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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 342 15 de Diciembre de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 



El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 11)

Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Es necesario el permiso de Dios para que las almas de los muertos se comuniquen con los hombres?

B. Un argumento muy fuerte opone la Doctrina Espírita a la tesis sobre la intervención de los demonios en las manifestaciones. ¿Cuál es éste?

C. ¿La Iglesia niega la realidad de las manifestaciones espíritas?

D. ¿Por qué la Iglesia insiste en prohibir las evocaciones?

Texto para la lectura

91. El Espiritismo no admite la manifestación de ningún Espíritu, bueno o malo, sin el permiso de Dios, mientras que la Iglesia no considera eso en relación a los demonios, que según su teoría, pueden prescindir de ese permiso. (Primera Parte, cap. X, ítem 14.) 

92. El Espiritismo dice además que, inclusive con ese permiso y respondiendo al llamado de los vivos, los Espíritus no se ponen a disposición de éstos. (Primera Parte, cap. X, ítem 14.)

93. El Espíritu evocado, ¿viene voluntariamente o es obligado a manifestarse? Obedeciendo la voluntad de Dios, es decir, a la ley que rige el Universo, él juzga si su manifestación es útil o inútil, lo que constituye una prerrogativa de su libre albedrío. De esta manera, el Espíritu evocado puede negarse a acudir al llamado. (Primera Parte, cap. X, ítem 14.)

94. Las acusaciones formuladas por la Iglesia contra las evocaciones no conciernen, por lo tanto, al Espiritismo sino a las prácticas de la magia, con la cual no tiene nada en común. El Espiritismo condena, como la Iglesia, las referidas prácticas. (Primera Parte, cap. X, ítem 15.)

95. La Iglesia no admite entre los ángeles, entre las criaturas privilegiadas de Dios, un ser  bastante compasivo que acuda a socorrer las almas extraviadas. ¿Para qué sirven, pues, las brillantes cualidades que adornan a tales seres? ¿Acaso son sólo para su goce personal? ¿Y serán ellos realmente buenos si, extasiados por las delicias de la contemplación, ven tantas almas en el camino del infierno y no tratan de desviarlas de él? (Primera Parte, cap. X, ítem 16.)

96. Dijo Cristo: “No es el hombre sano quien necesita de médico”. ¿Quién se negaría, pues, a mostrar el buen camino al incrédulo que lo llame? Pues bien: los buenos Espíritus hacen lo que haríamos. Se dirigen al impío para darle buenos consejos. Por ello, en lugar de anatemizar las comunicaciones de ultratumba, mejor sería bendecir los decretos del Señor y admirar su omnipotencia y bondad infinitas. (Primera Parte, cap. X, ítem 16.)  

97. Lo que los ángeles de la guarda no pueden hacer, según la Iglesia, sí lo hacen los demonios: valiéndose de las comunicaciones llamadas infernales, reconducen a Dios a aquellos que renegaban de Él, y al bien a los esclavizados al mal. Y esos demonios hacen más: nos ofrecen el espectáculo de millones de hombres que creen en Dios por intercesión de su poder diabólico, mientras que la Iglesia había sido impotente para convertirlos. ¡Hombres que jamás oraban, hoy lo hacen con fervor gracias a las instrucciones de esos demonios! (Primera Parte, cap. X, ítem 17.) 

98. ¿Cuántos individuos orgullosos, egoístas y libertinos se volvieron humildes, caritativos y recatados? ¡Y todo por obra del diablo! ¡Él estaría prestando así mejor servicio y cuidado que los propios ángeles! Es necesario, sin embargo, formarse una opinión pobre del juicio humano de nuestros tiempos para creer que los hombres acepten ciegamente semejantes ideas. (Primera Parte, cap. X, ítem 17.)

99. No hay duda de que Jesús es el mensajero divino enviado para enseñarles a los hombres la verdad y, por ella, el buen camino; pero contad cuántos no pudieron oír su palabra de verdad, cuántos murieron y morirán sin conocerla y cuántos, al fin, la conocen pero no la practican. (Primera Parte, cap. X, ítem 18.)

100. ¿Por qué entonces Dios no puede enviarles otros mensajeros, que bajando a todos los lugares, entre grandes y pequeños, ignorantes y sabios, crédulos y escépticos, vengan enseñarles a verdad y difundir, así, las enseñanzas contenidas en el Evangelio? El Espiritismo nos muestra que esos mensajeros han sido enviados por el Creador y llegan en masas innumerables, abriendo los ojos a los ciegos, convirtiendo a los impíos, curando a los enfermos, consolando a los afligidos, tal como lo hacía Jesús; pero la Iglesia los repudia, rechazando el bien que hacen y clamando: ¡Son demonios! (Primera Parte, cap. X, ítem 18.)

101. Ese fue también el lenguaje de los fariseos al referirse a Cristo que, según ellos decían, hacia el bien por artificios del diablo. A tal acusación, el Nazareno respondió: “Reconoced al árbol por su fruto: el mal árbol no puede dar buenos frutos”. (Primera Parte, cap. X, ítem 18.) 

102. La palabra de Cristo se propagó lentamente y, después de dieciocho siglos, apenas es conocida por una décima parte del género humano. (N.R.: Una investigación reciente divulgada por el Vaticano dice que cerca del 33% de la población de la Tierra es adepta al Cristianismo.) Por eso Dios, en su misericordia, envía a los Espíritus para confirmarla, completarla, difundirla a todos y en toda la Tierra – la santa palabra de Jesús. He ahí la causa de la rápida propagación de las enseñanzas traídas por los Espíritus que,  dirigiéndose al corazón y a la razón, son comprendidas con mayor facilidad por los humildes. (Primera Parte, cap. X, ítem 18.)

103. El Espiritismo no atribuye trivialidades a los Espíritus superiores. No. El Espiritismo afirma positivamente lo contrario, es decir, que las cosas vulgares son propias de los Espíritus vulgares. (Primera Parte, cap. X, ítem 19.)

104. La Iglesia se basa en Moisés para prohibir las evocaciones. Ahora bien, si la ley de Moisés debe ser tan rigurosamente observada en este aspecto, es necesario que lo sea también en todos los otros – lapidación de la adúltera, circuncisión de los niños, el mandamiento del ojo por ojo, diente por diente, etc. Es necesario ser consecuente. Si se reconoce que la ley mosaica ya no está de acuerdo con nuestra época y nuestras costumbres en determinados casos, la misma razón procede para la prohibición que tratamos, cuyos motivos se destruyeron completamente con el paso del tiempo. (Primera Parte, cap. XI, ítem 3.)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Es necesario el permiso de Dios para que las almas de los muertos se comuniquen con los hombres?

Sí. El Espiritismo no admite la manifestación de ningún Espíritu, bueno o malo, sin el permiso de Dios, mientras que la Iglesia no considera eso en relación a los demonios, los cuales según su teoría, no necesitan de tal permiso. (El Cielo y el  Infierno, Primera Parte, cap. X, ítem 14.)

B. Un argumento muy fuerte opone la Doctrina Espírita a la tesis sobre la intervención de los demonios en las manifestaciones. ¿Cuál es éste?

El argumento espírita dice respecto al contenido de las manifestaciones llamadas demoníacas. La experiencia comprueba que éstas han reconducido a Dios a los que renegaban de Él y al bien a los esclavizados al mal. Y esos supuestos demonios hacen más: nos ofrecen el espectáculo de millones de hombres que creen en Dios por intercesión de su poder diabólico. ¿Cuántos orgullosos, egoístas y libertinos se volvieron humildes, caritativos y recatados? ¡Y todo por obra del diablo! ¡Ah! Pero si así fuese, está claro que el demonio le ha prestado a toda esa gente un mejor servicio que los propios ángeles. 

Es necesario, sin embargo, formarse una opinión pobre del juicio humano de nuestros tiempos para creer que los hombres acepten ciegamente semejantes ideas. Una religión que hace de tal doctrina una piedra angular, una religión a la que se destruye por sus cimientos si se le quitan sus demonios, su infierno, sus penas eternas y a su dios sin piedad - una religión así es una religión que se suicida.  (Obra citada, Primera Parte, cap. X, ítem 17.)

C. ¿La Iglesia niega la realidad de las manifestaciones espíritas?

No. La Iglesia las admite totalmente, pero las atribuye a la intervención exclusiva de los demonios. (Obra citada, Primera Parte, cap. XI, ítem 1.) 

D. ¿Por qué la Iglesia insiste en prohibir las evocaciones?

El argumento supremo utilizado por la Iglesia, en relación a las evocaciones, es la prohibición de Moisés contenida en el Antiguo Testamento. (Obra citada, Primera Parte, cap. XI, ítems 1 y 2.) 

 

 

 


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