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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 355 – 23 de Marzo de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 


El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 24)
 

Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cómo pueden existir materialistas si, habiendo pasado por el mundo espiritual, el individuo debería conservar la intuición de ese hecho?

B. ¿Cómo pueden los Espíritus evadirse en el mundo espiritual si allí no existen obstáculos materiales ni refugios?

C. ¿El suicida está sometido a una fatalidad? ¿Su acto une o separa a los que se aman?

D. ¿La obsesión puede llevar al suicidio?

Texto para la lectura

210. Al explicar que las mejores pruebas de identidad son las que los Espíritus ofrecen espontáneamente, Kardec recordó que existen personas a quienes nada puede convencer. “Podrían ver a su propio pariente, con sus propios ojos, y continuarían suponiendo que son víctimas de una alucinación”, agregó el Codificador. (2a. Parte, cap. V, Un Ateo.)

211. Concluyendo el caso del ateo suicida, Kardec informó que las evocaciones no se hacen así de repente, pues los Espíritus no siempre responden a nuestro llamado. Es necesario que ellos quieran comunicarse, y no sólo eso, sino que puedan hacerlo y que encuentren un médium que les convenga, con las aptitudes especiales necesarias y, también que estén disponibles en el momento dado. Además, es incluso necesario que el ambiente les sea simpático. (2a. Parte, cap. V, Un Ateo, nota final de Kardec.)

212. Hombre rico, instruido, espiritual, de carácter ameno y honrado, Felicien se ahorcó en diciembre de 1864, debido a problemas económicos que habían comprometido su fortuna. Evocado cuatro meses después del suicidio, Felicien declaró: “Añoro la Tierra en la cual tuve decepciones, pero menores de las que experimento aquí. Yo, que soñaba maravillas, estoy por debajo de la realidad de mi ideal.” (2a. Parte, cap. V, Felicien.)

213. En la secuencia, Felicien dijo que necesitaba muchas oraciones, para verse libre de los compañeros que lo atormentaban con gritos, risas y burlas infernales. “Ellos me llaman cobarde – contó Felicien – y con razón, porque es cobardía renunciar a la vida. Es la cuarta vez que sucumbo ante esta prueba, no obstante la promesa formal de no fallar…” (2a. Parte, cap. V, Felicien.)

214. Analizando el caso de Felicien, Kardec afirma que no hay provecho en el sufrimiento cuando no se alcanza el objetivo de la reencarnación: es necesario, en este caso, volver a empezar hasta que salgamos victoriosos de la lucha. Rechazando la tesis de que una fatalidad llevó a Felicien al suicidio, enseña el Codificador: “Sólo el orgullo puede llevar al hombre a atribuir al destino sus desgracias terrenales, cuando la verdad es que esas desdichas provienen de su propia negligencia”. Felicien tenía todo lo que era necesario para la felicidad humana en la Tierra: talento, fortuna, una merecida consideración, carencia de vicios ruinosos, y cualidades apreciables… Únicamente por su imprevisión, su posición quedó comprometida. (2a. Parte, cap. V, Felicien.)

215. Actuando con más prudencia – dice Kardec, refiriéndose al caso -, contentándose con lo mucho que ya tenía en lugar de tratar de aumentarlo sin necesidad, no habría quedado en la ruina. No hubo ninguna fatalidad en eso. La prueba de Felicien consistía en un encadenamiento de circunstancias que debían darle, no la necesidad, sino la tentación del suicidio. “Esta prueba – dijo Kardec al mismo Felicien -, como lo presentís con razón, aún debe renovarse; en vuestra próxima encarnación tendréis que enfrentar acontecimientos que os sugerirán la idea del suicidio y siempre sucederá así, hasta que hayáis triunfado completamente”. (2a. Parte, cap. V, Felicien.)

216. El caso de Antonio Bell, que fue llevado al suicidio por la acción de un Espíritu vengativo, que provocaba en él alucinaciones terribles, demuestra que la obsesión puede realmente llevar a una persona al suicidio. Pero el hombre dispone siempre del libre albedrío y, en consecuencia, está en él la capacidad de resistir o ceder a las sugerencias que le embisten. (2a. Parte, cap. V, Antonio Bell.)

217. En el caso de Antonio Bell se confirma que él había cometido un crimen en su vida anterior y ésa fue la razón de la venganza que concurrió para interrumpir su existencia terrena. Él se había arrepentido de su acto, pero el arrepentimiento es sólo lo preliminar indispensable para la rehabilitación. “Dios no se contenta con promesas – dice el Guía del médium -, siendo necesaria la prueba, con los actos, del retorno al buen camino. He ahí por qué el Espíritu es sometido a nuevas pruebas que lo fortalecen, agregándole un merecimiento aun mayor cuando sale triunfante de ellas.” (2a. Parte, cap. V, Antonio Bell.)

218. Comentando el proceso obsesivo que victimó a Antonio Bell, el Guía del médium esclarece: “El Espíritu sólo sufre la persecución de los malos, de los obsesores, mientras  éstos no lo encuentran lo suficientemente fuerte para resistirles. Al encontrar su resistencia, le abandonan convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos.” (2a. Parte, cap. V, Antonio Bell.)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cómo pueden existir materialistas si, habiendo pasado por el mundo espiritual, el individuo debería conservar la intuición de ese hecho?

Según Allan Kardec, precisamente esa intuición se le niega a ciertos Espíritus que, conservando el orgullo, no se han arrepentido de sus faltas. Para ellos, la prueba consiste en  adquirir, durante la vida corporal y a expensas de su propio razonamiento, la prueba de la existencia de Dios y de la vida futura que, por así decirlo, tiene sin cesar ante sus ojos. Muchas veces, sin embargo, la presunción de no admitir nada por encima de sí los domina y los consume. Así, sufren la pena hasta que, vencido su orgullo, se rinden ante la evidencia. (El Cielo y el Infierno – Segunda parte, cap. V, Un Ateo, pregunta 8 y comentario de Kardec.)

B. ¿Cómo pueden los Espíritus evadirse en el mundo espiritual si allí no existen obstáculos materiales ni refugios?

Todo es relativo en el mundo espiritual y conforme a la naturaleza fluídica de los seres que lo habitan. Sólo los Espíritus superiores tienen percepciones indefinidas, mientras que en los Espíritus inferiores son limitadas. Para éstos, los obstáculos fluídicos equivalen a obstáculos materiales. Los Espíritus se ocultan a la mirada de sus semejantes por un efecto de su voluntad, que obra sobre su envoltura periespiritual y los fluidos ambientales. La Providencia les concede o niega esa facultad, según las disposiciones morales de cada uno, lo que constituye, según las circunstancias, un castigo o una recompensa. (Obra citada – Segunda parte, cap. V, Un Ateo, pregunta 19 y comentarios de Kardec.)

C. ¿El suicida está sometido a una fatalidad? ¿Su acto une o separa a los que se aman?

No, no hay ninguna fatalidad en el suicidio. La persona puede estar sometida a un encadenamiento de circunstancias que le pueden dar, no la necesidad, sino la tentación del suicidio. En el caso de Felicien, relatado por Kardec, la situación debería renovarse todavía, es decir, él tendrá que enfrentar acontecimientos que le sugerirán la idea del suicidio y así sucederá hasta que haya superado la prueba. Como se demostró en el caso de la madre que se mató para encontrar a su hijo, el suicidio no une sino separa al suicida del objetivo que pretendía, y esa separación puede durar mucho tiempo. (Obra citada - Segunda Parte, cap. V, Felicien y Una Madre y su hijo.)

D. ¿La obsesión puede llevar al suicidio?

Sí. Cuando no es tratada convenientemente, la obsesión puede llevar al obseso al suicidio, como ocurrió en el caso de Antonio Bell. El individuo sólo sufre la persecución de los malos, de los obsesores, mientras éstos no lo encuentran lo suficientemente fuerte para resistirles. Al encontrar su resistencia, ellos le abandonan, convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos. (Obra citada - Segunda Parte, cap. V, Antonio Bell, pregunta 5 y respuesta del Guía del médium.)

 

 

 


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