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Año 8 358 – 13 de Abril de 2014
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

La cruz nuestra de cada día


Además de varios significados que presenta, como por ejemplo el madero en que Jesús fue clavado, la palabra cruz es usada también, por extensión, para designar aflicción, pena, infortunio. Es con ese sentido que se dice: “María carga una cruz pesada”.

En un planeta como la Tierra, es obvio que casi todas las personas, con las excepciones de costumbre, llegan a la existencia corpórea cargando determinada cruz, que puede ser leve o pesada, pero, con certeza, es proporcional a sus fuerzas.  

Comentando determinado pasaje del Evangelio, Kardec escribió: 

“Alegraos, dijo Jesús, cuando los hombres os aborrecerán y os  perseguirán por mi causa, porque  el Cielo os recompensará.” Pueden traducirse así esas verdades: “Sed dichosos, cuando los hombres, por su mal querer hacia vosotros, os proporcionen ocasión de probar la sinceridad de vuestra fe, porque el mal que os hacen se vuelve en provecho vuestro. Compadecedles, pues, por  ceguedad, y no les maldigáis”.

Después, añade: “Que el que quiera seguirme lleve su cruz”, es decir, que sobrelleve con ánimo las tribulaciones que su fe le proporcionará, porque el que quisiera salvar su vida y sus bienes, renunciando a mí, perderá las ventajas del reino de los cielos, mientras que aquellos que lo habrán perdido todo en este mundo, y aun la vida por el triunfo de la verdad, recibirán en la vida futura el premio de su valor, de su perseverancia y de su abnegación de que dieron prueba. Pero, a aquellos que sacrifican los bienes celestes a los goces terrestres, Dios dice: “Vosotros habéis recibido ya vuestra recompensa”. (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XXIV, ítem 19.)  (Subrayamos.) 

 Cierta ocasión una señora buscó Chico Xavier, llevando consigo un niño al pecho. Ella le dijo: “Señor Chico, mi hijo nació sordo, ciego y sin los brazos. Ahora está con una enfermedad en las piernas y necesita amputar las dos piernas para salvarse. ¿Por qué eso todo?”. Chico, mirando fijamente aquella sufrida mujer, le respondió: “Mi hija, Emmanuel, aquí presente, me dice que en las diez últimas encarnaciones ese ser se suicidó y pidió, antes de renacer en esta actual existencia, que le fuesen retiradas las posibilidades de más una tragedia. Sin embargo, como ahora, a pesar de ciego, sordo y sin brazos, está aún buscando un lugar como un precipicio, río, avenida, para matarse… ¿así sólo cortándole las piernas, no?”. 

¿Cómo analizar tan dura prueba? El sufrimiento del niño, la angustia de la madre, un destino que se presenta cruel son justificados delante de un bien mayor, que es la salvación de un alma, la recuperación de un ser que se complicó mucho en el pasado y, no obstante, merece la indulgencia del Padre y una segunda oportunidad. 

Examinando el hecho bajo la óptica materialista, es evidente que vicisitudes como ésas son consideradas completamente sin propósito. Pero nosotros somos espiritualistas y tenemos de, necesariamente, mirar para la vida con un sentido más largo y más profundo, una vez que el cuerpo es transitorio, pero el alma vive para siempre.  

De las muchas historias narradas por Humberto de Campos, nos acordamos del caso de una pobre viuda que, llena de sufrimientos difíciles, apelara a Dios, a fin de que se modificase la voluminosa cruz de su existencia. Todo le había fallado en las fantasías del amor, del hogar y de la ventura.  

– Señor, exclamó ella, ¿por qué me diste una cruz tan pesada? ¡Quita de mis hombros débiles ése insoportable madero! 

Por la noche, sumergida en las alas brandas del sueño, el alma de aquella mujer fue conducida a un palacio resplandeciente. Un emisario del Señor la recibió en el pórtico, con su bendición. Un salón luminoso e inmenso le fue designado. Todo él se rellenó de cruces. Se veían allí cruces de todas las formas y tamaños.

– Aquí – le dice él – se guardan todas las cruces que las almas encarnadas cargan en la faz triste del mundo. Cada uno de esos maderos trae el nombre de su poseedor. Atendiendo, sin embargo, a tu súplica, ordena Dios que escojas aquí una cruz menos pesada que la tuya. 

La mujer, aunque sorpresa con el hecho, examinó las cruces presentes y, después de algún tiempo, escogió de manera consciente aquélla cuyo peso correspondía a sus posibilidades. Cuando, sin embargo, la presentó al Mensajero Espiritual, averiguó que en la cruz escogida se encontraba grabado su propio nombre, reconociendo entonces su impertinencia y rebeldía. 

¡Id – le dice el Emisario del Señor – con vuestra cruz y no descreáis! Dios, en su misericordiosa justicia, no podría mortificar vuestros hombros con un peso superior a vuestras fuerzas. 


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita