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Año 8 367 – 15 de Junio de 2014
NUBOR ORLANDO FACURE               
lfacure@uol.com.br  
Campinas, SP ( Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Nubor Orlando Facure

Fenómenos psicofísicos de naturaleza espiritual

Parte 1

 
 
La doctrina espírita contiene en sus fundamentos una serie de informaciones que nos permiten identificar una “clase especial de fenómenos” que sugerimos tratarse de fenómenos “psicofísicos de naturaleza espiritual”. Corresponden al proceso de actuación del alma en el cuerpo físico.

Es muy fácil reconozcamos los fenómenos de la realidad física y de la esfera psicológica que forman parte de toda nuestra vida. Queremos, sin embargo, poner en relevancia otra clase de fenómenos que sólo la actuación del Espíritu es capaz de explicar.

En el mundo físico conocemos la naturaleza de la materia y los procesos que rigen su movimiento y sus combinaciones. En el mundo psicológico identificamos los mecanismos inconscientes que imponen nuestros comportamientos y aprisionan nuestros deseos.

En el dominio espiritual la literatura, especialmente de Kardec, André Luiz y Emmanuel, ya nos indicó mecanismos interesantes que actúan en la interfase cuerpo/alma.

El paradigma actual de la Medicina, aunque haya esclarecido gran parte de la anatomía y de la fisiología del organismo humano, no tiene alcance suficiente para percibir o interpretar el complejo mecanismo de actuación del Espíritu sobre el cuerpo. Ese será, posiblemente, el mayor descubrimiento de la Ciencia.

Una modelo interesante para ejemplificar la extensión de esa dificultad es vista en la glándula pineal. Conocemos su anatomía minúscula, su relación con los ritmos biológicos, su sensibilidad a la luz, su precaria conexión con el cerebro, su producción química modesta y su expresión clínica poco significativa. Por eso es por lo que causaron sorpresa los relatos que nos llegaron de la espiritualidad, apuntando expresivas actividades de la glándula pineal, que superaban lo que hasta hoy fuimos capaces de constatar con nuestros estudios macro o microscópicos.

Necesitamos dejar claro que lo que observamos “del lado de acá” es sólo la expresión  anatomo-funcional de la glándula. Por no tener los instrumentos de acceso al mundo espiritual, no sabemos como es que se procesa su actividad en la interacción cerebro/mente. Podemos identificar las células de la pineal y su micro estructura, registrar sus cambios metabólicos, identificar las secreciones de los humores y la transmisión de los influjos nerviosos. Sin embargo, en el dominio de la actividad espiritual, los posibles componentes, y cómo actúan, son aún indetectable por nuestros instrumentos. Extrapolar nuestro conocimiento “de aquí para allá” aún permanece en el campo de la metafísica.

No sería prudente imaginar que “por aquí” podremos un día conocer toda la extensión de ese fenómeno que llamamos de “psicofísico de naturaleza espiritual”, presuponiendo, de antemano, que “del lado de allá” la dinámica espiritual del fenómeno es mucho más amplia y significativa que nuestra anatomía puede registrar.

Aprendemos con la Doctrina Espírita que existen tres elementos fundamentales que dirigen la fisiología de los procesos orgánicos que condicionan la vida: el Espíritu, el Periespíritu y los Fluidos que intermedian la intercesión cuerpo/alma.

Nos parece innecesario anotar los detalles ya bien conocidos de los tres. Los libros básicos de la Doctrina son suficientes. Nuestro propósito será el de apuntar algunos fenómenos que nos parecen ilustrativos para la presentación de la fisiología metafísica que estamos interesados en estudiar:    

  • La fijación del pensamiento
  • La cohesión de la población celular
  • Los Centros de fuerza
  • La corriente sanguínea y la energía vital
  • La glándula pineal y su fisiología espiritual
  • El ectoplasma
  • La respiración restauradora.

Nuestra sugerencia es que fenómenos de ese tipo sean rotulados de “fenómenos Espíritu-somáticos”. Su estudio comprende una reja de fenómenos que puede llevarnos a conocer Leyes generales de la fisiología que integra el cuerpo al alma. Esa sugerencia se motiva por el hecho de que, aparentemente, hay muchos otros fenómenos del mismo tipo; no es conveniente dar la impresión de que su lista es completa.

La fijación del pensamiento – La neurofisiología sugiere que el pensamiento es un proceso continuo que se expresa en la actividad de las neuronas del cerebro. Nuestras ideas nacen a partir de estímulos externos que alcanzan los órganos de los sentidos o por mecanismos internos de percepción y memorias acumuladas en el transcurrir de la vida.

La neurona fue identificada como célula fundamental a partir del momento que técnicas de coloración permitieron el reconocimiento de su estructura. Cuando Camillo Golgi en 1873 usó una tintura de plata para colorear el cerebro, fue posible percibir que algunas neuronas se impregnaban con esa coloración revelando el cuerpo celular y sus prolongaciones, inaugurando, a partir de ahí, una revolución extraordinaria en el conocimiento del cerebro.

En esa misma época (final del siglo XIX), Franz Nissl consigue colorear las neuronas con violeta de creta, descubriendo en el citoplasma el amontonado de una sustancia de apariencia “tigroide” que quedó conocida como “corpúsculos de Nissl”. Los estudios actuales revelaron que esos corpúsculos corresponden a una estructura membranosa denominada Retículo Endoplasmático Rugoso que tiene la función de construir proteínas dentro de las neuronas. Algunas de esas proteínas formarán parte de las membranas celulares y otras participarán de enzimas que actúan en la producción de neurotransmisores.

La membrana que reviste las neuronas es formada por dos capas de una sustancia gruesa fosfolipídica. Esa capa es impermeable, aislando el contenido interno de las neuronas de los fluidos extracelulares. Ella es, sin embargo, interrumpida por “portones” de proteínas que construyen los canales que permeabilizan las membranas. Es a través de esos canales de constitución proteica que entran o salen iones y substancias que afectan la actividad de las neuronas (sodio, potasio, calcio, neurotransmisores, tranquilizantes, antidepresivos y drogas como la cocaína, para citar ejemplos más conocidos).

Por otro lado, las enzimas son indispensables para la producción de los neurotransmisores que realizan toda la transmisión de la información entre las neuronas.

Se puede deducir que los corpúsculos de Nissl, estando directamente conectados a la producción de proteínas, ejercen un papel fundamental en la fisiología cerebral.

André Luiz, en psicografia en 1958 (Evolución en dos Mundos), destacó la importancia de los corpúsculos de Nissl enseñando que ahí la mente fija sus propósitos transmitiendo por el pensamiento las ideas que el Espíritu proyecta en el cerebro. A partir de las percepciones de los sentidos, el Espíritu renueva sus ideas, proyecta en la red de neuronas su energía que resulta en pensamientos capaces de adecuarse en el cerebro, produciendo nuestros actos.

Una neurona, en constante actividad, va expandiendo sus sinapsis fijando el aprendizaje que la experiencia va suministrándole. En cada sinapsis se ajustan los canales de transporte químico fundamentales al cambio de informaciones entre las neuronas. Tanto esos canales, como los neurotransmisores, son construidos a partir de proteínas montadas, principalmente, dentro de los corpúsculos de Nissl. Por lo tanto, afirmar que el Espíritu ejerce actuación directa en los corpúsculos de Nissl, como enseñó André Luiz, nos permite suponer que es el Espíritu que en último análisis construye el tipo de neuronas que estructura el cerebro de cada uno de nosotros.

La cohesión de la población celular – El organismo humano está formado por más de 300 trillones de células en constante renovación. Los diversos órganos que lo componen se estructuran en diferentes capas de tejidos que reúnen células típicas y variadas. Tenemos en nuestro cuerpo para más de 250 tipos diferentes de células, incluyendo las neuronas, las células de la glia que sostienen el cerebro, los hepatocitos, las células musculares, las gruesas, las epiteliares que revisten la piel y así por seguidamente.

La Ciencia atribuye al programa impreso en el genoma todo ese proyecto de distribución y organización del gigantesco universo celular que construye nuestro cuerpo. Nos falta, sin embargo, una teoría adecuada al gigantismo de esa tarea, ya que sólo de neuronas tenemos decenas de tipos morfológicos, en un total de 100 mil millones de células, exigiendo conexiones sinápticas que superan a trillones de conexiones absolutamente precisas. Necesitamos recordar que en el útero materno el embrión construye 250 mil neuronas por minuto. Se hace una tarea asombrosa para los pocos 33 mil genes que traemos como patrimonio genético.

La doctrina espírita enseña que el molde que nos estructura el cuerpo físico es función del periespíritu que nos ajusta al mundo espiritual. Están en ese periespíritu todos los trazos que identifican nuestro mundo mental. Sin embargo, la manera física que aparentamos y los estigmas de enfermedades que nos marcan no se reproducen como una copia fotográfica fiel de nuestro periespíritu. Las personas de apariencia simple pero de Espíritu noble irradian una tesitura espiritual que sobresale delante de las imágenes de belleza a que los medios acostumbran a destacar, especialmente para el cuerpo femenino. La presencia de deformidades físicas está conectada a nuestros méritos y necesidades, adecuadas a los débitos pasados que acumulamos, más que a la apariencia del periespíritu. No siempre las anomalías acompañarán al Espíritu después de la desencarnación.

Allan Kardec sugiere que el conocimiento del periespíritu tiene mucho que colaborar con la Medicina para aclaración de nuestras enfermedades. Pero recurrimos de nuevo a André Luiz para sorprendernos con sus revelaciones. Él enseña que, por la actuación de nuestra mente, mantenemos cohesivos los trillones de células que componen nuestro cuerpo. Esa actividad da a nuestras actitudes una responsabilidad enorme en el compromiso que tenemos que cuidar por nuestro equilibrio físico. Sin embargo, las sorpresas no paran por aquí. André Luiz afirma que cada una de esas células es un universo microscópico donde estadía el principio inteligente, constituyendo cada célula que abrigamos en nuestro cuerpo una unidad, con individualidad propia, sobre las cuales tenemos inmensa responsabilidad de sostener y conservar. Son “Almas” hermanas que, en estado primitivo, recorren con nosotros las luchas de la vida física, prestando al Espíritu humano la dádiva de su metabolismo.

Los centros de fuerza – La cultura milenaria de Oriente registra en sus libros sagrados la existencia de centros de fuerza o chacras, de localización constante en el cuerpo espiritual de todos nosotros. Ellos se localizan en el cerebro y en plexos distribuidos por nuestro cuerpo en las regiones de la laringe, del estómago, del bazo, del plexo abdominal relacionado con el tracto digestivo y en la región genital.

Son en número de dos en el cérebro: el chacra cerebral localizado en la región frontal y el chacra coronário en las regiones centrales del cérebro.

Los lobos frontales pasaron por un proceso extraordinario de expansión cuando se inició la evolución del ser humano en la Tierra. El lóbulo frontal es la región que más nos distingue del cerebro de un chimpancé. Están relacionados con nuestros pensamientos abstractos, con nuestra capacidad de clasificar los objetos, de organizar nuestros actos y programar nuestro futuro. Sin el lóbulo frontal el hombre se hace irresponsable, pierde la capacidad de organizar las cosas en un ambiente, deja de preocuparse con los otros, puede hacerse jocoso y no percibe la gravedad de la situación en que vive. Es el lóbulo frontal el que más nos hace humanos.

André Luiz nos dice que el chacra cerebral, de localización frontal, nos permite estar en unión con las esferas más altas que dirigen nuestros destinos en la Tierra. A través de la oración, proyectando la súplica piadosa o el agradecimiento sincero, mantenemos contacto con los seres sublimes que nos orientan y protegen.

En la región coronaria podemos apuntar tres niveles estratificados anatómicamente. El cortex, los núcleos de la base y el diencéfalo. El cortex cerebral de la región coronaria se relaciona con la actividad motora que nos facilita los movimientos voluntarios. En los núcleos básales (tálamo, putamen (es una estructura situada en el centro del cerebro), globo pálido y dorsal) son organizados nuestros movimientos automáticos, que nos permiten realizar la respiración, la deglución, la masticación y la marcha, para citar ejemplos fáciles de comprender. Y, finalmente, el diencéfalo reúne una agrupación de células que desempeñan un papel muy importante en el control de nuestras funciones metabólicas, íntimamente asociadas a nuestra supervivencia. En el hipotálamo, que compone parte importante del diencéfalo, son producidas decenas de sustancias que controlan la actividad de nuestras glándulas, funcionando como estimuladores de la producción de hormonas en la hipófisis, en la tiroides, en la suprarrenal, en los ovarios y en los testículos, entre tantas otras glándulas.

André Luiz enseña que en el chacra coronario están situadas las fuerzas que mantienen en equilibrio la actividad de los trillones de células que obedecen a nuestro mando mental, manteniendo la forma y las funciones de nuestro cuerpo físico. (Continúa en la próxima edición de esta revista.)
        


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita