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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 368 22 de Junio de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Determinación para vencer

 
  

Cláudio, de 11 años, entró en casa muy molesto y contó a la madre:

— Paré para mirar una vitrina, y dejé la bicicleta en el bordillo. Al volver, ella había sido atropellada. ¡Quedó toda amasada! ¿Qué hago ahora, madre?

Y Cláudio se sentó en el sofá a llorar. Al ver al hijo en aquel estado, la madre lo consoló:
 

— ¿Qué es eso, hijo? Los problemas ocurren. Voy a pedir a tu padre para ver si da para repararla; si no pudiera, paciencia. ¡Pero no te desesperes! Todo se resuelve.

Pero el chico estaba desolado. Ella lo miró, colocó las manos en la cintura y dijo:

— Hijo, ¿ya pensaste si en la escuela, ante cualquier  dificultad  para  aprender,  los

alumnos se pusieran a llorar? ¿O quien estuviera ahogándose, en vez de nadar, se pusiera a llorar?

Él paró de llorar, enjugó el rostro, oyendo atento lo que la madre decía. Después, explicó:

— ¡Es que me gusta mucho esa bicicleta, madre! ¡Y como está, creo que no tiene reparación!

Llena de piedad, la madre sonrió, se sentó al lado del hijo y lo abrazó:

— ¡Ah, ahora mejoraste! Pensé que tú no fueras a parar de llorar. Cláudio, para todo existe una solución. Vamos a ver lo que tu padre tiene que decir.

Cuando el padre llegó, madre e hijo corrieron para saber de la bicicleta. El padre, delante de la ansiedad del chico, explicó:

— Hijo, tu bicicleta no tiene reparación. Está muy rota y, para arreglar, el precio es grande. Mejor comprar una bicicleta nueva.

— ¡Ah, papá! ¡Pero a mí me gustaba tanto ella! ¿No es así para reparar?

El padre explicó que, había tanto trabajo que hacer, que no compensaría el esfuerzo.

— ¡Pero padre, yo quiero a “mí” bicicleta!

— ¡Si tú haces tanta cuestión, ve a buscarla! Ella está en la casa de tu tío Beto, que es allí cerca. Pero ahora vamos a almorzar. Estoy hambriento — el padre dijo, suspirando.

Después del almuerzo, Cláudio corrió para la casa del tío. Allá, vio su bicicleta amontonada en el patio como trasto inútil. Pidió ayuda al tío Beto, que la llevó para casa en su coche. Pero Cláudio no sabía aún lo que hacer con ella. 

Al día siguiente, salió recorriendo los talleres; explicaba como la bicicleta había quedado, y preguntaba el precio de la reparación. ¡El precio de las piezas nuevas, separadamente, era muy alto! Pero, sin desanimar, él continuó buscando una solución. Hasta que, cansado, entró en el Taller de Ari. El precio continuaba alto. Entonces, ya sin fuerzas, él se sentó en un banco allí mismo, desanimado. El dueño, que lo observaba disfrazadamente, sintió pena del chico y resolvió ayudarlo.

— Bien. Hay una manera de reparar la bicicleta y es más barato — dijo el hombre.

— ¿Cuál?... — indagó el chico levantando la cabeza, interesado.

— ¡Tú puedes comprar piezas usadas, pero en buen estado de conservación!

— ¡Ah! ¡Yo no sabía de eso! — exclamó Cláudio, más animado.

Ari le dio algunas direcciones donde podría conseguir las piezas, el chico agradeció y salió corriendo para buscar las piezas necesarias. ¡Pero, aun así, él no poseía el dinero  que necesitaba!

En casa, cogió las monedas de su cofrecito; era poco. Entonces, decidió trabajar. Buscó pequeños trabajos en la vecindad: limpió jardines, llevó perros para pasear, hizo tareas en casa y para el tío Beto. Así, consiguió más recursos.      

De ese modo, algunos días después, él volvió al taller llevando en una carretilla las piezas que había comprado. El dueño del taller lo miró, y explicó:
 

— Las piezas, tú ya las tienes. ¡Ahora sólo vas a necesitar pagar el trabajo de mano de obra! — Y pasó el precio que hizo a Cláudio erizar los cabellos:

— ¡Pero yo no tengo más dinero, Ari!... — exclamó él, poniéndose a llorar.
 

El dueño lo miró, lleno de compasión, y dijo:

— Tienes otra salida — y al ver al chico parar de llorar y levantar la cabeza, explicó — ¡Tú mismo haces el trabajo!

— ¿Yo? ¡Encuentro buena idea, pero no sé hacer nada, Ari!

— Yo te enseño, si tú estás dispuesto a aprender. ¡Así, quedará gratis!

Lleno de alegría, Cláudio aceptó la sugerencia. Entonces, a partir del día siguiente, en la parte de la tarde, él iba a trabajar en el taller de Ari.

Así, comenzó a aprender el oficio, a partir de la reparación de su bicicleta; cuando no podía trabajar en ella, él ayudaba a Ari llenando neumáticos, engrasando, pintando bicicletas y todo lo que fuera necesario. De esa forma, luego su bicicleta quedó lista.
 

¡Fue una alegría verla nuevecita en chapa, enderezada y con pintura reluciente! Cláudio agradeció a Ari por todo lo que había hecho por él, desde la ayuda con la bicicleta hasta el trabajo que le enseñó. Terminando por afirmar:

— Jamás podré pagarle por eso, Ari!

— ¡Claro que puedes! Ahora que sabes todo sobre el taller, puedes trabajar conmigo, ganando una cantidad por mes. ¿Qué piensas? — Ari respondió conmovido.

Cláudio no se contuvo y saltó al cuello de él, dándole un abrazo fuerte.

— ¡Acepto con placer! ¡Es lo que más quiero!... ¿Pero por qué desea que yo trabaje aquí?

— Porque tú mostraste que tienes voluntad, determinación y garra para vencer. Tú mostraste que eres un vencedor. En la vida, Cláudio, eso es muy importante.  

El chico volvió para casa orgullosamente llevando su bicicleta nueva. Al verla  reformada, los padres no conseguían creer que fuera la misma.

— Sí, papá. ¡Es mi bicicleta! Me esforcé y yo mismo la reformé, con la ayuda del jefe. Ahora, tengo hasta trabajo. Fui contratado para trabajar en el taller de Ari.

Satisfechos, los padres lo abrazaron, sabiendo que el hijo no estaría más llorando por las esquinas delante de una dificultad, sino que tendría garra y fuerza para vencer, lo que en la vida le sería de gran importancia.

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 26/05/2014.)



                                                                                   



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