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Año 8 - N° 399 - 1º de Febrero de 2015
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

Quien siembra vientos,
¿qué recoge?


No es solamente la inflación que perjudica con mayor intensidad las personas de clase baja o que obtienen sueldos irrisorios. Como no disponen de ninguna reserva y, muchas veces, ni cuentas bancarias poseen, la subida de los precios corroe de manera sistemática sus parcos rendimientos, hecho que se da igualmente con todas las personas, aunque las de mayor poder adquisitivo consigan maneras de protegerse y sientan menos lo que significa la alta de los alimentos, de la medicina, de la cuenta de agua, de la energía, de la gasolina y de los combustibles en general.

¿De la gasolina y de los combustibles?

Sí. ¿Por qué no?

Las personas de clase baja no poseen coche. Ellas utilizan, como sabemos, el transporte público, pero la tarifa cobrada por las empresas de transporte es igualmente aumentada delante del aumento de los costos, entre los cuales el peso de los combustibles es preponderante. 

No es, sin embargo, de inflación que queremos hablar, pero sí de otro hecho que, tal cual ella, perjudica con mayor intensidad las personas a quien nos referimos.

Ese hecho, presente en todos los rincones de este país, se llama corrupción.

Cuando los recursos de un Ayuntamiento o de un órgano público cualquiera son desviados, los mayores perjudicados son exactamente las personas de pertenecen a la clase baja.

Imaginemos que determinada obra fuese costar 400 mil reales y, por causa de personas sin escrúpulos, ella se queda en 900 mil reales.

Eso significa que habrá menos 500 mil reales que podrían ser aplicados en la educación, en la salud o en el saneamiento básico.

La persona o las personas que se benefician con esos recursos estarán perjudicando exactamente aquellos que dependen de la escuela pública y del sistema único de salud.

La mala calidad de la merienda escolar, la falta de material didáctico, la insuficiencia de médicos y la inexistencia de medicinas en los puestos de salud, he aquí algunas de las consecuencias de esa mancilla que insiste en infiltrarse en todos los niveles del gobierno, no librando ni mismo empresas cuyo control accionario pertenece al poder público.

El ejemplo que mencionamos es algo modesto delante de los millones y tal vez billones que está siendo robados hace algún tiempo, perjudicando de manera más intensa – repetimos una vez más – exactamente la población que no tiene condiciones de matricular el hijo en la escuela particular o mantener un seguro de enfermedad cualquiera.

¿Por qué individuos que ya reciben altos sueldos o tienen una vida económica envidiable embisten sobre los cofres públicos?

La respuesta es dada por una palabra sencilla: codicia, sinónimo de ambición, que la Iglesia relacionó entre los que ella llama de “los siete pecados capitales”.

El individuo viene a este mundo para realizar una programación específica, cuya meta es el mejoramiento espiritual de él y de la comunidad donde vive, pero se olvida de eso y todo hace para tener, juntar, acumular bienes.

Como vivimos en un país cuya población, en su gran mayoría, se dice cristiana, no creemos inadecuado acordar aquí una frase dicha por Jesús que se aplica, perfectamente a todo aquél que, para ganar el mundo, no se importa con los medios que utiliza:”…que aprovecharía al hombre ganar todo el mundo y perder su alma?”  (Marcos, 8:36).

Un día esas personas regresarán al lugar de donde vinieron – la patria espiritual -  y, evidentemente, tendrán de enfrentar las consecuencias de sus excesos y de todo sufrimiento que generaron, como Jesús igualmente acordó al decir estas palabras: “Y los hijos del reino serán lanzados en las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes”  (Mateos, 8:12).

“Quien siembra vientos, ¿qué recoge?

El pueblo sabe muy bien cuál es la respuesta.

Nos parece, sin embargo, que los corruptos la ignoran.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita