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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 356 – 30 de Marzo de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 


El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 25)

Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. El asesino, al escoger su existencia, ¿sabía que en ella cometería un crimen?

B. ¿Cuál es el castigo reservado a los criminales?

C. ¿Qué siente el Espíritu de un individuo decapitado?

D. Un religioso que fracasa, ¿es más culpable que cualquier otro individuo?

Texto para la lectura

219. Analizando los casos de Felicien y Antonio Bell, Kardec afirma que estos dos ejemplos nos demuestran la renovación de la misma prueba en encarnaciones sucesivas. “Vemos a través de esto – dice el Codificador – que todas las existencias son solidarias entre sí; que la justicia y la bondad divinas se revelan en la facultad concedida al hombre de progresar gradualmente, sin privarlo nunca del rescate de sus faltas; que el culpable es castigado por su propia falta, siendo este castigo, en lugar de la venganza de Dios, el medio empleado para hacerle progresar.” (2a. Parte, cap. V, Antonio Bell.)

220. Evocado el mismo día de su ejecución, el 30 de enero de 1857, el sacerdote Verger dijo que había matado al arzobispo de París, monseñor Sibour, empujado por su carácter que, según él, no podía tolerar las humillaciones. (2a. Parte, cap. VI, Verger.)

221. En la comunicación, el exsacerdote dijo: “Estoy loco, os lo aseguro, porque veo mi cuerpo en un lado y mi cabeza en otro… pero me parece que vivo en el espacio, entre la Tierra y lo que llamáis cielo… Siento aún el frío de una cuchilla a punto de cortarme el cuello, pero tal vez esto sea el miedo que tengo de morir… También me parece que veo una multitud de Espíritus alrededor mío, que me miran con compasión… me hablan, pero no les comprendo”.  (2a. Parte, cap. VI, Verger.)

222. Tres días después, Verger estaba más tranquilo y – habiendo tomado conocimiento de su muerte – decía que estaba arrepentido por lo que había hecho. El arzobispo, evocado también por Kardec, dijo que perdonaba a su asesino y oraba para que él se arrepintiese. (2a. Parte, cap. VI, Verger.)

223. Comentando el caso de Verger, Kardec enseña: “La obstinación en el mal durante la vida proviene, a veces, del orgullo de quien rehúsa doblegarse y confesar sus propios errores, puesto que el hombre está sujeto a la influencia de la materia, la cual echándole un velo sobre sus percepciones espirituales, le fascina y hace desvariar. Caído ese velo, una súbita luz le ilumina y vuelve a ser dueño de su razón”. Kardec asegura que la persistencia en el mal durante más o menos tiempo, después de la muerte, es indudablemente una prueba del atraso del Espíritu, en el cual los instintos materiales ahogan el germen del bien, de manera que le son necesarias nuevas pruebas para corregirse”. (2a. Parte, cap. VI, Verger, nota de Kardec.)

224. Decapitado el 31/12/1857 y evocado el 29 de enero siguiente, Lemaire, que no creía en Dios cuando estaba encarnado, informó que, si fuese visto por Kardec, éste lo vería bajo su forma corporal después de la ejecución: la cabeza separada del tronco. En el pensamiento de Lemaire, la tendencia al mal estaba en su propia naturaleza, puesto que se reconocía como un Espíritu inferior. “Quise elevarme rápidamente, pero pedí más de lo que mis fuerzas me permitían”, dijo Lemaire. “Creyéndome fuerte, elegí una prueba ruda y acabé cediendo a las tentaciones del mal.” (2a. Parte, cap. VI, Lemaire.)

225. Curiosamente, Lemaire estuvo de acuerdo en que si hubiese recibido principios de educación en su última existencia, se habría desviado de la senda del crimen. Pero él escogió la condición de su nacimiento, y se doblegó ante las tentaciones que más adelante pensó que eran superiores a sus fuerzas. (2a. Parte, cap. VI, Lemaire.)

226. Muerto en 1704, Benoist fue un monje sin fe y esa incredulidad fue fatal para él. “Sólo ella es suficiente para arrastrar otras”, dijo el exmonje, cuyos errores y crímenes fueron numerosos. “La tortura del hambre de muchas víctimas era sofocada a menudo por medio de la violencia”, informó Benoist. “Ahora sufro todas las torturas del infierno y mis víctimas atizan el fuego que me devora. La lujuria y el hambre no satisfechos me persiguen; la sed  abrasa mis ardientes labios sin que ninguna gota refrescante caiga en ellos.” (2a. Parte, cap. VI, Benoist.)

227. Al hablar sobre el arrepentimiento, Benoist esclareció que él lo había sentido hacía mucho tiempo, pero debido al sufrimiento. Por ser sordo al clamor de sus víctimas inocentes, el Señor también fue sordo a sus clamores: “Los demonios chillan más que yo; sus gritos me sofocan; llenan mi boca con resina hirviente...” (2a. Parte, cap. VI, Benoist.)

228. El miedo que Benoist sentía de los Espíritus que lo atormentaban era tan grande que, al final, suplicó a Kardec que no se despidiese, que no se marchase, que se quedase con él, “Te lo imploro… ¡Quédate! ¡Quédate!...”, rogó el desdichado. (2a. Parte, cap. VI, Benoist.)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. El asesino, al escoger su existencia, ¿sabía que en ella cometería un crimen?

No. Sólo sabía que, eligiendo una vida de luchas, tendría la posibilidad de matar a un semejante, pero ignoraba si lo haría, pues estaba casi siempre en lucha consigo mismo. (El Cielo y el Infierno – Segunda Parte, cap. VI, Verger, ítem 18.)

B. ¿Cuál es el castigo reservado a los criminales?

Respondiendo a semejante pregunta, el Espíritu de Verger dijo: “Soy castigado porque tengo conciencia de mi falta, y por ella pido perdón a Dios; soy castigado porque reconozco mi falta de fe en Dios, y ahora sé que no debemos abreviar los días de vida de nuestros hermanos; soy castigado por el remordimiento de haber retrasado mi progreso, tomando el camino equivocado, sin oír el grito de mi propia consciencia que me decía que asesinando no alcanzaría mis deseos. Me dejé dominar por la envidia y el orgullo; me engañé y me arrepiento, pues el hombre debe esforzarse siempre por dominar sus malas pasiones – lo que por cierto no hice”. (Obra citada - Segunda Parte, cap. VI, Verger, preguntas 14 y 15.)

C. ¿Qué siente el Espíritu de un individuo decapitado?

En el caso de Lemaire, que fue condenado y decapitado, la primera sensación fue de vergüenza. Inmerso en una gran turbación, sintió un dolor inmenso, y le parecía que su corazón lo sufría. Vio rodar no sé qué al pie del cadalso; vio correr la sangre y su dolor se volvió más desgarrador. En su relato, el primer sentimiento que experimentó al entrar en la nueva existencia fue un sufrimiento intolerable, una especie de remordimiento punzante cuya causa ignoraba entonces. (Obra citada - Segunda Parte, cap. VI, Lemaire.)

D. Un religioso que fracasa, ¿es más culpable que cualquier otro individuo?

Sí. Refiriéndose al caso de Benoist, el guía del médium explicó que las atrocidades cometidas por él eran innumerables, y su culpa era mayor porque tenía inteligencia, instrucción y luces para guiarse. Habiendo faltado con conocimiento de causa, sus sufrimientos serían más terribles, pero con el ejemplo y el auxilio de la oración se suavizarían porque, consolado por la esperanza, podría vislumbrar su término. (Obra citada - Segunda Parte, cap. VI, Benoist, preguntas 3 y 23, y mensaje del Guía del médium.)

 

 

 


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