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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 - N° 404 - 8 de Marzo de 2015

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 43)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿De qué medio extrae el Espíritu los elementos que forman su periespíritu?

B. Los Espíritus cuyo periespíritu es bastante grosero, ¿llegan a confundirlo con el cuerpo carnal?

C. La naturaleza del periespíritu, ¿tiene alguna relación con el progreso moral del Espíritu?

Texto para la lectura

832. Obsesiones y posesiones – Los malos Espíritus pululan alrededor de la Tierra, como consecuencia de la inferioridad moral de sus habitantes. La acción maléfica de esos Espíritus forma parte de los flagelos contra los que la Humanidad tiene que luchar en este mundo. La obsesión, que es uno de los efectos de esta acción como las enfermedades y todas las tribulaciones de la vida, debe considerarse, pues, una prueba o una expiación y ser aceptada como tal.

833. Se llama obsesión a la acción persistente que un mal Espíritu ejerce sobre un individuo. Presenta caracteres muy diferentes, que van desde la simple influencia moral sin signos exteriores perceptibles, hasta la perturbación completa del organismo y de las facultades mentales. Entorpece todas las facultades mediúmnicas. En la mediumnidad auditiva y psicográfica, se traduce por la obstinación de un Espíritu en querer manifestarse, con la exclusión de cualquier otro.

834. Así como las enfermedades son el resultado de las imperfecciones físicas que hacen al cuerpo accesible a las influencias perniciosas exteriores, la obsesión deriva siempre de una imperfección moral, que da ascendencia a un Espíritu malo. A una causa física se opone una fuerza física; a una causa moral es necesario oponer una fuerza moral. Para preservarse de las enfermedades, se fortifica el cuerpo; para prevenir la obsesión, se debe fortalecer el alma; de ahí que el obseso necesita trabajar en su propio mejoramiento, lo que a menudo basta para librarlo del obsesor, sin la ayuda de otras personas.

835. Ese socorro se hace necesario cuando la obsesión degenera en subyugación o en posesión, porque en ese caso el paciente pierde su voluntad y libre albedrío.

836. Casi siempre, la obsesión indica la venganza de un Espíritu y cuyo origen, con frecuencia, se encuentra en las relaciones que el obseso mantuvo con el obsesor en una existencia anterior.

837. En los casos de obsesión grave, el obseso está rodeado e impregnado de un fluido pernicioso que neutraliza la acción de los fluidos saludables y los rechaza. Es necesario liberarlo de ese fluido pernicioso. Pero un mal fluido no puede ser eliminado por otro igual de malo. Por medio de una acción idéntica a la del médium curativo en los casos de enfermedad, es necesario expulsar el fluido malo con la ayuda de un fluido mejor.

838. Pero no siempre basta esa acción mecánica; se debe actuar también sobre el ser inteligente, con el cual es necesario tener el derecho de hablar con autoridad, de la que carece quien no tiene superioridad moral. Cuanto más grande sea ésta, mayor será la autoridad.

839. Pero aun esto no es todo: para asegurar la liberación de la víctima, es indispensable que el Espíritu perverso sea conducido a renunciar a sus malos propósitos; hacer que el arrepentimiento despierte en él, así como el deseo de hacer el bien, por medio de instrucciones hábilmente administradas, con evocaciones hechas especialmente con el objetivo de darle educación moral. Se tendrá, entonces, la grata satisfacción de liberar a un encarnado y de convertir a un Espíritu imperfecto.

840. El trabajo se hace más fácil cuando el obseso, comprendiendo su situación, colabora con su voluntad y la oración. No sucede así cuando, seducido por el Espíritu que lo domina, se crea ilusiones sobre las cualidades de su dominador y se complace en el error al que éste le conduce, porque entonces, en lugar de ayudar, el obseso rechaza toda asistencia. Es el caso de la fascinación, siempre infinitamente más rebelde que la subyugación más violenta.

841. En todos los casos de obsesión, la oración es el medio más poderoso del que se dispone para disuadir al obsesor de sus maléficos propósitos.

842. En la obsesión, el Espíritu obra exteriormente, con la ayuda de su periespíritu, que se liga con el del encarnado, quedando finalmente enlazado a él por una especie de red y obligado a proceder en contra de su voluntad.

843. En la posesión, en vez de actuar exteriormente, el Espíritu libre sustituye, por decirlo así, al Espíritu encarnado; toma su cuerpo como domicilio, sin que éste, a pesar de ello, sea abandonado por su dueño, ya que esto sólo se puede dar con la muerte. La posesión, en consecuencia, es siempre momentánea e intermitente, porque un Espíritu desencarnado no puede ocupar definitivamente el lugar de un encarnado, porque la unión molecular entre el periespíritu y el cuerpo sólo se puede operar en el momento de la concepción.

844. Al poseer de manera momentánea el cuerpo del encarnado, el Espíritu se sirve de él como si fuera suyo: habla por su boca, ve por sus ojos, actúa con sus brazos, como lo haría si estuviese vivo. No es como en la mediumnidad parlante, en la que el Espíritu encarnado habla transmitiendo el pensamiento de un desencarnado. En el caso de la posesión es este último el que habla y obra; quien lo haya conocido en vida,  reconocerá su lenguaje, su voz, sus gestos y hasta la expresión de su fisonomía.

845. En la obsesión hay siempre un Espíritu maligno. En la posesión puede tratarse de un Espíritu bueno que quiere hablar y que, para causar una mayor impresión en sus oyentes, toma prestado el cuerpo de un encarnado, quien se lo presta voluntariamente, como prestaría su traje a otro encarnado. Esto se produce sin ninguna perturbación o incomodidad, durante el tiempo en que el Espíritu encarnado se encuentre en libertad, como en el estado de emancipación, manteniéndose éste último al lado de su sustituto para escucharlo.

846. Cuando el Espíritu posesor es malo, las cosas ocurren de otro modo. No toma el cuerpo del encarnado moderadamente; lo arrebata si éste no posee la suficiente fuerza moral para resistir. Lo hace por maldad hacia éste, a quien tortura y martiriza de todas las formas posibles, llegando al extremo de intentar exterminarlo, ya sea por estrangulación, empujándolo al fuego o a otros lugares peligrosos. Sirviéndose de los órganos y los miembros del infeliz paciente, blasfema, injuria y maltrata a los que lo rodean; se entrega a excentricidades y a actos que presentan todos los caracteres de una locura furiosa.

847. Los hechos de este tipo son numerosos, en diferentes grados de intensidad, y muchos casos de locura no tienen otro origen. A menudo se producen también desórdenes patológicos que son sus consecuencias y contra los cuales nada se logra con tratamientos médicos, en tanto subsista la causa generadora.

848. Al dar a conocer esta fuente de donde procede una parte de las miserias humanas, el Espiritismo indica el remedio que debe ser aplicado: actuar sobre el autor del mal que, siendo un ser inteligente, debe ser tratado por medio de la inteligencia.

849. La obsesión y la posesión son, la mayoría de las veces, individuales; pero a veces son epidémicas. Cuando una legión de malos Espíritus se lanza sobre una localidad, es como si una tropa de enemigos la invadiese. En ese caso, el número de individuos afectados puede ser considerable.

850. Capítulo XV – Superioridad de la naturaleza de Jesús – Los hechos relatados en el Evangelio y que hasta hoy han sido considerados milagrosos, pertenecen, en su mayoría, al orden de los fenómenos psíquicos, es decir, de los que tienen como causa primera las facultades y atributos del alma. Comparándolos con los que fueron descritos y explicados en el capítulo precedente, se reconocerá sin dificultad que hay entre ellos una identidad de causa y de efecto.

851. La Historia registra casos análogos, en todos los tiempos y en el seno de todos los pueblos, por la razón de que, desde que hay almas encarnadas y desencarnadas, han debido producirse los mismos efectos. Se puede, es verdad, negar en este punto, la veracidad de la Historia; pero hoy éstos se producen ante nuestros ojos y, por decirlo así, a voluntad y por individuos que no tienen nada de excepcional. El sólo hecho de la reproducción de un fenómeno en condiciones idénticas, basta para probar que es posible y que se encuentra sujeto a una ley, por lo que ya no es milagroso.

852. El principio de los fenómenos psíquicos reposa, como ya vimos, sobre las propiedades del fluido espiritual, que constituye el agente magnético; en las manifestaciones de la vida espiritual durante la vida corporal y después de la muerte y, finalmente, en el estado constitutivo de los Espíritus y el papel que desempeñan como fuerza activa de la Naturaleza.

853. Conocidos estos elementos y constatados sus efectos, se debe admitir, como consecuencia, la posibilidad de ciertos hechos que eran rechazados cuando se les atribuía un origen sobrenatural.

854. Sin prejuzgar sobre la naturaleza de Cristo, cuyo análisis no es objeto de esta obra, y no considerándolo sino como un Espíritu superior, no  podemos dejar de reconocer que es uno de los de orden más elevado y colocado, por sus virtudes, muy por encima de la Humanidad terrestre. Por los inmensos resultados que produjo, su encarnación en este mundo debe haber sido una de esas misiones que la Divinidad confía sólo a sus mensajeros directos, para el cumplimiento de sus designios.

855. Incluso sin suponer que Él fuese Dios mismo, sino únicamente un enviado de Dios para transmitir su palabra a los hombres, sería más que un profeta, porque sería un Mesías divino.

856. Como hombre, tenía la organización de los seres carnales; pero como Espíritu puro, desprendido de la materia, debía vivir más de la vida espiritual que de la vida corporal,  cuyas debilidades no poseía. Su superioridad en relación a los hombres no procedía de las cualidades particulares de su cuerpo, sino de su Espíritu, que dominaba a la materia de manera absoluta, y de las cualidades de su periespíritu, extraído de la parte más quintaesenciada de los fluidos terrestres.

857. Su alma, probablemente, no se encontraba sujeta al su cuerpo, sino por los lazos estrictamente indispensables. Constantemente desprendida, sin duda le daba doble vista, no sólo permanente sino también de penetración excepcional y muy superior a la que poseen los hombres comunes. Lo mismo debía ocurrir en relación a todos los fenómenos que dependen de los fluidos periespirituales o psíquicos. La calidad de esos fluidos le otorgaba un inmenso poder magnético, secundado por su incesante deseo de hacer el bien.

858. ¿Actuaba como médium en las curaciones que realizaba? ¿Se le puede considerar como un poderoso médium curativo? No, porque el médium es un intermediario, un instrumento  que sirve a los Espíritus desencarnados y Cristo no necesitaba asistencia, puesto que Él  asistía a los demás. Actuaba por sí mismo, en virtud de su poder personal, como lo pueden hacer en ciertos casos los encarnados en la medida de sus fuerzas. Además, ¿qué Espíritu hubiese osado insuflarle sus propios pensamientos y encargarle que los transmita? Si recibía alguna influencia extraña, ésta sólo podía provenir de Dios. Según la definición dada por un Espíritu, Él era médium de Dios.

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿De qué medio extrae el Espíritu los elementos que forman su periespíritu?

El Espíritu extrae su periespíritu del medio donde se encuentra, es decir, conforma esa envoltura con los fluidos del ambiente. De ello se desprende que los elementos constitutivos del periespíritu naturalmente varían según los mundos. Al abandonar la Tierra, el Espíritu deja allí su envoltura fluídica y toma otra apropiada al mundo donde va a habitar.

De esto resulta un hecho capital: La constitución íntima del periespíritu no es idéntica en todos los Espíritus encarnados o desencarnados que pueblan la Tierra o el espacio circundante. No sucede lo mismo con el cuerpo carnal que, como  fue demostrado, se forma con los mismos elementos, cualquiera que sea la superioridad o inferioridad del Espíritu. Por ello, en todos son iguales los efectos que produce el cuerpo y semejantes sus necesidades, mientas que difieren en todo lo que respecta al periespíritu. (La Génesis, cap. XIV, ítems 8 y 10.)

B. Los Espíritus cuyo periespíritu es bastante grosero, ¿llegan a confundirlo con el cuerpo carnal?

Sí. Hay Espíritus cuya envoltura fluídica, si bien es etérea e imponderable en relación con la materia tangible, es incluso demasiado denso, si pudiéramos expresarlo así, en relación con el mundo espiritual, como para no permitirles salir del medio que les corresponde. En esta categoría se debe incluir a aquellos cuyo periespíritu es tan grosero, que lo  confunden con su cuerpo carnal, razón por la cual creen que están vivos aún. Esos Espíritus, cuyo número es cuantioso, permanecen en la superficie de la Tierra, como los encarnados, creyendo que están dedicados a sus ocupaciones terrenas. (La Génesis, cap. XIV, ítem 9.)

C. La naturaleza del periespíritu, ¿tiene alguna relación con el progreso moral del Espíritu?

Sí. La naturaliza de la envoltura fluídica está siempre en relación con el grado de progreso moral del Espíritu. (La Génesis, cap. XIV, ítems 9 y 10.)

 

 


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