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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 356 – 30 de Marzo de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El puercoespín


 

Cristiano, de diez años, era un chico bravo e irritado. Parecía un animalito salvaje. De ese modo, alejaba a todos los que se aproximaban a él, pues no sabían como estaba en aquel momento y como iría a reaccionar.

Un día Cristiano lloró mucho. Después de pelear con Teco, su mejor amigo, por motivo sin importancia, él gritó y salió corriendo:

— ¡Tú pareces un puercoespín! ¡Basta, Cristiano! ¡No es posible jugar contigo!...
 

Él abrió los ojos desmesuradamente y preguntó, llorando:


— ¿Puercoespín?... ¿Por qué puercoespín?...

— Porque tú vives soltando dardos para todos lados — gritó el amigo mientras se alejaba.

De vuelta a la casa, Cristiano no paraba de llorar. Al verlo tan triste, la madre quiso saber lo que había ocurrido y el hijo contó, indignado:

— ¡Madre, Teco me llamó puercoespín! ¡Tras eso, el malestar que yo sentía aquí en el pecho aumentó!... Bien. En verdad, siempre siento ese malestar, pero ahora está peor.

¿Será que estoy enfermo? ¡Parece un dolor, no sé explicar!...

La madre miró y vio que él apretaba el pecho con las manos, haciendo mueca. Conociendo al hijo, preguntó:

— Cris, ¿ya notaste cuándo o por qué ese dolor aparece?

— No... ¡Ah! Me acuerdo de que el otro día ese malestar apareció... fue cuando peleé con  Toninho! — él respondió, tras pensar un poco.

— ¡Ah!... — exclamó la madre. — Interesante. Piensa un poco más, hijo.

— ¡La semana pasada, sentí la misma cosa! Fue cuando discutí con Marcelo en la sala de clase, y la profesora llamó nuestra atención — él volvió a recordar.

La madre balanceó la cabeza, mostrando que había comprendido e indagó:

— Piensa, Cristiano. ¿Qué hay de semejante en las situaciones que te causaron malestar?

— ¡Parece que es cuando yo peleo con alguien! — exclamó él, sorprendido.

— Exactamente, hijo. ¿Percibes el mal que te haces a ti mismo? Cuando peleamos con las personas, es que nuestros sentimientos no son buenos. Entonces, necesitamos mejorarlos, es decir, desear el bien del prójimo, aprender a perdonar, tratar bien a las personas, demostrar amistad, cariño, paciencia, tolerancia con todos...

— ¿Sólo eso? — preguntó el niño.

— ¿Piensas que es poco? Ese cambio es todo en la vida, mi hijo. Tú vas a notar la diferencia. Y, si encuentras alguna dificultad, haz una plegaria a Jesús.

— Está bien. Voy a comenzar mañana mismo — decidió Cristiano.

Pero a la noche, el hermano llegó y preguntó a Cristiano, muy irritado:

— Cris, ¿tú cogiste mi nuevo libro de historias, que yo estaba leyendo?

Delante de la pregunta, que parecía una certeza, Cristiano se sonrojó, llenó el pecho y, ofendido, abrió la boca para responder. Pero, en ese instante, él miró para la madre, que sonreía como si dijera: “Esta es tu oportunidad de cambiar, mi hijo”.

Entonces, Cristiano pensó en Jesús, pidiendo ayuda. Después respiró hondo, fue calmándose, y cuando miró para al hermano su expresión era más tranquila. Con una sonrisa, dijo:

— Beto, yo no cogí tu libro. ¿Quieres que yo te ayude a buscarlo? ¡Es que, a veces, cuando la gente busca con prisa, no lo consiguen encontrar!

El hermano extrañó la reacción de Cristiano, antes tan bravo. Él se calmó, concordando:

— Es verdad. Tal vez no haya buscado bien. Pero tú estás diferente, Cris. ¿Qué pasó? — preguntó, intrigado.

— Después yo te cuento, Beto. Ahora, ¿vamos a buscar su libro?

En ese momento, mirando para el suelo, Cristiano vio el libro caído al lado de un sillón. Se bajó y lo cogió.
 

— ¡Ah!... ¡Aquí está, Beto! ¡Encontré tu libro!...

Avergonzado, el jovencito se disculpó:

— Sólo recordé ahora que estaba leyendo el libro aquí en la sala. ¡Gracias, Cristiano! ¡Si no fuese por ti, yo no iba a encontrarlo tan fácil…!
 

Él sonrió satisfecho consigo mismo. Miró para la madre, que lo observaba:

— ¿Cómo estás sintiéndote, Cris?

El chico mostró una larga sonrisa, emocionado, corrió y abrazó a la madrecita, lleno de amor:

— Estoy muy feliz, madre. ¡Interesante es que no veo, pero “siento” que de aquí de mi pecho sale una luz que esparce bienestar, alegría, satisfacción, un montón de sentimientos buenos! Y esa luz, que se esparció por la sala, alcanza también a mi hermano y a ti también...

— ¿Viste la diferencia, hijo? ¿El bien que provoca una acción buena?

— ¡Es verdad, madre! ¡Y cuanto mal nosotros podemos hacer cuando estamos irritados, nerviosos y descontentos con todo!... Mañana voy a pedir disculpas a mis amigos que tanto he perjudicado.

A partir de ese día, Cristiano pasó a no reaccionar más por impulso; pensaba antes de hablar y, de esa manera, pasó a tratar mejor a todas las personas.

Se hizo querido por todos y mucho, mucho más tranquilo.
 

MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 25/11/2013.)
 



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita