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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 375 10 de Agosto de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 14)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿De dónde surgió la palabra “firmamento”?

B. ¿Quién descubrió que la Tierra tiene forma esférica?

C. ¿Quién fue el autor del sistema que atribuyó a la Tierra la condición de centro del Universo?

Texto condensado para la lectura

278. Capítulo VI – El espacio y el tiempo – Muchas son las definiciones que se han  dado del espacio, y la principal es esta: el espacio es la extensión que separa a dos cuerpos, de donde ciertos sofistas han deducido que donde no hay cuerpos no habrá espacio. (1)  

279. Todos sabemos qué es el espacio y yo sólo quiero afirmar que es infinito, a fin de que nuestros estudios ulteriores no encuentren ninguna barrera que se oponga a las investigaciones de nuestra observación.

280. Como la palabra espacio, el tempo es también una palabra que se define por sí misma. De él nos formamos una idea más exacta relacionándolo con el todo infinito. El tiempo es la sucesión de las cosas. Está ligado a la eternidad, del mismo modo que las cosas están ligadas al infinito.

281. El tiempo es sólo una medida relativa de la sucesión de las cosas transitorias; la eternidad no es susceptible de ninguna medición, desde el punto de vista de la duración; para ella, no hay comienzo ni fin: todo es presente. Si siglos de siglos son menos que un segundo, en relación a la eternidad, ¿qué es la duración de la vida humana?

282. La materia – A primera vista, no hay nada que parezca tan profundamente variado, ni tan esencialmente distinto, como las diversas sustancias que componen el mundo. Entre los objetos que el arte o la Naturaleza hacen pasar a diario ante nuestra mirada, ¿habrá dos que revelen una identidad perfecta, o siquiera, una paridad de composición? ¡Cuánta diferencia en relación a los aspectos de la solidez, de la compresibilidad, del peso y de las múltiples propiedades de los cuerpos, entre los gases atmosféricos y un hilo de oro, entre la molécula acuosa de la nube y la del mineral que forma la estructura ósea del globo! ¡Cuánta diversidad entre el tejido químico de las variadas plantas que adornan el reino vegetal y el de los representantes no menos numerosos de la animalidad en la Tierra!

283. Sin embargo, podemos establecer como principio absoluto que todas las sustancias, conocidas y desconocidas, por más diferentes que parezcan, ya sea desde el punto de vista de su constitución íntima o por el prisma de sus acciones recíprocas, son, de hecho, sólo diversos modos bajo los cales la materia se presenta; variedades en que ella se transforma bajo la dirección de las fuerzas innumerables que la gobiernan.

284. La Química, cuyos progresos han sido tan rápidos después de mi época, en que sus propios adeptos aún la relegaban al dominio secreto de la magia; ciencia que se puede considerar, con justicia, hija del siglo de la observación y basada únicamente, de manera mucho más sólida que sus hermanas mayores, en el método experimental; la Química, digo, hizo tabla rasa de los cuatro elementos primitivos que los antiguos habían convenido en reconocer en la Naturaleza; mostró que el elemento terrestre no es más que la combinación de diversas sustancias variadas hasta el infinito; que el aire y el agua pueden igualmente descomponerse y son el producto de cierto número de equivalentes de gas; que el fuego, lejos de ser también un elemento principal, es sólo un estado de la materia, resultante del movimiento universal a la cual está sometida y de una combustión sensible o latente.

285. En compensación, hizo surgir un considerable número de principios hasta entonces desconocidos, que parecieran formar mediante determinadas combinaciones, las diversas sustancias, los diferentes cuerpos que estudió y que actúan simultáneamente, según ciertas leyes y en ciertas proporciones, en los trabajos que se realizan dentro del gran laboratorio de la Naturaleza. Dio a esos principios el nombre de cuerpos simples, indicando de tal modo que los considera primitivos y que no se pueden descomponer, y que ninguna operación, hasta hoy, ha podido reducirlos a fracciones relativamente más simples que ellos mismos.

286. Pero donde se detienen las apreciaciones del hombre, aun ayudado por sus más impresionantes sentidos artificiales, la obra de la Naturaleza continúa. Donde el vulgo toma la apariencia por realidad, donde el práctico levanta el velo y percibe el principio de las cosas, la mirada de aquél que puede aprehender el modo de obrar de la Naturaleza apenas ve, en los materiales constitutivos del mundo, la materia cósmica primitiva, simple y única, diversificada en ciertas regiones en la época de su aparición, repartida en cuerpos solidarios entre sí mientras tienen vida, y que un día se desmiembran en el receptáculo de la extensión por efecto de su descomposición.

287. Hay cuestiones que nosotros mismos, Espíritus amantes de la Ciencia, no podemos profundizar y sobre las cuales sólo podríamos emitir opiniones personales, más o menos hipotéticas. Sobre esas cuestiones, me callaré o justificaré mi manera de verlas. Pero aquella de la cual nos ocupamos no pertenece a esta clase. A aquellos, por lo tanto, que estuviesen tentados a ver en mis palabras únicamente una teoría arriesgada, les diré: abarcad, si fuera posible, con una mirada investigadora, la multiplicidad de las operaciones de la Naturaleza y reconoceréis que, si no se admite la unidad de la materia, será imposible explicar, no diré solamente los soles y las esferas, sino también, sin ir tan lejos, la germinación de una semilla en la tierra o la formación de un insecto.

288. Si se observa una diversidad tan grande en la materia, es porque, al ser ilimitado el número de fuerzas que han presidido sus transformaciones y las condiciones en que estas se produjeron, tampoco las variadas combinaciones de la materia podían dejar de ser ilimitadas.

289. Entonces, ya sea que la sustancia que se considere pertenezca a los fluidos propiamente dichos, es decir, a los cuerpos imponderables, o que esté revestida de los caracteres y las propiedades ordinarias de la materia, no hay en todo el Universo más que  una única sustancia primitiva: el cosmos o materia cósmica de los uranógrafos.

290. Las leyes y las fuerzas – Si uno de esos seres desconocidos que consumen su efímera existencia en el fondo de las tenebrosas regiones del océano; si uno de esos miserables animálculos que de la Naturaleza sólo conocen a los peces ictiófagos y los bosques submarinos, recibiese de repente el don de la inteligencia, la facultad de estudiar su mundo y sustentar sus apreciaciones en un razonamiento conjetural extensivo a la universalidad de las cosas, ¿qué idea se formaría de la Naturaleza viva que se desarrolla en el medio que habita y del mundo terrestre que escapa al campo de sus observaciones?

291. Si ahora, por un maravilloso efecto del poder de su nueva facultad, ese mismo ser llegara a elevarse por encima de sus tinieblas eternas, a subir a la superficie del mar, no lejos de las orillas opulentas de una isla de espléndida vegetación, bañada por el sol que fecunda, que da un calor benéfico, ¿qué opinión tendría de sus teorías anticipadas sobre la creación universal? ¿No las desecharía, de pronto, sustituyéndolas por una apreciación más amplia, relativamente tan incompleta como la primera? Tal es, ¡oh hombres!, la imagen de vuestra ciencia especulativa.

(1) Este capítulo fue extraído textualmente de una serie de comunicaciones dictadas a la Sociedad Espírita de París, en 1862 y 1863, bajo el título – Estudios uranográficos y firmadas por GALILEO. Médium: C.F. Estas son las iniciales del nombre de Camille Flammarion.

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿De dónde surgió la palabra “firmamento”?

Para los antiguos, la Tierra era una superficie plana y circular, como la rueda de un molino, que se extendía hasta donde llegaba vista en dirección horizontal. De allí la expresión que aún hoy se usa: ir hasta el fin del mundo. Desconocían sus límites, su grosor, su interior, lo que había abajo.

Por mostrarse bajo una forma cóncava, el cielo era considerado en la creencia vulgar como una bóveda real, cuyos bordes inferiores reposaban sobre la Tierra y marcaban sus confines; una amplia cúpula cuya capacidad estaba completamente llena de aire. Sin ninguna noción del espacio infinito, incapaces de concebirlo, los hombres imaginaban que esa bóveda estaba constituida por una materia sólida, de donde viene su denominación de firmamento, y que sobrevivió a la creencia, y significaba: firme, resistente (del latín firmamentum, derivado de firmus, y del griego herma, hermatos, firme, sostén, soporte, punto de apoyo). (La Génesis, cap. V, ítem 2 y 3.)

B. ¿Quién descubrió que la Tierra tiene forma esférica?

Fue Tales de Mileto (Asia Menor), quien descubrió, en el año 600 a.C., la esfericidad de la Tierra, la oblicuidad de la eclíptica o plano de la órbita terrestre, y la causa de los eclipses. (La Génesis, cap. V, ítem 10.)

C. ¿Quién fue el autor del sistema que atribuyó a la Tierra la condición de centro del Universo?

Fue Ptolomeo, uno de los hombres más ilustres de la Escuela de Alejandría, quien compuso en el año 140 de la Era Cristiana, un sistema que se puede calificar de mixto, que lleva su nombre, y durante casi quince siglos fue el único que adoptó el mundo civilizado. Según el sistema de Ptolomeo, la Tierra sería una esfera ubicada en el centro del Universo. (La Génesis, cap. V, ítem 11.)

 
 

 


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