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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 364 – 25 de Mayo de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 3)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868. El texto condensado de la obra, que ofrecemos para la lectura, y las respuestas a las preguntas propuestas se basan en la 36ª edición del libro, publicada por la Federación Espírita Brasileña, conforme la traducción hecha por Guillon Ribeiro. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cómo fue elaborada la Doctrina Espírita?

B. ¿Se puede decir que el Espiritismo es una consecuencia directa de la doctrina cristiana?

C. ¿Cuál es el punto principal de la revelación cristiana?

Texto condensado para la lectura

50. Moisés, como profeta, reveló a los hombres la existencia de un Dios único, Señor soberano y creador de todas las cosas; promulgó la ley del Sinaí y sentó las bases de la verdadera fe. Como hombre, fue legislador de su pueblo mediante el cual esa fe primitiva, purificándose, habría de esparcirse sobre la Tierra.

51. Cristo, tomando de la antigua ley lo que es eterno y divino, y desechando lo que era transitorio, puramente disciplinario y de concepción humana, agregó la revelación de la vida futura, de la cual Moisés no había hablado, así como la de las penas y recompensas que esperan al hombre después de la muerte.

52. La parte más importante de la revelación de Cristo, en el sentido de ser la fuente primera, la piedra angular de toda su doctrina, es el punto de vista completamente nuevo de lo que considera la Divinidad. Ésta ya no es el Dios terrible, celoso, vengativo, de Moisés; el Dios cruel e implacable que riega la tierra con sangre humana, que ordena la masacre y el exterminio de los pueblos, sin exceptuar a las mujeres, los niños y los viejos, y que castiga a aquellos que ahorran víctimas; ya no es el Dios injusto que castiga a todo un pueblo por la falta de su jefe, que se venga del culpable en la persona del inocente, que hiere a los hijos por las faltas de sus padres; sino es un Dios clemente, soberanamente justo y bueno, lleno de mansedumbre y misericordia, que perdona al pecador arrepentido y da a cada uno según sus obras. Ya no es el Dios de un único pueblo privilegiado, el Dios de los ejércitos, presidiendo los combates para sustentar su propia causa contra el Dios de los otros pueblos; sino el Padre común de todo el género humano, que extiende su protección sobre todos sus hijos y los llama a todos junto a Él; ya no es el Dios que recompensa y castiga sólo por los bienes de la Tierra, que hace consistir la gloria y la felicidad en la esclavitud de los pueblos rivales y en la multiplicidad de la descendencia, sino un Dios que dice a los hombres: “Vuestra verdadera patria no está en este mundo sino en el reino celestial, allí donde los humildes de corazón serán elevados y los orgullosos serán humillados.” Ya no es el Dios que hace de la venganza una virtud y ordena que se retribuya ojo por ojo, diente por diente; sino el Dios de la misericordia, que dice: “Perdonad las ofensas, si queréis ser perdonados; haced el bien a cambio del mal; no hagáis lo que no queréis que os hagan”. Ya no es el Dios mezquino y meticuloso que impone, bajo las más rigurosas penas, el modo en que quiere ser adorado, que se ofende por la inobservancia de una fórmula; sino el Dios grande, que ve el pensamiento y que no se honra con la forma. En fin, ya no es el Dios que quiere ser temido, sino el Dios que quiere ser amado.

53. Siendo Dios el eje de todas las creencias religiosas y el objetivo de todos los cultos, el carácter de todas las religiones corresponde a la idea que ellas tienen de Dios. Las religiones que hacen de Dios un ser vengativo y cruel, creen honrarlo con actos de crueldad, con hogueras y torturas; las que tienen un Dios parcial y celoso, son intolerantes y más o menos meticulosas en la forma, porque lo creen más o menos manchado por las debilidades y pequeñeces humanas.

54. Toda la doctrina de Cristo se funda en el carácter que Él le atribuye a la Divinidad. Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bueno y misericordioso, Él hace del amor de Dios y de la caridad para con el prójimo la condición indeclinable para la salvación, diciendo: Amad a Dios sobre todas las cosas y a vuestro prójimo como a vosotros mismos; en esto está toda la ley y los profetas; no existe otra ley.

55. Sobre esta creencia, estableció el principio de la igualdad de los hombres ante Dios y el de la fraternidad universal.

56. La revelación de los verdaderos atributos de la Divinidad, junto a la de la inmortalidad del alma y de la vida futura, modificaba profundamente las relaciones mutuas entre los hombres, imponiéndoles nuevas obligaciones, les hacía encarar la vida presente bajo otro aspecto y debía, por eso mismo, provocar reacción sobre las costumbres y las relaciones sociales. Es éste, indudablemente, por sus consecuencias, el punto principal de la revelación de Cristo, cuya importancia no ha sido suficientemente comprendida y, es lamentable decirlo, es también el punto del cual más se ha apartado la Humanidad, el que más ha ignorado en la interpretación de sus enseñanzas.

57. Pero Cristo agrega: “Muchas de las cosas que os digo aún no las comprendéis, y muchas otras tendría que decir que no comprenderéis tampoco; por eso, os hablo por parábolas; pero más adelante os enviaré el Consolador, el Espíritu de Verdad, que restablecerá todas las cosas y las explicará todas”. (San Juan, cap. XIV, XVI; San Mateo, cap. XVII.)

58. Si Cristo no dijo todo cuanto habría podido decir, es porque creyó conveniente dejar ciertas verdades en la sombra, hasta que los hombres estuviesen en situación de comprenderlas. Como Él mismo confesó, su enseñanza estaba incompleta, pues anunciaba la venida de aquél que la completaría; preveía, pues, que sus palabras no serían bien interpretadas, y que los hombres se desviarían de su enseñanza; en suma, que destruirían lo que Él había hecho, puesto que todas las cosas deberán ser restablecidas: ahora bien, sólo se restablece aquello que fue desecho.

59. ¿Por qué Él llama Consolador al nuevo Mesías? Este nombre, significativo y sin ambigüedad, encierra toda una revelación. Así, Él preveía que los hombres tendrían necesidad de consuelos, lo que implica la insuficiencia de estos en la creencia que iban a fundar. Tal vez, nunca Cristo fue tan claro, tan explícito, como en estas últimas palabras, a las cuales pocas personas dieron suficiente atención, probablemente porque evitaron esclarecerlas y profundizar su sentido profético.

60. Si Cristo no pudo desarrollar su enseñanza de manera completa, fue porque a los hombres les faltaba los conocimientos que sólo podrían adquirir con el tiempo, y sin los cuales no lo comprenderían. Hay muchas cosas que habrían parecido absurdas en el estado de los conocimientos de entonces. Por completar su enseñanza se debe entender en el sentido de explicar y desarrollar, no de agregarle verdades nuevas, porque todo en ella se encuentra en estado de germen, faltando sólo la llave para comprender el sentido de sus palabras.

61. En este siglo de emancipación intelectual y de libertad de consciencia, el derecho de examen pertenece a todos y las Escrituras no son más el arca santa que nadie se atrevería a tocar con la punta del dedo, sin correr el riesgo de ser fulminado. En cuanto a las luces especiales necesarias, sin refutar las de los teólogos, por más esclarecidos que fuesen los de la Edad Media, y en especial los Padres de la Iglesia, éstas no fueron lo suficiente como para no condenar como herejía el movimiento de la Tierra y la creencia en los antípodas.

62. Los hombres sólo pudieron explicar las Escrituras con la ayuda de lo que sabían, de las nociones falsas o incompletas que tenían sobre las leyes de la Naturaleza, más tarde reveladas por la ciencia. He ahí por qué los mismos teólogos, de muy buena fe, se engañaron sobre el sentido de ciertas palabras y hechos del Evangelio. Queriendo a toda costa encontrar en él la confirmación de una idea preconcebida, giraron siempre sobre el mismo círculo, sin abandonar su punto de vista, de modo que sólo veían lo que querían ver. Por muy instruidos que fuesen, no podían comprender las causas dependientes de leyes que desconocían.

63. Pero, ¿quién juzgará las interpretaciones diferentes y muchas veces contradictorias, fuera del campo de la teología? El futuro, la lógica y el buen sentido. Los hombres, cada vez más esclarecidos, a medida que nuevos hechos y nuevas leyes se vayan revelando, sabrán separar los sistemas utópicos de la realidad. Ahora bien, las ciencias hicieron conocidas ciertas leyes; el Espiritismo revela otras; todas son indispensables a la comprensión de los textos sagrados de todas las religiones, desde Confucio y Buda hasta el Cristianismo. En cuanto a la Teología, ella no podrá, sin faltar a la justicia, alegar las contradicciones de la Ciencia, puesto que ella no siempre está de acuerdo consigo misma.

64. Por el Espiritismo, el hombre sabe que el alma progresa sin cesar a través de una serie de existencias sucesivas, hasta alcanzar el grado de perfección que le acerca a Dios; que todas las almas, teniendo un mismo punto de origen, son creadas iguales, con idéntica aptitud para progresar, en virtud de su libre albedrío; que todas son de la misma esencia y que no hay entre ellas diferencia sino en cuanto al progreso realizado; que todas tienen el mismo destino y alcanzarán la misma meta, más o menos rápido mediante el trabajo y la buena voluntad. Sabe que no hay criaturas desheredadas, ni más favorecidas unas que otras; que Dios no ha creado a ninguna privilegiada y dispensada del trabajo impuesto a las otras para progresar; que no hay seres perpetuamente destinados al mal y al sufrimiento; que los que son designados con el nombre de demonios son Espíritus aún atrasados e imperfectos, que practican el mal en el espacio, como lo practicaban en la Tierra, pero que adelantarán y perfeccionarán; que los ángeles o Espíritus puros no son seres creados aparte en la Creación, sino Espíritus que llegaron a la meta, después de haber recorrido la senda del progreso; que de esa manera, no hay creaciones múltiples, ni categorías diferentes entre los seres inteligentes, sino que toda la creación deriva de la gran ley de unidad que rige el Universo y que todos los seres gravitan hacia un objetivo común que es la perfección, sin que unos sean favorecidos a costa de los demás, puesto que son todos hijos de sus propias obras.

65. Por las relaciones que hoy puede establecer con aquellos que dejaron la Tierra, el hombre posee no sólo la prueba material de la existencia y de la individualidad del alma, sino comprende también la solidaridad que une a vivos y muertos de este mundo, y los de este mundo con los de otros planetas. Conoce la situación de éstos en el mundo de los Espíritus, acompañándolos en sus migraciones, apreciando sus alegrías y sus penas; sabe la razón por la cual son felices o infelices, y la suerte que les está reservada según el bien o el mal que hayan hecho.

66. Estas relaciones inician al hombre en la vida futura, que él puede observar en todas sus fases, en todas sus peripecias; el futuro ya no es una vaga esperanza: es un hecho positivo, una certeza matemática. Desde entonces, la muerte no tiene nada de aterradora, porque es su liberación, la puerta de la verdadera vida.

67. Por el estudio de la situación de los Espíritus, el hombre sabe que la felicidad y la desdicha en la vida espiritual son inherentes al grado de perfección y de imperfección; que cada cual sufre las consecuencias directas y naturales de sus faltas o, dicho de otro modo, que es castigado por donde pecó; que esas consecuencias duran tanto como la causa que las produjo; que por consiguiente, el culpable sufriría eternamente si persistiera en el mal, pero que el sufrimiento cesa con el arrepentimiento y la reparación.

68. Ahora bien, como el perfeccionamiento depende de cada uno, todos pueden en virtud de su libre albedrío, prolongar o abreviar sus sufrimientos, como el enfermo sufre por sus excesos mientras no les ponga término.

69. Si la razón rechaza, como incompatible con la bondad de Dios, la idea de las penas irremisibles, perpetuas y absolutas, muchas veces infligidas por una única falta; la de los suplicios del infierno, que no pueden ser suavizados ni siquiera por el arrepentimiento más ardiente y sincero, la misma razón se inclina ante esa justicia distributiva e imparcial, que todo lo toma en cuenta, que nunca cierra la puerta al arrepentimiento y constantemente extiende la mano al náufrago, en vez de empujarlo al abismo.

70. La pluralidad de las existencias, cuyo principio estableció Cristo en el Evangelio, pero sin definirlo como a muchos otros, es una de las leyes más importantes reveladas por el Espiritismo, pues demuestra la realidad y la necesidad del progreso. Con esta ley, el hombre explica todas las aparentes anomalías de la vida humana; las diferencias de posición social; las muertes prematuras que, sin la reencarnación, volverían inútiles al alma las existencias breves; la desigualdad de aptitudes intelectuales y morales, por la antigüedad del Espíritu que aprendió y progresó más o menos, y trae al nacer lo que adquirió en sus existencias anteriores.

71. Con la doctrina de la creación del alma en el instante del nacimiento, se cae en el sistema de las creaciones privilegiadas; los hombres son extraños unos de otros, nada los une, los lazos de familia son puramente carnales; no son de ninguna manera solidarios con un pasado en el que no existían; con la doctrina de la nada después de la muerte, todas las relaciones cesan con la vida; los seres humanos no son solidarios con el futuro.

72. Por la reencarnación, son solidarios con el pasado y con el futuro y, como sus relaciones se perpetúan, tanto en el mundo espiritual como en el corporal, la fraternidad tiene como base las leyes mismas de la Naturaleza; el bien tiene un objetivo y el mal consecuencias inevitables.

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cómo fue elaborada la Doctrina Espírita?

Como medio de elaboración, el Espiritismo procedió de la misma forma que las ciencias positivas, aplicando el método experimental. Se presentaron hechos nuevos, que no podían ser explicados por las leyes conocidas; los observó comparó, analizó y, remontando de los efectos a las causas, llegó a la ley que los rige; después dedujo sus consecuencias y buscó sus aplicaciones. No estableció ninguna teoría preconcebida; por ello, no presentó como hipótesis la existencia y la intervención de los Espíritus, ni el periespíritu, ni la reencarnación, ni ninguno de los principios de la Doctrina. Concluyó en la existencia de los Espíritus cuando esa existencia resultó evidente de la observación de los hechos, procediendo de igual manera en relación a los demás principios. No fueron los hechos los que vinieron a confirmar la teoría a posteriori: fue la teoría la que vino consecuentemente a explicar y resumir los hechos.

He aquí un ejemplo: Sucede en el mundo de los Espíritus un hecho muy singular, del que seguramente nadie habría sospechado: la existencia de Espíritus que no se consideran muertos. Pues bien, los Espíritus superiores, que conocen perfectamente este hecho, no vinieron a decirnos anticipadamente: “Hay Espíritus que creen que aún viven la vida terrestre, que conservan sus gustos, costumbres e instintos”. Ellos provocaron la manifestación de Espíritus de esa categoría para que los observáramos. Habiendo visto Espíritus inciertos en relación a su estado, o que afirmaban que aún estaban en este mundo, creyéndose dedicados a sus ocupaciones ordinarias, se dedujo la regla. La multiplicidad de hechos análogos demostró que el caso no era una excepción, que constituía una de las fases de la vida espírita. Se pudo entonces estudiar todas las variedades y las causas de tan singular ilusión y reconocer que tal situación es, sobre todo, propia de Espíritus poco adelantados moralmente y peculiar a ciertos tipos de muerte; que es temporaria, y puede incluso durar semanas, meses y años. Fue así como la teoría nació de la observación. Lo mismo sucedió con todos los demás principios de la Doctrina. (La Génesis, cap. I, ítems 14 y 15. Vea también los ítems 49, 50, 51 y 52.)

B. ¿Se puede decir que el Espiritismo es una consecuencia directa de la doctrina cristiana?

Sí. Partiendo de las propias palabras de Cristo, como éste partió de las de Moisés, el Espiritismo es una consecuencia directa de su doctrina. A la idea vaga de la vida futura agrega la revelación de la existencia del mundo invisible que nos rodea y puebla el espacio, y con esto fija la creencia, le da un cuerpo, una consistencia y una realidad al pensamiento. Define los lazos que unen el alma al cuerpo y levanta el velo que ocultaba a los hombres los misterios del nacimiento y de la muerte. Por el Espiritismo, el hombre sabe de dónde viene, hacia dónde va, por qué está en la Tierra, por qué sufre temporalmente y ve por todas partes la justicia de Dios. (La Génesis, cap. I, ítems 20 al 23. Vea también el ítem 30.)

C. ¿Cuál es el punto principal de la revelación cristiana?

Toda la doctrina de Cristo se funda en el carácter que Él atribuye a la Divinidad. Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bueno y misericordioso, Él hace del amor de Dios y de la caridad para con el prójimo la condición indeclinable de la salvación, diciendo: Amad a Dios sobre todas las cosas y a vuestro prójimo como a vosotros mismos; en esto está toda la ley y los profetas; no existe otra ley. Sobre esta creencia, estableció el principio de la igualdad de los hombres ante Dios y el de la fraternidad universal. La revelación de los verdaderos atributos de la Divinidad, junto a la de la inmortalidad del alma y de la vida futura, modificaba profundamente las relaciones mutuas entre los hombres, imponiéndoles nuevas obligaciones, les hacía encarar la vida presente bajo otro aspecto y debía, por eso mismo, provocar reacción sobre las costumbres y las relaciones sociales.

Es éste, indudablemente, por sus consecuencias, el punto principal de la revelación de Cristo, cuya importancia no fue comprendida suficientemente y, es lamentable decirlo, es también el punto del cual más se ha apartado la Humanidad, el que más ha ignorado en la interpretación de sus enseñanzas. (La Génesis, cap. I, ítems 24 y 25.)

 

 


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