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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 361 – 4 de Mayo de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 30 y final)
 

Concluimos hoy el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Qué le sucede al Espíritu culpable cuando le falta la resignación ante los sufrimientos?

B. ¿Por qué existen en la Tierra los idiotas y los excepcionales?

C. ¿Cuál es la explicación de la existencia de sufrimientos dolorosos en un niño?

D. ¿Qué puede haber de útil en la vida de un ciego?

Texto para la lectura

259. Como la hija de la Sra. B…, de Burdeos, a pesar de ser espírita y médium, pedía siempre a Dios que suavizase las crueles pruebas que su madre experimentaba, su Guía le aconsejó que pidiese simplemente la fortaleza, la calma y la resignación para soportarlas, diciéndole lo siguiente: “En esta vida todo tiene su razón de ser: no hay uno solo de vuestros sufrimientos que no hay sido causado por vosotros mismos; no hay uno solo de vuestros excesos que no tenga como consecuencia una privación; no hay una sola lágrima que caiga de vuestros ojos que no esté destinada a lavar una falta o algún crimen”. (2a. Parte, cap. VIII, Un Sabio ambicioso.)

260. “La falta de resignación – agregó el Guía – hace estéril el sufrimiento que, por lo tanto, tendría que volver a comenzar. Le conviene, pues, tener coraje y resignación, y es lo que se necesita pedir a Dios y a los buenos Espíritus que le conceda.” En seguida, explicó: “Tu madre fue en otro tiempo un buen médico, viviendo en un medio en el que se le hacía fácil tener bienestar, y en el cual no le faltaron ni dones ni honores. Pero no fue filántropo y, por lo tanto, no buscó el alivio de sus hermanos sino, ambicioso de gloria y fortuna, quiso alcanzar el apogeo de la Ciencia para aumentar su reputación y su clientela. Y para lograr ese propósito, no hubo consideración que lo detuviese”. (2a. Parte, cap. VIII, Un Sabio ambicioso.)

261. El Guía informó entonces que la Sra. B…, en su condición de médico, hizo todo tipo de experimentos con sus enfermos, sin que los infelices lo supiesen. A los ancianos, les abreviaba los días y a los hombres vigorosos los debilitaba con ensayos y experimentos movidos únicamente por su ambición y orgullo, pues la sed de oro y de renombre fue el móvil de su conducta. Fueron necesarios, por ello, siglos de pruebas terribles para domar ese Espíritu ambicioso y lleno de orgullo, hasta que el arrepentimiento iniciase la obra de su regeneración. “Coraje, pues, porque si el castigo ha sido largo y cruel, grande será la recompensa a la resignación, a la paciencia y a la humildad”, concluyó el Mentor. (2a. Parte, cap. VIII, Un Sabio ambicioso.)

262. El caso de Charles de Saint-G..., un joven de 13 años, cuyas facultades intelectuales eran nulas, al punto que no reconocía a sus propios padres y mal podía tomar sus alimentos por sí mismo, mostró a Kardec cómo piensan y actúan los idiotas, a quienes de manera general llamamos hoy excepcionales o especiales. (2a. Parte, cap. VIII, Charles de Saint-G...)

263. Comentando el caso, enseña Kardec: “Esta evocación ratifica lo que siempre se ha dicho sobre los idiotas. Su nulidad moral no implica la nulidad de su Espíritu que, con excepción de sus órganos, goza de todas sus facultades. La imperfección de los órganos es sólo un obstáculo a la libre manifestación de los pensamientos. Es, pues, el caso de un hombre vigoroso, que ha sido momentáneamente maniatado”. (2a. Parte, cap. VIII, Charles de Saint-G...)

264. Al final, el Codificador, aludiendo a tales personas, recuerda que a sus familiares se les presenta una oportunidad excepcional de ejercer la caridad, tanto más meritorio cuanto más pesado sea ese encargo para ellos,  que no tiene ninguna compensación material. “Hay más mérito – afirma Kardec – en la asistencia cuidadosa de un hijo desdichado que en la de un hijo cuyas cualidades ofrecen una compensación. Siendo la caridad desinteresada una de las virtudes más agradables a Dios, atrae siempre su bendición sobre aquellos que la practican. Ese sentimiento innato y espontáneo equivale a esta oración: Gracias, Dios mío, por habernos dado a un ser débil para sostener, a un afligido para consolar.” (2a. Parte, cap. VIII, Charles de Saint-G...)

265. El caso de Anna Bitter, joven aún e hija única, cuya muerte dejó a su padre desesperado, es muy significativo. La enfermedad que afectó a Ana no le ocasionaba sufrimientos; ella era más bien un instrumento de prueba para el padre que, al verla enferma, sufría más que su hija. Ana era resignada, él no lo era. Ana oraba, el padre maldecía. La consecuencia fue que, cuando el padre también desencarnó, él la buscó en vano por todas partes, en el mundo espiritual. “Muriendo, creía que iba a encontrarla, ¡pero no fue así!”, contó posteriormente. (2a. Parte, cap. VIII, Anna Bitter)

266. El Guía del médium esclareció que el padre de Anna no era ateo ni materialista, pero nunca se había preocupado de Dios ni de su futuro espiritual, absorbido como estaba por los intereses terrenales. Profundamente egoísta, había sacrificado todo para salvar a su hija, pero sin el menor escrúpulo, hubiera sacrificado también los intereses de terceros por su provecho personal. Como no se interesaba por nadie, sólo por su hija, Dios le castigó arrebatándole su único consuelo sobre la Tierra; y como él no se arrepintió, el secuestro subsistió en el mundo espiritual. “Al no interesarse por nadie allí, tampoco aquí nadie se interesa por él. Se encuentra solo, aislado, abandonado, y en eso consiste su castigo. Pero ¿qué hace él en esa situación? ¿Se dirige a Dios? ¿Se arrepiente? No: murmura, aún blasfema y, en una palabra, hace lo que hacía en la Tierra”, agregó el Mentor. (2a. Parte, cap. VIII, Anna Bitter)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Qué le sucede al Espíritu culpable cuando le falta la resignación ante los sufrimientos?

Tendrá que volver a comenzar la prueba o la expiación, porque la falta de resignación hace estéril el sufrimiento. En consecuencia, lo vuelve inútil. Es necesario que comprendamos que en la vida todo tiene su razón de ser: no hay uno solo de nuestros sufrimientos que no corresponda a los sufrimientos que causamos; no hay uno solo de nuestros excesos que no tenga como consecuencia una privación; no hay una sola lágrima que caiga de nuestros ojos que no esté destinada a lavar una falta o algún crimen. Debemos pues, soportar con paciencia y resignación los dolores físicos y morales, por más crueles que nos parezcan. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Un Sabio ambicioso.)

B. ¿Por qué existen en la Tierra los idiotas y los excepcionales?

Los idiotas, que hoy llamamos excepcionales o especiales, son seres castigados por el mal uso de sus poderosas facultades; son almas encarceladas en cuerpos cuyos órganos impotentes no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico constituye una de los más crueles castigos terrenales, muchas veces elegidos por Espíritus arrepentidos y deseosos de rescatar sus faltas. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Charles de Saint-G…)

C. ¿Cuál es la explicación de la existencia de sufrimientos dolorosos en un niño?

Faltas anteriores, expiación; pero puede ser también una prueba para sus padres, como ocurrió con Anna Bitter, que sirvió como instrumento de la prueba de su padre, quien al verla sufrir, sufría más que ella misma. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Clara Rivier y Anna Bitter.)

D. ¿Qué puede haber de útil en la vida de un ciego?

Según Joseph Maître, que experimentó la condición de la ceguera como una expiación por sus faltas cometidas en el pasado, el aislamiento como consecuencia de la ceguera fue provechoso para él porque durante la larga noche silenciosa su alma se alzaba más libremente hacia el Eterno, entreviendo el infinito con el pensamiento. Cuando por fin terminó su exilio, el mundo espiritual le proporcionó sólo esplendores y goces inefables. Según Françoise Vernhes, que también había sido ciega, los ciegos tienen, por lo general, otros sentidos, si se puede decir así. La observación no es una de las menores facultades de su naturaleza. La memoria es para ellos como un archivo donde se colocan, ordenadas y para siempre, las enseñanzas referidas a sus aptitudes y tendencias. Y porque nada del exterior puede perturbar esa facultad, su desarrollo puede ser notable mediante la educación. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Françoise Vernhes y Joseph Maître, el ciego.)

Fin

 

 


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