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Año 7 336 – 3 de Noviembre de 2013
NUBOR ORLANDO FACURE            
lfacure@uol.com.br  
Campinas, SP ( Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Nubor Orlando Facure

La Ciencia en Kardec

Parte 1

 

En la segunda mitad del Siglo XIX, cuando Allan Kardec codificó la Doctrina Espírita, la Ciencia humana recibía el trabajo gigantesco de sabios ilustres, Espíritus de elevada estatura que vinieron hasta nosotros para modificar nuestra comprensión sobre importantes fenómenos de la naturaleza. El método científico ya estaba discutido y divulgado por filósofos de la estatura de Descartes y Bacon. Ahora, la experimentación iría a establecerse como la mejor forma de producir conocimiento.

Merece la pena que hagamos un repaso histórico de ese momento vivido por Kardec y saquemos, en sus textos, la contribución que la Doctrina Espírita estaba trayendo para la Ciencia en aquella época. Con lo que conocemos hoy, tenemos certeza de que el científico de aquel siglo no tenía informaciones suficientes para comprender todo lo que estaba siendo revelado mediúmnicamente para Allan Kardec. Queda, también, la certeza de que hasta los días de hoy aún no tenemos alcance para comprender científicamente toda la obra de la codificación. Hay en ella informaciones que la Ciencia humana llevará tiempo para confirmar y comprender.

El obscurantismo medieval

El siglo de Kardec estaba saliendo definitivamente del moho obscurantista que dominaba la Ciencia de la época. Hasta el final de la Edad Media se creía que la edad de la Tierra” no pasaba de 4.600 años; que los fósiles no tenían ninguna conexión con nuestro pasado; que el hombre fue creado en un paraíso que él no respetó comiendo el fruto prohibido y, aún así, aún ocupaba un lugar privilegiado entre todos los seres creados por Dios; que la vida podía nacer en el agua enlodada o en medio de ropas viejas; que la madera se quemaba por la presencia en ella de un “flogístico”; que la electricidad era tenida como un fluido que podía desplazarse obedeciendo las fuerzas de atracción y repulsión, así como el agua se desplaza de los lugares más altos para los más bajos; que la luz se desplazaba por el Éter; que la materia era formada por substancias, unas elementales otras complejas, que se mezclaban obedeciendo la leyes de afinidad aún desconocidas; que algunas substancias, llamadas “orgánicas ”, sólo podrían ser producidas por los organismos vivos; que los cuerpos pesados caían en consecuencia de su tendencia de quedar en la Tierra.

Inícios de los descubrimientos

En la época de Kardec la Ciencia aún no había producido sus grandes avances tecnológicos. Hasta 1834 uno de los mayores descubrimientos hecho por un científico había sido el para-rayos desarrollado por Benjamín Franklin.

Sin embargo, las Leyes fundamentales que permitirían el nacimiento de la Ciencia moderna ya habían sido descubiertas:

Galileo consiguió comprobar la teoría heliocéntrica de Copernico y anunciaba las primeras Leyes del movimiento.

Newton descubría la matemática de la gravedad, explicó el vaivén de las mareas, la oscilación del péndulo, la caída de los cuerpos, la órbita de los astros, y fragmentó la luz sugiriendo su propagación por partículas.

Lavoisier había comenzado a esclarecer la química de la respiración y había establecido leyes de conservación de la materia.

Charles Lyell inició el estudio de la estratificación de áreas geológicas expandiendo la edad de la Tierra en algunos miles de años.

Cuvier inauguraba los estúdios de la paleontologia.

En la filosofía, René Descartes hubo introducido la reflexión, analizó la conveniencia de la duda, destacó la importancia del pensamiento racional y separó el estudio del cuerpo y del alma.

Vessálius revolucionó la anatomía del cuerpo humano que él disecaba como una máquina cuyas piezas podían ser desmontadas a semejanza de los relojes y de los molinos.

Mesmer defendió la existencia del magnetismo animal e hizo surgir el sonambulismo provocado.

Galvani se hallaba encantado con la electricidad en las patas de una rana y Volta descubrió la química que produciría la electricidad en una pila rudimentaria.

En Inglaterra, el filósofo Francis Bacon había enseñado cómo observar y experimentar con la naturaleza, reuniendo los hechos, organizando las ideas y produciendo leyes generales a partir del razonamiento inductivo.

Personajes iluminados

Curiosamente, en el mismo momento en que la espiritualidad inspiraba a Kardec en la producción de su gran trabajo espiritual, la humanidad recibía por la mano de científicos excepcionales un volumen considerable de descubrimientos en el campo de las Ciencias de la materia.

Charles Darwin y Alfred Wallace divulgaron sus trabajos sobre el origen y la evolución de las especies.

Richard Virchow, patólogo alemán, afirmaba que toda célula viva proviene de otra célula.

En Inglaterra, Faraday amplió nuestros conocimientos sobre la electricidad y Maxwell reunió en sus leyes la electricidad y el magnetismo, consiguiendo incluir la luz entre los fenómenos electromagnéticos.

En el laboratorio de fisiología, en Francia, Claude Bernard descubrió la importancia de la estabilidad de los elementos químicos de la sangre y Louis Pasteur inició sus investigaciones con la fermentación, invalidó la generación espontánea y, más tarde, inauguró la vacuna contra la rabia.

En 1804, Franz Gall revolucionó la interpretación del cerebro creando la frenológica (citada por Kardec en la Revue Spirite de julio de 1860, p. 198, Frenología y fisiognomía) y en 1864 Paul Broca descubrió el área del cerebro relacionada con el habla.

Tópicos de Ciencia en Kardec

Vamos a hacer ahora una recolección de informaciones científicas en dos obras de la codificación – El Libro de los Espíritus (1857) y La Génesis (1868). La Ciencia de hoy está a un siglo y medio distante de esas obras y sólo ahora comenzamos a atinar con la importancia de sus textos. Vamos a abordar sólo algunos pocos tópicos que nos parecieron instructivos.

El origen del Universo - En la época de Kardec la Ciencia no tenía ninguna propuesta para el origen del Universo. Fue sólo en 1927 que la teoría de la gran explosión – el Big Bang –  comenzó a ser enunciada. Una gran concentración de energía, surgida de la nada, habría provocado, hace 13 o 15 mil millones de años, la explosión que produjo toda la materia contenida en el Universo. Un efecto popular de esa teoría es que ella sugiere un inicio para el mundo en que vivimos y satisface la visión teológica de los que admiten el momento bíblico de la Creación cuando “Dios hizo la luz”.

Más recientemente, la física quántica introdujo el concepto de antimateria y levantó la posibilidad de existir otros Universos además de la realidad física en que transitamos.

En las lecciones que los Espíritus nos dejaron, la creación es eterna, se renueva permanentemente, y nuestra inteligencia no está en condiciones de incautar cualquier inicio para el Universo – “no desapareció esa sustancia de donde provienen las esferas siderales; no murió esa potencia, pues aún, incesantemente, da a la luz nuevas creaciones e incesantemente recibe, reconstruidos, los principios de los mundos que se borran del libro eterno” (La Génesis cap. VI, ítem 17).

Elementos del Universo - La Ciencia de hoy vive algunos dilemas contradictorios. Sólo admite la existencia de la materia, mientras sus más recientes teorías proponen que lo que existe es energía y la materia es una de sus transformaciones. No acepta la existencia de un mundo inmaterial, pero reconoce la necesidad de la mente para la percepción de la realidad física. Y no sabe de donde se origina esa energía ni consigue tener certeza de lo que es la mente.

En la Filosofía, las substancias del Universo fueron siempre una preocupación importante. Tales de Mileto consideraba que todo procede del agua. Empédocles adoptó los cuatro elementos, que pasaron a formar parte del conocimiento occidental por dos milenios – la tierra, el agua, el aire y el fuego. Tomás de Aquino les añadió una sustancia espiritual. René Descartes consideraba dos elementos – el res pensante (el sujeto pensante) y el res extensa (el objeto, la materia). Espinoza hablaba de sólo una sustancia y Leibnitz creó la idea de infinitas monadas, siendo el alma la mayor de esas monadas.

Para la Doctrina Espírita existen “dos elementos, o, si quiere, dos fuerzas rigen el Universo: el elemento espiritual y el elemento material. De la acción simultánea de esos dos principios nacen fenómenos especiales” (La Génesis, Introducción). Añade, aún, que “no hay, en todo el Universo, sino una única sustancia primitiva” – el fluido cósmico universal.

La vida - Dos momentos del siglo pasado marcaron definitivamente nuestra comprensión sobre la vida. La conferencia sobre “¿qué es vida?” que Erwin Schroedinger impartió en febrero de 1943 en Dublin y la publicación de Francis Crick y James Watson de sus estudios relativos al descubrimiento del ADN el 25 de abril de 1953 – “el octavo día de la creación”.

El genial físico Erwin Schroedinger propuso que la hereditariedad sería transmitida por un cristal aperiódico, lo que permitiría su estudio con métodos radiológicos. A partir de ahí, Crick y Watson descubrieron la química de la doble hélice que contiene nuestros genes. Schroedinger sugirió, también, que la vida exige un aporte externo de energía para conservar su baja entropía, lo que corresponde a una alta organización. La termodinámica de los seres vivos presupone el orden a partir del desorden.

El Espiritismo enseña que la materia orgánica asume propiedades especiales cuando en ella actúa el “principio vital”. Es en el fluido cósmico universal que reside el principio vital que tiene la capacidad de dar “origen a la vida de los seres y a perpetúa en cada globo” (La Génesis, cap. VI, ítem 18). Es en esa materia “vitalizada” por el principio vital que se irá desenvolviendo el “principio inteligente”.

El origen del hombre - El hombre actual es clasificado como una especie única denominada Homo sapiens. Él habita la Tierra hace cerca de 200 mil años y es procedente de la evolución de homínido y otras especies del género Homo cuyos hallazgos fósiles ya se cuentan por decenas.

Hay dos corrientes que intentan explicar la presencia de nuestra especie en lugares tan variados de la Tierra. Para algunos, nosotros tuvimos un origen único en un territorio africano y para otros es posible que hayamos tenido origen en diversos puntos del globo. Kardec aborda el origen del hombre en el capítulo XI de La Génesis y sugiere que el cuerpo humano habría tenido origen en diversos puntos de la Tierra; en cuanto al Espíritu humano, él se desarrolló tanto en el planeta como migró de otros mundos de nuestro Universo.

El origen y evolución de las especies - Charles Darwin publicó “El origen de las especies” dos años después de la primera edición de El Libro de los Espíritus. Darwin sugiere la evolución biológica para explicar la variedad de las especies, mientras Kardec presenta la evolución espiritual como principio fundamental para justificar los propósitos de la vida.

Darwin vino a comprobar que todas las especies vivas tienen un origen común. El hombre deja de ser criatura que ya nace lista en los jardines del Edén, para recorrer junto con todas las otras especies el mismo  árbol de la vida, obedeciendo en el recorrido de milenios la transformaciones adaptadas.

Ya enseñan, claramente, los Espíritus superiores que orientaban a Kardec, que “el Espíritu no llega a recibir la iluminación divina que le da, simultáneamente con el libre albedrío y la conciencia, la noción de sus altos destinos, sin haber pasado por la serie fatal de los seres inferiores, entre los cuales se elabora lentamente la obra de su individualización” (La Génesis, cap. VI, ítem 19).  

Ideas innatas - Esa discusión estuvo provocando a los filósofos durante milenios. Platón consideraba que el alma, al nacer, ya trae conocimientos que adquirió en el mundo de las ideas. En el mito de la caverna él sugiere que nuestra vida material es sólo el reflejo de un mundo verdadero pre-existente, y fuente de todo conocimiento. Su discípulo Aristóteles atribuía el aprendizaje a la experiencia y creía que todo conocimiento proviene de los sentidos. John Locke también veía la mente como una “tabla rasa”. René Descartes, por el contrario, defendía la existencia de ideas que nos son innatas, como la noción de Dios, las ideas matemáticas y las verdades eternas.

Actualmente esa polémica envuelve, principalmente, la biología y la neuropsicología. El descubrimiento de los genes nos permitió conocer más profundamente la extensión de nuestras herencias y la discusión se estableció en torno a como nuestro conocimiento es aprendido a través de la experiencia y cómo los genes programan nuestros comportamientos. El dilema ganó fama dividiendo ambientalistas y los dedicados a la genética en la expresión “nature versus nurture” (ambiente versus hereditariedad; aprendizaje versus instinto). En los días de hoy, nadie duda más de la participación tanto de los genes como de la estimulación del ambiente en la producción del conocimiento.

En la cuestión 218–a, de El Libro de los Espíritus, Kardec pregunta si la teoría de las ideas innatas no sería sólo una quimera. Los Espíritus nos enseñaron que “los conocimientos adquiridos en cada existencia no más se pierden. Liberado de la materia, el Espíritu siempre los tiene presentes. Durante la encarnación, los olvida en parte, momentáneamente; sin embargo, la intuición que de ellos conserva le auxilia el progreso. Si no fuera así, tendría que recomenzar constantemente”. (Continúa en la próxima edición de esta revista.)
        



 


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