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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 344 – 5 de Enero de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 



El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 13)
 

Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. Un hecho muy curioso se da con las personas que enfrentan el trance de la muerte. ¿Qué hecho es ése?

B. ¿Cuál es la causa principal de la mayor o menor facilidad del desprendimiento del Espíritu que desencarna?

C. ¿Cómo es la desencarnación del individuo apegado a la vida material?

D. ¿Cuál es el estado del Espíritu después de la muerte corporal?

Texto para la lectura

114. La turbación puede ser considerada el estado normal del alma en el momento de la muerte, pero el último suspiro casi nunca es doloroso. Antes, el alma sufre, la desagregación de la materia en los estertores de la agonía y después las angustias de la turbación. Ese estado, sin embargo, no es general porque la intensidad y la duración del sufrimiento están en razón directa de la afinidad que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Así, cuanto mayor fuera esa afinidad, más penosos y prolongados serán los esfuerzos del alma para desprenderse. (Segunda Parte, cap. I, ítem 7.)

115. Cuanto menos ve el Espíritu más allá de la vida corporal, más se apega a ella y, así, siente que se le escapa y quiere retenerla; en vez de abandonarse al movimiento que lo arrastra, resiste con todas sus fuerzas y puede incluso prolongar esa lucha por días, semanas y meses enteros. (Segunda Parte, cap. I, ítem 10.)

116. Distinta es la situación del Espíritu desmaterializado, aun en las enfermedades más crueles. Al ser frágiles los lazos fluídicos que lo unen al cuerpo, se rompen suavemente; su confianza en el futuro le hace encarar la muerte como una liberación, surgiendo de allí una calma resignada que alivia su sufrimiento. Después de la muerte, rotos esos lazos, ninguna  reacción dolorosa le afecta; su despertar es rápido, liberado de cargas; sus sensaciones son únicas: ¡el alivio, la alegría! (Segunda Parte, cap. I, ítem 11.)

117. En la muerte violenta las sensaciones son diferentes. Ninguna desagregación inicial ha comenzado la separación del periespíritu; la vida orgánica en plena exuberancia de fuerzas es aniquilada de repente. El desprendimiento comienza recién después de la muerte y no se completa rápidamente. Tomado por sorpresa, el Espíritu está como aturdido y piensa, siente, se cree vivo, prolongándose esta ilusión hasta que comprenda su estado. Ocurre entonces un hecho singular en el que el Espíritu considera su cuerpo fluídico como material y experimenta al mismo tiempo todas las sensaciones de la vida orgánica. (Segunda Parte, cap. I, ítem 12.)

118. En este caso, hay un número infinito de modalidades que varían según los conocimientos y progreso moral del Espíritu. Para aquellos cuya alma está depurada, la situación dura poco porque ya había en ellos un desprendimiento anticipado, cuyo término sólo apresuró la muerte súbita. Hay otros para los que la situación se prolonga durante años. En el suicida, principalmente, supera toda la expectativa porque, prendido al cuerpo por todas sus fibras, el periespíritu hace repercutir en el alma todas sus sensaciones con sufrimientos cruciales. (Segunda Parte, cap. I, ítem 12.)  

119. El estado del Espíritu en el momento de la muerte puede resumirse de la siguiente manera: Tanto mayor es el sufrimiento cuanto más lento fuese el desprendimiento del periespíritu. La rapidez de ese desprendimiento está en razón del adelantamiento moral del Espíritu. Para el Espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es como un sueño ligero, exento de agonía, y cuyo despertar es muy dulce. (Segunda Parte, cap. I, ítem 13.)  

Respuestas a las preguntas propuestas

A. Un hecho muy curioso se da con las personas que enfrentan el trance de la muerte. ¿Qué hecho es ése?

El fenómeno que ocurre en la transición de la vida corporal a la espiritual es la turbación. En ese momento, el alma experimenta un sopor que paraliza momentáneamente sus facultades y neutraliza las sensaciones, por lo menos en parte, de manera que el alma casi nunca es testigo consciente del último suspiro. Decimos que casi nunca, porque hay casos en los que el alma puede contemplar conscientemente el desprendimiento. La turbación puede, pues, ser considerada el estado normal en el momento de la muerte y durar por tiempo indeterminado, variando de algunas horas a algunos años, según el grado evolutivo del Espíritu. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. I, ítem 6.) 

B. ¿Cuál es la causa principal de la mayor o menor facilidad del desprendimiento del Espíritu que desencarna?

La causa principal de la mayor o menor facilidad del desprendimiento es el estado moral del alma. La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu es proporcional al apego a la materia, que alcanza el máximo grado en el hombre cuyas preocupaciones se concentran exclusiva y únicamente en la vida y los goces materiales. Por el contrario, en las almas puras, que se han identificado anticipadamente con la vida espiritual, el apego es casi nulo. En el hombre materialista y sensual, que vivió más para el cuerpo que para el Espíritu, y para quien la vida espiritual no significa nada y ni siquiera la consideró en su pensamiento, todo ha contribuido a estrechar los lazos materiales y, cuando la muerte se aproxima, el desprendimiento se produce también gradualmente, y le demanda esfuerzos continuos. Las convulsiones de la agonía son indicios de la lucha del Espíritu que a veces trata de romper las cadenas que lo retienen, y otras se aferra al cuerpo del cual una fuerza irresistible lo arrebata con violencia, molécula por molécula. (Obra citada, Segunda Parte, cap. I, ítems 8 y 9.)

C. ¿Cómo es la desencarnación del individuo apegado a la vida material?

Cuanto menos ve el Espíritu más allá de la vida corporal, más se apega a ella y, así, siente que se le escapa y quiere retenerla; en vez de abandonarse al movimiento que lo arrastra, resiste con todas sus fuerzas y puede incluso prolongar esa lucha por días, semanas y meses enteros. En ese momento el Espíritu no posee toda su lucidez, porque la turbación se anticipó mucho a la muerte; pero no por ello sufre menos, y la vaguedad en que se encuentra y la incertidumbre de lo que le sucederá, aumentan sus angustias. Al llegar por fin la muerte, no todo ha terminado; la turbación continúa, siente que vive, pero no puede definir si es vida material o espiritual, lucha y lucha aún, hasta que las últimas ataduras del periespíritu se rompen del todo. La muerte puso fin a la enfermedad que le afectaba, pero no detuvo sus consecuencias, y mientras existan puntos de contacto entre el periespíritu y el cuerpo, el Espíritu siente y sufre con sus impresiones. (Obra citada, Segunda Parte, cap. I, ítem 10.) 

D. ¿Cuál es el estado del Espíritu después de la muerte corporal?

El estado del Espíritu en el momento de la muerte puede resumirse de la siguiente manera: Tanto mayor es el sufrimiento, cuanto más lento fuese el desprendimiento del periespíritu; la rapidez de este desprendimiento está en razón directa del adelantamiento moral del Espíritu; para el Espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es como un sueño breve, exento de agonía, y cuyo despertar es muy dulce. (Obra citada, Segunda Parte, cap. I, ítem 13.)

 

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita