleza fluídica del cuerpo de Jesús no es nueva. En el siglo IV, Apolinario, de Laodicea, jefe de la secta de los apolinaristas, sostenía que Jesús no habría tenido un cuerpo como el nuestro, sino un cuerpo impasible, que descendió del cielo al seno de la santa Virgen y que no habría nacido de ella; que así, Jesús no habría nacido, ni sufrido, ni muerto, sino en apariencia.

999. Los apolinaristas fueron anatemizados en el Concilio de Alejandría, en el año 360; en el de Roma en el año 374; y en el de Constantinopla, en el año 381. Los Docetas (del griego dokein, parecer), secta numerosa de los gnósticos, que subsistió durante los tres primeros siglos, tenían la misma creencia.

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cómo podemos definir la obsesión?

Se llama obsesión a la acción persistente que un mal Espíritu ejerce sobre un individuo. Presenta caracteres muy diferentes, que van desde la simple influencia moral sin signos exteriores perceptibles, hasta la perturbación completa del organismo y de las facultades mentales. Casi siempre, la obsesión indica la venganza de un Espíritu y cuyo origen, con frecuencia, se encuentra en las relaciones que el obseso mantuvo con el obsesor en una existencia anterior. (La Génesis, cap. XIV, ítems 45 y 46.)

B. ¿Qué es la posesión mediúmnica?

En la obsesión, el Espíritu obra exteriormente, con la ayuda de su periespíritu, que se liga con el del encarnado, quedando finalmente enlazado a él por una especie de red y obligado a proceder en contra de su voluntad.

En la posesión, en vez de actuar exteriormente, el Espíritu libre sustituye, por decirlo así, al Espíritu encarnado; toma su cuerpo como domicilio, sin que éste, a pesar de ello, sea abandonado por su dueño, ya que esto sólo se puede dar con la muerte. La posesión, en consecuencia, es siempre momentánea e intermitente, porque un Espíritu desencarnado no puede ocupar definitivamente el lugar de un encarnado, porque la unión molecular entre el periespíritu y el cuerpo sólo se puede operar en el momento de la concepción. Al poseer de manera momentánea el cuerpo del encarnado, el Espíritu se sirve de él como si fuera suyo: habla por su boca, ve por sus ojos, actúa con sus brazos, como lo haría si estuviese vivo.

En la obsesión hay siempre un Espíritu maligno. En la posesión puede tratarse de un Espíritu bueno que quiere hablar y que, para causar una mayor impresión en sus oyentes, toma prestado el cuerpo de un encarnado, quien se lo presta voluntariamente, como prestaría su traje a otro encarnado. Esto se produce sin ninguna perturbación o incomodidad, durante el tiempo en que el Espíritu encarnado se encuentre en libertad, como en el estado de emancipación, manteniéndose éste último al lado de su sustituto para escucharlo.

Cuando el Espíritu posesor es malo, las cosas ocurren de otro modo. No toma el cuerpo del encarnado moderadamente; lo arrebata si éste no posee la suficiente fuerza moral para resistir. Lo hace por maldad hacia éste, a quien tortura y martiriza de todas las formas posibles, llegando al extremo de intentar exterminarlo, ya sea por estrangulación, empujándolo al fuego o a otros lugares peligrosos. Sirviéndose de los órganos y los miembros del infeliz paciente, blasfema, injuria y maltrata a los que lo rodean; se entrega a excentricidades y a actos que presentan todos los caracteres de una locura furiosa. (La Génesis, cap. XIV, ítems 47 y 48.)

C. ¿Cómo explica el Espiritismo los hechos del Evangelio considerados milagrosos?

Los hechos relatados en el Evangelio y que hasta hoy han sido considerados milagrosos, pertenecen, en su mayoría, al orden de los fenómenos psíquicos, es decir, de los que tienen como causa primera las facultades y atributos del alma.

El principio de los fenómenos psíquicos reposa sobre las propiedades del fluido espiritual, que constituye el agente magnético; en las manifestaciones de la vida espiritual durante la vida corporal y después de la muerte y, finalmente, en el estado constitutivo de los Espíritus y el papel que desempeñan como fuerza activa de la Naturaleza.

Conocidos estos elementos y constatados sus efectos, se debe admitir, como consecuencia, la posibilidad de ciertos hechos que eran rechazados cuando se les atribuía un origen sobrenatural. (La Génesis, cap. XV, ítem 1.)

 

 


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