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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 377 24 de Agosto de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 16)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Podemos definir el espacio y el tempo?

B. ¿De dónde procedieron las diversas sustancias que existen en el mundo?

C. ¿De qué naturaleza es el fluido etéreo que llena el espacio?

Texto condensado para la lectura

313. El Mundo Espiritual también forma parte de la creación y cumple su destino de acuerdo con las augustas prescripciones del Señor. Acerca del modo de la creación de los Espíritus, sin embargo, sólo puedo ofrecer una enseñanza muy restringida, en virtud de mi propia ignorancia y también porque todavía debo callar lo concerniente a ciertas cuestiones, si bien  ya me ha sido permitido profundizarlas.

314. A quienes deseen religiosamente conocer y se muestren humildes ante Dios, les diré lo siguiente, suplicándoles que no basen ningún sistema prematuro en mis palabras: el Espíritu no llega a recibir la iluminación divina, que le da, simultáneamente con el libre albedrío y la conciencia, la noción de sus altos destinos, sin haber pasado por la serie divinamente fatal de los seres inferiores, entre los cuales se elabora lentamente la obra de su individualidad. Sólo a partir del día en que el Señor le imprime en la frente Su augusta señal, el Espíritu toma un lugar en el seno de las humanidades.

315. Os vuelvo a pedir: No construyáis sobre mis palabras vuestros razonamientos, tan tristemente célebres en la historia de la Metafísica. Preferiría mil veces callarme sobre cuestiones tan elevadas, tan por encima de nuestras meditaciones ordinarias, que exponeros a desnaturalizar el sentido de mi enseñanza y lanzaros, por mi culpa, en los intrincados laberintos del deísmo o del fatalismo.

316. Los soles y los planetas – Sucedió que, en un punto del Universo, perdido entre las miríadas de mundos, la materia cósmica se condensó bajo la forma de una inmensa nebulosa, animada por las leyes universales que rigen la materia. En virtud de esas leyes, especialmente de la fuerza molecular de atracción, tomó la forma de un esferoide, la única que puede asumir una masa de materia aislada en el espacio. El movimiento circular producido por la gravitación, rigurosamente igual, de todas las zonas moleculares en dirección al centro, pronto modificó la esfera primitiva, a fin de conducirla, de movimiento en movimiento, a la forma lenticular. Hablamos del conjunto de la nebulosa.

317. Nuevas fuerzas surgieron a consecuencia de ese movimiento de rotación: la fuerza centrípeta y la fuerza centrífuga, la primera que tiende a reunir todas las partes en el centro, y la segunda que tiende a alejarlas de él. Ahora bien, al acelerarse el movimiento a medida que la nebulosa se condensaba, y al aumentar su radio a medida que ésta se aproximaba a la forma lenticular, la fuerza centrífuga, incesantemente desarrollada por esas dos causas, predominó pronto sobre la atracción central. Así como un movimiento muy rápido de la honda rompe la cuerda y hace que el proyectil caiga lejos, de igual modo el predominio de la fuerza centrífuga desprendió el círculo ecuatorial de la nebulosa y de este anillo se formó una nueva masa, aislada de la primera, pero aún sometida a su dominio. Aquella masa conservó su movimiento ecuatorial que, modificado, se convirtió en un movimiento de traslación alrededor del astro solar. Además, su nuevo estado le dio un movimiento de rotación en torno de su propio centro.

318. La nebulosa generadora, que dio origen a ese nuevo mundo, se condensó y retomó la forma esférica; pero, como el calor primitivo desarrollado por sus diversos movimientos sólo se atenuaba con extrema lentitud, el fenómeno que acabamos de describir se reproduciría muchas veces y durante un largo período, mientras la nebulosa no se hubiera vuelto lo suficientemente densa, lo bastante sólida como para oponer una resistencia eficaz a las modificaciones de forma, que le imprimiera sucesivamente su movimiento de rotación.

319. Ella, pues, no habrá dado nacimiento a un solo astro, sino a centenas de mundos   desprendidos del foco central, salidos de ella por el modo de formación mencionado anteriormente. Ahora bien, cada uno de sus mundos, revestido, como el mundo primitivo, de las fuerzas naturales que presiden la creación de los universos, generará sucesivamente nuevos globos que a partir de entonces gravitarán alrededor suyo, como él, conjuntamente con sus hermanos, gravita alrededor del foco que les dio existencia y vida. Cada uno de esos mundos será un Sol, centro de un torbellino de planetas sucesivamente desprendidos de su ecuador. Esos planetas recibirán una vida especial, particular, aunque dependiente del astro que los generó.

320. Así, los planetas se forman de masas de materia condensada, pero aún no solidificada, desprendidas de la masa central por la acción de la fuerza centrífuga y que toman, en virtud de las leyes del movimiento, la forma esferoidal, más o menos elíptica, según el grado de fluidez que hayan conservado. Uno de esos planetas será la Tierra que, antes de enfriarse y revestirse de una corteza sólida, dará nacimiento a la Luna, por el mismo proceso de formación astral al que ella misma debe su existencia.

321. Los satélites – Antes que las masas planetarias hubiesen alcanzado un grado de enfriamiento suficiente para que se produzca su solidificación, masas menores, verdaderos glóbulos líquidos, se desprendieron de algunas de ellas del plano ecuatorial, plano en el que la fuerza centrífuga es mayor y, por efecto de las mismas leyes, adquirieron un movimiento de traslación alrededor del planeta que las generó, como les sucedió a éstos en relación al astro central que les dio origen. Fue así como la Tierra dio nacimiento a la Luna, cuya masa, de menor consideración, debió sufrir un enfriamiento más rápido. Ahora bien, las leyes y las fuerzas que presidieron el hecho de que ella se desprenda del ecuador terrestre, y su movimiento de traslación en el mismo plano, actuaron de tal manera que ese mundo, en vez de revestir la forma esferoidal, tomó la de un globo ovoide, es decir, la forma alargada de un huevo, con el centro de gravedad ubicado en la parte inferior.

322. Las condiciones en que se efectuó la desagregación de la Luna le permitieron alejarse poco de la Tierra y la forzaron a mantenerse permanentemente suspendida en su firmamento, como una figura ovoide cuyas partes más pesadas formaron la cara inferior dirigida hacia la Tierra y cuyas partes menos densas constituyeron su cima, si con esa palabra se designara la cara que del lado opuesto a la Tierra se eleva hacia el cielo. Eso es lo que hace que ese astro nos presente siempre la misma cara. Para comprender mejor su estado geológico, puede ser comparado con un globo de corcho, cuya cara dirigida hacia la Tierra estuviera formada de plomo.

323. De ahí las dos naturalezas esencialmente distintas en la superficie del mundo lunar: una, sin ninguna analogía con el nuestro, porque le son desconocidos los cuerpos fluídicos y etéreos; la otra, liviana en relación con la Tierra, porque todas las sustancias menos densas se dirigirán hacia ese hemisferio. La primera, perpetuamente vuelta hacia la Tierra, sin agua y sin atmósfera, a no ser, a veces, en los límites de ese hemisferio subterrestre; la otra, rica en fluidos, perpetuamente opuesta a nuestro mundo.

324. El número y el estado de los satélites de cada planeta han variado de acuerdo con las condiciones especiales en que ellas se formaron. Algunos no dieron origen a ningún astro secundario, mientras que otros, como la Tierra, Júpiter y Saturno, formaron uno o varios de esos astros secundarios.

325. Además de sus satélites o lunas, el planeta Saturno presenta el fenómeno especial del anillo que, visto desde lejos, parece rodearlo como una aureola blanca. Ese anillo es, en efecto, el resultado de una separación que se produjo en el ecuador de Saturno en los tiempos primitivos, del mismo modo que una zona ecuatorial se desprendió de la Tierra para formar su satélite. La diferencia consiste en que el anillo de Saturno se formó, en todas sus partes, con moléculas homogéneas, probablemente ya con un cierto grado de condensación y pudo, de esa manera, continuar su movimiento de rotación en el mismo sentido y en un tiempo casi igual al que anima al planeta. Si uno de los puntos de ese anillo hubiese sido más denso que otro, se hubieran producido súbitamente una o varias aglomeraciones de sustancias y Saturno contaría con varios satélites más. Desde la época de su formación, ese anillo se solidificó, del mismo modo que los demás cuerpos planetarios.

326. Los cometas – Astros errantes, más aún que los planetas que han conservado su denominación etimológica, los cometas serán los guías que nos ayudarán a atravesar los límites del sistema solar al que pertenece la Tierra y nos conducirán a las regiones lejanas de la inmensidad sideral.

327. Algunos han visto en esos astros dotados de cabellera, mundos nacientes que  elaboran, en el caos primitivo en que se encuentran, las condiciones de vida y de existencia que son patrimonio de las tierras habitadas; otros imaginaron que esos cuerpos extraordinarios eran mundos en estado de destrucción y, para muchos, su singular apariencia fue motivo de apreciaciones erróneas acerca de su naturaleza, a tal punto que no hubo, inclusive en la astrología judiciaria, quien no los considere como presagio de desgracias enviadas por designios providenciales a la Tierra, asustada y temblorosa.

328. La ley de variedad se aplica en tan amplia escala en los trabajos de la Naturaleza, que admira que los naturalistas, astrónomos y filósofos hayan elaborado tantos sistemas para asemejar los cometas a los astros planetarios y para ver en ellos sólo astros en grados más o menos  adelantados de desarrollo o de caducidad. Sin embargo, los cuadros de la Naturaleza deberían bastar ampliamente para apartar al observador de la preocupación de investigar relaciones inexistentes y dejar a los cometas el papel modesto, pero útil, de astros errantes, que sirven de exploradores a los imperios solares. Porque los cuerpos celestes sobre los que tratamos son muy diferentes de los cuerpos planetarios; no tienen como ellos, el destino de servir de morada a las humanidades. Van sucesivamente de sol en sol, enriqueciéndose a veces por el camino con fragmentos planetarios reducidos al estado de vapor, absorbiendo en los focos solares los principios vivificantes y renovadores que derraman sobre los mundos terrestres.

329. Si cuando uno de esos astros se aproxima a nuestro pequeño globo, para atravesar su órbita y volver a su apogeo, situado a una distancia inconmensurable del Sol, lo acompañásemos con el pensamiento para visitar con él las regiones siderales, transpondríamos la prodigiosa extensión de materia etérea que separa al Sol de las estrellas más cercanas y, observando los movimientos combinados de ese astro, que se supondría perdido en el desierto infinito, incluso ahí encontraríamos una prueba elocuente de la universalidad de las leyes de la Naturaleza, que actúan a distancias que la más activa imaginación apenas puede concebir. Allí, la forma elíptica se convierte en la forma parabólica y la marcha se vuelve tan lenta que el cometa no llega a recorrer más que algunos metros, en el mismo tiempo que, en su perigeo, recorría varios millares de leguas. Tal vez un sol más poderoso, más importante que el que acaba de dejar, ejerza sobre ese cometa una atracción preponderante y lo reciba en la categoría de sus súbditos. 

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Podemos definir el espacio y el tempo?

La principal definición que se ha dado del espacio es  ésta: la extensión que separa a dos cuerpos, de donde ciertos sofistas han deducido que donde no hay cuerpos no habrá espacio. También se ha definido el espacio como el lugar donde se mueven los mundos, el vacío en el que actúa la materia, etc.

El espacio es una de esas palabras que expresan una idea primitiva y axiomática, evidente por sí misma, y las diversas definiciones que se puedan dar de ella no hacen más que oscurecerla. “Todos sabemos – dice el Espíritu de Galileo – lo que es el espacio y sólo quiero afirmar que es infinito, a fin de que nuestros estudios ulteriores no encuentren ninguna barrera que se oponga a las investigaciones de nuestra observación.”

Como la palabra espacio, el tiempo es también un término que se define por sí mismo. De él nos formamos una idea más exacta relacionándolo con el todo infinito. El tiempo es la sucesión de las cosas. Está ligado a la eternidad, del mismo modo que las cosas están ligadas al infinito. (La Génesis, cap. VI, ítems 1 y 2.)

B. ¿De dónde procedieron las diversas sustancias que existen en el mundo?

Se puede establecer como principio absoluto que todas las sustancias, conocidas y desconocidas, son sólo diversos modos bajo los cuales la materia se presenta, variedades en que ella se transforma bajo la dirección de las fuerzas innumerables que la gobiernan. No hay en todo el Universo más que una única sustancia primitiva: el cosmos o materia cósmica de los uranógrafos. (La Génesis, cap. VI, ítems 3, 4 y 7.)

C. ¿De qué naturaleza es el fluido etéreo que llena el espacio?

Ese fluido es el éter o materia cósmica primitiva, generadora del mundo y de los seres. Son inherentes a ésta las fuerzas que han presidido las metamorfosis de la materia y las leyes inmutables y necesarias que rigen el mundo. Estas fuerzas múltiples, indefinidamente variadas según las combinaciones de la materia, son conocidas en la Tierra bajo los nombres de gravedad, cohesión, afinidad, atracción, magnetismo, electricidad activa. Los movimientos vibratorios del agente son conocidos con los nombres de sonido, calor, luz, etc. En otros mundos, se presentan bajo otros aspectos, revelan otros caracteres desconocidos en la Tierra y, en la inmensa extensión de los cielos, fuerzas en número indefinido se han desarrollado en una escala inimaginable, cuya grandeza somos incapaces de evaluar. (La Génesis, cap. VI, ítems 10 y 11.)

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita