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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 370 6 de Julio de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 9)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. Si Dios está en todas partes, ¿por qué no lo vemos? ¿Lo veremos al dejar la Tierra?

B. ¿Por qué existe el dolor?

C. ¿Qué definición se puede dar del mal y de dónde procede?

Texto condensado para la lectura

161. Una persona que se encuentra en el fondo de un valle, envuelto en una densa bruma, no ve el Sol. Sin embargo, por la luz difusa, percibe que está brillando el sol. Si sube a la montaña, a medida que asciende, la neblina se irá aclarando y la luz será cada vez más viva. Pero no verá todavía al Sol. Sólo después de elevarse por encima de la capa brumosa y llegando a un punto donde el aire esté perfectamente puro, lo contemplará en todo su esplendor.

162. Lo mismo sucede con el alma. La envoltura periespiritual, aunque sea invisible e impalpable para nosotros es, en relación a ella, una verdadera materia, aún grosera para ciertas percepciones. Esa envoltura se espiritualiza, a medida que el alma se eleva en moralidad. Las imperfecciones del alma son como capas de niebla que oscurecen su visión. Cada imperfección de la que se deshace, es una mancha menos; pero sólo después de haberse depurado completamente goza de la plenitud de sus facultades.

163. Siendo Dios la esencia divina por excelencia, sólo los Espíritus que han alcanzado el grado más alto de desmaterialización pueden percibirlo. Por el hecho de que no lo vean, no se concluye que los Espíritus imperfectos estén más distantes de Él que los otros; estos Espíritus, como los demás, como todos los seres de la Naturaleza, se encuentran sumergidos en el fluido divino, del mismo modo que nosotros lo estamos en la luz. Lo que sucede es que las imperfecciones de aquellos Espíritus son vapores que les impiden verlo. Cuando las nubes se disipen, lo verán resplandecer. Para esto, no necesitan subir, ni buscarlo en las profundidades del infinito. Liberada la visión espiritual de las manchas que la oscurecían, lo verán en cualquier lugar en que se encuentren, incluso en la Tierra, porque Dios está en todas partes.

164. El Espíritu sólo se depura con el tiempo, siendo las diferentes encarnaciones el alambique en cuyo fondo deja cada vez algunas impurezas. Al abandonar su envoltura corporal, los Espíritus no se despojan instantáneamente de sus imperfecciones, razón por la cual, después de la muerte, no ven a Dios más de lo que le veían cuando estaban vivos; pero a medida que se depuran, tienen una intuición más clara de Él. No lo ven, pero lo comprenden mejor; la luz es menos difusa.

165. Cuando algunos Espíritus dicen que Dios les prohíbe responder a una determinada pregunta, no es que Dios se les aparezca o les dirija la palabra para ordenarles o prohibirles esto o aquello, no; pero lo sienten; reciben los fluidos de su pensamiento, como nos sucede en relación a los Espíritus que nos envuelven en sus fluidos, aunque no los veamos.  

166. Ningún hombre, por lo tanto, puede ver a Dios con los ojos de la carne. Si esa gracia fuese concedida a algunos, sólo sería en el estado de éxtasis, cuando el alma se encuentra tan desprendida de los lazos de la materia que hace posible este hecho durante la encarnación. Tal privilegio, además, pertenecería exclusivamente a las almas elegidas, encarnadas en misión, pero no por expiación.

167. ¿Bajo qué apariencia se presenta Dios a los que se vuelven dignos de verlo? ¿Lo hará bajo cualquier forma? ¿Bajo una figura humana, o como un foco de luz resplandeciente? El lenguaje humano es impotente para describirlo, porque no existe para nosotros ningún punto de comparación capaz de darnos una idea de ello. 

168. Capítulo III – Siendo Dios el principio de todas las cosas y siendo todo sabiduría, todo bondad, todo justicia, todo lo que de Él proceda debe participar de sus atributos, porque lo que es infinitamente sabio, justo y bueno no puede producir nada que sea falto de inteligencia, malo o injusto. El mal que observamos no puede tener su origen en Él. 

169. Si el mal estuviese en los atributos de un ser especial, ya sea que le llame Ahriman o Satanás, o sería igual a Dios y, en consecuencia, tan poderoso como Él, y de toda la eternidad como Él, o sería inferior a Él. En el primer caso, habría dos poderes rivales en incesante lucha, tratando cada uno deshacer lo que hizo el otro, oponiéndose mutuamente, hipótesis inconciliable con la unidad de puntos de vista que se revela en la estructura del Universo. En el segundo caso, siendo inferior a Dios, ese ser estaría subordinado a Él. Al no poder existir de toda la eternidad como Dios, sin ser igual a Él, tendría un comienzo. Si fuera creado, sólo podría haberlo sido por Dios, que entonces, hubiera creado al Espíritu del mal, lo cual implicaría la negación de su bondad infinita.

170. Sin embargo, el mal existe y tiene una causa. Los males de todas las especies, físicos o morales, que afligen a la Humanidad, pertenecen a dos categorías que es importante distinguir: la de los males que el hombre puede evitar y la de los que son independientes de su voluntad. Entre los últimos, se debe incluir las catástrofes naturales.

171. El hombre, cuyas facultades son limitadas, no puede penetrar ni abarcar el conjunto de los designios del Creador; aprecia las cosas desde el punto de vista de su personalidad, de los intereses ficticios y convenciones que creó para sí mismo y que no están comprendidos en el orden de la Naturaleza. Por eso es que muchas veces le parece malo e injusto aquello que consideraría justo y admirable si conociese la causa, la finalidad y el resultado definitivo. Al buscar la razón de ser y la utilidad de cada cosa, comprobará que todo lleva el sello de la sabiduría infinita y se inclinará ante esa sabiduría, incluso ante lo que no comprende.

172. El hombre recibió, en herencia, una inteligencia con cuya ayuda puede conjurar o, al menos, atenuar los efectos de todas las catástrofes naturales. Cuanto más conocimiento adquiere y más avanza como civilización, menos desastrosas se vuelven esas catástrofes. Con una organización sabia y previsora, llegará incluso a neutralizar las consecuencias, y hasta evitarlas por completo. 

173. Es así que él sanea las regiones insalubres, inmuniza contra los miasmas pestíferos, fertiliza las tierras áridas y busca preservarlas de las inundaciones; construye habitaciones más salubres, más sólidas para resistir a los vientos, tan necesarios para depurar la atmósfera, y se protege de la intemperie. Así finalmente, poco a poco, la necesidad le hace crear las ciencias por medio de las cuales mejora las condiciones de habitabilidad del planeta y aumenta su propio bienestar.

174. Al tener el hombre que progresar, los males a los que se encuentra expuesto son un estímulo para el ejercicio de su inteligencia, de todas sus facultades físicas y morales, incitándolo a buscar los medios para evitarlos. Si no tuviese nada que temer, ninguna necesidad lo empujaría a buscar lo mejor; su espíritu se entorpecería en la inactividad; no inventaría ni descubriría nada. El dolor es el aguijón que le impulsa hacia adelante, en la senda del progreso. 

175. Pero los males más numerosos son los que el hombre crea por sus vicios, los que provienen de su orgullo, su egoísmo, su ambición, su codicia, sus excesos en todo. Allí está la causa de las guerras, y las calamidades que éstas acarrean, las disensiones, las injusticias, la opresión del débil por el fuerte, en fin, de la mayor parte de las enfermedades.

176. Dios promulgó leyes plenas de sabiduría, que tienen como único objetivo el bien. El hombre encuentra dentro de sí mismo todo lo que necesita para cumplirlas. Su conciencia le traza la ruta, la ley divina está grabada en su corazón y Dios se la recuerda sin cesar por intermedio de sus mesías y profetas, por todos los Espíritus encarnados que traen la misión de esclarecer, moralizar y mejorar y, en estos últimos tiempos, por la multitud de los Espíritus desencarnados que se manifiestan en todas partes.

177. Si el hombre actuase rigurosamente conforme a las leyes divinas, no hay duda de que evitaría los males más agudos y viviría dichoso en la Tierra. Si no procede así, es en virtud de su libre albedrío: sufre por eso las consecuencias de su proceder. Pero Dios, todo bondad, colocó el remedio al lado del mal, es decir, hace que del propio mal salga el remedio. Llega un momento en que el exceso del mal moral se vuelve intolerable e impone al hombre la necesidad de cambiar de vida. Instruido por la experiencia, se siente obligado a buscar el remedio en el bien, siempre como efecto de su libre albedrío.

178. Cuando toma el mejor camino es por su voluntad y porque reconoció los inconvenientes del otro. La necesidad, pues, lo obliga a mejorar moralmente para ser más feliz, del mismo modo que lo obliga a mejorar las condiciones materiales de su existencia.

179. Se puede decir que el mal es la ausencia del bien, como el frío es la ausencia del calor. Así como el frío no es un fluido especial, también el mal no es atributo distinto; uno es la negación del otro. Donde no existe el bien, forzosamente existe el mal. No practicar el mal ya es un comienzo del bien. Dios solamente quiere el bien; sólo del hombre proviene el mal. Si en la creación hubiese un ser destinado al mal, nadie podría evitarlo. Pero al tener el hombre la causa del mal en SÍ MISMO, teniendo simultáneamente el libre albedrío y la guía de las leyes divinas, lo evitará cuando así lo quiera. 

180. Tomemos como punto de comparación un hecho simple. Un propietario sabe que en los confines de sus tierras hay un lugar peligroso, donde podría perecer o resultar herido quien se aventure por allí. ¿Qué hace para prevenir los accidentes? Manda colocar un aviso cerca del sitio, advirtiendo al transeúnte que no vaya más lejos debido al peligro. He ahí la ley, que es sabia y previsora. Si, a pesar de todo, un imprudente hace caso omiso al aviso y va más allá del punto donde éste se encuentra y le ocurre algo malo, ¿de quién puede quejarse, sino de sí mismo? Lo mismo sucede con el mal: el hombre lo evitaría si cumpliese las leyes divinas.

181. Por ejemplo: Dios puso un límite a la satisfacción de las necesidades: la saciedad le advierte al hombre de ese límite; si lo sobrepasa, lo hace voluntariamente. Las dolencias, las enfermedades y la muerte que puedan resultar de ello, provienen de su imprevisión y no de Dios.

182. Al derivar el mal de las imperfecciones del hombre, y habiendo sido éste creado por Dios, se podrá decir que Dios si bien no creó el mal, por lo menos creó la causa del mal; si hubiese creado al hombre perfecto, el mal no existiría.

183. Si hubiese sido creado perfecto, el hombre se inclinaría fatalmente al bien. Pero en virtud de su libre albedrío, no se inclina fatalmente ni al bien ni al mal. Dios quiso que estuviese sujeto a la ley del progreso y que el progreso resultase de su trabajo, a fin de que le pertenezca el fruto de éste, de la misma manera que le corresponde la responsabilidad del mal que practique por su voluntad. La cuestión, pues, consiste en saber cuál es, en el hombre, el origen de su propensión al mal.

184. Estudiando todas las pasiones, e incluso todos los vicios, se ve que las raíces de unos y otros se encuentran en el instinto de conservación, instinto que se encuentra en toda su fuerza en los animales y en los seres primitivos más próximos a la animalidad, en los cuales domina exclusivamente, sin el contrapeso del sentido moral, por no haber nacido aún el ser para la vida intelectual. El instinto se debilita a medida que la inteligencia se desarrolla porque ésta domina a la materia.

185. El Espíritu tiene por destino la vida espiritual; pero en las primeras fases de su existencia corporal, sólo busca satisfacer las necesidades materiales y, para ello, el ejercicio de las pasiones constituye una necesidad para la conservación de la especie y de los individuos, materialmente hablando. Pero, una vez superado de ese período, se le presentan otras necesidades, al comienzo semimorales y semimateriales, y después exclusivamente morales. Entonces, es cuando el Espíritu ejerce dominio sobre la materia, sacude el yugo, avanza por el camino providencial que se encuentra trazado y se aproxima a su destino final. 

186. Si, por el contrario, se deja dominar por la materia, se retrasará y se asemejará al bruto. En esa situación, lo que antes era un bien, porque era una necesidad de su naturaleza, se transforma en un mal, no sólo porque ya no es una necesidad, sino porque se vuelve perjudicial para la espiritualización del ser. Muchas cosas que son una cualidad en un niño, se convierten en un defecto en el adulto. El mal es, pues, relativo y la responsabilidad es proporcional al grado de adelanto.

187. Todas las pasiones tienen, por lo tanto, una utilidad providencial, pues de otro modo, Dios habría hecho cosas inútiles e incluso nocivas. En el abuso reside el mal y el hombre abusa en virtud de su libre albedrío. Más adelante, esclarecido por su propio interés, escogerá libremente entre el bien y el mal. 

Respuestas a las preguntas propuestas

A. Si Dios está en todas partes, ¿por qué no lo vemos? ¿Lo veremos al dejar la Tierra?

No vemos a Dios porque nuestros órganos visuales poseen percepciones limitadas, por lo que son incapaces para la visión de determinadas cosas, incluso materiales. Sólo con la visión espiritual podemos ver a los Espíritus y a las cosas del mundo inmaterial. Sólo nuestra alma, por lo tanto, puede tener la percepción de Dios, pero únicamente los Espíritus que alcanzaron el grado más alto de desmaterialización pueden percibirlo y, por lo tanto, lo verán. (La Génesis, cap. II, ítems 31 a 36.)

B. ¿Por qué existe el dolor?

El dolor es el aguijón que impulsa al Espíritu hacia adelante, en la senda del progreso. Pero es necesario comprender que creamos muchos males por nuestros vicios, los que provienen de nuestro orgullo, egoísmo, ambición, codicia, y los excesos. Allí radica la causa de las guerras y de las calamidades que éstas acarrean, las disensiones, las injusticias, la opresión del débil por el fuerte y  la mayor parte de las enfermedades.

Si el hombre actuase rigurosamente conforme a las leyes divinas, no hay duda de que evitaría los males más agudos y viviría dichoso en la Tierra. Si no procede así, en virtud de su libre albedrío, sufre entonces las consecuencias de su proceder y surge, entonces, el dolor como medida necesaria que deriva de sus propios actos. (La Génesis, cap. III, ítems 5 a 7.)

C. ¿Qué definición se puede dar del mal y de dónde procede? 

El mal es la ausencia del bien, como el frío es la ausencia del calor. Donde no existe el bien, forzosamente existe el mal. No practicar el mal ya es un comienzo del bien. Dios solamente quiere el bien; sólo del hombre procede el mal. Si en la creación hubiese un ser destinado al mal, nadie  podría evitarlo; pero al tener el hombre la causa del mal en sí mismo, teniendo simultáneamente el libre albedrío y por guía a las leyes divinas, lo evitará siempre que así lo quiera, y para esto le basta cumplir las leyes divinas. (La Génesis, cap. III, ítems 8 y 9.) 

 
 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita