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Año 8 398 – 25 de Enero de 2015
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

El mal que nos hace mal


Leemos en el cap. 10 d’ El Evangelio según el Espiritismo, de Allan Kardec:

“La muerte, como sabemos, no nos libra de nuestros enemigos; los Espíritus vengativos persiguen, muchas veces, con su odio, en el más allá de la tumba, aquellos contra los cuales guardan rencor; donde ocurre la falsedad del proverbio que dice: ‘Muerto el animal, muerto el veneno’, cuando aplicado al hombre. El Espíritu malo espera que el otro, a quien él quiere mal, esté preso a su cuerpo y, así, menos libre, para más fácilmente atormentarlo, herir en sus intereses, o en sus más caras afecciones. En ese hecho reside la causa de la mayoría de los casos de obsesión, sobre todo de los que presentan cierta gravedad, tales como los de subyugación y posesión. El obsesionado y el poseso son, pues, casi siempre víctimas de una venganza, cuyo motivo se encuentra en existencia anterior, y a la cual aquél que la sufre dio lugar por su proceder.” (El Evangelio según el Espiritismo, cap. X, ítem  6.)

Analicemos el siguiente ejemplo.

Una persona vive a andar a vueltas con un enemigo cruel que está a perjudicarle de todas las maneras. La persona entonces decide matarlo. Al final – ella ciertamente pensará – “Muerto el animal, muerto el veneno”.

Ocurre que, no existiendo muerte sino para el cuerpo físico, el Espíritu de aquél que fue muerto, así que sea posible, volverá a su propósito, porque tal es su índole. Y la persona que determinó su muerte pasará a sufrir ahora las dañosas consecuencias de una venganza pertinaz, cuyo tratamiento será muy difícil, como ya fue enseñado en esta revista en innúmeras oportunidades.

Ampliemos el ejemplo.

Digamos que un pueblo, o parte de él, sufre las maldades de un grupo extremista peligroso, como está ocurriendo en Irak, en Siria y en Nigeria. Los partidarios del grupo extremista secuestran hasta niños. Saquean, incendian, matan sin piedad. El pueblo entonces busca la ayuda de otros pueblos y, después de luchas y batallas crueles, consiguen diezmar aquel grupo o parte de él.

Ocurre que la muerte no existe, a no ser para el cuerpo físico, y entonces aquel grupo, de nuevo reunido en la esfera espiritual y sediento de venganza, vuelve a atormentar, perjudicar, obsesionar comunidades enteras, que existen registros en la Biblia y en diversos periódicos. Y con eso la maldad en aquella región parece no tener fin, porque existen factores que la alimentan de manera continua.     

Los registros comprueban lo que decimos.

En la edición de agosto de 1864 de la Revue Spirite, Kardec notició el retorno de los fenómenos de Morzine, que habían sido objeto de las ediciones de la Revue en los meses de diciembre de 1862, enero, febrero, marzo y mayo de 1863. Según la noticia, la epidemia demoníaca – denominación usada por los periódicos de la época –, que tuviera comienzo en 1857, volviera con bastante intensidad.

Morzine es el nombre de un pueblo francés, situado en la Alta Saboya, a 8 leguas de Thonon, junto a los Alpes suizos. Su población, de cerca de 2.500 personas, además de la aldea principal, comprendía varias otras extendidas por la región.

Según San Luis, guía espiritual de la Sociedad Espírita de París, los posesos de Morzine estaban realmente bajo la influencia de Espíritus atraídos para aquella región por causas que un día serán conocidas. “Si todos los hombres fuesen buenos – dice San Luis – los Espíritus malos de ellos se apartarían porque no podrían inducirlos al mal. La presencia de los hombres de bien los hace huir; la de los hombres viciosos los atrae, al tiempo que se da el contrario con los Espíritus buenos.” (Revue Spirite de 1863, p. 140.)

Comentando el asunto, Kardec dice que, realmente, todo indicaba que aquellos fenómenos eran el resultado de una obsesión colectiva, como se produjo al tiempo de Jesús. Cada pueblo provee al mundo invisible ambiente Espíritus similares que, del espacio, reaccionan sobre las personas de las cuales, por fuerza de su inferioridad, conservaron los hábitos, las inclinaciones y los prejuicios. Los pueblos bárbaros estarían, así, cercados por una masa de Espíritus igualmente bárbaros, hasta que el progreso los tenga llevado a encarnarse en un medio más adelantado. (Revue Spirite de 1865, pp. 54 y 55.)

No adelanta, por lo tanto, como se hace comúnmente en nuestro planeta, combatir la violencia y la maldad tan solamente con acciones del mismo tipo. Es necesario ir a las causas que la generan, porque el uso de la fuerza y de la violencia no llevará nuestro mundo a la condición descrita por Jesús al reportarse al final del “mundo viejo”, cuando entonces, según él, el Evangelio del reino sería enseñado en todos los lugares.

Existe un principio muy conocido de los espíritas y repetido con frecuencia por estudiosos conocidos, como el estimado orador Divaldo Franco: “El mal que nos hace mal no es el mal que nos hacen, pero el mal que hacemos”.

En otras palabras: que seamos nosotros los agredidos, jamás los agresores.

Como la vida no se encierra en la tumba, aquellos que matan, que agreden, que causan infelicidad tendrán cuentas a prestar y en esa hora ciertamente se acordarán de otra enseñanza dada por Jesús al apóstol Pedro: “Envaina tu espada; porque todos los que lanzan mano de la espada, por la espada morirán.” (Mateos, 26:52.)  



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita