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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 376 17 de Agosto de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 15)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cuándo se descubrió que el Sol es el centro de nuestro sistema?

B. ¿Qué son las constelaciones?

C. ¿A partir de qué momento dejaron de existir las antiguas cosmogonías?

Texto condensado para la lectura

292. Hay un fluido etéreo que llena el espacio y penetra los cuerpos. Este fluido es la materia cósmica primitiva, generadora del mundo y de los seres. Son inherentes a ésta las fuerzas que han presidido las metamorfosis de la materia y las leyes inmutables y necesarias que rigen el mundo.

293. Estas fuerzas múltiples, indefinidamente variadas según las combinaciones de la materia, localizadas según las masas, diversificadas en sus modos de acción según las circunstancias y los medios, son conocidas en la Tierra bajo los nombres de gravedad, cohesión, afinidad, atracción, magnetismo, electricidad activa. Los movimientos vibratorios del agente son conocidos con los nombres de sonido, calor, luz, etc.

294. En otros mundos, se presentan bajo otros aspectos, revelan otros caracteres desconocidos en la Tierra y, en la inmensa extensión de los cielos, fuerzas en número indefinido se han desarrollado en una escala inimaginable, cuya grandeza somos tan incapaces de evaluar, como el crustáceo en el fondo del océano para comprender la universalidad de los fenómenos terrestres.

295. Ahora bien, así como hay una sustancia simple y primitiva, generadora de todos los cuerpos, pero diversificada en sus combinaciones, también todas esas fuerzas dependen de una ley universal diversificada en sus efectos.

296. La Naturaleza nunca se encuentra en oposición a sí misma. El blasón del Universo tiene una sola divisa: unidad-variedad. Al remontar la escala de los mundos, se encuentra la unidad de armonía y de creación, al mismo tiempo que una variedad infinita en el inmenso jardín estelar. Al recorrer los escalones de la vida, desde el último de los seres hasta Dios, se pone en evidencia la gran ley de continuidad. Considerando las fuerzas en sí mismas, se puede formar con ellas una serie cuya resultante, confundiéndose con la generatriz, es la ley universal.

297. No podemos apreciar esta ley en toda su extensión, por ser restringidas y limitadas las fuerzas que la representan en el campo de nuestras observaciones. Sin embargo, la gravitación y la electricidad pueden ser consideradas como una larga aplicación de la ley primordial que reina más allá de los cielos. Esas fuerzas son universales. Siendo inherentes al fluido cósmico, ellas actúan necesariamente en todo y en todas partes, modificando su acción por la simultaneidad o por la sucesión, predominando aquí, apagándose allá, pujantes y activas en ciertos puntos, latentes u ocultas en otros, pero finalmente, preparando, dirigiendo, conservando y destruyendo los mundos en sus diversos períodos de vida, gobernando los maravillosos trabajos de la Naturaleza, dondequiera que éstos se ejecuten, y asegurando por siempre el eterno esplendor de la Creación.

298. La creación primera – Después de haber considerado el Universo bajo los puntos de vista generales de su composición, de sus leyes y de sus propiedades, podemos extender  nuestros estudios al modo de formación que dio origen a los mundos y a los seres. Descenderemos, en seguida, a la creación de la Tierra en particular, y a su estado actual en la universalidad de las cosas y de allí, tomando ese globo como punto de partida y como unidad relativa, procederemos a nuestros estudios planetarios y siderales.

299. Si bien comprendemos la relación entre la eternidad y el tiempo, si nos familiarizamos con la idea de que el tiempo no es más que una medida relativa de la sucesión de las cosas transitorias, mientras que la eternidad es esencialmente una, inmóvil y permanente, y no es susceptible de ninguna medida desde el punto de vista de la duración, comprenderemos que para ella no hay comienzo ni fin.

300. Por otro lado, si nos hacemos una idea exacta – aunque necesariamente insuficiente – de la infinidad del poder divino, comprenderemos cómo es posible que el Universo haya existido siempre y exista siempre. Desde que Dios existió, sus perfecciones eternas  hablaron. Antes de que los tiempos hubiesen nacido, la eternidad inconmensurable recibió la palabra divina y fecundó el espacio, eterno como ella.

301. Al existir, por su naturaleza, desde toda la eternidad, Dios creó desde toda la eternidad y no podría ser de otro modo, puesto que por más lejana que sea la época a la que retrocedamos con la imaginación a los supuestos límites de la creación, habrá siempre, más allá de ese límite, una eternidad – analizad bien esta idea –, una eternidad durante la cual las divinas hipóstasis(1), las voliciones infinitas habrían permanecido sepultadas en mudo letargo inactivo y estéril, una eternidad de muerte aparente para el Padre eterno que da vida a los seres; de mutismo indiferente para el Verbo que los gobierna; de esterilidad fría y egoísta para el Espíritu de amor y vivificación.

302. El comienzo absoluto de las cosas se remonta, obviamente, a Dios. Las sucesivas apariciones de éstas en el dominio de la existencia constituyen el orden de la creación perpetua.

303. El mundo, en su nacimiento, no se presentó asentado en su virilidad y en la plenitud de su vida, no. El poder creador nunca se contradice y, como todas las cosas, el Universo nació niño. Revestido de las leyes mencionadas arriba y del impulso inicial inherente a su propia formación, la materia cósmica primitiva hizo que sucesivamente nacieran torbellinos, aglomeraciones de ese fluido difuso, cúmulos de materia nebulosa que se dividieron por sí mismos y se modificaron hasta el infinito para generar, en las regiones inconmensurables de la extensión, diversos centros de creaciones simultáneas o sucesivas.

304. En virtud de las fuerzas que predominaron sobre uno o sobre otro de ellos y de las circunstancias ulteriores que presidieron sus desarrollos, estos centros primitivos se convirtieron en focos de una vida especial: unos menos diseminados en el espacio y más ricos en principios y en fuerzas actuantes, comenzaron desde entonces su particular vida astral; los otros, ocupando una extensión ilimitada, crecieron con extrema lentitud, o se dividieron de nuevo en otros centros secundarios.

305. Transportándonos a algunos millones de siglos solamente, antes de la época actual, verificamos que nuestra Tierra aún no existe, que incluso nuestro sistema solar aún no  comenzó las evoluciones de la vida planetaria; sin embargo, espléndidos soles ya iluminan el éter; planetas habitados ya  dan vida y existencia a una multitud de seres que nos han  precedido en la carrera humana, que las producciones opulentas de una naturaleza desconocida y los maravillosos fenómenos del cielo desarrollan, bajo otras miradas, los cuadros de la inmensa Creación. ¡Qué digo! ¡Ya dejaron de existir esplendores que mucho antes hicieron palpitar el corazón de otros mortales, bajo el pensamiento del poder infinito! Y nosotros, pobres pequeños seres, que llegamos después de una eternidad de vida, ¡nos creemos contemporáneos de la Creación!

306. Una vez más: comprendamos mejor la naturaleza. Sepamos que detrás de nosotros, como delante nuestro, está la eternidad, que el espacio es el escenario de una inimaginable sucesión y simultaneidad de creaciones. Tales nebulosas, que con dificultad percibimos en los más lejanos puntos del cielo, son aglomeraciones de soles en vía de formación; otras son vías lácteas(2) de mundos habitados; otras, finalmente, sedes de catástrofes y de extinción. Sepamos que, así como estamos colocados en medio de una infinidad de mundos, también estamos en el medio de una doble infinidad de duraciones, anteriores y ulteriores; que la creación universal no se encuentra restringida a nosotros, que no podemos aplicar esa expresión a la formación aislada de nuestro pequeño globo. 

307. La creación universal – Después de haber remontado, tanto como lo permitió nuestra limitación, en dirección a la fuente oculta de donde provienen los mundos, consideremos la marcha de las creaciones sucesivas y de sus desarrollos seriales.

308. La materia cósmica primitiva contenía los elementos materiales, fluídicos y vitales de todos los universos que ostentan sus magnificencias ante la eternidad. Ella es la madre fecunda de todas las cosas, el primer antepasado y, sobre todo, la eterna generadora. Esa sustancia de donde provienen las esferas siderales no ha desaparecido; ese poder no ha muerto, puesto que aún, sin cesar, da vida a nuevas creaciones y recibe sin cesar, los principios reconstruidos de los mundos que se apagan del libro eterno.

309. La sustancia etérea, más o menos enrarecida, que se difunde entre los espacios interplanetarios; ese fluido cósmico que llena el mundo, más o menos rarificado, en las regiones inmensas, ricas en aglomeraciones de estrellas; más o menos condensado donde el cielo astral aún no brilla; más o menos modificado por diversas combinaciones, de acuerdo con las localidades de la extensión, no es más que la sustancia primitiva en la que residen las fuerzas universales, de donde la Naturaleza ha sacado todas las cosas.

310. Ese fluido penetra los cuerpos como un inmenso océano. En él reside el principio vital que da origen a la vida de los seres y la perpetúa en cada globo, según su condición, principio que, en estado latente, se conserva adormecido donde la voz de un ser no lo llama. Toda criatura, mineral, vegetal, animal o cualquier otra – puesto que hay muchos otros de cuya existencia ni siquiera sospechamos – sabe, en virtud de ese principio vital y universal, apropiarse de las condiciones para su existencia y de su permanencia.

311. Las moléculas del mineral tienen una cierta cantidad de esa vida, del mismo modo que la semilla y el embrión, y se agrupan, como en el organismo, en figuras simétricas que constituyen los individuos. Es muy importante comprender la noción de que la materia cósmica primitiva se encontraba revestida, no sólo de las leyes que aseguran la estabilidad de los mundos, sino también del principio vital universal que forma generaciones espontáneas en cada mundo, a medida que se presentan las condiciones de la existencia sucesiva de los seres y cuando suena la hora de la aparición de los hijos de la vida, durante el período creador.

312. Así se realiza la creación universal. Es pues, correcto decir que, siendo las operaciones de la Naturaleza la expresión de la voluntad divina, Dios ha creado siempre, crea incesantemente y nunca dejará de crear.

(1) Hipóstasis [del gr. hypóstasis, del lat. tard. hypostase] significa: (Filos.) en la tradición aristotélico-tomista, lo que hay de permanente en las cosas que cambian, y que es el soporte siempre idéntico de las cualidades sucesivas que resultan de las transformaciones.

(2) Via Láctea (Astr.) significa: nebulosa que forma una larga mancha blanca en cielo oscuro; galaxia. 

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cuándo se descubrió que el Sol es el centro de nuestro sistema?

Fue a comienzos del siglo 16, cuando Copérnico, célebre astrónomo nacido en Thorn (Prusia), reconsideró las ideas de Pitágoras y concibió un sistema que, confirmado todos los días por nuevas observaciones, tuvo una acogida favorable y no tardó en desplazar al de Ptolomeo. Según el sistema de Copérnico, el Sol está en el centro y los astros describen órbitas circulares a su alrededor, mientras que la Luna es un satélite de la Tierra. Un siglo después, en 1609, Galileo inventó el telescopio y, al año siguiente, descubrió que los planetas no tienen luz propia como las estrellas, sino que son iluminados por el Sol y que son esferas semejantes a la Tierra, ofreciendo así, con pruebas materiales, la sanción definitiva al sistema de Copérnico. Se reconoció, entonces, que los planetas son mundos semejantes a la Tierra y, sin duda, habitados como ella; que las estrellas son innumerables soles, probables centros de otros tantos sistemas planetarios, siendo el Sol reconocido como una estrella, centro de un torbellino de planetas que se encuentran sujetos a él. (La Génesis, cap. V, ítem 12.)

B. ¿Qué son las constelaciones?

Las constelaciones son conjuntos aparentes formados por estrellas. Sus figuras son sólo efectos de perspectiva, como los que forman las luces dispersas por una vasta planicie o los árboles de un bosque, a los ojos de quien las observa ubicado en un punto fijo. Pero en realidad, tales grupos no existen. Si nos pudiésemos transportar a la región de una de esas constelaciones, a medida que nos aproximásemos a ella, su forma desaparecería y nuevos grupos se dibujarían ante nuestra vista. Ahora bien, al existir esos grupos sólo en apariencia, es ilusorio el significado que una supersticiosa creencia vulgar les atribuye y sólo puede existir en la imaginación. (La Génesis, cap. V, ítem 12.)

C. ¿A partir de qué momento dejaron de existir las antiguas cosmogonías?

Fue a partir de Copérnico y Galileo que las viejas cosmogonías dejaron de existir para siempre. La Astronomía sólo podía avanzar, no retroceder, y bastó la invención de un instrumento de óptica para derrumbar una construcción de muchos miles de años. (La Génesis, cap. V, ítems 13 y 14.)

 

 


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