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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 368 22 de Junio de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 7)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Qué autoridad tiene la revelación espírita, puesto que ella emana de seres de luces limitadas y falibles?

B. ¿Cuáles son la finalidad y la utilidad de las manifestaciones espíritas?

C. ¿Cuál es el principal argumento espírita en favor de la existencia de Dios?

Texto condensado para la lectura

127. Al juzgar a la Humanidad madura para penetrar el misterio de su destino y contemplar, con serenidad, las nuevas maravillas, Dios permitió que fuese levantado el velo que ocultaba el mundo invisible al mundo visible. Las manifestaciones no tienen nada de sobrehumanas; es la humanidad espiritual que viene a conversar con la humanidad corporal para decirle: “Nosotros existimos; por consiguiente, la nada no existe; he aquí lo que somos y lo que seréis; el futuro os pertenece, como a nosotros. Camináis en las tinieblas, venimos a iluminar vuestro camino y trazar la ruta; andáis al azar, venimos a señalaros la meta. La vida terrena era todo para vosotros porque nada veíais más allá de ella; venimos a deciros mostrándoos la vida espiritual: la vida terrenal no es nada. Vuestra visión se detenía en la tumba, nosotros os desvelamos un horizonte espléndido más allá de ella. No sabíais por qué sufrís en la Tierra; ahora, veis la justicia de Dios en el sufrimiento. El bien no producía ningún beneficio aparente para el futuro. En adelante, tendrá una finalidad y constituirá una necesidad; la fraternidad que no pasaba de ser una bella teoría, ahora se fundamenta sobre una ley de la Naturaleza. Bajo el dominio de la creencia de que todo termina con la vida, la inmensidad es un vacío, el egoísmo reina soberano entre vosotros y vuestra consigna es: Cada uno para sí. Con la seguridad del porvenir, los espacios infinitos se pueblan hasta el infinito, y en ningún lugar hay vacío ni soledad; la solidaridad une a todos los seres de más acá y de más allá de la tumba. Es el reino de la caridad bajo la divisa: Uno para todos y todos para uno. Finalmente, al término de la vida, decíais un adiós eterno a los que os son queridos; ahora les diréis: ¡Hasta pronto!”

128. Tales son, en resumen, los resultados de la nueva revelación, que vino para llenar el vacío que la incredulidad había cavado, para levantar los ánimos abatidos por la duda o por la perspectiva de la nada y para imprimir a todas las cosas su razón de ser.

129. No sólo para la vida futura sirven los frutos que el hombre debe recoger de ella. Los disfrutará en la Tierra por la transformación que estas nuevas creencias necesariamente deberán operar sobre su carácter, sus gustos, sus tendencias y, en consecuencia, sobre las costumbres y relaciones sociales. Al poner fin al reino del egoísmo, el orgullo y la incredulidad, preparan el del bien, que es el reino de Dios, anunciado por Cristo.

130. Capítulo II – Siendo Dios la causa primera de todas las cosas, el origen de todo lo que existe, la base sobre la que reposa el edificio de la creación, es también el punto que importa que consideremos antes que nada.

131. Constituye un principio elemental que se juzgue una causa por sus efectos, aun cuando esa causa se mantenga oculta. Si, al surcar los aires, un pájaro es alcanzado por un perdigón mortal, se deduce que un hábil tirador le disparó, aunque no se le haya visto. Entonces, no siempre es necesario que veamos algo para saber que existe. En todo, observando los efectos se llega al conocimiento de las causas.

132. Otro principio igualmente elemental y que, de tan verdadero, pasó a ser axioma es el que dice que todo efecto inteligente tiene su origen en una causa inteligente. Si preguntasen quién es el constructor de tal mecanismo ingenioso, ¿qué pensaríamos de quien respondiese que se hizo a sí mismo? Cuando se contempla una obra maestra de arte o de la industria, se dice que debe haberla producido un hombre de genio, porque sólo una inteligencia superior podría concebirla. Se reconoce, sin embargo, que ésta es obra de un hombre, porque se comprueba que no está por encima de la capacidad humana; pero a nadie se le ocurrirá la idea de decir que salió del cerebro de un idiota o de un ignorante, y  menos aún que es el trabajo de un animal o producto del azar.

