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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 353 – 9 de Marzo de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 



El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 22)
 

Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Qué les sucede a aquéllos que sólo piensan en sí mismos?

B. ¿Qué son las tinieblas?

C. ¿Qué estado les sobreviene a los suicidas?

D. ¿Por qué muchos Espíritus tienen dudas sobre su propia desencarnación?

Texto para la lectura

193. El caso de F. Bertin, semejante al de Pascal Lavic, revela que pasados varios días después de su muerte, el Espíritu todavía experimentaba todas las angustias del ahogamiento. La confusión de sus ideas era evidente, porque a veces decía que estaba vivo, y otras hablaba de su muerte. “Toda esa incoherencia – afirma Kardec – denota la confusión de las ideas, hecho común en casi todas las muertes violentas.” (Segunda Parte, cap. IV, F. Bertin.)

194. Bertin contó en su mensaje la verdadera causa de sus angustias. En la existencia precedente, mandó meter en un saco a varias víctimas y las tiró al mar… (Segunda Parte, cap. IV, F. Bertin.)

195. Soltero y avaro, Francisco Riquier permanecía apegado al dinero aun transcurridos cinco años después de su muerte. Dado que no se consideraba muerto, Riquier todavía experimentaba la ansiedad, muy cruel para un usurero, de ver sus bienes repartidos entre sus herederos. (Segunda Parte, cap. IV, Francisco Riquier.)

196. El caso de Clara muestra la situación en la vida espiritual de las personas inútiles que en la vida sólo piensan en sí mismas. Allí también se ve la descripción de la condición espiritual de Félix, marido de Clara: “Félix – superficial en las ideas como en los sentimientos; violento por su debilidad; disoluto por frivolidad – entró en el mundo espiritual desnudo tanto en lo moral como en lo físico. Al reencarnar no adquirió nada y, en consecuencia, tiene que recomenzar toda la obra”. “Su estado actual – dijo Clara sobre su exmarido – es comparable al de un niño incapaz para los actos de la vida y privado de todo amparo.” “Félix va errante y temeroso en este mundo extraño donde todo resplandece con el brillo de ese Dios que él negó.” (Segunda Parte, cap. IV, Clara.)

197. Explicando el caso de Clara, San Luis informa que el periespíritu posee una propiedad luminosa que se desarrolla bajo el influjo de la actividad y las cualidades del alma. “Se podría decir que estas cualidades son para el fluido periespiritual como la fricción es para el fósforo. La intensidad de la luz está en razón de la pureza del Espíritu: las menores imperfecciones morales la atenúan y debilitan. La luz que irradia un Espíritu será más viva cuanto mayor sea su adelantamiento.” (Segunda Parte, cap. IV, Clara.)

198. Al recordar que hay Espíritus inferiores que ven perfectamente y no viven en la oscuridad, Kardec dice que todo indica que, independiente de la luz que les es propia, los Espíritus reciben una luz exterior que les hace falta, según las circunstancias, de donde se concluye que la oscuridad depende de una causa o de una voluntad extraña, que constituye un castigo especial de la justicia soberana para casos determinados. (Segunda Parte, cap. IV, Clara.)

199. En la secuencia, Kardec pregunta a San Luis cuál es la causa de la mayor facilidad para la educación moral de los desencarnados, en comparación con la educación de los encarnados. El instructor esclareció el asunto diciendo, en una palabra, que la independencia de la carne es la que facilita la conversión, principalmente cuando el Espíritu ya ha adquirido cierto desarrollo por las pruebas cumplidas. (Segunda Parte, cap. IV, Clara.)

200. Louvet François-Simon, vencido por el tormento, por no soportar la prueba de la miseria, se mató a los 67 años de edad. Se arrojó de la Torre Francisco I, destrozándose contra las piedras. Seis años después, el Espíritu se veía caer de la misma torre, estrellándose en las piedras. (Segunda Parte, cap. V, Louvet François-Simon.)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Qué les sucede a aquéllos que sólo piensan en sí mismos?

El testimonio de Clara es importante para esta pregunta. Ella dijo: “¡Malditas sean las horas de egoísmo y olvido en las cuales, olvidando toda caridad, todo sentimiento, sólo pensaba en mi bienestar!  ¡Malditas comodidades humanas, preocupaciones materiales que me cegaron y me perdieron! Ahora tengo el remordimiento del tiempo perdido”. Comentando el caso, San Luis agregó: “Se preguntará tal vez qué hizo esta mujer para ser tan miserable. ¿Cometió algún crimen horrible? ¿Robó? ¿Asesinó? No; ella no hizo nada que mereciera la justicia de los hombres. Al contrario, se ocupaba de lo que llamáis felicidad terrena; belleza, placeres, adulaciones, todo le sonreía, nada le faltaba, al punto que decían los que la veían: - ¡Que mujer feliz! Y envidiaban su suerte. Pero, ¿queréis saber? Fue egoísta; tenía todo, excepto un buen corazón. No violó la ley de los hombres, sino la de Dios, porque olvidó la primera de las virtudes – la caridad. Al no haber amado a nadie sino a sí misma, ahora no encuentra nadie que la ame y se ve aislada, abandonada, desamparada en el Espacio, donde nadie piensa en ella ni por ella se preocupa. He ahí lo que constituye su tormento. Al haber buscado los goces mundanos que hoy no existen más, el vacío se ha formado a su alrededor, y como sólo ve la nada, ésta le parece eterna. No sufre las torturas físicas; no vienen a atormentarla los demonios, lo que además no es necesario porque se atormenta a sí misma, y eso es más doloroso, puesto que si eso sucediese, los demonios serían seres que se ocuparían de ella. El egoísmo fue su alegría en la Tierra; pues bien, es también el que la persigue – gusano que le corroe el corazón, su verdadero demonio”. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. IV, Clara, ítems 2 y 4.)

B. ¿Qué son las tinieblas?

Cuando se dice que ciertos Espíritus están inmersos en las tinieblas, se debe entender que se trata de una verdadera noche del alma, comparable a la oscuridad intelectual del idiota. Es una inconciencia en relación a todo lo que les rodea, la cual se produce tanto en presencia como en ausencia de la luz material. Es, principalmente, el castigo de los que dudaron de su destino. Puesto que creyeron en la nada, la apariencia de esa nada es un suplicio para ellos porque no perciben nada a su alrededor, sólo tinieblas. Las tinieblas para el Espíritu son, en resumen, la ignorancia, el vacío, el horror a lo desconocido… (Obra citada, Segunda Parte, cap. IV, Clara, Estudio sobre las comunicaciones de Clara, pregunta hecha a San Luis y mensaje firmado por Clara.)

C. ¿Qué estado les sobreviene a los suicidas?

Kardec preguntó a un suicida si había sido doloroso el momento en que su vida se extinguía. Él respondió: “Menos doloroso que después”. Tal estado, según San Luis, es siempre consecuencia del  suicidio porque el Espíritu del suicida – como regla general – continúa ligado a su cuerpo hasta el término de la vida que fue abreviada. La decepción que viene de allí es, por lo tanto, muy grande. En el caso del suicida de La Samaritana, él experimentaba aún el suplicio de sentir los gusanos que corroían su cuerpo, un estado común en los suicidas, aunque no siempre se presente en condiciones idénticas, variando de duración e intensidad conforme las circunstancias atenuantes o agravantes de la falta. (Obra citada, Segunda Parte, cap. V, El suicida de La Samaritana.)

D. ¿Por qué muchos Espíritus tienen dudas sobre su propia desencarnación?

La duda en relación a la muerte es muy común en las personas recientemente desencarnadas y principalmente en aquellas que, durante su vida, no elevaron su alma por encima de la materia. Es un fenómeno que parece extraño a primera vista, pero que se explica naturalmente. Si a un individuo, que por primera vez está sonámbulo, le preguntamos si duerme, responderá casi siempre que no, y esa respuesta es lógica: el interlocutor es quien hace mal la pregunta, sirviéndose de un término impropio. En el lenguaje usual, la idea del sueño está ligada a la suspensión de todas las facultades sensitivas; pero, el sonámbulo que piensa, ve y siente, que tiene consciencia de su libertad, no cree que está durmiendo, y de hecho no duerme, en la acepción común del término. He ahí la razón por la que responde no, hasta que se familiarice con esta manera de entender el hecho. Lo mismo sucede con el hombre que acaba de desencarnar; para él la muerte es el aniquilamiento del Ser y, tal como el sonámbulo, él ve, siente y habla y por eso no se considera muerto. Y esto lo afirmará hasta que adquiera la intuición de su nuevo estado. Esta ilusión es siempre más o menos penosa, puesto que nunca es completa y puede dejar al Espíritu una ansiedad muy grande. (Obra citada, Segunda Parte, cap. V, El suicida de la Samaritana, nota de Kardec después de la pregunta 18.)

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita