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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 335 – 27 de Octubre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El paquete perdido

 

Gustavo y André volvían de la escuela y, al pasar por una plaza, André vio algo bajo un banco. Curioso, se bajó y cogió el paquete:
 

— ¡Mira, Gustavo! Alguien lo perdió. Voy a llevármelo para mí. ¡Yo lo encontré y ahora él es mío!
 

Gustavo miró para el paquete y alertó:

— André, alguien debe haberlo perdido y, con seguridad, está buscándolo.

El otro balanceó los hombros y, ya sentándose en el banco para ver lo que contenía el paquete, replicó:

— ¡¿Que me importa?! El dueño que cuidara bien de él. ¡Ahora es mío! 

André abrió la envoltura y abrió desmesuradamente los ojos, perplejo:

— ¡Mi Dios! ¡Es dinero, Gustavo! ¡Mucho dinero! ¡Soy rico, rico!...

Gustavo se aproximó más al amigo y consideró:

— Sin embargo ese dinero no es tuyo, André. ¡Alguien lo perdió y debe estar desesperado! Vamos a buscar saber quién estaba sentado aquí en este banco. ¿Quién sabe si alguien lo conozca?

— ¡Nunca! ¡Yo hallé el paquete y el dinero es mío! — replicó André decidido, apretando el paquete deshecho en el pecho.

— André, yo aprendí, con Jesús, que no debemos hacer a los otros lo que no deseamos para nosotros. ¡Piensa un poco! Supón que este dinero fuera tuyo y tú lo hubieras perdido: ¿Quedarías contento si alguien lo devolviera para ti? – dijo Gustavo con firmeza.

— ¡Claro que sí!...

— ¿Entonces? ¡Tal vez el dueño de él esté desesperado! ¿Quién sabe lo que iba a hacer con él, para que lo necesitara? ¿Tal vez pagar el alquiler de casa? ¿O la cuenta de un hospital? O... 

— Está bien, Gustavo. ¡Tú venciste! ¡Pero ni sabemos quién lo perdió! ¿Qué hacer?

Gustavo miró alrededor y vio un puestecito de perritos-caliente allí cerca. Los dos amigos fueron hasta allá y André preguntó al dueño del puesto:

— ¿El señor vio quien estaba sentado en aquel banco allí delante?

El hombre pensó un poco y respondió:

— Es difícil recordar, pues estoy siempre ocupado... ¡Pero creo que fue un chico!

— ¡Ah! ¿El señor lo conoce? ¿Sabe quién es? — indagó Gustavo, afligido.

— No, no lo conozco. Lo lamento, chicos. ¿Pero por qué están tan interesados?

— Por nada. Curiosidad sólo — respondió André.
 

Decepcionados, caminaban de vuelta para el banco cuando... ¡Oh! ¡Sorpresa! Vieron a un chico que se había sentado en el banco, se cubría el rostro con las manos y lloraba. Ambos intercambiaron una mirada y, más esperanzados, se aproximaron al banco.

— ¿Por qué estás llorando así? — indagó Gustavo.

El chico irguió la cabeza al oír a alguien hablar con él. Al ver a un niño, replicó:

— ¿Qué te importa? ¡Nadie va a poder ayudarme!  

— ¿¡Quién sabe!? ¿Qué ocurrió? — preguntó André, apenado.

El muchacho enjugó el rostro con las manos y respondió, desalentado:

— Perdí un paquete de dinero. Trabajo en una oficina y el jefe me pidió que sacara un dinero del banco para viajar. Saliendo del banco, pasé por la plaza y sentí ganas de comer un sandwich. Compré el perrito caliente y me senté para comer. Después, me fui, olvidando el paquete. ¡Ahora no sé qué hacer! Alguien lo halló y debe estar muy feliz. ¡Y yo, desesperado! ¿Cómo decir al patrón que perdí el dinero de él? ¡Quedaré desempleado y él podrá denunciarme a la policía por robo! ¡Pero yo no soy ladrón!

¡Soy muy pobre y no tengo esa cuantía!  

En ese momento, Gustavo intercambió una mirada con André y vio que el amigo estaba emocionado con la historia. Entonces, André sacó el paquete que había colocado en su mochila y lo entregó al muchacho, diciendo:

— ¿Es esto lo que tú perdiste?

El joven miró para el paquete y sus ojos brillaron de alegría:

— ¡Sí! ¡Sí! ¡Gracias a Dios! ¿Vosotros lo encontrasteis?

Ambos confirmaron con un gesto de cabeza y André lo entregó al muchacho:

— Toma. ¡Él es tuyo! Pero, la próxima vez, ten más cuidado. Hoy, fuimos nosotros que lo encontramos, pero... ¡¿y si fuera alguien  que no lo   devolviera?!...

El muchacho, muy agradecido, abrazó a los dos niños:

— ¡Gracias! ¡Gracias! Vosotros no imagináis el alivio que me distéis. La próxima vez tendré más cuidado, a buen seguro. Jamás me olvidaré de vosotros. Yo soy Mário. ¿Y vosotros?

Ellos dijeron sus nombres e intercambiaron direcciones, pues Mário los consideraba como verdaderos amigos y quería visitarlos, conocer a sus familias, como le gustaría también que ellos conocieran la de él.
 

Así, con un gran abrazo, ellos se despidieron. Cuando Mário se fue y los dos tomaron el rumbo a casa, André se volvió para el amigo y murmuró:

— Gustavo, yo te agradezco por haberme dado una lección. Si no fuera por ti, esta historia no acabaría bien, y ni sé lo que sería de Mário. Ahora, hicimos un nuevo amigo y él aún quedó debiéndonos un favor. ¿No es bueno?
 

— Sin duda, André. Pero no debes agradecerme a mí. ¡Agradécelo a Jesús!


                         

MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 16/9/2013.)
 

       
               
 
                                                                                   



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