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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 374 3 de Agosto de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 13)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cuál es el objeto de estudio de la Génesis?

B. ¿Cuál es, en palabras de Kardec, la cuestión más importante para el hombre?

C. ¿Por qué, hasta el advenimiento del Espiritismo, el estudio del principio espiritual fue puramente especulativo y teórico?

Texto condensado para la lectura

253. La ignorancia completa del conjunto del Universo y de las leyes que lo rigen, de la naturaleza, constitución y destino de los astros, que además parecían tan pequeños en comparación con la Tierra, hizo que ésta necesariamente sea considerada como lo principal, el objetivo único de la creación y a los astros como accesorios, creados exclusivamente para agradar a sus habitantes.

254. Pero no se tardó en percibir el movimiento aparente de las estrellas, que se desplazan en masa de Oriente a Occidente, despuntando al anochecer y ocultándose por la mañana, y conservando sus respectivas posiciones. Tal observación, sin embargo, no tuvo durante largo tiempo otra consecuencia que la de confirmar la idea de una bóveda sólida, arrastrando con ella a las estrellas en su movimiento de rotación.

255. Esas primeras ideas, ingenuas, constituyeron durante largos períodos seculares, el fondo de las creencias religiosas y sirvieron de base a todas las cosmogonías antiguas.

256. Más tarde, por la dirección del movimiento de las estrellas y su retorno periódico en el mismo orden, se comprendió que la bóveda celeste no podía ser sólo una semiesfera posada sobre la Tierra, sino  una esfera entera, hueca, en cuyo centro se encontraba la Tierra, siempre plana o a lo sumo convexa, y habitada sólo en su superficie superior. Ya era un progreso.

257. Pero, ¿sobre qué se apoyaba la Tierra? Sería inútil mencionar todas las suposiciones ridículas creadas por la imaginación, desde la de los hindúes, que decían que estaba sostenida por cuatro elefantes blancos, posados sobre las alas de un inmenso buitre. Los más sabios confesaban que nada sabían al respecto.

258. Sin embargo, una opinión ampliamente difundida en las teogonías paganas situaba en los lugares bajos o, dicho de otra manera, en las profundidades de la Tierra, o debajo de ésta, la morada de los réprobos, llamada infierno, es decir, lugares inferiores, y en los lugares altos, más allá de la región de las estrellas, la morada de los bienaventurados.

259. La palabra infierno se ha conservado hasta nuestros días, si bien ha perdido su significado etimológico, desde que la Geología sacó de las entrañas de la Tierra el lugar de los suplicios eternos y la Astronomía demostró que en el espacio infinito no hay ni abajo ni arriba.

260. Bajo el cielo puro de Caldea, de la India y de Egipto, cuna de las más antiguas civilizaciones, el movimiento de los astros se observó con tanta exactitud como lo permitía la falta de instrumentos especiales. Se notó primero que ciertas estrellas tenían un movimiento propio, independiente, lo que no consentía la suposición de que estuviesen sujetas a la bóveda. Las llamaron estrellas errantes o planetas, para distinguirlas de las estrellas fijas. Se calcularon sus movimientos y sus retornos periódicos.

261. En el movimiento diurno de la esfera estrellada, se notó la inmovilidad de la Estrella Polar, alrededor de la cual las otras describían, en veinticuatro horas, círculos oblicuos paralelos, unos mayores, otros menores, según su distancia de la estrella central. Fue el primer paso hacia el conocimiento de la oblicuidad del eje del mundo.

262. Viajes más largos dieron lugar a que se observase los diferentes aspectos del cielo, según las latitudes y las estaciones. La verificación de que la elevación de la Estrella Polar encima del horizonte variaba con la latitud, abrió el camino para la percepción de la redondez de la Tierra. Fue así que, poco a poco, se llegó a tener una idea más exacta del sistema del mundo.

263. Hacia el año 600 a.C., Tales de Mileto (Asia Menor) descubrió la esfericidad de la Tierra, la oblicuidad de la eclíptica y la causa de los eclipses. Un siglo después, Pitágoras de Samos, descubre el movimiento diurno de la Tierra sobre su propio eje, su movimiento anual alrededor del sol e incorpora los planetas y los cometas al sistema solar.

264. Hiparco de Alejandría (Egipto), 160 años a.C., inventa el astrolabio, calcula y predice los eclipses, observa las manchas del Sol, determina el año trópico y la duración de las revoluciones de la Luna. Aunque fueron muy valiosos para el progreso de la Ciencia, esos descubrimientos necesitaron cerca de 2 mil años para que se popularicen. Como no se disponía entonces sino de raros manuscritos para su propagación, las ideas nuevas permanecían como patrimonio de algunos filósofos, que las enseñaban a sus discípulos privilegiados. Las masas, a las que nadie pretendía ilustrar, no sacaron ningún provecho de ellas y continuaban nutriéndose de las viejas creencias.

265. Hacia el año 140 de la Era Cristiana, Ptolomeo, uno de los hombres más ilustres de la Escuela de Alejandría, combinando sus propias ideas con las creencias vulgares y con algunos de los más recientes descubrimientos astronómicos, compuso un sistema que se puede calificar de mixto, que lleva su nombre, y durante casi quince siglos fue el único que adoptó el mundo civilizado.

266. Según el sistema de Ptolomeo, la Tierra sería una esfera ubicada en el centro del Universo y compuesta por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Esa era la primera región, llamada elemental. La segunda, llamada etérea, comprendía once cielos o esferas concéntricas que giraban alrededor de la Tierra, a saber: el cielo de la Luna, de Mercurio, de Venus, del Sol, de Marte, de Júpiter, de Saturno, de las estrellas fijas, del primer cristalino, esfera sólida transparente; del segundo cristalino y, finalmente, del primer móvil que daba movimiento a todos los cielos inferiores y los obligaba a hacer una revolución en veinticuatro horas.

267. Más allá de los once cielos estaba el Empíreo, morada de los bienaventurados, denominación tomada del griego pyr o pur, que significa fuego, porque se creía que esa región resplandecía de luz, como el fuego.

268. La creencia en muchos cielos superpuestos prevaleció durante largo tiempo, pero su número variaba. El séptimo era generalmente considerado como el más elevado, de donde viene la expresión: ser arrebatado al séptimo cielo. San Pablo dijo que había sido elevado al tercer cielo.

269. Aparte del movimiento común, los astros, según Ptolomeo, tenían movimientos propios, más o menos dilatados, según su distancia del centro. Las estrellas fijas hacían una revolución en 25.816 años, evaluación que denota el conocimiento de la sucesión de los equinoccios, que se realiza en 25.868 años.

270. A comienzos del siglo 16, Copérnico, célebre astrónomo nacido en Thorn (Prusia) el año 1472 y muerto en 1543, reconsideró las ideas de Pitágoras y concibió un sistema que, confirmado todos los días por nuevas observaciones, tuvo una acogida favorable y no tardó en desplazar al de Ptolomeo. Según el sistema de Copérnico, el Sol está en el centro y los astros describen órbitas circulares a su alrededor, mientras que la Luna es un satélite de la Tierra.

271. Un siglo después, en 1609, Galileo, natural de Florencia, inventó un telescopio; en 1610, descubre cuatro de los 12 satélites conocidos hoy de Júpiter y calcula sus revoluciones; reconoce que los planetas no tienen luz propia como las estrellas, sino que son iluminados por el Sol y que son esferas semejantes a la Tierra; observa sus fases y determina el tiempo que duran sus rotaciones sobre sus ejes, ofreciendo así, con pruebas materiales, la sanción definitiva al sistema de Copérnico.

272. Se derrumbó entonces la construcción de los cielos superpuestos; se reconoció que los planetas son mundos semejantes a la Tierra y, sin duda, habitados como ella; que las estrellas son innumerables soles, probables centros de otros tantos sistemas planetarios, siendo el Sol reconocido como una estrella, centro de un torbellino de planetas que se encuentran sujetos a él. Las estrellas dejaron de estar confinadas a una zona de la esfera celeste, para encontrarse diseminadas irregularmente en el espacio sin límites y, las que parecen tocarse están a distancias inconmensurables unas de otras, siendo las menores en apariencia las más alejadas de nosotros y las más grandes las que están más cerca, pero aun así, a cientos de miles de millones de leguas.

273. Los grupos que recibieron el nombre de constelaciones no son más que conjuntos aparentes, causados por la distancia; sus figuras son sólo efectos de perspectiva, como lo son las luces dispersas por una vasta planicie o los árboles de un bosque, a los ojos de quien las observa ubicado en un punto fijo. Pero en realidad, tales grupos no existen. Si nos pudiésemos transportar a la región de una de esas constelaciones, a medida que nos aproximásemos a ella, su forma desaparecería y nuevos grupos se dibujarían ante nuestra vista.

274. Al existir esos grupos sólo en apariencia, es ilusorio el significado que una supersticiosa creencia vulgar les atribuye y sólo puede existir en la imaginación. Para distinguir las constelaciones, se les dio nombres como: Leo, Tauro, Géminis, Virgo, Libra, Capricornio, Cáncer, Orión, Hércules, Osa Mayor o Carro de David, Osa menor, Lira, etc., y para representarlas se les atribuyeron las formas que esos nombres recuerdan, fantasiosas en su mayoría y, en ningún caso, guardan alguna relación con los grupos de estrellas llamados así. Sería, pues, inútil buscar tales formas en el cielo.

275. La creencia en la influencia de las constelaciones, sobre todo de las que constituyen los dice signos del Zodíaco, provino de la idea relacionada a los nombres que representan. Si a aquella llamada Leo se le hubiese dado el nombre de asno o de oveja, seguramente se le hubiera atribuido otra influencia.

276. A partir de Copérnico y Galileo, las viejas cosmogonías dejaron de existir para siempre. La Astronomía sólo podía avanzar, no retroceder. La Historia relata las luchas que esos hombre de genio tuvieron que sostener contra los prejuicios y, sobre todo, contra el espíritu sectario, interesado en mantener los errores sobre los cuales se habían fundado creencias supuestamente afirmadas sobre bases inquebrantables. Bastó la invención de un instrumento de óptica para derrumbar una construcción de muchos miles de años. Nada, está claro, podría prevalecer contra una verdad reconocida como tal. Gracias a la imprenta, el público, iniciado en las nuevas ideas, empezó a no dejarse engañar con ilusiones y tomó parte en la lucha. Ya no era contra individuos que los partidarios de las viejas ideas tenían que combatir, sino contra la opinión general, que abrazaba la causa de la verdad.

277. Desde entonces, quedó abierto el camino que ilustres y numerosos sabios iban a seguir, a fin de completar la obra iniciada. En Alemania, Kepler descubrió las célebres leyes que llevan su nombre y por medio de las cuales se reconoce que las órbitas que los planetas describen no son circulares sino elipses, uno de cuyos centros ocupa el Sol. Newton en Inglaterra, descubre la ley de la gravitación universal. Laplace, en Francia, crea la mecánica celeste. Finalmente, la Astronomía deja de ser un sistema basado en conjeturas o probabilidades y se vuelve una ciencia apoyada en las más rigurosas bases, las del cálculo y la geometría. Quedó así colocada una de las piedras fundamentales de la Génesis, cerca de 3,300 años después de Moisés.  

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cuál es el objeto de estudio de la Génesis?

La Génesis se divide en dos partes y tiene, por lo tanto, doble objeto: la historia de la formación del mundo material y la historia de la Humanidad considerada en su doble principio, corporal y espiritual. (La Génesis, cap. IV, ítem 11.)

B. ¿Cuál es, en palabras de Kardec, la cuestión más importante para el hombre?

Quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos - esa es la cuestión más importante que interesa al ser humano, porque implica su origen y el problema de su pasado y de su futuro. (La Génesis, cap. IV, ítems 11 a 14.)

C. ¿Por qué, hasta el advenimiento del Espiritismo, el estudio del principio espiritual fue puramente especulativo y teórico?

Lo que ocurrió en el orden físico, también se dio en el orden moral. Para fijar las ideas, faltaba el elemento esencial: el conocimiento de las leyes a las que se encuentra sujeto al principio espiritual. Sin embargo, hasta el presente el estudio del principio espiritual, comprendido en la Metafísica, fue puramente especulativo y teórico, y en el Espiritismo es totalmente experimental.

Con la ayuda de la facultad mediúmnica, más desarrollada en nuestros días y, sobre todo, generalizada y mejor estudiada, el hombre se encontró en posesión de un nuevo instrumento de observación.

La mediumnidad fue así, para el mundo espiritual, lo que el telescopio fue para el mundo astral y el microscopio para el de lo infinitamente pequeño, pues permitió que se exploren y estudien las relaciones del mundo espiritual con el mundo corporal y que, en el hombre vivo, se destaque al ser material del ser inteligente, y que se observe a los dos actuar separadamente. Se ha podido, en fin, estudiar al elemento espiritual de manera objetiva. (La Génesis, cap. IV, ítems 15 y16.)

 

 


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