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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 362 – 11 de Mayo de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El carro viejo


  

Todas las semanas, Valter reunía a la familia para el estudio del Evangelio en el Hogar. Y allí, en torno a la mesa sencilla, él y la esposa Lucía, junto con los hijos María y Lucas, de cinco y siete años, leían y comentaban las lecciones del Evangelio.
 

Aquel día, el texto era dirigido especialmente a los niños, pues hablaba de la simplicidad y de la pureza de corazón, y Jesús decía claramente que aquel que no recibiera el reino de Dios como un niño en él no entraría. Y, para que los hijos entendieran mejor, Valter les explicó que Jesús había tomado al niño como ejemplo porque el es puro, simple, dice siempre lo que piensa, no miente, entre otras cosas.

Después de conversar sobre el tema,

la pequeña reunión fue concluida con una plegaria, y tomaron agua fluidificada, con las bendiciones del Alto.

Todos estaban muy bien. La madre arregló la mesa para la cena, en medio de la alegría general. Luego fueron a dormir, pues tenían que levantarse pronto. Al día siguiente tomaron el desayuno y Valter se despidió de la esposa:

— ¡Ten un buen día, querida! No te preocupes, yo dejo a los niños en la escuela.

Valter salió acompañado de los niños. Después de dejar a los hijos en la escuela, se dirigió para la empresa. De repente, atravesando una calle, el coche dejó de funcionar. Él hizo de todo, pero fue obligado a dejarlo y seguir andando para el trabajo.

Llegó tarde a la empresa y se disculpó por el retraso, explicando la razón y el jefe avisó:

— Espero que eso no ocurra más, Valter. Otro día usted dio la misma disculpa. ¡Llévelo para reparar o cámbielo por un coche más nuevo!

— El señor tiene razón. Voy a pensar en el asunto — concordó el empleado.

Valter se puso a trabajar preocupado. Él no ganaba mucho, pero daba para mantener a la casa y la familia. ¡Pero, comprar otro coche sería difícil! Él no tenía dinero para eso.

Así, él llevó el coche para el taller de un amigo, que examinó bien el vehículo:

— Valter, tu coche necesita de varios arreglos, inclusive el motor no está bien. Creo mejor vender este coche y comprar otro más nuevo.

Él agradeció al mecánico y salió, preocupado. En casa, conversó con la esposa y explicó la situación, mientras los niños jugaban en la alfombra, y Lucía concordó:

— Si no tuvieras salida, vende el coche. Estaremos sin coche por algún tiempo. ¡Tú vas en autobús para el trabajo, y yo llevo a los niños para la escuela! Después, cuando dé, nosotros compraremos otro.

Entonces, Valter puso el coche a la venta. Luego al día siguiente, apareció un comprador.

Era sábado. Valter recibió sonriente al comprador y fue a mostrarle el coche. Lucas, que estaba jugando allí cerca, en la calzada, paró de jugar y, curioso, quedó junto al padre.
 

Valter abrió el coche, para que el hombre pudiera verlo por dentro. El comprador hacía preguntas sobre el vehículo, que él respondía. De repente, el hombre indagó:

— ¿Su coche está bien así, Valter? ¿Todo funciona bien?

Valter, entre la conciencia de decir la verdad y el deseo de vender el coche, respondió presionado:

— Este coche me sirvió por muchos años sin problemas.

— Pero, ¿el motor está bien así? — insistió el otro.

— ¡Está! — él concordó, lleno de vergüenza.

Lucas, al oír eso, tiró de los pantalones del padre. Volviéndose, él oyó al pequeño decir:

— ¡Papá, tú debes haber olvidado! El motor está necesitando arreglo, ¿recuerdas?

El comprador miró para el niño, después para el dueño del coche, que se sintió peor aún por estar mintiendo, y sin salida, concordó:

— Es verdad. El motor no está muy bueno, necesita de reparación.

Muy serio, sintiéndose engañado, el comprador agradeció la atención y se despidió.

Entrando en casa, con los hombros caídos, lleno de vergüenza por haber sido cogido en flagrante mentira, Valter se echó en el sofá, callado.

El hijo se aproximó a él y dijo:

— ¡Papá, discúlpame por lo que yo hablé, es que creí que te habías olvidado que el motor no está bien, y no quería que dijeras una mentira! ¿Recuerdas que Jesús dijo que necesitamos tener simplicidad y pureza de corazón como un niño, para entrar en el reino de Dios? ¡Tenía miedo que tú no dijeras la verdad!

El padre miró al hijo, pasó la mano por su cabecita y, con lágrimas en los ojos, concordó:

— Tú tienes toda la razón, mi hijo. Tenemos que decir la verdad, siempre, aunque eso represente un posible perjuicio para nosotros.

La madre, que había entrado en la sala con la hija y había oído la conversación, preguntó al esposo:

— Y ahora, ¿qué haremos?
 

— Voy a vender el coche, pero sin mentiras, diciendo la verdad. Después, con el tiempo, ¿quién sabe si podremos comprar otro mejor?

— Sí, Valter. Es preferible que vivamos con más simplicidad, que dejemos descuidar los valores morales que Jesús nos enseñó — la madre concordó.

Ellos se abrazaron, y el padre, aproximó a Lucas al corazón, y dijo:

— Gracias, mi hijo, por haberme recordado que la

verdad debe siempre ser dicha, aunque nos cause perjuicio. Agradezco a Jesús haberme dado un hijo como tú.    

 

MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 14/04/2014.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita