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Ano 8 - N° 387 - 2 de Noviembre de 2014
GUARACI DE LIMA SILVEIRA    
glimasil@hotmail.com      
Juiz de Fora, MGrasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Guaraci de Lima Silveira

¿Y qué será después?


Hay los que dicen que nada hay después de la muerte del cuerpo. Hay los que creen en alguna forma de vida, hay los que entienden que después de cumplido el ciclo terreno vamos a juntarnos en un todo, perdiendo nuestra individualidad. Milenarias son esas indagaciones o conclusiones doctrinarias, filosóficas o aún individuales. El Dr. Raymond Moody, psiquiatra, psicólogo, parapsicólogo y filósofo, natural de Porterdale, Georgia, Estados Unidos de América, publicó en 1975 el best seller: Vida Tras la Vida.  Es un éxito hasta nuestros días y lo será siempre por tratarse de un asunto de extrema importancia dentro del ideario humano. Él inicia así el primer capítulo del libro: “¿Cómo es morir? Esa es una cuestión sobre la cual la humanidad se ha inclinado desde que existen seres humanos. Durante los últimos años tuve oportunidad de llevar esa cuestión delante de un número considerable de audiencias”... Demostró con esto que su trabajo de investigación fue largo y bien fundamentado. Completando sus indicaciones en aquella Obra el autor nos dice: “No puedo pensar en otra respuesta sino una vez más indicar la preocupación humana universal con la naturaleza de la muerte. Creo que cualquier luz que pueda ser lanzada sobre la naturaleza de la muerte es para bien”.

La Doctrina Espírita viene desde 1857 tratando de ese asunto con gran propiedad. ¿Qué será después que desencarnamos? ¿Infierno, purgatorio o cielo? La gran mayoría de las mentes aún están acostumbradas con esta tríada del bien o del mal. Muy confusa y extraña fue colocada cabeza abajo de los creyentes desde el principio de la iglesia católica. No va aquí ninguna crítica peyorativa. Era lo que se tenía, era lo que se comentaba. Allan Kardec bien lo trató en su libro: El Cielo y el Infierno, con lúcidos comentarios y proficuas conclusiones. Este estudio está en pauta permanente en los compendios de las grandes enseñanzas iniciales de las grandes civilizaciones pasadas. Cada cuál lo trataba a su manera. Los que creían en vida después de la muerte física hacían sus celebraciones a favor de los antepasados, pidiéndoles, inclusive, ayudas en sus decisiones y, muchos sólo las tomaban, después de tener certeza de que fueron debidamente orientados por los entes desencarnados. Aún hoy se ve en residencias o templos un lugar definido para el culto a los antepasados, probando, así, la plena convicción de que ellos continúan vivos.

Las fiestas de los buenos Espíritus

Había en Europa antigua un curioso ceremonial durante el séquito que acompañaba el desencarnado hasta la sepultura o cremación. Un grupo venía al encuentro usando máscaras que imitaban fisonomías de los entes desencarnados. En fiestas venían a recibir al familiar, introduciéndolo a una nueva dimensión de la vida. Interesante esta forma teatral de convivir con la muerte. De hecho, el teatro imita la vida de ahí que los dramas y tragedias presentados en un escenario pueden representar lo que de hecho esté ocurriendo con el público allí presente, en parte o como un todo. La argucia del autor y director del espectáculo, aliada a las interpretaciones pujantes de los actores, pueden llevar al público a un razonamiento sobre su vida, su momento. Pensando así, aquella manifestación teatral en el momento en que el muerto era llevado a su destino final, bien podría tener la connotación de recordar a todos que la muerte física es un proceso irreversible para los encarnados. Pero, ella no es el fin, pues los que lo antecedieron lo venían a recibir.

Aquí, dada la semejanza de lo que citamos arriba, vamos a buscar un importante comentario del Espíritu Felícia, desencarnada y que, atendiendo a una evocación de su esposo, dictó a través de la Sra. Cazemajoux en Bordéus – Francia – una página por ella titulada como “Fiestas de los Buenos Espíritus”. Está en la edición de mayo de 1861 de la Revista Espírita, publicada por Allan Kardec. Y ella comienza diciendo: “También tenemos nuestras fiestas y esto ocurre a menudo, porque los buenos espíritus de la Tierra, nuestros bien amados hermanos, despojándose del envoltorio material, nos extienden los brazos y nosotros vamos, en grupo innumerable, a recibirlos a la entrada de la estancia que, de ahí en delante, van a habitar con nosotros”. Bella y confortadora esta información de Felícia. Nos da una sensación de continuidad y, más que esto, nos coloca a la par de lo que realmente ocurre después del desenlace físico. A veces, en la hora extrema de las despedidas, cuando el féretro prosigue rumbo a la morada final de aquel cuerpo, vemos desesperaciones, llantos convulsivos, lamentaciones... A buen seguro es muy difícil aquel momento. Pero, podría ser más ameno si nos preparásemos para el.

En la capilla mortuoria debe reinar la paz

“Aún nuestros días el respeto a los muertos está envuelto en una forma velada de repulsa y depreciación. La muerte transforma al hombre en cadáver, arrancarlo del número de los vivos, le quita todas las posibilidades de acción y, por lo tanto, de significación en el medio humano. “El muerto está muerto”, dicen los materialistas y el populacho ignaro”. Este texto está contenido en el capítulo primero del libro del Profesor José Herculano Pires, titulado: Educación para la Muerte. Los que no consiguen ver la vida después de esta vida transforman el momento del velatorio en un réquiem que más mata que consuela. Felícia continúa confortándonos cuando dice: “En esas fiestas (de recepción del desencarnado querido) no se agitan, como en vuestras, las pasiones humanas que, bajo rostros graciosos y frentes coronadas de flores, se ocultan la envidia, el orgullo, los celos, la vanidad, el deseo de agradar y de primar sobre rivales en esos placeres ficticios, que no lo son”.

Fausta lección nos da ella. Nos dice que hay fiestas de recepciones, pero que son compuestas de verdades, de armonía, de luminiscencias que parten de corazones libres de las asperezas remanentes en muchos, aún. Ella cita rostros graciosos y frentes coronadas de flores. Sólo apariencia. ¿Y, será que en aquel momento de los llantos y desesperaciones ante el féretro que sale tampoco estamos escondidos bajo máscaras, actuando de tal forma sólo para impresionar? Felícia hace esta cita en su mensaje posiblemente para alertarnos en cuanto a nuestros procedimientos en aquel lugar donde el espíritu está despidiéndose del cuerpo. En la capilla mortuoria debe reinar la paz, aún ante el dolor. La armonía aún ante los días que se seguirá sin la presencia física del ente que de nosotros se despide. La paz y la armonía juntas nos dan la serenidad que nos faculta conducirnos bien ante cualquier situación difícil. De hecho, Dios permite que ellas ocurran para hacernos madurar principalmente en la fe de Sus Sabios Designios.

La voluntad de Dios a nuestro respecto

Si del lado de acá la tristeza puede invadir corazones veamos a continuación lo que comenta nuestra hermana Felícia sobre los acontecimientos del lado de allá: “Aquí reinan la alegría, la paz, la concordia; cada uno está contento con la posición que le es designada y feliz con la felicidad de sus hermanos. Entonces, mis amigos con ese acuerdo perfecto que reina entre nosotros, nuestras fiestas tienen un encanto indescriptible. Millones de músicos cantan en liras armoniosas las maravillas de Dios y de la Creación, con acentos más deslumbrantes que vuestras más suaves melodías. Largas procesiones aéreas de Espíritus vuelan como céfiros, lanzando sobre los recién llegados nubes de flores cuyo perfume y variados aspectos no podéis comprender”.

Es evidente que hechos así ocurren para aquellos que vencieron con gallardía sus pruebas terrenas. Y aquí nos abre una suave discusión acerca de la Voluntad de Dios a nuestro respecto. En la Oración Dominical Jesús fue enfático cuando dijo: “Sea hecha vuestra Voluntad así en la Tierra como en el Cielo”. Ocurre, sin embargo, que repetimos diariamente esta oración y hacemos valer sobre el cielo y la tierra nuestra voluntad. Egóica voluntad que alimenta el ego inferior, nuestro viejo compañero de jornada, nuestro viejo anciano a dictarnos sabidurías. ¿Sabidurías o textos antiguos que guardamos en nuestros altares íntimos y que ya están fuera de moda? ¿Y de hecho sabemos sobre la vida y la muerte? ¿Sobre los planos espirituales? André Luiz nos abrió la ventana de nuestro Hogar, pero, él aún dijo que existen miles de colonias, Villarejos, agrupaciones y cada cuál alineado con los deseos de sus habitantes. Nos dice aún el sabio mentor que dos tercios de la humanidad de la Tierra, cerca de veinte mil millones de espíritus aún transitan en los rangos inferiores del planeta reclamando ajustes, educación y cambios de rumbos a favor del bien en sí. El viejo sabio arquetípico, instalado en nosotros desde los principios de la razón humana no consigue vislumbrar lo que pasa más allá de su caverna. De ahí que decimos a todo pulmón: ¡yo no creo en esto! ¡Esta historia no tiene sentido! ¡Murió, murió, acabó y listo! ¡Aprovecha mientras estás vivo! Y por ahí van los dichos populares o individuales alimentando la ignorancia mientras Dios nos creó para la libertad que el infinito contiene. 

Los Espíritus no son muertos ni difuntos

Los que así piensan, corrompen corrompiéndose. Mienten como niños, se entregan a placeres groseros y primitivos jurando que son modernos y despegados. Dictan para sí las más oscuras líneas de comportamientos en los cuales el materialismo alcanza apogeos pegajosos formando estercoleros psíquicos de difíciles erradicaciones. Creen que la vida es esta y en ella todo debemos hacer para flotar soberanos sobre la materia que pasa y se transforma. La Tierra nos es un plan de estudios aún para principiantes. Después de ella, muchos otros astros desfilaron a nuestro frente ofreciéndonos sus hospitalidades, enseñanzas y propuestas de trabajos cada vez más increíbles y sin la necesidad de ejecutarlos en pago a la supervivencia. De hecho, tal hecho aquí ocurre únicamente porque el hombre no conseguiría progresar se todo le viniera gratuitamente a las manos. Sus esfuerzos por conseguir lo necesario, lo colocan junto al progreso que, por Ley Divina, ocurre en todos los astros del universo. 

Felícia prosigue en su disertación: “Después el banquete fraterno a que son invitados los que con felicidad terminaron sus pruebas, y vienen a recibir la recompensa de sus trabajos”. Sí, aquellos liberados de las pasiones terrenas y de los apegos aquí emprendidos van a conocer nuevas opciones, nuevas entidades benefactoras, nuevos instructores, mentores, nuevas dependencias de la Casa Paterna. ¡Que bello debe ser! ¡Que alegría surge en aquellas almas vencedoras! Felícia concluye su mensaje diciendo: “¡Oh mi amigo! Tú desearías saber más, pero vuestro lenguaje es incapaz de describir esas magnificencias. Yo os dije bastante, a vosotros que sois mis bien amados, para daros el deseo de aspirarlas…”

Vamos a reflexionar sobre esta última frase. Los Espíritus queridos, despojados de las vestiduras físicas no son muertos, cadáveres, difuntos o cosas así. Son Espíritus liberados dando plena continuidad en sus vidas. Y ellos nos quieren también libres. Ellos desean prepararnos una fiesta de recepción aquel día en que todos estarán tristes, consternados y nosotros y ellos, felices por la vuelta. ¡Cuánto aún necesitamos saber sobre los mecanismos de la vida!

Cuando yo era niño, hablaba como niño...

Volvemos al libro: Educación para la Muerte del Prof. José Herculano Pires y vamos a encontrar en el capítulo catorce que él tituló como Dialéctica de la Conciencia una sabia colocación: “El estudio de un tema como el de la educación para la muerte exige incursiones difíciles en el pensamiento antiguo, moderno y contemporáneo, para el establecimiento de las conexiones orientadoras. No se puede entrar en el laberinto sin el hilo de Ariádne en las manos, pues el Minotauro puede estar a nuestra espera. En una fase de transición cultural como la de este siglo el problema de la muerte exige de todos nosotros un esfuerzo mental muchas veces confuso. Pero tenemos que hacer ese esfuerzo, para que la vida no fracase en nosotros”.

Cierta fecha, cuando niño, vi un ente muy querido siendo velado en la sala de su casa. Lo miré. Estaba rígido, desfigurado como mármol. Antes, aquellas caras eran morenas y por ellas la vida rebosaba a través de su sonrisa franca y su habla graciosa además de una mirada penetrante. Allí, estaba inmóvil, entregado y echado sobre una madera cubierta de flores que más asustaban que adornaran.

- Esta es la realidad de la muerte. Pensé. Todo acaba aquí.

Yo era sólo un niño. Hoy crecí y debo acordarme de Pablo de Tarso, cuando dijo en su primera carta a los corintios en el capítulo 13 – versículo 11: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, discurría como niño, pero, luego que llegué a ser hombre, acabé con las cosas de niño”. Es una reflexión que la humanidad necesita hacer a cerca de la muerte. Gradualmente ella desaparecerá de entre nosotros. La palabra “muerte” viene del latín mors  significando óbito, que por su parte viene igualmente del latín: abitus, significando: irse, pasar para fuera, salida. Fácil entonces es que verifiquemos que muerte no significa fin ya en el origen de la propia palabra. Lo que ocurre con el común de la gente es lo mismo que ocurrió conmigo. ¡Yo vi un cuerpo inerte y sin vida y creí que el espíritu era él, por lo tanto también muerto!

El qué será después está en nuestras manos decidir

En la pregunta número 27 del Libro de los Espíritus, Allan Kardec indaga: “¿Habría así dos elementos generales del Universo, la materia y el espíritu?” Respondiendo, los Espíritus dicen que por encima de ellos está Dios El Creador, padre de todas las cosas. De esta  nos es necesario separar las cosas: lo que es materia es materia, lo que es Espíritu es Espíritu y este no muere jamás. En la cuestión 149 del mismo libro Allan Kardec pregunta: “¿En qué se transforma el alma en el instante de la muerte?” Y como respuesta obtiene: “Vuelve a ser Espíritu, o sea, vuelve al mundo de los Espíritus que él había dejado temporalmente”. En la pregunta siguiente, la número 150, los Espíritus Superiores nos esclarecen diciendo que el alma jamás pierde su individualidad y nos coloca para pensar cuando nos propone esta cuestión “¿qué sería de ella si no la conservara?” Kardec insiste en el tema y pregunta en la pregunta 150-a: “¿Cómo el alma constata su individualidad si no tiene más el cuerpo material?” Como respuesta obtiene: “Tiene un fluido que le es propio, que coge de la atmósfera de su planeta y que representa la apariencia de la última encarnación: su periespíritu”. La palabra periespíritu viene de peri significando: “en torno de”  y espíritu. De esta forma todos somos Espíritus revestidos con una representación fluídica que nos acompaña después de la desencarnación y el cuerpo físico del cual utilizamos cuando estamos encarnados. Entonces, no existe muerte. Existe un dejar el cuerpo físico y volver a los planos espirituales, que son nuestros planos de origen.

Así, podemos responder a nosotros qué será después, está en nuestras manos decidir. Aún en el libro Educación para la Muerte, el prof. José Herculano Pires lo concluye con una indagación: “¿De qué elementos disponemos para rechazar nuestra propia supervivencia? ¿Qué contra pruebas podemos oponer a nuestro propio derecho de superar la muerte — la destrucción total del ser humano en un Universo en que nada se destruye?” Eduquemos para la muerte como nos propone este insigne profesor y hagamos valer nuestra voluntad de realizar el bien, perfeccionarnos para ser recibidos con fiestas como la descrita por nuestra hermana Felícia. ¿Será muy bueno, no lo creen? ¡Al final hay vida y ella está en nosotros y por nosotros en el infinito de Dios!
 



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita