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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 - N° 406 - 22 de Marzo de 2015

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

¿Vale más ayudar
o ser ayudado?

 

  

Hace mucho tiempo atrás, había un hombre llamado Efraim que buscaba siempre ayudar a los otros. Era bueno y servicial, pero siempre ridicularizado por todos. 
 

Las personas extrañaban su manera de actuar, siempre haciendo lo que los otros pedían, sin protestar.

Cuando la esposa lo exigía por algo que él podría haber hecho, aunque no fuera su obligación, él resolvía el problema, callado.

Cuando alguien en el trabajo le reprochaba por no haber realizado bien el trabajo, que en la verdad era de otra persona, él no peleaba. Con buena voluntad, cogía la azada e iba a dar cuenta de la tarea, dejando todo listo.

Si alguien lo buscaba pidiéndole que limpiara el patio, aunque no fuera su obligación, él concordaba y gastaba el día para dejarlo arreglado y bonito.

Así ocurría siempre, sin que esse hombre protestase de cosa alguna.

En cierta ocasión, como Efraim estaba derrumbando un árbol a pedido de alguien, Josué, un amigo, se llegó a él y preguntó:

— ¿Efraim, por qué usted hace todo lo que le piden, aunque no sea trabajo suyo? ¿Y, muchas veces, sin cobrar nada?
 

Efraim, cansado, dejó el machete a sus pies, se sentó a la sombra de un lindo árbol y, tomando aire, respondió:

— Josué, yo pienso que siempre debemos ayudar a los otros en sus necesidades. ¿Y si fuéramos nosotros que estuviéramos necesitando de ayuda? Entonces, yo prefiero ser aquel que auxilia, para no ser aquel que pide.

— ¿Pero por qué? ¡¿A usted no le gusta ser

ayudado?!...  

Efraim pensó un poco y esclareció:

— Josué, es que nuestro Maestro Jesús, cuando estuvo aquí en la Tierra, nos enseñó en cierta ocasión que quién quisiera ser el primero entre todos debería ser el siervo de todos. Porque Jesús no vino para ser servido, sino para servir. Entonces, con Jesús, yo prefiero estar en la condición de aquel que ayuda y no en la condición de aquel que recibe ayuda. ¿Entendiste?

Josué, que había oído con atención la respuesta de Efraim, balanceó la cabeza concordando:

— Jesús tiene razón. Si estuviésemos trabajando estamos bien. Cuando necesitamos de ayuda, es señal de que estamos mal, cualquiera que sea la situación.

— Y el Maestro también nos esclarece diciendo que debemos colocarnos en el lugar del otro. Entonces, mirando para un hermano necesitado, pienso: ¿A mí me gustaría estar en el lugar de él? No. Entonces, seamos nosotros los amigos que socorren, para no ser mañana necesitados de socorro.

Josué sonrió y agradeció al amigo Efraim por la explicación. Dejó la tienda donde se cobijaban, buscando el aire puro del campo.

No tardó mucho, recordando lo que había oído de Efraim, Josué fue envuelto por cierto sentimiento de insatisfacción íntima al acordarse de cómo había actuado con un trabajador. Avergonzado, buscó al trabajador hasta encontrarlo con la azada en la mano, revolviendo la tierra.

Aproximándose a él, Josué considero:

— Justo, el otro día yo lo traté mal por una tontería. Lo llamé perezoso, afirmé que usted no hace nada y estoy arrepentido. Usted aún es muy nuevo, está aprendiendo a trabajar y quedé sabiendo que está enfermo. Busqué información y me dijeron que usted siente mucho dolor y por eso no puede trabajar. Entonces, pensé bien y, mientras no esté bien, no necesita venir a trabajar. Está de descanso.

— Pero, patrón...

— No se preocupe, Justo. ¡Vuelva cuando esté bueno de nuevo!

Los ojos del trabajador brillaban con lágrimas que no llegaron a caer. Se aproximó al señor y dijo:

— ¡Dios se lo pague, señor! Luego que esté bueno, continuaré mi trabajo. No se preocupe. ¡No tendrá perjuicio alguno, puede creerlo!
 

Se despidieron y Josué, impulsar su caballo, tomó el rumbo de casa. ¡Sentía una alegría muy grande! Aquella actitud simple que había tomado le había dado paz al corazón.

Realmente, colocarse en el lugar de Justo había hecho toda la diferencia, generando para ambas partes sensación de bienestar y satisfacción.

Contento, Josué volvió para su casa, donde la paz y el amor de la familia lo envolvieron. Acordándose del Maestro de Nazaret, sabía que Él lo ayudó en la decisión.

Entonces, se arrodilló en el suelo y agradeció a Jesús, del fondo del corazón, por el esclarecimiento interior que le dio.

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 08/12/2014.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita