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Año 9 - N° 409 - 12 de Abril de 2015
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

A propósito de la Pascua


La Navidad y la Pascua son dos fiestas que los cristianos de cualquier denominación religiosa conmemoran bastante. La primera, porque está asociada al advenimiento de Jesús. La segunda, porque constituye una prueba inequívoca de la inmortalidad del alma.

Nos referimos, evidentemente, en el segundo caso, a la llamada resurrección de Jesús, o mejor, a su primera aparición después del desencarne de su Espíritu, así registrada en el Evangelio de Juan: 

Y María estaba llorando fuera, junto al sepulcro. Estando ella, pues, llorando, se bajó para el sepulcro. Y vio dos ángeles vestidos de blanco, asentados donde yaciera el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Y le dijeron ellos: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque llevaron a mi Señor, y no sé dónde lo pusieron. Y, teniendo dicho eso, volvió para tras, y vio Jesús en pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: ¿Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, cuidando que era el hortelano, le dijo: Señor, se tú lo llevaste, dígame donde lo pusiste, y yo lo llevaré. Le dijo Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo: Raboni, que quiere decir: Maestro. (Juan 20:11-16.)     

Como nadie ciertamente ignora, la festividad de Pascua había sido instituida bien antes en el seno del pueblo hebreo, pero su motivación es bien diferente de la que anima los adeptos del Cristianismo.

La institución de la Pascua judaica está relatada en el libro de Éxodo, 12:1-51. He aquí un breve relato sobre los orígenes de esa que es para los judíos una fiesta especial:

Reportándose al momento de la salida de los hebreos del Egipto, el Señor dijo a Moisés y a Aarón, aún en tierra egipcia, que aquél sería el primer de los meses del año, y que al décimo día cada un tomase un cordero para su familia. Si las personas en la casa fuesen pocas para comer el cordero, invitasen lo vecinos. El cordero debería ser macho, de un año, sin defecto, y podría ser un cabrito con las mismas cualidades. El animal sería guardado hasta el día 14, para ser inmolado por la tarde. La sangre del animal debería ser colocado sobre los dos batientes y sobre el marco de las puertas de sus casas, donde, en la misma noche, la carne del cordero, asada al fuego, sería comida, acompañada de panes ázimos y lechugas bravas.

Era la institución de la Pascua, eso es, el pasaje del Señor, así que en aquella noche el Señor pasaría por la tierra de Egipto y ahí mataría todos los primogénitos, desde los hombres hasta los animales. La sangre en las puertas de las casas impediría que las familias de los hebreos fuesen atingidas. Sería aquel un día memorable, que debería ser celebrado de generación en generación como un culto perpetuo, como una fiesta solemne en honor del Señor. 

Todo ocurrió conforme fuera anunciado por el Señor, una vez que en el medio de la noche todos los primogénitos de la tierra del Egipto, desde el hijo del Faraón hasta al primogénito de los cautivos y de los animales, fueron heridos de muerte. No hubo en el Egipto casa donde no hubiese algún muerto. El Faraón llamó, entonces, Moisés y Aarón en la misma noche y autorizó la salida de los hebreos, con sus rebaños y familiares, y mismo los egipcios insistieron con el pueblo hebreo para que saliese luego, con miedo de morir.

Los hijos de Israel hicieron lo que Moisés les había ordenado, y partieron. Eran cerca de seiscientos mil hombres, fuera los niños, conduciendo una innumerable multitud de ovejas, ganados y animales de diversos géneros, en gran número. Se completaban 430 años desde que los hijos de Israel fueron vivir en el Egipto. La noche en que el Señor los sacó del Egipto debería ser acordada por todas las generaciones, como el Señor dijo a Moisés y a Aarón: “Éste es el rito de la Pascua: ningún extranjero comerá de ella”. Los esclavos deberían ser circuncisos, y entonces podrían comer; ya los extranjeros y los mercenarios, no. Si algún peregrino desease celebrar la Pascua del Señor, primero hiciese la circuncisión y podría celebrarla.      

                                                        * 

Es difícil, cuando leemos los libros del Antiguo Testamento, distinguir lo que es hecho y lo que es simple alegoría.

En el caso en evidencia, si los hechos descritos realmente ocurrieron, la Pascua judaica no conmemora solamente la salida de los hebreos, pero una matanza generalizada del pueblo egipcio y, lo que es peor, atribuida al propio Señor, sea lo que significa tal palabra.

Como Dios instituyó, por intermedio de Moisés, el mandamiento “no matarás”, que compone el Decálogo, no es posible que Él, o cualquiera de sus prepuestos, así actuase.

Diferentemente, la Pascua conmemorada por los cristianos no enaltece la muerte, pero la inmortalidad, porque nos ofrece la prueba indiscutible de que alma y cuerpo son elementos distintos y que, si la muerte es real para nuestro cuerpo precario, ella en nada afecta el alma, que continúa a vivir, de la misma manera que vivía antes de su inmersión en la carne. 




 


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