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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 343 22 de Diciembre de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 



El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 12)

Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cuál es el verdadero motivo que llevó a la Iglesia a condenar las relaciones de los hombres con los Espíritus?

B. ¿El periespíritu también se separa del alma debido al trance de la muerte corporal?

C. ¿Cómo se da, después del trance de la muerte, la separación del alma?

D. Son cuatro las situaciones extremas que pueden ocurrir en el instante de la muerte. Descríbalas.

Texto para la lectura

105. La prohibición de Moisés en relación a las evocaciones fue justa, porque la evocación de los muertos no se originaba en los sentimientos de respeto, afecto o piedad para con ellos, sino como un medio de adivinación. Esas prácticas también eran objeto de comercio y Moisés, por más que hizo, no logró arrancarlas de las costumbres populares. (Primera Parte, cap. XI, ítem 4.)

106. Puesto que los espíritas no sacrifican niños, ni hacen libaciones para honrar a los dioses; no interrogan a los astros ni a los muertos para adivinar lo que está prohibido a los hombres; puesto que repudian el tráfico de la mediumnidad; y porque no los mueve la curiosidad ni la codicia sino un sentimiento de piedad, un deseo de instruirse y mejorarse, aliviando las almas de los que sufren, por todo ello, la prohibición de Moisés no les concierne. (Primera Parte, cap. XI, ítem 4.)

107. Si los que claman injustamente contra los espíritas hubiesen profundizado más en el sentido de las palabras bíblicas, habrían reconocido que no existe ninguna analogía entre los principios del Espiritismo y lo que sucedía entre los hebreos porque, de hecho, el Espiritismo condena todo lo que motivó la prohibición de Moisés. (Primera Parte, cap. XI, ítem 4.)

108. Hay dos partes distintas en la ley de Moisés: la ley de Dios propiamente dicha, promulgada sobre el Sinaí, y la ley civil o disciplinaria, apropiada a las costumbres y al carácter del pueblo. La primera es invariable; la otra se modifica con el paso del tiempo. (Primera Parte, cap. XI, ítem 5.)

109. Jesús no proscribió sino sancionó la ley del Sinaí, de la cual su doctrina moral es un desdoblamiento; pero nunca aludió, en ninguna parte, a la prohibición de evocar a los muertos, aun cuando éste era un asunto muy grave para ser omitido en sus prédicas, especialmente habiendo tratado otros temas secundarios. (Primera Parte, cap. XI, ítem 6.)

110. La Iglesia enseña que las almas bienaventuradas no pueden dejar su morada gloriosa para socorrer a los mortales. Ahora bien, si eso es verdad, ¿por qué invoca la asistencia de los santos? ¿Por qué aconseja invocarlos en casos de enfermedades, de aflicción, de calamidades? ¿Por qué, según ella misma reconoce, los santos y la misma Virgen se aparecen a los hombres y hacen milagros? (Primera Parte, cap. XI, ítem 12.) 

111. Rechazar las comunicaciones de ultratumba es repudiar el medio más poderoso de instrucción, por los ejemplos que tales comunicaciones son ofrecen. Prohibir las comunicaciones es también privar a las almas que sufren de la asistencia que les podemos y debemos brindar. (Primera Parte, cap. XI, ítem 15.)  

112. La certeza de la vida futura no excluye los temores relacionados al paso de esta vida a la otra. Hay mucha gente que teme no a la muerte en sí, sino al momento de la transición. El Espiritismo nos dice cómo se opera esa transición, y el conocimiento del lazo fluídico que une el alma al cuerpo es la llave de ése y de muchos otros fenómenos. (Segunda Parte, cap. I, ítems 1 y 2.)

113. El periespíritu es la envoltura del alma, y no se separa de ella ni antes ni después de la muerte. Forma con ella una sola entidad, y no se puede concebir la una sin el otro. (Segunda Parte, cap. I, ítem 3.)  

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cuál es el verdadero motivo que llevó a la Iglesia a condenar las relaciones de los hombres con los Espíritus?

Todas las razones alegadas para condenar las relaciones con los Espíritus no resisten un examen serio. Por la vehemencia con que se combate en ese sentido es fácil deducir el gran interés ligado al asunto. De ahí la insistencia. Al ver esta cruzada de todos los cultos contra las manifestaciones, se diría que les tienen miedo. El verdadero motivo podría ser el recelo de que los Espíritus muy esclarecidos viniesen a instruir a los hombres sobre temas que se pretende dejar en la oscuridad, dándoles el conocimiento al mismo tiempo de la certeza del otro mundo, así como las verdaderas condiciones para ser felices o desdichados en él. (El Cielo y el Infierno, Primera Parte, cap. XI, ítems 13 a 15.)

B. ¿El periespíritu también se separa del alma debido al trance de la muerte corporal?

No. El periespíritu es la envoltura del alma, y no se separa de ella ni antes ni después de la muerte. Forma con ella una sola entidad, y no se puede concebir la una sin el otro. (Obra citada, Segunda Parte, cap. I, ítem 3.)

C. ¿Cómo se da, después del trance de la muerte, la separación del alma?

La extinción de la vida orgánica produce la separación del alma, como consecuencia de la ruptura del lazo fluídico que la une al cuerpo, pero esa separación jamás es brusca. La separación se da de manera gradual. El fluido periespiritual se desprende poco a poco de todos los órganos, de manera que la separación sólo es completa y absoluta cuando no queda un solo átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo. (Obra citada, Segunda Parte, cap. I, ítems 3 y 4.)

D. Son cuatro las situaciones extremas que pueden ocurrir en el instante de la muerte. Descríbalas.

He aquí las cuatro situaciones extremas, dentro de cuyos límites hay una infinidad de variantes:

1º - Si en el momento de la extinción de la vida orgánica el desprendimiento del periespíritu fuese completo, el alma no sentiría absolutamente nada.

2º - Si en ese momento la cohesión de dos elementos estuviera en el auge de su fuerza, se producirá una especie de ruptura que actuará dolorosamente sobre el alma.

3º - Si la cohesión fuera débil, la separación será fácil y se realizará sin estremecimiento.

4º - Si después del cese completo de la vida orgánica existiesen aún numerosos puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el alma podrá sentir los efectos de la descomposición del cuerpo, hasta que el lazo se rompa completamente.   

De ello resulta que el sufrimiento que acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de adhesión que une el cuerpo al periespíritu; que todo lo que pudiera atenuar esa fuerza y acelerar el  desprendimiento, hace el tránsito menos doloroso; y finalmente, si el desprendimiento se opera sin dificultad, el alma no experimentará ningún sentimiento desagradable. (Obra citada, Segunda Parte, cap. I, ítem 5.)

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita