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Año 8 363 – 18 de Mayo de 2014
ALTAMIRANDO CARNEIRO         
alta_carneiro@uol.com.br     
São Paulo, SP (Brasil)  
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Altamirando Carneiro

Doctrina de los Espíritus. Codificación de Allan Kardec, Religión de fe, razón y luz  

 
 
El Siglo XIX es denominado El Siglo de las Luces, pues fue en el que hubo un gran desarrollo de los artes, de la ciencia, de la cultura. Ese siglo surgió el 18 de abril de 1857 (fecha de la primera edición de El Libro de los Espíritus) la Doctrina Espírita, codificada en Francia por Allan Kardec. En esa época, París, la capital francesa, la entonces Ciudad Luz, era el punto de apoyo pensante del siglo 19. Pero el Espiritismo, la Tercera Revelación,  como las revelaciones anteriores (Moisés y Cristo), no surgió abruptamente.

Recordemos que las ideas cristianas fueron presentidas muchos siglos antes de Jesús, con Sócrates y Platón,  precursores de la Doctrina Cristiana y del Espiritismo. Jesús completó los Diez Mandamientos, las llamadas Leyes de Dios, recibidos por Moisés en el Monte Sinaí, mientras que el Espiritismo dio la interpretación racional a las enseñanzas de Jesús.

La mediumnidad y los llamados “fenómenos espíritas” (no porque sean propios del Espiritismo,  sino porque es el Espiritismo que los estudia, sin ideas preconcebidas) formaron parte del día a día de pioneros como Emmanuel Swedenborg, Edward Irving, Andrew Jackson Davis, las hermanas Fox, entre otros.

Hasta mediados del Siglo VI, todo el Cristianismo creía en la reencarnación, proclamada siglos antes de la Era Cristiana como hecho incontestable, guía de los  principios de la Justicia Divina, pero el segundo Concilio de Constantinopla, en 553 d.J.C., realizado en Estambul, en Turquía, en decisión política, para atender a las exigencias del Imperio Romano, resolvió abolir tal convicción, sustituyéndola por la resurrección (de la carne),  que contraría todo el principio de la Ciencia, pues admite la vuelta del Ser, en el supuesto juicio final, en el mismo cuerpo ya desintegrado en todos sus elementos constitutivos.

La Luz mayor de la Doctrina Espírita –  A lo largo del tiempo, conforme las convenciones humanas, surgieron varias concepciones, como:

1) el materialismo, que afirma que la inteligencia del hombre es un producto de la materia y los gozos materiales son las únicas cosas reales y deseables y vivir cada uno para sí es lo mejor, mientras aquí estemos.

2) la doctrina panteísta, para la cual el alma, independiente de la materia, es extraída, al nacer, del todo universal, se individualiza en cada ser durante la vida y vuelve, por efecto de la muerte, a la masa común. 

3)  la doctrina deísta, enseñada por los deístas independientes, que creen en Dios, admiten todos sus atributos como Creador, que, habiendo establecido las leyes generales que rigen el Universo, no se ocupa más de ellas; siendo así, nada tenemos que agradecer o pedir a Dios.

4) la doctrina enseñada por los deístas providenciales, que creen en la existencia y en el poder creador de Dios, en el origen de las cosas y en la intervención incesante de Dios en la creación, a Él oran y no admiten el culto exterior y el dogmatismo.

5) la doctrina dogmática, que dice que el alma es independiente de la materia. Creada por ocasión del nacimiento del cuerpo físico, ella sobrevive y conserva la individualidad después de la muerte corpórea, y desde ese momento tiene irrevocablemente determinada su suerte, siendo nulos los progresos anteriores.

6) la Doctrina Espírita, que enseña que el principio inteligente es independiente de la materia. El alma individual preexiste y sobrevive al cuerpo. El punto de partida es el mismo para todas las almas, no habiendo excepciones. Las almas son creadas simples e ignorantes y están sujetas a la ley del progreso.

La Doctrina Espírita se asienta en los pilares básicos: la existencia de Dios, la reencarnación o pluralidad de las existencias, la pluralidad de los mundos habitados, la intercomunicación entre los dos planos de la vida y el Código de Moral del Evangelio de Cristo.

La concepción de la existencia de Dios, innata en el hombre, así como la certeza del Espíritu inmortal, forma parte del pensamiento de filósofos que impulsaron la cultura del siglo 19. Emmanuel Kant señala que la conciencia es la voz de Dios en el hombre. Y demuestra que la ley moral es la posibilidad más profunda de nuestro ser y la realización de nuestro verdadero destino. René Descartes, al llegar a la célebre conclusión: “pienso, luego existo”, afirma que el pensamiento es algo más cierto que la materia corporal, y descubre la realidad del Espíritu. Hegel escribió la Fenomenología del Espíritu, donde traza la historia por la cual la conciencia humana se elevó de las representaciones más elementales de Dios a su representación filosófica adecuada.

Entre voces disonantes, Friedrich Nietzsche proclamó la muerte de Dios, pero Voltaire fue preciso cuando afirmó que no creía en los dioses hechos por los hombres, pero sí en el Dios que hizo a los hombres.    

El progreso moral se distanció cada vez más del progreso científico. Si observáramos el progreso de la Humanidad, vemos que en todas las épocas el progreso moral siempre marchó detrás del progreso material, mientras que, para nosotros cristianos, el progreso material debe andar codo con codo con el progreso moral. Somos como los pájaros, tenemos dos alas: el ala de la moral y el ala del conocimiento, que deben siempre andar codo con codo.

Volvamos  a las varias concepciones surgidas en la Tierra. Como dijimos en el primer párrafo, la Doctrina Espírita surgió el 18 de abril de 1857, en París, Francia, con la primera edición de El Libro de los Espíritus, compuesto por 501 preguntas de Allan Kardec y las respuestas de los Espíritus, con comentarios, en negrita, del Codificador. La segunda edición, del 16 de marzo de 1860, fue reestructurada y aumentada por Kardec, con 1.019 preguntas, bajo la orientación del Espíritu de Verdad, que desde la elaboración de la primera edición ya lo hube avisado que ella  no podía contener todo.

Los “fenómenos espíritas” con los cuales Europa ya estaba familiarizada, principalmente a través de los fenómenos de las mesas giratorias, que no pasaban de meros divertimentos en los salones sociales, asumían entonces una seria connotación, provocando reacciones de todo el mundo.

La segunda parte del libro Obras Póstumas, publicado en 1890 con escritos dejados por Allan Kardec, en el capítulo Mi primera iniciación en el Espiritismo, registra estas palabras del Codificador: “Comprendí, antes de todo, la gravedad de la investigación que iba a emprender; percibí en aquellos fenómenos la llave del problema tan oscuro y tan controvertido del pasado y del futuro de la Humanidad, la solución que yo buscaba en toda mi vida. En suma, toda una revolución de las ideas y de las creencias”.

Tras El Libro de los Espíritus, vinieron El Libro de los Médiums – enero de 1861; El Evangelio según el Espiritismo – abril de 1864; El Cielo y el Infierno – agosto de 1865; La Génesis –enero de 1868.

En ese escenario, Allan Kardec lanzó el 1º de enero de 1858 la Revista Espírita y el 1º de abril de 1858  la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, el primer Centro Espírita del mundo. Contrariando los procedimientos de la época, en que las manifestaciones de las “mesas giratorias” eran practicadas en los salones de las residencias burguesas, Kardec entendía que las reuniones espíritas deberían ser efectuadas en una institución especialmente creada con ese objetivo, para evitar la frivolidad y la interferencia de contingencias de la vida privada de los participantes.

Tarea difícil y compleja - En la página final de la Revista Espírita, de 1858, Kardec notificó: “Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas. Fundada eln 1º de abril de 1858 y autorizada por el sello oficial del Sr. Alcalde de Policía, conforme aviso de S. P. ej. el Sr. Ministro del Interior de la seguridad general, en fecha del 13 de abril del 1858.

En el capítulo XXX del El Libro de los Médiums, el Codificador relaciona los 29 artículos que tratan de los objetivos y fines de la entidad: de la constitución, de los socios, de la administración, de las sesiones y de otras disposiciones. En dos años, la Sociedad contaba con 87 socios efectivos pagando, entre científicos, literatos, artistas, médicos, ingenieros, abogados, magistrados, miembros de la nobleza, oficiales del Ejército y de la Marina, operarios civiles, empresarios, profesores y artesanos. El número de visitantes llegaba a casi mil quinientas personas por año.

Kardec, que desempeñaba el cargo de presidente desde la fundación de la entidad, cansado por el exceso de trabajo y harto con querellas administrativas, por varias veces manifestó el deseo de renunciar, pero, aconsejado por los mentores espirituales, continuó en el ejercicio de la presidencia hasta su desencarnación.

El Codificador era riguroso en el saludo de las disposiciones estatutarias y en la disciplina de las actividades. Exigía de todos los participantes mucha seriedad, hecho que contribuyó para dar credibilidad a la institución y a sus pronunciamientos, pues Kardec era extremadamente austero en los pareceres emitidos y nunca permitió que la Sociedad se volviese un medio de controversia y debates estériles.

Allan Kardec realizó varios viajes al servicio de la Doctrina Espírita, siendo que el viaje de 1862 fue más importante y mereció del Codificador un opúsculo especial. Aquel año, viajó por casi dos meses. Recorrió, en tren, 693 leguas y visitó 20 ciudades.

Nacido Hippolyte Léon Denizard Rivail, en la ciudad de Lyon, en Francia, el 3 de octubre de 1804, estudió  en el Instituto Yverdun, en Suiza, fundado y dirigido por Juan Henrique Pestalozzi.

A los 51 años, era un educador consagrado en Francia y autor de diversos libros sobre la educación. Bachillerato en ciencias y letras, hablaba y escribía en alemán, inglés, español, italiano y holandés.

Casado con la profesora Amélie Gabrielle Boudet, desencarnada el 21 de enero de 1883, Allan Kardec desencarnó el 31 de marzo de 1869, en virtud de la ruptura de un aneurisma.

En el capítulo XXIII del libro A Camino de la Luz, psicografiado por Francisco Cândido Xavier, Emmanuel registra: “La tarea de Allan Kardec era difícil y compleja. Le competía reorganizar el edificio desmoronado de la creencia, reconduciendo la civilización a las más profundas  bases religiosas”.

Y el volumen III de la obra Allan Kardec (investigación bibliográfica y ensayos de interpretación), de Zêus Wantuil y Francisco Thiesen, registra: “Observando, comparando y juzgando los hechos, siempre con cuidado y perseverancia, concluyó (Allan Kardec) que realmente eran los Espíritus de aquellos que murieron la causa inteligente de los efectos inteligentes y dedujo las leyes que rigen esos fenómenos, de ellos extrayendo admirables consecuencias filosóficas y toda una doctrina de esperanza, de consolación y de solidaridad universal”.

Espiritismo, idea de muchos – En editorial de la revista Reencarnación, editada por la Federación Espírita do Rio Grande do Sur – número 407, 2º. Semestre de 1993, Jason de Camargo escribió: “El Espiritismo, amparado en la fe razonada y fundamentado en las leyes naturales, acompaña el progreso de la ciencia y se consolida como una Doctrina desprovista de dogmas, interpretaciones pueriles y fanatismo religioso. Inequívocamente, dedicó profundos estudios sobre esos temas. Buscó retirar las concepciones aún mitológicas existentes y posibilitó una nueva visión de mundo para todas las criaturas, iniciando, justamente, por Dios – la pregunta primera de El Libro de los Espíritus”.

En el ítem Influencia del Espiritismo en el Progreso, del capítulo VIII (Ley del Progreso) – Libro Tercero – Las Leyes Morales, de El Libro de los Espíritus – pregunta 798, Allan Kardec pregunta:  “¿El Espiritismo se hará una creencia común o será sólo la de algunas personas?”            

Los Espíritus así respondieron: “Ciertamente él se hará una creencia común y marcará una nueva era en la Historia de la Humanidad, porque pertenece a la Naturaleza y llegó el tiempo en que debe tomar lugar en los conocimientos humanos. Habrá, sin embargo, grandes luchas a sostener, más contra los intereses que contra la convicción, porque no se puede disimular que hay personas interesadas en combatirlo, unas por amor propio y otras por motivos puramente materiales. Pero sus contradictores, quedando cada vez más aislados, serán finalmente forzados a pensar como todos los otros, bajo pena de hacerse ridículos”.

En Obras Póstumas, está el registro de la posición de Kardec sobre el intolerante Auto de fe de Barcelona, que ocurrió  el 9 de octubre de 1861, cuando fueron quemados en una plaza pública, en Barcelona, 300 volúmenes enviados por el Codificador al librero Maurício Lachâtre. Cuando el fuego consumió los 300 volúmenes, el sacerdote y sus obispos se retiraron,  cubiertos por los abucheos y las maldiciones de los numerosos asistentes, que gritaban: ¡Abajo la Inquisición! Enseguida, numerosas personas se aproximaron a la hoguera, y recogieron sus cenizas.

Dijo Kardec: “Pueden quemar libros, pero no se queman ideas; las llamas de las hogueras las súper excitan, en vez de extinguirlas. Además, las ideas están en el aire, y no hay Pirineos bastante elevados para detenerlas; y cuando es grande y generosa una idea, encuentra miles de corazones dispuestos a anhelarla”.

¡Como el fénix, con el Auto de fe de Barcelona, de las cenizas nació la Luz! Como el Cristianismo, el Espiritismo es una idea verdadera, que prevalecerá. Ya se ve que el Espiritismo venció y vencerá, con los hombres, sin los hombres y a pesar de los hombres.



 


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