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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Ano 8 - N° 388 - 9 de Noviembre de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El vendedor de caramelos
 

  

Siempre que pasaba por una esquina, Daniel observaba a un chico, que tenía, no más de diez años, ofreciendo caramelos a los conductores que pasaban.
 

El padre de Daniel veía al niño aproximarse al coche, abría la ventana y, cuando el chico ofrecía el paquetito de caramelos, le daba una moneda y cogía los dulces, agradeciendo.

Daniel, que extrañaba esa actitud del padre, un día habló irritado:

— ¡Papá! Mi profesora  dijo  que no debemos ayudar a esos

niños que están en la calle. ¡Ellos deberían estar en la escuela y no vendiendo cosas en las esquinas!

El padre pensó un poco y respondió:

— Mi hijo, tu profesora tiene razón. Sin embargo, es preciso que sepamos los motivos que llevan a un niño a hacer eso, pues ella está trabajando.

— ¡Vas a ver que ese niño no le gusta estudiar, ahora! ¡Tal vez sea más lucrativo ofrecer caramelos a los conductores!...

El padre sonrió tristemente y respondió:

— Hijo, tú no puedes juzgar sin conocer los motivos de él para hacer eso. ¿Quién sabe si otro día? Infelizmente, hoy no podemos hablar con él, o tú perderás la clase.

Apresurado, el padre entró por una pequeña calle, cortó camino y Daniel llegó a la escuela en su horario. Se despidió del padre y entró. Pero no consiguió olvidar al chico.

Daniel no tuvo la última clase, salió más pronto y decidió caminar. Su casa no quedaba lejos y él conocía bien el camino. De repente, tuvo una idea: ¡Voy a ver si el chico continúa en aquella esquina!

Y comenzó a andar rápido para llegar inmediatamente hasta aquella esquina. Atravesó la calle y, del otro lado, vio al chico con la caja de caramelos. Llegó cerca de él y, al ver que él estaba ocupado con un conductor, paró. Cuando el chico se quedó solo, Daniel dijo:

— ¡Hola! ¿Tú trabajas siempre aquí?

El niño, espantado porque alguien le dirigía la palabra, respondió:

— ¿Deseas un paquetito de caramelos?

— Sí, quiero. Mi nombre es Daniel, ¿y el tuyo?

— Tiãozinho. Aquí está tu paquete.

Daniel cogió una moneda del bolsillo y pagó al niño. Tião, cansado, se sentó en la hierba que separaba un lado y otro de la avenida. Respiró hondo y miró para Daniel que lo había acompañado.

— ¡Uf! ¡Estoy exhausto! La caja es pesada, y desde temprano estoy aquí en esta esquina. ¡No gané casi nada! Son pocas las personas o los conductores que compran caramelos.

Entonces, Daniel, hizo la pregunta que martilleaba en su cabecita:

— ¿Pero por qué tú trabajas, Tiãozinho? Aprendí que los niños no pueden trabajar. ¡Necesitas estudiar!...

El niño quedó triste y la sonrisa escapó de su rostro:

— Es que mi padre está desempleado. Mamá se esfuerza, pero tengo dos hermanos pequeños más, y ella lava ropa para fuera, ganando poco. ¡Entonces, para ayudarnos, un amigo, dueño de un bar, me entrega los paquetitos de caramelos para vender!

Él paro de hablar y, con los ojos húmedos, completó:

— ¡A mí gustaría mucho poder ir a la escuela! ¡Echo en falta a los compañeros, de la profesora! Además de eso, siempre pasa alguien y me obliga a salir de este punto y volver para casa, ¡pues los niños no pueden quedarse en la calle!
 

Daniel estaba conmovido con el relato del niño, y procuró animarlo:

— Ellos tienen razón, Tião. Los niños debe estudiar y no trabajar. Pero ten confianza. Voy a hablar con mi padre. ¿Quién sabe si él puede ayudaros a vosotros? — dijo Daniel, arrepentido del juicio que había hecho antes de conocer a su nuevo amigo.

Anoto la dirección de Tião y se despidieron.

Llegando del trabajo, el padre quiso saber por qué Daniel no lo esperó en la puerta de la escuela como siempre hacía, y el niño contó:

— ¡Papá, hoy salí de la escuela más pronto y, pasando por aquella esquina, conversé con Tião, el chico de los caramelos, que aún estaba allá! ¡Él me contó sus problemas y creo que necesitamos ayudarlo, papá!

Delante de la sorpresa del padre, Daniel le entregó la dirección de ellos y contó al padre lo que sabía sobre la familia del chico y sus dificultades, sin tener dinero para nada.

— Tienes razón, hijo. Hoy mismo nosotros iremos a la casa de él, cuando yo vuelva del trabajo. ¿Está bien?

Daniel sonrió satisfecho. Al atardecer, ambos se dirigieron a la casa de Tião, que los recibió lleno de alegría, presentándolos a los padres, sorprendidos por ver personas extrañas en casa.
 

El padre de Daniel conversó con la pareja, sabiendo de sus dificultades y explicándoles que querían ayudarlos. Al ser informado de que el padre de Tião era mecánico, le pasó la dirección del taller de un amigo, que estaba necesitando a alguien. En cuanto a la madre, le sugirió colocar a los menores en una guardería, donde serían bien cuidados, pues la contrataría   para  trabajar  en  la casa de

ellos, como empleada. ¡Y Tião volvería a estudiar, como necesitaba!

¡Todos estaban felices! Con buena voluntad, los problemas habían sido resueltos hablando con la persona cierta. La pareja se mostraba muy contenta con la solución encontrada.

— ¡No sabemos como agradecerle, señor Guilherme! ¡Gracias! ¡Dios lo bendiga!

— Agradecedlo a Daniel. Fue él quien se empeñó por resolver la situación de vosotros.

Y Daniel, contento, entendió que era muy importante le fue aprender que no se puede, en cualquier situación, hacer juicio apresurado cuando se desconoce el problema.

Esa lección le serviría para la toda vida. A partir de ahí, Daniel siempre buscaría primero conocer la realidad para saber cómo obrar bien.

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 21/07/2014.)




                                                                                   



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