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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 330 – 22 de Septiembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 



El veneno de la rabia

 

Al completar ocho años, Luizinho tuvo de regalo de su padre una linda bicicleta. Feliz, él salió a andar por la calle con su bicicleta nuevecita en hoja para hacer envidia a los amigos.

El aire admirado de ellos lo llenó de satisfacción. Uno de ellos pidió:

— Luizinho, ¿tú me dejas andar un poco con tu bicicleta?

— No. Ella es mía. Acabé de ganarla. Tú puedes caer y estropearla.  

Decepcionado, el amigo se alejó con la cabeza baja. Oyendo aquello, los otros niños se alejaron también para jugar en otro lugar, dejándolo solo.
 

Luizinho ni se molestó, pensando que los amigos tenían sólo envidia de él. Entonces, él salió a pasear todo contento, exhibiendo la bicicleta nueva. Como era un día lindo de sol, él sintió sed y paró en una fuente para beber agua.

En eso, un niño que era su compañero de escuela, decidió hacer una broma con él. Mientras él se inclinaba en la fuente para beber agua con las manos, el compañero cogió la

bicicleta y salió pedaleando rápido.  

Luizinho se volvió, enjugando el rostro mojado con las manos, y se llevó un susto. ¡La bicicleta nueva no estaba más allí!...

— ¡Robaron mi bicicleta nueva! ¡Socorro! ¡Socorro! — se puso él a gritar, y salió corriendo para intentar encontrar su bicicleta.

Pero ni sombra de ella.   

Al pasar por un lugar sin casas, lleno de árboles, y cuyo terreno del lado derecho de la calle se inclinaba hasta acabar en un pequeño riachuelo, él vio a un chico que subía por la hierba, sucio y mojado, trayendo una bicicleta también sucia y toda torcida.

— ¡Caio! ¿Qué ocurrió? — de repente, examinando bien, él gritó — ¡Es mi bicicleta nueva! ¡Toda sucia y estropeada! ¡Tú me robaste mi bicicleta!

— No, Luizinho, yo quise sólo jugar contigo. Yo te vi bebiendo agua y cogí la bicicleta sólo para darte un susto. Pero acabé perdiendo el control y salí de la calle, cayendo en el riachuelo. Yo no quería robarla, sólo jugar contigo. ¡Finalmente, somos amigos! — explicó el niño, pálido y avergonzado.  
 

— ¡No perdono lo que hiciste! Y tampoco somos amigos más. ¡Tú vas a pagarme por esto!

— gritaba Luizinho lleno de rabia, cogiendo la bicicleta de las manos del niño.

Caio comenzó a llorar, muy triste, y salió corriendo para casa.
 

Luizinho volvió arrastrando la bicicleta. Al entrar, cansado y muy revuelto, contó a su padre lo que había ocurrido. El padre examinó la bicicleta y dijo:

— Mi hijo, ella no está rota, sólo torcida. Y la pintura no está ni arañada — y, mientras hablaba, con mucha habilidad, el padre la enderezó. — ¿Viste Luizinho? ¡Tu bicicleta continúa nueva y linda!

El chico agradeció al padre, pero continuó lleno de rabia. No podía ni pensar en Caio que tenía ganas de golpearle a él.

Con el paso de los días, Luizinho fue empeorando cada vez más. Se mostraba irritado, nervioso, cara seria, mal humor, de ojos duros y no se alimentaba bien. Algunos días, él se sentía tan mal que fue para la cama. La madre, preocupada, no conseguía entender lo que estaba ocurriendo con él y preguntó:

— ¿Luizinho, qué pasó? ¡Tú cambiaste completamente de unos días para acá, hijo!

— No ocurrió nada, madre.

El padre, que había entrado en el cuarto, también aprensivo, oyó y quiso saber:

— ¿Qué pasa por tu cabeza, mi hijo? ¿Tienes alguna cosa que te incomoda y que tú piensas todo el tiempo?

— Tingo sí, padre. Sólo consigo pensar en Caio. ¡Tengo tanta rabia que tengo ganas de golpearle a él!

— ¿Pero por qué? Si fuera a causa de la bicicleta, tú no tuviste perjuicio alguno, Luizinho.

— Pero yo continúo con mucha rabia de él, padre. Si yo me encontrara con él, ni sé lo que soy capaz de hacer.

Los padres intercambiaron una mirada, entendiendo lo que estaba pasando. Entonces, el padre dijo:

— Mi hijo, el rencor hace mucho mal para nosotros. Tú estás envenenándote con esos pensamientos de rabia, a punto de contaminar tu cuerpo. Busca ver a Caio como un amigo que fue infeliz en una broma. Te pones en el lugar de él: Y si fueras tú  cogiendo la bicicleta del Caio, ¿no te gustaría ser perdonado?

El niño pensó un poco y respondió

— Tienes razón, papá. Voy a hablar con él. 

Luizinho estaba mucho mejor. Pero, decidido a poner fin en esa historia, el padre fue a buscar a Caio y lo trajo para su casa. Al ver al amigo, Luizinho quedó contento. Caio comenzó a llorar, y se disculpó una vez más:

— No lo hice a propósito, Luizinho. Quise jugar contigo y me salió mal. Estoy sufriendo porque no me perdono por eso.

Al ver al amigo tan triste, el corazón de Luizinho se ablandó. Él se levantó de la almohada y sonrió:

— Yo sé que fue una broma. Ya pasó Caio. Y si tú quieres pasear en mi bicicleta, yo te dejo.

En aquel momento, ellos se abrazaron y fue como si una nube oscura saliera del interior de Luizinho. Con el perdón, él se sentía ligero y en paz. Estaba curado del veneno de la rabia. 

MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 29/07/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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