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Año 8 358 – 13 de Abril de 2014
JOSÉ PASSINI       
passinijose@yahoo.com.br 
   
Juiz de Fora, MG
(Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

José Passini

Palabras a los evangelizadores de la infancia


“Encarnando, con el objetivo de perfeccionarse, el Espíritu, durante ese periodo, es más accesible a las impresiones que recibe, capaces de auxiliarle el adelantamiento, para lo que deben contribuir aquellos incumbidos de educarlo.” (El L.E., 383)                                  

La visión que se tiene del niño por la óptica espírita difiere fundamentalmente de la que es sostenida por las doctrinas que predican la unicidad de la existencia corpórea. Para esas corrientes de pensamiento religioso, el niño trae, al nacer, sólo los ascendentes biológicos, que serían heredados de los antepasados, próximos o remotos. La concepción espírita difiere, también, de otras doctrinas reencarnacionistas que consideran la vuelta del Espíritu al mundo material sólo con fines castigadores o, como mucho, para el cumplimiento de una misión.

El Espiritismo no niega la reencarnación misionera, y enseña que aquello que es visto como castigo es sólo el funcionamiento de la ley de causa y efecto. Sin embargo, va más allá, ampliando la comprensión de la propia vida, al revelar el aspecto evolutivo de la reencarnación.

Vista bajo esa óptica, el niño es un Espíritu inmortal, detentor de inmenso equipaje de experiencias vividas en otras épocas, heredera de sí misma, que retorna a la Tierra a fin de adquirir nuevos conocimientos y, principalmente, de reformular su manera de proceder, ajustándola, tanto como sea posible, a los postulados del Evangelio de Jesús. Así, aprendemos, en el Espiritismo, que reencarnamos para proseguir nuestra jornada evolutiva. Al responder a Kardec acerca de la utilidad de pasar por el estado de infancia, los Espíritus Superiores atribuyeron la responsabilidad de la ejecución de los procedimientos educativos, no sólo a los padres, sino a todos aquellos que tienen oportunidad de propiciar al niño enseñanzas y ejemplos que le ayuden a adquirir nuevos conocimientos y a reformular su modo de proceder, o sea, de reeducarse a través del esfuerzo consciente, en el sentido de exteriorizar su luz, herencia divina de que todos los Espíritus somos dotados, conforme las enseñanzas de Jesús (Mt, 5: 16).  

Escuela de Evangelización: Puesto Avanzado del Mundo Espiritual – De entre esos “incumbidos de educarlo”, conforme expresión de los Espíritus, estamos nosotros, evangelizadores de la infancia, conectados a esos hermanos recién-llegados del Mundo Espiritual, no por los lazos de la consanguinidad ni del parentesco físico, sino por los más sagrados hilos de la noble tarea que asumimos ante el Evangelizador Mayor. Entendemos, así, que fuimos admitidos en un trabajo que es continuación de aquel iniciado en el Mundo Espiritual, en la preparación del Espíritu para su vuelta a las lides terrenas. Al considerar la Escuela Espírita de Evangelización como un Puesto Avanzado del Mundo Espiritual, debemos meditar sobre la extensión y la responsabilidad de la tarea que nos es atribuida.

Conscientes de esa grave responsabilidad, cual sea la de iluminar conciencias, urge que nos preparemos convenientemente a través de la oración sincera, de la meditación serena, del estudio edificante, a fin de que nuestra palabra, portadora de carga magnética generada en la convicción profunda, y no sólo en la información superficial, pueda tocar a los pequeñitos, pues quién no está convencido de lo que dice raramente consigue convencer a alguien. Como ejemplo, es oportuno el recuerdo de las palabras del Benefactor Alexandre, citadas en el libro “Misioneros de la Luz”, en la página 311: “El compañero que enseña la virtud, viviéndole la grandeza en sí mismo, tiene el verbo cargado de magnetismo positivo, estableciendo edificaciones espirituales en las almas que lo oyen. Sin esa característica, la adoctrinación, casi siempre, es vana.” De ese modo, la palabra suave, aunque firme, nos abrirá las puertas de la comprensión del niño, propiciándonos oportunidad a la siembra de las lecciones del Evangelio, ahora explicado a la luz de la Doctrina Espírita. 

Tres preocupaciones importantes: el pensar, el sentir y el hacer – Debemos tener conciencia de que la Escuela Espírita de Evangelización – llamada afectivamente como “escuelita” – es, desagradable el poco tiempo de que disponemos para la convivencia con el niño, a pesar de la incomprensión de muchos dirigentes de centros espíritas y de las dificultades materiales, la escuela que más esclarece en el mundo, aquella más propicia a la implantación de los tiempos nuevos, en base de las enseñanzas liberadoras, capaces de llevar el evangelizador a un cambio de mentalidad, que lo capacitará a colaborar efectivamente en la implantación de una sociedad más justa, más fraterna, de los tiempos nuevos, conforme preconizan los Espíritus.

Importa sea recordado también que el Espiritismo, al traernos de vuelta las enseñanzas de Jesús, en su simplicidad, objetividad y pujanza originales, nos quita aquel sentimiento místico del comparecer al templo – así llamado casa de Dios – y nos revela el mundo como taller de nuestra vivencia religiosa, por lo tanto de nuestro perfeccionamiento. Nos quita, también, otra referencia religiosa, además del templo, cual sea la figura del sacerdote, del pastor, del gurú.

Teniendo eso en mente, debemos meditar sobre lo que representamos para el niño, que nos observa efectivamente como referencial religioso, aunque nos empeñemos en mostrarle las figuras venerables que, a través de los tiempos, han traído sus contribuciones para la iluminación de la criatura humana, en el que se destaca la figura mayor de Jesús.

Así pensando, debemos empeñarnos, con toda la fuerza de nuestra comprensión, en el sentido de perfeccionarnos cada vez más para la ejecución de nuestro trabajo junto al niño. Ese perfeccionamiento envuelve tres aspectos principales, que deben ocupar el primer plan de las preocupaciones del evangelizador: el pensar, el sentir y el hacer.

En la casa espírita la Evangelización del Niño debe tener primacía – El pensar nos lleva a la reflexión, a la concienciación plena del valor de nuestro trabajo. Cuando meditamos sobre nuestra actuación en el sector de evangelización infantil, debemos evaluar el nivel de nuestro compromiso con la tarea; que espacio ella ocupa en nuestra mente; cuántas horas por semana dedicamos a la preparación del mensaje que llevaremos al niño, que espera de nosotros la orientación a fin de que camine con seguridad en este mundo tan conturbado en que vivimos. Sin que nos juzguemos grandes misioneros o Espíritus iluminados, es justo que tengamos conciencia de la relevancia y del valor de la tarea a que nos disponemos, aunque nuestro grupo de evangelizadores sea pequeño, que sea ¡“grupo” de uno sólo! Y cuando nos asalte duda al respecto. Y cuando nos asalte duda acerca de la validez de nuestro esfuerzo, debemos acordarnos de que en el trabajo mediúmnico de desobsesión – que debería denominarse “evangelización del desencarnado” – un grupo de varias personas se empeña, a veces durante mucho tiempo, en el encaminar de un único Espíritu que trilla un camino equivocado, no es raro por no haber sido evangelizado en la infancia.

Al ser examinados los resultados de las tareas desarrolladas en las instituciones espíritas, queda evidente que la Evangelización del niño es la actividad más importante, ya que beneficia el Espíritu desde la fase infantil, influenciando su proceder, dándole directrices que lo ayudarán no sólo en este su pasaje por la Tierra, pero que servirán como farol a iluminarle la conciencia en su vida de Espíritu inmortal. Por eso es que, aunque reconociendo el valor de las otras tareas desarrolladas en los centros espíritas, se llega fácilmente a la conclusión que la Evangelización del Niño debería tener primacía, debería ser actividad mirada con la mayor responsabilidad por parte de los dirigentes de las instituciones espíritas, por ser la encaminadora del Espíritu, en una verdadera continuación del trabajo iniciado en el Mundo Espiritual, durante los preparativos para su vuelta.

Todos tenemos en nosotros el amor, en estado latente – Es la conciencia profunda del insubstituible valor de la tarea que nos debe alentar en los momentos de desanimo, cuando la incomprensión de los dirigentes de la casa donde trabajamos, la falta de espacio físico, de material pertinente, la falta de cooperación de los propios padres, las dificultades con el niño, todas esas dificultades quieran quitarnos de esa siembra bendita a que fuimos convocados.

El Evangelizador debe empeñarse, también, en el desarrollo de su capacidad de sentir. Todos tenemos en nosotros el amor, en estado latente. Esa herencia divina, que se revela a través de los siglos sucesivos, puede tener su exteriorización acelerada por el esfuerzo consciente de la criatura Y el Evangelizador es desafiado al esfuerzo de amar, pues quién no ama no tiene condición de suscitar en los pequeñitos el deseo de amar. El pensar es muy importante, imprescindible así. Pero el pensar sin el sentir puede llevarnos a una postura muy fría, muy calculada que, aunque matemáticamente correcta dentro de los parámetros meramente pedagógicos, buscados del ángulo académico, no se concilia con el espíritu del trabajo de evangelización, que debe primar por el incentivo al desarrollo de las virtudes preconizadas por el Evangelio.

Dentro de esa visión, nuestro hacer nos apunta el camino del esfuerzo en la preparación de las clases, en el que alcanza al contenido a ser suministrado, al material a ser usado, pero, principalmente, el camino del esfuerzo de la preparación de nuestra capacidad de sentir, de amar, iluminándonos para que podamos iluminar conciencias.




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita