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Editorial Português   Inglês    
Ano 8 - N° 383 - 5 de Octubre de 2014
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

La paz no nos vendrá por decreto


Oriunda del latín pace, la palabra tanto significa ausencia de violencia, guerras y conflictos de naturaleza externa, como tranquilidad del alma y ausencia de conflictos íntimos.

El tema fue examinado anteriormente en este mismo espacio cuando comentamos la sorpresa de André Luiz, después de pasar ocho años en el Umbral al adentrar en la colonia “Nuestro Hogar”, donde el escenario, además de encantador, era repleto de paz.(¹)

Quince días pasados, Divaldo Franco coordinó en Foz do Iguaçu (PR) más una edición del Movimiento “Tú y la Paz”, que él idealizó y viene realizando desde el año 1998, tanto en Brasil como en el exterior, con el objetivo de congregar personas e instituciones en la construcción y desarrollo de la paz y de la no violencia.

En sus innúmeras manifestaciones al respecto del tema, Divaldo tiene recordado que la violencia, conforme definición atribuida a la UNESCO, es una enfermedad del espíritu, de la psique, y debe ser tratada en su origen. Ésa es la razón por la cual es necesario iniciar el movimiento por la paz en nuestra casa, amando más a nuestros hijos que ya son amados, amando más aquellos que aún no lo son, y tratando la mujer con el respeto y la dignidad que la mujer merece.

La paz ha sido objeto de preocupación hace mucho tiempo.

Es así que el tema está en las páginas de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, en los cuales son evidenciadas con clareza las condiciones indispensables para que la paz se concretice: 

Si alguno de vosotros les decir: Id en paz, calentad, y hartad, y no les dierais las cosas necesarias para el cuerpo, ¿qué provecho vendrá de ahí? (Santiago 2:16) 

Ahora, el fruto de la justicia se siembra en la paz, para los que ejercitan la paz. (Santiago 3:18)  

Y el efecto de la justicia será la paz, y la operación de la justicia, reposo y seguridad para siempre. (Isaías 32:17) 

Y buscad la paz de la ciudad, para donde os hice transportar en cautiverio, y orad por ella al Señor; porque en su paz tendréis paz. (Jeremías 29:7) 

Cuanto a lo más, hermanos, regocijad, sed perfectos, sed consolados, sed de un mismo parecer, vivid en paz; y el Dios de amor y de paz será con vosotros. (II Corintios 13:11)   

Si fuese posible, cuanto estuviera en vosotros, tened paz con todos los hombres. (Romanos 12:18) 

No hay paz para los impíos, dice mi Dios. (Isaías 57:21)  

Pero los mansos heredarán la Tierra, y se deleitarán en la abundancia de paz. (Salmos 37:11) 

En la doctrina espírita, las condiciones que se presentan como esenciales para que la paz se torne una realidad en nuestra vida son presentadas con toda la clareza en diversos textos: 

El amor está por toda parte en la Naturaleza, que nos invita al ejercicio de nuestra inteligencia; hasta en el movimiento de los astros lo encontramos. Es el amor que orna la Naturaleza de sus ricos tapices; él se adorna y fija vivienda donde se le deparan flores y perfumes. Es aún el amor que da paz a los hombres, calma al mar, silencio a los vientos y sueño al dolor. (Resumen de la doctrina de Sócrates y Platón, n. XVI, en El Libro de los Espíritus, Introducción, IV.)   

¿Con qué derecho exigiríamos de nuestros semejantes mejor proceder, más indulgencia, más benevolencia y devoción para con nosotros, de que los tenemos para con ellos? La práctica de esas máximas tiende a la destrucción del egoísmo. Cuando las adoptaren para regla de conducta y para base de sus instituciones, los hombres comprenderán la verdadera fraternidad y harán que entre ellos reinen la paz y la justicia. No más habrá odios, ni disensiones, pero, tan solamente, unión, concordia y benevolencia mutua. (Allan Kardec, en El Evangelio según el Espiritismo, cap. XI, ítem 4.)   

Que mis hermanos encarnados crean en la palabra del amigo que les habla, diciéndoles: Es en la caridad que debéis buscar la paz del corazón, el contentamiento del alma, la medicina para las aflicciones de la vida. Oh! Cuando estuviereis a punto de acusar a Dios, lanzad una mirada hacia abajo de vosotros; cuanto de miserias a aliviar, cuantos pobres niños sin familia, cuantos ancianos sin cualquier mano amiga que los ampare y les cierre los ojos cuando la muerte los reclame! (Adolfo, obispo de Argel, en El Evangelio según el Espiritismo, cap. XIII, ítem 11.)   

Mis hijos, en la máxima: Fuera de la caridad no hay salvación, están encerrados los destinos de los hombres, en la Tierra y en el cielo; en la Tierra, porque a la sombra de ese estándar ellos vivirán en paz; en el cielo, porque los que la hubiesen practicado encontrarán gracias delante del Señor. Esa divisa es antorcha celeste, la luminosa columna que guía el hombre en el desierto de la vida, encaminándolo para la Tierra de la Promisión. (Paulo, el apóstol, en El Evangelio según el Espiritismo, cap. XV, ítem 10.)  

Cuando, por toda parte, la ley de Dios servir de base a la ley humana, los pueblos practicarán entre sí la caridad, como los individuos. Entonces, vivirán felices y en paz, porque nadie cuidará de causar daño a su vecino, ni de vivir a expensas de él. (El Libro de los Espíritus, cuestión 789.)

En razón de enseñanzas tan claras, se queda evidente que todos nosotros – individualmente o colectivamente – podemos contribuir con nuestro ladrillo para la edificación de una sociedad más justa, más fraterna y solidaria, creando así las condiciones que harán de este orbe un mundo de paz, como, por señal, previno el salmista.


(¹) El texto, que fue publicado en la edición 168, se titula El secreto de la paz en “Nuestro Hogar”. He aquí el enlace:
http://www.oconsolador.com.br/ano4/168/editorial.html




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita