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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Ano 8 - N° 393 - 14 de Diciembre de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El hermano que pedí a Dios
 

  

Lisa, de seis años, hija única, siempre pedía a la madre que le diese un hermanito. Echaba en falta la compañía para jugar y hablar. La madre cariñosa sonría y la cogía en brazo:

– Hija, yo quiero mucho darte a ti un hermano, pero eso depende de Dios, nuestro Padre.

Cuando Él quiera mandarnos otro hijo, vamos a estar felices. Por ahora, tenemos que esperar.

– ¡Ah!... Está bien. ¡Pero que no tarde mucho! – concordaba la niña.

– Ahora ve a jugar, Lisa. Mamá tiene trabajo que hacer –, dijo la madre abrazándola y colocándola en el suelo.

La pequeña corrió al patio donde hubo dejado los juguetes con los cuales se divertía antes. 

Más tarde, la vecina telefoneó diciendo que su hija, Jane, estaba en cama, no podría salir de casa y pedía que Lisa fuera a jugar en su casa.

La madre de Lisa concordó y ella fue a jugar con Jane. Al salir de casa, notó a un chico sentado en la calzada. Era pequeño y parecía muy triste, pero Lisa pasó por él y entró en el portón de la vecina. 

Jugó la tarde entera con Jane, que ya estaba mejor. Al volver para casa, Lisa volvió a ver al chico, sentado en el mismo lugar. Hablador y alegre, Lisa se aproximó al niño.
 

– ¡Hola! ¿Estás esperando a alguien? –preguntó ella.

– No – respondió el chico, balanceando la cabeza.

– ¿Entonces por qué estuviste ahí la tarde entera?

– Por qué no tengo para donde ir – respondió él con los ojos llorosos.

Para Lisa, alguien no tuviera para dónde ir era una novedad.

– ¿Tú no tienes una casa?

– No. Yo vivía con mi madre en la calle, pero ella se puso enferma y fue para el hospital. Y yo estoy solo y no tengo para donde ir...

– Pero... ¿y tú familia? ¡¿Padre, tíos, abuelas?!...

El niño explicó que en algún lugar tal vez hubiera alguien que fuera de su familia, sin embargo él no conocía a nadie.

– ¿Pero por qué? Todas las personas tienen una familia.

– Mi madre me contó que cuando era pequeña su madre murió y el padre, que bebía mucho, se fue, abandonándola. Entonces, mi madre salió por el mundo, pasando a vivir en la calle.

Los ojos de Lisa se humedecieron. Sentía mucha pena del chico, pero a la vez creyó que era la respuesta de Dios a sus pedidos. Entonces, decidida, agarró la mano del niño y lo llevó para su casa.

La madre, al verla llegar con un chico harapiento, extrañó, e iba a preguntar quién era ese niño, cuando la hija, con los ojos brillando de animación, dijo:

– ¡Mamá! ¡Dios mandó a un hermano para mí!

– ¿Como es eso, hija? – indagó la madre, sorprendida.

– ¡Sí, mamá! ¿Tú no dijiste que Dios mandaría a alguien cuando fuese la hora? ¡Pues es! ¡Él nos mandó este niño!... ¿No es bueno?...

Entendiendo adónde la hija quería llegar, la madre la calmó y pidió que se sentara, así como el chico desconocido, y comenzó a explicar:

– Hija, las cosas no son simples así como tú piensas. Este chico tiene una familia. No es... ¿cómo es tu nombre justamente?

– Flávio, señora.

– Flávio, ¿tú tienes una familia, no es? – preguntó al niño.

Él le respondió contando la historia que la madre le hubo contado y terminó por decir:

– Pero no se preocupe. Siempre vivimos en la calle, dormimos bajo viaductos, y es lo que yo voy a hacer. Fue su hija que insistió para que yo viniera con ella hasta su casa.

El corazón de aquella madre se llenó de compasión por el chico, aún tan pequeño y ya con problemas tan grandes en la cabecita.

– No, Flávio. Quédate aquí con nosotros, por lo menos por esta noche. Mañana vamos hasta el hospital para saber como está tu madre. Entonces, voy a preparar un sandwich para nosotros, mientras tú juegas con Lisa.

El chico sonrió, agradecido, por no necesitar dejar aquella casa tan calentita y agradable. Cuando el padre de Lisa llegó, fue informado por la madre de lo que estaba ocurriendo. Flávio había tomado un baño, estaba limpio y perfumado, cabellos peinados y con un viejo pijama de Lisa. Se sentía otra persona.
 

Se sentaron en torno a la mesa. Era el día del Evangelio en el Hogar. Hicieron una oración y el padre leyó un tramo del Evangelio, después comentó y, enseguida, concluyeron la reunión con otra oración. La madre colocó la mesa, y ellos tomaron la cena. Nunca en su vida Flávio se había sentido tan bien. Sólo lamentaba la falta de la madrecita.

Al día siguiente, fueron al hospital que

él indicó, e informaron que la madre de él estaba mejor y que inmediatamente podría ir para casa. Los padres de Lisa intercambiaron una mirar y dieron la dirección de la casa de ellos, para que avisaran cuando ella pudiera salir.

Así, Flávio permaneció en la casa de Lisa y, cuando conectaron del hospital, fueron buscar la madre, que extrañó aquella gente que ella no conocía, pero que trataba tan bien su pequeño Flávio.   

La pareja, apreciando a la madre de Flávio, ya recuperada, le preguntó:

– Maria, nos gustaría que usted se quedara trabajando y viviendo aquí con nosotros.

Maria aceptó la invitación, emocionada. Así Lisa, muy feliz, tuvo un verdadero hermano y compañero de juegos. Pero ella siempre insistía en afirmar para quien preguntara:

– ¡Flávio es el hermano que yo pedí a Dios y Él me mandó!...

MEIMEI

(Mensagem psicografada pela médium Célia Xavier de Camargo, em Rolândia-PR.)
 



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita