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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 343 22 de Diciembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

¡Año nuevo, vida nueva!

 

 

Caminando por la calle, sin prisa, Roberta, de ocho años, se encaminó para el parquecito próximo a su casa. Se sentó en el columpio preferido y allí quedó quieta, pensando en la vida.

El año había sido bueno. A pesar de no haberse dedicado especialmente a los estudios, había sido aprobada en la escuela y se sentía aliviada.

La fiesta de Navidad había sido muy buena, con comida a voluntad, frutas, dulces, chocolates y gelatinas. Además de eso, había conseguido varios regalos, inclusive una nueva bicicleta, exactamente la que deseaba.

Sin embargo, a pesar de estar todo bien, algo la incomodaba. Acordándose de la Navidad, cuya fecha representaba el aniversario de Jesús, llegó a la conclusión de que sólo había pensado en sí misma. El año estaba casi terminando y eso le daba cierta tristeza.

Como el año nuevo llegaría dentro de algunos días, Roberta pensó que le gustaría cambiar su vida para que ella fuera mejor aún. ¿Pero cambiar el qué?

En relación a la escuela, debería estudiar más, no sólo para pasar de año, sino para aprender realmente.

Al pensar en la escuela, inmediatamente la imagen de Tereza surgió en su mente. Era una compañera con quién tuvo una pelea por un motivo cualquiera, y no se habían hablado más. Y ella echaba falta de la amiga.

Acordándose de la fiesta de cierre del año escolar, Roberta volvió a ver el momento en que un grupo de alumnas presentó lindos números de baile. ¡Ella se había emocionado porque el ballet era su sueño! ¡Siempre quiso aprender a bailar! ¿Quién sabe si la hora había llegado?

En ese momento, Roberta vio una niñita bien pobre que llegó al parquecito, tímida, sin saber qué hacer. Mientras la madre de ella, parada en la calzada, se entretenía hablando con una joven, la niña quedó parada, indecisa. Íntimamente, Roberta tomó una decisión:

— ¡Eso mismo! ¡El año nuevo será diferente! Y voy a comenzar ahora.

Entonces, Roberta dejó el columpio y se aproximó a la niña, invitando:

— ¿Quieres columpiarte? ¡Ven, yo te ayudo!

Sentó a la niñita y se puso a balancearla, mientras la niña reía, feliz. Inmediatamente eran amigas. Roberta supo que el nombre de ella era Carolina, tenía 4 años y vivía en un barrio bien distante. Cuando la madre de la niñita llegó, ellas hablaron y Roberta dijo:

— Tengo algunos juguetes y quiero darlos para Carolina. Tengo también ropas y calzados que no me sirven

más, además de dulces y caramelos que conseguí en las navidades. Ven conmigo hasta mi casa. Es aquí cerca.

La madre quedó toda contenta y agradecida:

— Tú no imaginas lo que eso significa para nosotros. Sin dinero, nada pude comprar para Carolina en las navidades. Ni comida tenemos nosotros en casa. 

Apenada, Roberta llevó a madre e hija hasta su casa. Las presentó a su madre y, como el almuerzo estaba listo y su padre ya había llegado, se sentaron y almorzaron todos juntos.

Al despedirse, la mujer estaba emocionada. Se sentía agradecida por la ayuda y por el acogimiento que había tenido en aquel hogar. Carolina se tiró en los brazos de Roberta y dijo:

— Gracias, Roberta. ¡Tú ahora eres mi amiga del corazón!

Al recibir el abrazo de la niñita, Roberta sintió que jamás había sentido tal sensación de bienestar, paz y felicidad.         

Más tarde, ella fue hasta la casa de Tereza. Tocó la campanilla y, para su sorpresa, fue la propia compañera que abrió la puerta. Al verla, la niña abrió desmesuradamente los ojos, sorprendida:

— ¡Roberta! ¿Tú, aquí en casa?...

— Vine para pedirte disculpas, Tereza. Siento mucho lo que ocurrió aquel día.

— Roberta, yo soy quien debo pedirte disculpas. Hablé cosas que no debía y acabamos peleando. ¿Tú me perdonas?

Las dos intercambiaron una mirada y cayeron en la risa.

— Bien, creo que somos amigas de nuevo, ¿no es?

Ellas se abrazaron con cariño, contentas por haber resuelto la cuestión.

Dejando la casa de Tereza, Roberta volvió para su hogar y contó a la madre lo que había ocurrido: había hecho las paces con Tereza y que, gracias a Dios, ahora está todo bien entre ellas.

— Quedo feliz, mi hija, que tú y Tereza os hayáis acercado. Nunca estaremos bien si alguien tiene algo contra nosotros.

— Tienes razón, mamá. Estoy aliviada. ¡Ah! También decidí que el año nuevo sea diferente, por eso me gustaría pedirte: ¿puedo estudiar ballet el año que viene?

— ¡Si tú realmente lo deseas, claro que puedes!

— ¡Gracias, mamá! Voy a telefonear a la profesora y matricularme en el curso.

Los próximos días, Roberta hizo una programación de todo lo que le gustaría hacer para el próximo año, y aprovechó para realizar algunas cosas que estaban faltando antes del fin del año: hizo visitas a sus abuelas y a un compañero que estaba enfermo, dio un baño al perro; arregló su cuarto separando lo que iba a necesitar de aquello que podría disponer y muchas otras cosas.

El día 31 de diciembre, se sentía en paz consigo misma y con el mundo.

Cuando sonó la medianoche y los festejos comenzaron, el cielo quedó todo iluminado con la quema de fuegos artificiales. La ciudad ganó vida nueva, con bocinas de coches sonando, gritos de alegría y personas que dejaban sus casas

para saludar a sus vecinos, parientes y amigos.

Bajo el cielo iluminado, la madre miró para la hija y dijo con amor:

— ¡Feliz Año Nuevo, mi hija!      

— ¡Feliz Año Nuevo, mamá!

Roberta ahora tenía certeza de que quería: ¡AÑO NUEVO, VIDA NUEVA!...
 

                                                        Tia Célia                     
 


                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita