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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 357 – 6 de Abril de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Visitando a la abuela


 

A Glorinha le gustaba mucho los animales, especialmente los cachorros. Vivía siempre pidiendo a los padres que le dieran un perrito.

Cierto día, ella pidió tanto, que su padre dijo:

— ¿Tienes certeza de que deseas un cachorrito, hija?

Con ojos brillantes y manos puestas, la niña respondió:

— ¡Sí, sí, Papá! Mi cumpleaños está aproximándose. ¿Puedo pedir un perrito de regalo?

Los padres intercambiaron una mirada, después la madre concordó:

— Está bien, Glorinha. Desde que tú prometas que vas a cuidar bien de él. Tú sabes, los animales dan trabajo: no puede faltar agua, comida en la hora correcta, y el baño semanal; si está enfermo tienes que darle medicamentos. ¡Ah! Y no puedes dejar el portón abierto, sino él huye.    

La niña vibraba de alegría, concordando con todo.

— Sí, mamá. ¡Haré todo bien, lo prometo!
 

Entonces, cierto día, cuando Glorinha despertó, oyó una confusión diferente debajo de su cama. ¡Volvió la cabeza para bajo y vio al perrito más lindo que se podría imaginar!

Llena de alegría, lo cogió en los brazos y corrió para la cocina donde la madre preparaba el desayuno. Los padres, que ya la esperaban, sonreían.

— ¡Él es lindo! ¡Gracias, papá! ¡Gracias, mamá! ¡Él es muy blando! ¡Pues voy a llamarlo  Blando!
 

De aquel día en delante, la vida de Glorinha cambió. Ella estaba siempre cuidando de Blando. Luego pronto le daba la comida y llenaba la vasija de agua. Los fines de semana, no se olvidaba del baño, que él adoraba.

Así, crecían el perrito y su dueña.

Cierto día, dos años después, Blando amaneció quieto, sin ganas de comer y de jugar. La niña, preocupada, habló con sus padres, que dijeron:

— No debe ser nada. Luego pasará. 

Pero, al día siguiente, Blando continuó quieto, no comía, no quería jugar. Fue llevado al veterinario, que pasó la medicación que debería ser dada al perrito.

Sin embargo, él sólo empeoraba. Hasta que, un día, Blando no despertó más. Glorinha lloró mucho, agarrada a su amiguito de juegos.  

Como el terreno de la casa era grande, enterraron a Blando en el fondo del patio, donde Glorinha colocó los juguetes de que él más gustaba, justificando:

— Es para Blando jugar, si tuviera ganas.

Triste y desconsolada, Glorinha no jugaba más. Sólo iba para la escuela y, a la vuelta, quedaba en su cuarto, acostada.

Preocupados, los padres pedían a Jesús que amparara a la hija, aún tan pequeña, para que ella superara el dolor de la pérdida de su amiguito perro.

Hasta que, un día, Glorinha soñó que fue a visitar a su abuela, ya en el mundo espiritual.
 

Recibida con mucha alegría por la abuela Ana, que la abrazó satisfecha, Glorinha dijo:

— ¡Que bueno, abuela! ¡No sabía que tú estabas en un lugar tan lindo! ¡Cuántos árboles, cuantas flores! ¿Dónde va a dar este camino?

— A mi casa. ¡Ven! Tengo una sorpresa para ti, Glorinha.
 

Llegando cerca de la casa, la niña vio un perrito que corría a su encuentro. Sin poder creerlo, ella abrió desmesuradamente los ojos:

— ¡Pero es mi Blando!...

El cachorrito ladraba feliz viendo a su dueña, que lo cogió en brazos, radiante de felicidad, mientras él lamía su rostro. Después, llorando de alegría, Glorinha miró para la abuela:

— Abuela Ana, ¿cómo Blando vino a parar aquí?...

Se sentaron en un banco, a la sombra de un árbol, y la abuela explicó:

— Tú sabes que no existe la muerte, ¿no es? ¡Todos continúan viviendo! Entonces, como tú estabas muy triste, querida, pedí a Jesús para que yo pudiera cuidar de tu perrito para ti. Así, él está conmigo desde que vino para aça.

Glorinha abrazó a la abuela, agradeciéndole por estar cuidando de su perrito. De repente, Glorinha escuchó:

— ¡Despierta, mi hija! ¡Estás en la hora de ir para la escuela!

Abriendo los ojos, Glorinha se estiró, y recordó:

— ¡Mamá! Esta noche yo fui a visitar a la abuela Ana. ¿Sabes quien estaba allá? ¡Mi Blando! Jugamos, corrimos por la hierba. ¡Él está curado, mamá! ¡Él está bien!

Con los ojos húmedos, la madre abrazó a la hija con amor, agradeciendo a Jesús por haber dado el consuelo que Glorinha tanto necesitaba.

Después, la madre preguntó como estaba la abuela, su madre, a lo que la niña respondió:

— ¡Abuela Ana está bien! Bonita, bien arreglada, y usa siempre el collar que tú le diste!

Al oír esas palabras, la madre comenzó a llorar, emocionada. Glorinha era muy pequeña cuando la abuela volvió para el mundo espiritual, y nunca fue comentado que, como la abuela le gustara un collar que la hija le había dado, y no se separaba de él, resolvieron dejarla con él.

Esa era la mayor prueba de que Glorinha realmente se había encontrado con la abuela Ana y con su perrito — pensó la madre, elevando el pensamiento en gratitud a Jesús por haber atendido su pedido.


                                                                 
MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 17/02/2014.)
 



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita