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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 331 – 29 de Septiembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 



Hélio, el perezoso

 

Hélio, de ocho años, era un niño que veía problema en todo. Bastante negativo, sólo sabía decir: — ¡No sé! No puedo! ¡No aprendo! ¡No lo consigo!...

Cuando Hélio daba una de esas disculpas, afirmando no conseguir hacer los deberes de la escuela, la madre lo incentivaba con cariño:
 

— ¿Cómo no sabes, mi hijo? Tú eres un niño muy inteligente. ¡Sólo necesitas de buena voluntad y disposición para hacer lo que quieras!

— ¡Pero yo no aprendo, madre! ¡No consigo entender cuando la profesora explica y, por eso, no consigo hacer las tareas!

Tanto repetía el niño esas disculpas que un día la madre fue hasta la escuela a saber qué estaba ocurriendo con el hijo. Gentil, la profesora atendió a la madre preocupada y explicó, con delicadeza:

— Madre, su hijo Hélio no tiene problema alguno. Ocurre que, mientras yo explico la materia y paso al cuadro, él

se queda jugueteando e incomodando a los demás alumnos.

La madre volvió para casa pidiendo a Jesús que la ayudara a resolver el problema. Al llegar, vio a Hélio jugueteando en el patio y preguntó:

— Hijo, ¿ya hiciste tus deberes de la escuela?

— ¡Mamá, yo ya te dije que no consigo! ¡No aprendo!... — protestó el niño haciendo cara de llanto.

La madre lo cogió por la mano y lo llevó hasta el cuarto de él. Abrió la puerta y vio que la ventana aún estaba cerrada y la habitación toda desarreglada. 

— Hélio, ¿por qué tu cuarto aún está así?

— Ah! Es que...

El niño iba a dar una disculpa, pero la madre lo impidió:

— ¡No me digas que no sabes abrir la ventana y ni arreglar tú cama!

El niño bajó la cabeza, manteniéndose callado.

— Esto se llama pereza, mi hijo. Tú eres muy inteligente y todo lo que quieres lo haces. ¿Por qué vives dando disculpas para todo? Si tuvieras algún problema real, si hubieras nacido con dificultad de aprendizaje, como tu compañero Raul, yo podría entender. O como Mário, que tiene problema en las manos y no consigue escribir bien. Pero, ¡¿tú?!... ¿Te gustaría ser llamado Hélio, el niño perezoso?

— ¡Claro que no, mamá! — dijo él, comenzando a llorar, avergonzado.
 

La madre colocó la mano en la cabeza de él y dijo, mirando alrededor:

— ¡Entonces Hélio, ves la oscuridad de tu cuarto! ¡Ves el desorden en que el está! 

El niño levantó la cabeza y miró el ambiente como si lo viese por primera vez.


— ¡Hélio, abre la ventana!
 
   

El chico fue hasta la ventana y abrió las persianas. En la misma hora la luz del Sol entró por el cuarto iluminando todo y dejando el desorden aún más a la vista: cama desecha, ropas sucias y calzados tirados por el suelo, juguetes, libros, papel hecho pelota... un horror.

— ¿Qué piensas ahora? — la madre preguntó.

— Tienes razón, mamá. ¡Mi cuarto está horrible!

La madre explicó con seriedad:

— ¿Sabes por qué, mi hijo? La claridad pone de muestra lo que antes no veíamos. Es que depende de nosotros que abramos el alma a la comprensión. Así como depende de nosotros que abramos la ventana y dejemos la luz entrar en nuestro cuarto y en nuestra vida. No adelanta que la profesora explique la materia, si tú no prestas atención y no te preocupas en aprender. Así, como la limpieza de este cuarto no se hace sola, el aprendizaje escolar tampoco, como todo lo demás que necesitamos enfrentar en la vida. ¡Conocimiento es luz en nuestra alma!

Hélio balanceó la cabeza, mostrando que había entendido:

— Yo tengo vergüenza de cómo he sido. No soy ese desgraciado que quiero parecer, ¿no es, mamá?

— ¡Claro que no, mi hijo! Tú eres muy inteligente y aprendes con facilidad.

Más animado, el niño prosiguió:

— ¡También tengo buena memoria, buena salud, un cuerpo perfecto, soy fuerte y nunca estoy enfermo e pronto voy a hacer nueve años!

— ¡Eso mismo! ¡Y lo vamos a conmemorar!— la madre sonrió delante de los descubrimientos del hijo.

Hélio quedó pensativo por algunos instantes, después concluyó:

— ¡Mamá, yo lo prometo! No voy a despreciar más las bendiciones que Dios me dio. No quiero ser llamado perezoso.

La madre abrazó al hijo con amor, agradeciendo a Jesús por la ayuda que le había dado, y contenta por haber conseguido hacer que él viese la realidad.
 

MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, aos 19/8/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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