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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Ano 8 - N° 393 - 14 de Diciembre de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 32)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿El Espíritu progresa también en la erraticidad?

B. ¿Qué le sucede al Espíritu que por negligencia retrasa su adelanto?

C. El progreso material del planeta, ¿tiene algo que ver con el progreso moral de sus habitantes?

Texto para la lectura

613. Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido – Los mundos progresan físicamente por la elaboración de la materia y moralmente por la depuración de los Espíritus que los habitan. Su felicidad está en relación directa con el predominio del bien sobre el mal, y el predominio del bien es el resultado el adelanto moral de los Espíritus. El progreso intelectual no basta, pues con la inteligencia pueden hacer el mal.

614. Cuando un mundo llega a uno de sus períodos de transformación, que lo hará ascender en la jerarquía de los mundos, se operan mutaciones en su población encarnada y desencarnada. Es cuando se producen las grandes emigraciones e inmigraciones. Los que a pesar de su inteligencia y su saber, perseveran en el mal, siempre rebeldes contra Dios y sus leyes, se convierten posteriormente en una traba para el progreso moral ulterior, una causa permanente de perturbación para la tranquilidad y la felicidad de los buenos, por lo que son excluidos de la Humanidad a la que hasta entonces pertenecieron, y enviados a mundos menos adelantados, donde aplicarán su inteligencia y la intuición de los conocimientos adquiridos al progreso de aquellos entre los cuales pasarán a vivir, al mismo tiempo que expiarán en una serie de existencias penosas y por medio del trabajo duro, sus faltas pasadas y su endurecimiento voluntario.

615. ¿Qué serán tales seres, entre esas poblaciones, nuevas para ellos y aún en la infancia de la barbarie, sino ángeles o Espíritus caídos, enviados allí en expiación? La Tierra, de la cual fueron expulsados, ¿no es, precisamente, para ellos un paraíso perdido? Esa tierra, ¿no era un lugar de delicias en comparación con el medio ingrato donde van a quedar relegados durante miles de siglos, hasta que hayan merecido liberarse de él? El vago recuerdo intuitivo que conservan de la tierra de donde vinieron es como un espejismo lejano que les recuerda lo que perdieron por su propia falta.

616. Pero al mismo tiempo que los malos se apartan del mundo que habitaban, Espíritus mejores los reemplazan, llegados ya sea de la erraticidad, en relación a ese mundo, o de un mundo menos adelantado que merecieron abandonar – Espíritus para los cuales la nueva morada es una recompensa. Así, la población espiritual renovada y depurada de sus peores elementos, al cabo de algún tiempo el estado moral del mundo mejora.

617. Estas mutaciones a veces son parciales, es decir, circunscritas a un pueblo, a una etnia; otras veces son generales, cuando el período de renovación llega para el globo.

618. La raza adámica presenta todos los caracteres de una raza proscrita. Los Espíritus que la integran fueron exiliados en la Tierra, ya poblada, pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia, a quienes tuvieron como misión hacer progresar llevándoles las luces de una inteligencia desarrollada.

619. ¿No es ese, en efecto, el papel que esa raza ha desempeñado hasta hoy? Su superioridad intelectual prueba que el mundo de donde vinieron los Espíritus que la componen era más adelantado que la Tierra. Al haber entrado ese mundo en una nueva fase de progreso y tales Espíritus, al no haber querido, debido a su obstinación, colocarse a la altura de ese progreso, estarían desubicados allá y constituirían un obstáculo para la marcha providencial de las cosas.

620. En consecuencia, fueron desterrados de allá y sustituidos por otros que lo merecieron.  Al relegar a aquella raza a esta tierra de trabajo y sufrimientos, Dios tuvo razón en decir: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. En su mansedumbre, le prometió que le enviaría un Salvador, es decir, quien le señalaría el camino que debería seguir para salir de este lugar de miserias, de este infierno, y alcanzar la felicidad de los elegidos. En efecto, ese Salvador que envió, en la persona de Cristo, fue quien enseñó la ley de amor y caridad que desconocían y que sería la verdadera áncora de su salvación.

621. De igual manera, con el objetivo de hacer avanzar a la Humanidad en determinado sentido, los Espíritus superiores, aunque sin alcanzar las cualidades de Cristo, encarnan de tiempo en tiempo sobre la Tierra para desempeñar misiones especiales, provechosas al mismo tiempo  para su adelanto personal, si las cumplen de acuerdo con los designios del Creador.

622. Sin la reencarnación, la misión de Cristo no tendría sentido, así como la promesa hecha por Dios. Supongamos, en efecto, que el alma de cada hombre sea creada en el instante del nacimiento de su cuerpo y que sólo aparezca y desaparezca de la Tierra: No habría ninguna relación entre las que vinieron después de Adán hasta Jesucristo, ni entre las que llegaron después; todas serían extrañas entre sí. La promesa que hizo Dios de enviar un Salvador no podría aplicarse a los descendientes de Adán, si sus almas no estaban aún creadas. Para que la misión de Cristo pudiese corresponder a las palabras de Dios, sería necesario que se aplicasen a las mismas almas.

623. Si estas son nuevas, no pueden estar manchadas por la falta del primer padre, quien es sólo el padre carnal y no el padre espiritual. De no ser así, Dios hubiera creado almas  mancilladas por una falta que no podría dejar rastros en ellas, puesto que éstas no existían. La doctrina popular del pecado original implica, en consecuencia, la necesidad de una relación entre las almas de la época de Cristo y las del tiempo de Adán; implica, por lo tanto, la reencarnación.

624. Decid que todas esas almas formaban parte de la colonia de Espíritus exiliados en la Tierra en el tiempo de Adán y que se hallaban manchadas por los vicios que motivaron su exclusión de un mundo mejor, y tendréis la única interpretación racional del pecado original, pecado propio de cada individuo y no el resultado de la responsabilidad de la falta de otro a quien jamás conoció.

625. Decid, además, que esas almas o Espíritus renacen varias veces en la Tierra en la vida corporal, con el fin de progresar y depurarse; que Cristo vino a esclarecer a esas mismas almas, no sólo por sus vidas pasadas, sino también en relación a sus vidas ulteriores y entonces, pero sólo entonces, le daréis a su misión un sentido real y formal, que puede ser aceptada por la razón.

626. Un ejemplo familiar, pero sorprendente por su analogía, hará más comprensible aún los principios que acaban de ser expuestos. El 24 de mayo de 1861, la fragata Ifigenia transportó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. A su llegada, el comandante les comunicó la orden del día redactada así: “Al poner los pies en esta tierra lejana, sin duda ya habéis comprendido el papel que os está reservado. Siguiendo el ejemplo de los valientes soldados de nuestra Marina, que sirven ante vuestros ojos, nos ayudaréis a llevar con hidalguía la antorcha de la civilización al seno de las tribus salvajes de Nueva Caledonia. Os pregunto: ¿no es una hermosa y noble misión? Cumplidla dignamente. Escuchad las órdenes y los consejos de vuestros jefes. Estoy al mando de ellos. Entended bien mis palabras. La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, de vuestros suboficiales y cabos constituye una garantía segura de todos los esfuerzos que se intentarán para hacer de vosotros excelentes soldados, y digo más: para elevaros a la altura de buenos ciudadanos y transformaros en colonos honorables, si lo deseáis. Nuestra disciplina es severa y así tiene que ser. Puesta en vuestras manos, será firme e inflexible, sabedlo, del mismo modo que justa y paternal, y sabrá distinguir el error del vicio y de la degradación…”

627. Allí tenéis a un puñado de hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado y enviados, en castigo, a vivir en medio de un pueblo bárbaro. ¿Qué les dice su jefe? “Habéis infringido las leyes de vuestro país; allí os volvisteis causa de perturbación y escándalo y fuisteis expulsados; os envían aquí, pero podréis rescatar vuestro pasado; mediante el trabajo, podréis crearos aquí una posición honorable y convertiros en ciudadanos honestos. Tenéis una hermosa misión que cumplir: civilizar a estas tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, y sabremos distinguir a los que se conduzcan bien. Tenéis vuestro destino en vuestras manos; podéis mejorarlo, si deseáis, porque tenéis vuestro libre albedrío.”

628. Para aquellos hombres, lanzados al seno de la barbarie, ¿no es la madre patria un paraíso que perdieron por sus propias faltas y por su rebelión contra la ley? En aquella tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? El lenguaje del comandante, ¿no es idéntico al que usó Dios al hablar a los Espíritus exiliados en la Tierra?: “Desobedecisteis mis leyes y por ello os expulsé del mundo donde hubierais podido vivir dichosos y en paz. Aquí, estaréis condenados a trabajar; pero podréis, por vuestra buena conducta, merecer el perdón y reconquistar la patria que perdisteis por vuestra falta, es decir, el cielo”.

629. A primera vista, la idea de decadencia parece estar contradicción con el principio según el cual los Espíritus no pueden retroceder. Pero se debe considerar que no se trata de un retroceso al estado primitivo. El Espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ya ha adquirido; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio donde se encuentre ubicado. Está en la situación del hombre de mundo condenado a prisión por sus delitos. Ciertamente, ese hombre se halla degradado, venido a menos, desde el punto de vista social, pero no se volverá ni más estúpido, ni más ignorante.

630. ¿Se puede creer, preguntamos ahora, que esos hombres enviados a Nueva Caledonia van a transformarse súbitamente en modelos de virtud? ¿Qué van a abjurar de repente de sus errores del pasado? Para suponer tal cosa, sería necesario no conocer a la Humanidad. Por la misma razón, los Espíritus de la raza adámica, una vez trasplantados a esta tierra de exilio, no se despojaron inmediatamente de su orgullo y de sus malos instintos; por mucho tiempo aún conservaron las tendencias que trajeron, un remanente de la vieja levadura. Ahora bien, ¿no es ése el pecado original?

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿El Espíritu progresa también en la erraticidad?

Sí. En el intervalo de sus encarnaciones, el Espíritu también progresa, en el sentido de que aprovecha para su adelanto los conocimientos y la experiencia que adquirió durante su vida corporal. Examina, pues, lo que hizo mientras habitó la Tierra, pasa revista a lo que aprendió, reconoce sus faltas, traza sus planes y toma resoluciones según las cuales espera guiarse en una nueva existencia, con la idea de conducirse mejor. De esa manera, cada existencia representa un paso hacia adelante en el camino del progreso, una especie de escuela de aplicación. (La Génesis, cap. XI, ítem 25.)

B. ¿Qué le sucede al Espíritu que por negligencia retrasa su adelanto?

Cuando el Espíritu retrasa su adelanto; prolonga el número de sus reencarnaciones materiales, que se convierten en un castigo, pues por su falta permanece en las categorías inferiores, obligado a recomenzar la misma tarea. Depende del Espíritu, pues, abreviar con su trabajo de depuración realizado sobre sí mismo, la duración del período de las encarnaciones. (La Génesis, cap. XI, ítem 26.)

C. El progreso material del planeta, ¿tiene algo que ver con el progreso moral de sus habitantes?

Sí. El progreso material de un planeta acompaña el progreso moral de sus habitantes. De esta manera, como la creación de los mundos y de los Espíritus es incesante, y éstos progresan más o menos rápido según el uso que hagan del libre albedrío, resulta que hay mundos más o menos antiguos, con diferentes grados de adelantamiento físico y moral, donde la encarnación es más o menos material y donde, por lo tanto, el trabajo para los Espíritus es más o menos rudo.

Desde este punto de vista, la Tierra es uno de los menos adelantados. Poblado por Espíritus relativamente inferiores, la vida corporal es aquí más penosa que en otros mundos, existiendo también más atrasados, donde la existencia es más penosa aún que sobre la Tierra, y en comparación con ellos, la Tierra sería, relativamente, un mundo dichoso. (La Génesis, cap. XI, ítems 27 y 28.)

 

 


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