133. En todas partes se reconoce la presencia del hombre por sus obras. La existencia de los hombres antediluvianos no se probaría únicamente por medio de los fósiles humanos: la probó también, y con mucha certeza, la presencia en los terrenos de aquella época, de objetos trabajados por los hombres. Un fragmento de vaso, una piedra tallada, un arma, un ladrillo bastarían para atestiguar su presencia. Por lo burdo o acabado del trabajo se reconocerá el grado de inteligencia o de adelanto de los que lo realizaron. Si os encontrarais en una región habitada exclusivamente por salvajes, y descubrierais una estatua digna de Fidias, no dudaríais en decir que, siendo los salvajes incapaces de hacerla, es obra de una inteligencia superior a ellos.

134. ¡Pues bien! Echando una mirada alrededor de sí, sobre las obras de la Naturaleza, al observar la previsión, la sabiduría y la armonía que presiden esas obras, el observador reconoce que no hay ninguna que no sobrepase los límites de la más prodigiosa inteligencia humana. Ahora bien, puesto que el hombre no las puede producir, es porque son el producto de una inteligencia superior a la Humanidad, a menos que se sustente que hay efectos sin causa.

135. A este razonamiento, algunos oponen el siguiente: Las obras de la Naturaleza son producidas por fuerzas materiales que actúan mecánicamente en virtud de las leyes de atracción y repulsión; las moléculas de los cuerpos inertes se agregan y disgregan bajo el gobierno de esas leyes. Las plantas nacen, germinan, crecen y se multiplican siempre de la misma manera, cada una en su especie, en virtud de esas mismas leyes; cada individuo es semejante a aquél del cual procede; el crecimiento, la flor, el fruto y el color están subordinados a causas materiales tales como el calor, la electricidad, la luz, la humedad, etc. Lo mismo sucede con los animales. Los astros se forman por la atracción molecular y se mueven perpetuamente en sus órbitas por efecto de la gravitación. Esa regularidad mecánica en el empleo de las fuerzas naturales no revela la acción de ninguna inteligencia libre. El hombre mueve su brazo cuando quiere y como quiere; pero aquél que lo mueva en el mismo sentido desde su nacimiento hasta su muerte, sería un autómata. Pues bien, las fuerzas orgánicas de la Naturaleza son puramente automáticas.

136. Todo eso es verdad; pero esas fuerzas son efectos que deben tener una causa y nadie pretende que ellas constituyan la Divinidad. Son materiales y mecánicas; no son inteligentes por sí mismas, también eso es verdad; pero son puestas en acción, distribuidas y adecuadas a las necesidades de cada cosa por una inteligencia que no es la de los hombres. La aplicación útil de esas fuerzas es un efecto inteligente, que revela una causa inteligente. Un péndulo se mueve con automática regularidad, y en esa regularidad está el mérito. La fuerza que lo hace mover es completamente material y no tienen nada de inteligente. Pero ¿qué sería de ese péndulo si una inteligencia no hubiese combinado, calculado y distribuido el empleo de esa fuerza para hacerlo mover con precisión? Del hecho que la inteligencia no esté en el mecanismo del péndulo y que nadie la vea, ¿sería racional deducir que ella no existe? La apreciamos por sus efectos. La existencia del reloj demuestra la existencia del relojero; la ingeniosidad de su mecanismo testifica su inteligencia y  conocimiento. Cuando un reloj os da, en el momento preciso, la información que necesitáis, ¿os viene a la mente decir: He aquí un reloj muy inteligente?

137. Lo mismo ocurre con el mecanismo del Universo: Dios no se muestra, sino se revela por sus obras. La existencia de Dios es, pues, una realidad comprobada no sólo por la revelación, sino también por la evidencia material de los hechos. Los pueblos salvajes no tuvieron ninguna revelación; sin embargo, creen instintivamente en la existencia de un poder sobrehumano. Ellos ven cosas que están por encima de las posibilidades del hombre y deducen que esas cosas provienen de un ente superior a la Humanidad. ¿No demuestran que razonan con más lógica que los que pretenden que tales cosas se hicieron solas?

138. No es dado al hombre sondear la naturaleza íntima de Dios. Para comprender a Dios aún nos falta el sentido apropiado, que sólo se adquiere por medio de la completa depuración del Espíritu. Pero si no puede penetrar la esencia de Dios, el hombre puede, siempre que acepte su existencia como premisa, mediante el razonamiento, llegar a conocer sus atributos necesarios.

139. Sin el conocimiento de los atributos de Dios, sería imposible comprender la obra de la creación. Ése es el punto de partida de todas las creencias religiosas y es por no haberse referido a ello que la mayoría de las religiones se equivocó en sus dogmas. Las que no atribuyeron a Dios la omnipotencia, imaginaron muchos dioses; las que no le atribuyeron soberana bondad hicieron de Él un Dios celoso, colérico, parcial y vengativo.

140. Dios es la inteligencia suprema y soberana. La inteligencia del hombre es limitada puesto que no puede hacer ni comprender todo lo que existe. La de Dios, al abarcar el infinito, debe ser infinita. Si la supusiésemos limitada en algún punto, podríamos concebir la existencia de otro ser más inteligente, capaz de comprender y hacer lo que el primero no haría y así sucesivamente, hasta el infinito.

141. Dios es eterno, es decir, no tuvo comienzo y no tendrá fin. Si hubiese tenido principio, hubiera salido de la nada. Ahora bien, como la nada no es nada, nada puede producir. O, sino, habría sido creado por otro ser anterior a Él y, en ese caso, ese ser sería Dios.

142. Dios es inmutable. Si estuviese sujeto a cambios, las leyes que rigen el Universo no tendrían ninguna estabilidad.

143. Dios es inmaterial, es decir, su naturaleza difiere de todo lo que llamamos materia. De otro modo, no sería inmutable, pues estaría sujeto a las transformaciones de la materia. Dios carece de una forma apreciable por nuestros sentidos, de lo contrario sería materia.

144. Dios es todopoderoso. Si no poseyese el poder supremo, se podría concebir una entidad más poderosa y así sucesivamente, hasta llegar al ser cuyo poder ningún otro ser sobrepasase. Entonces, ése último sería Dios.

145. Dios es soberanamente justo y bueno. La sabiduría providencial de las leyes divinas se revela tanto en las cosas más pequeñas como en las más grandes, y esa sabiduría no permite que se dude ni de su justicia ni de su bondad. La soberana bondad implica la justicia soberana, porque si él procediese injustamente o con parcialidad en una sola circunstancia, o en relación a una sola de sus criaturas, ya no sería soberanamente justo y, en consecuencia, ya no sería soberanamente bueno.   

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Qué autoridad tiene la revelación espírita, puesto que ella emana de seres de luces limitadas y falibles?

La objeción sería relevante si esa revelación consistiese sólo en la enseñanza de los Espíritus, si debiésemos recibirla exclusivamente de ellos y debiésemos aceptarla a ciegas. Pero ésta pierde todo valor cuando el hombre aporta a la revelación su razonamiento y su criterio; cuando los Espíritus se limitan a ponerlo en el camino de las deducciones que puede sacar de la observación de los hechos. Ahora bien, las manifestaciones en sus innumerables modalidades, son hechos que el hombre estudia para deducir sus leyes, ayudado en ese trabajo por los Espíritus de todas las categorías que, de tal modo, son más bien colaboradores suyos que reveladores, en el sentido usual del término. Todos los Espíritus, pues, cualquiera sea el grado de elevación en que se encuentren, nos enseñan algo; pero nos corresponde a nosotros, puesto que ellos son más o menos esclarecidos, discernir lo que hay de bueno o de malo en lo que nos digan y sacar el provecho posible de la enseñanza que nos den. (La Génesis, cap. I, ítems 57 y 58.)

B. ¿Cuáles son la finalidad y la utilidad de las manifestaciones espíritas?

Los Espíritus no se manifiestan para liberar al hombre del estudio y de las investigaciones, ni para transmitirle ninguna ciencia completamente acabada. En relación a lo que el hombre puede encontrar por sí mismo, ellos le dejan entregado a sus propias fuerzas. Esto lo saben hoy perfectamente los espíritas. Sus manifestaciones han servido para darnos a conocer el mundo invisible que nos rodea y del cual no sospechábamos, y sólo ese conocimiento sería de capital importancia, si fuera que los Espíritus no pudieran enseñarnos nada más. (La Génesis, cap. I, ítems 60 y 61.)

C. ¿Cuál es el principal argumento espírita en favor de la existencia de Dios?

Todo efecto inteligente tiene su origen en una causa inteligente. Si preguntasen quién es el constructor de tal mecanismo ingenioso, ¿qué pensaríamos de quien respondiese que se hizo a sí mismo? Echando una mirada a nuestro alrededor, sobre las obras de la Naturaleza, al observar la providencia, la sabiduría y la armonía que presiden esas obras, reconoceremos que no hay ninguna que no sobrepase los límites de la más prodigiosa inteligencia humana. Ahora bien, puesto que el hombre no las puede producir, es porque ellas son el producto de una inteligencia superior a la Humanidad, a menos que se sustente que existen efectos sin causa. (La Génesis, cap. II, ítems 3 y 5.)

 

 


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