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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 330 – 22 de Septiembre de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 


El Evangelio según el Espiritismo

Allan Kardec 

 (Parte 36)
 

Continuamos el estudio metódico de “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan Kardec, la tercera de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en abril de 1864. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Dónde reside, efectivamente, el poder de la oración?

B. ¿Les es útil la oración a los Espíritus que sufren?

C. ¿Cuándo y de qué manera debemos orar?

D. ¿Qué alegrías nacen de la oración?

Texto para la lectura

377. A pesar de que el hombre nada puede en relación a los otros males, y que la oración sea inútil para librar se de ellos, ¿no es mucho ya tener la posibilidad de liberarse de todos los que devienen de su manera de proceder? Ahora bien, aquí se concibe con facilidad la acción de la oración, porque ella tiene por efecto atraer la inspiración benéfica de los Espíritus buenos y recibir de ellos la fuerza para resistir a los malos pensamientos cuya realización puede sernos funesta. En este caso, lo que ellos hacen no es alejar de nosotros el mal, sino desviarnos del pensamiento malo que nos puede causar daño. De esa manera, no obstaculizan nada el cumplimiento de los decretos de Dios, ni suspenden el curso de las leyes de la Naturaleza; sólo evitan que las infrinjamos, dirigiendo nuestro libre albedrío. Pero actúan sin que lo sepamos, de manera imperceptible, para no someter nuestra voluntad. (Cap. XXVII, ítem 12.)

378. El hombre se encuentra en la posición de alguien que solicita buenos consejos y los pone en práctica, pero conservando la libertad de seguirlos o no. Dios quiere que así sea para que todos tengan la responsabilidad de sus actos y el mérito de la elección entre el bien y el mal. Esto es lo que el hombre siempre puede estar seguro de recibir, si lo pide con fervor, siendo esto, pues, a lo que se pueden aplicar sobre todo estas palabras: “Pedid y se os dará”. (Cap. XXVII, ítem 12.)

379. Los efectos de la oración, sin embargo, no se limitan a esto. He ahí por qué todos los Espíritus la recomiendan. Renunciar a la oración es negar la bondad de Dios; es rechazar su asistencia hacia nosotros y, en relación a los demás, al bien que les podemos hacer.  (Cap. XXVII, ítem 12.)

380. Al acceder al pedido que se le hace, Dios muchas veces tiene como objetivo recompensar la intención, la devoción y la fe de aquél que ora. De ahí deriva que la oración del hombre de bien tiene más mérito a los ojos de Dios y más eficacia, porque el hombre vicioso y malo no puede orar con el fervor y la confianza que sólo nacen del sentimiento de la verdadera piedad. (Cap. XXVII, ítem 13.)

381. Como la oración ejerce una especie de acción magnética, se podría suponer que su efecto depende del poder fluídico de aquél que ora. Pero así no es, porque los Espíritus al ejercer sobre los hombres esa acción, cuando es necesario, suplen la insuficiencia de aquél que ora, ya sea actuando directamente en su nombre, o dándole momentáneamente una fuerza excepcional, cuando lo consideran digno de esa ayuda o cuando ella puede serle útil. (Cap. XXVII, ítem 14.)

382. La persona que no se considere lo bastante buena para ejercer una influencia saludable no debe por esto abstenerse de orar por el bien de otros, con la idea de que no es digna de ser escuchada. La conciencia de su inferioridad constituye una prueba de humildad, siempre grata a Dios, que toma en cuenta la intención caritativa que le anima. Su fervor y su confianza son, pues, un primer paso para su conversión al bien, conversión que los Espíritus buenos se sienten dichosos de incentivar. Sólo es rechazada la oración del orgulloso que deposita la fe en su poder y en sus merecimientos, y cree que le es posible sobreponerse a la voluntad del Eterno. (Cap. XXVII, ítem 14.)

383. El poder de la oración está en el pensamiento y no depende de las palabras, del lugar y del momento en que se hace. Se puede, pues, orar en todas partes y a cualquier hora, a solas o en grupo. La influencia del lugar o del tiempo sólo tiene relación con las circunstancias que favorezcan el recogimiento. La oración en común tiene una acción más poderosa, cuando todos los que oran se asocian de corazón a un mismo pensamiento y persiguen el mismo objetivo, porque es como si muchos clamasen juntos y al unísono. (Cap. XXVII, ítem 15.)

384. Dijo Pablo a los Corintios: “Si oro en una lengua que no entiendo, mi corazón ora, pero mi inteligencia no recoge fruto. Si alabáis a Dios sólo de corazón, ¿cómo un hombre de aquellos que sólo entienden su propia lengua responderá Amén al final de vuestra acción de gracias, si él no entiende lo que habéis dicho? No es que vuestra acción no sea buena, sino que los otros no se edifican con ella”. (1ª Epístola a los Corintios, cap. XIV, 11 a 17.) La oración sólo tiene valor por el pensamiento que le acompaña. Ahora bien, es imposible acompañar un pensamiento cualquiera que no se comprende, porque lo que no se comprende no puede conmover el corazón. (Cap. XXVII, ítems 16 y 17.)    

385. Los Espíritus que sufren reclaman oraciones y éstas les son útiles, porque se sienten menos abandonados y menos infelices, cuando comprueban que hay alguien que piensa en ellos. Pero la oración tiene sobre ellos una acción más directa: los reanima, les infunde el deseo de elevarse mediante el arrepentimiento y la reparación y, posiblemente, les desvía del pensamiento del mal. En ese sentido, les puede no sólo aliviar sino abreviar sus sufrimientos. (Cap. XXVII, ítem 18.)

386. No existen penas eternas; la ley de Dios es más previsora. Siempre justa, equitativa y misericordiosa, no establece ninguna duración para la pena, cualquiera que ésta sea. (Cap. XXVII, ítem 20.)

387. La ley del Padre se puede resumir así:

a) El hombre sufre siempre la consecuencia de sus faltas; no existe una sola infracción a la ley de Dios que quede sin su castigo correspondiente.

b) La severidad del castigo está proporcionada a la gravedad de la falta.

c) Para cualquier falta, la duración del castigo es indeterminada; está subordinada al arrepentimiento del culpable y a su retorno a la senda del bien. La pena dura tanto como la obstinación en el mal: sería perpetua si la obstinación fuera perpetua; la duración es corta si el arrepentimiento sucede pronto.

d) Desde el momento en que el culpable clama misericordia, Dios le escucha y le concede la esperanza. Pero no basta el simple arrepentimiento por el mal ocasionado; es necesaria la reparación, razón por la que el culpable se ve sometido a nuevas pruebas en las que puede siempre, por su voluntad, practicar el bien, reparando el mal que hizo.

e) El hombre es, de esta manera, el árbitro de su propia suerte; puede abreviar o prolongar indefinidamente su suplicio. Su felicidad o su desdicha dependen de su voluntad de practicar el bien. (Cap. XXVII, ítem 21.)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Dónde reside, efectivamente, el poder de la oración?

El poder de la oración está en el pensamiento. Se puede, por lo tanto, orar en todas partes y a cualquier hora, a solas o en grupo. La influencia del lugar o del tiempo sólo tiene relación con las circunstancias que favorezcan el recogimiento. (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XXVII, ítems 14 y 15.)

B. ¿Les es útil la oración a los Espíritus que sufren?

Sí. Las oraciones les son beneficiosas, porque al comprobar que hay quien piensa en ellos, se sienten menos abandonados e infelices. Además, la oración tiene sobre ellos una acción más directa: los reanima, les infunde el deseo de elevarse mediante el arrepentimiento y la reparación y, posiblemente, les desvía del pensamiento del mal. En ese sentido, la oración puede no sólo aliviar sino abreviar sus sufrimientos. (Obra citada, cap. XXVII, ítems 18 a 21.) 

C. ¿Cuándo y de qué manera debemos orar?

Además de las oraciones regulares de la mañana y de la noche y de los días consagrados, la oración puede ser dicha en cualquier momento. En cuanto a la manera de orar, debemos hacerlo con humildad, agradeciendo a Dios por todos los beneficios que hemos recibido. La oración de pedido debe limitarse a las gracias que necesitamos realmente, siendo inútil pedir al Señor que abrevie nuestras pruebas, que nos dé alegrías y riquezas. En efecto, debemos rogar al Padre que nos conceda los bienes preciosos de la paciencia, la resignación, la fe y, sobre todo, la fuerza que nos permita mejorarnos cada día.  (Obra citada, cap. XXVII, ítem 22.) 

D. ¿Qué alegrías nacen de la oración?

La oración es el rocío divino que aplaca el calor excesivo de las pasiones. Hija primogénita de la fe, ella nos encamina hacia la senda que conduce a Dios. En el recogimiento y la soledad, estaremos con Dios. Avancemos por los senderos de la oración y escucharemos las voces de los ángeles, ¡Que armonía! Ya no son el ruido confuso y los sonidos estridentes de la Tierra; son las liras de los arcángeles; son las voces dulces y suaves de los serafines, más delicadas que las brisas matinales, cuando juguetean en el follaje de nuestros bosques. ¡Entre qué delicias caminaremos! Nuestro lenguaje no podrá expresar esa felicidad, que tan rápida entra por nuestros poros, tan vivo y refrescante es el manantial en el que se bebe cuando se ora. ¡Dulces voces, embriagadores perfumes, que el alma oye y aspira, cuando se lanza a esas esferas desconocidas y habitadas por la oración! Sin mezcla de los deseos carnales, son divinas todas las aspiraciones. Carguemos, como Cristo, nuestra cruz y sentiremos las dulces emociones que pasaban por su alma, aunque estuviese doblado bajo el peso de un madero infamante. (Obra citada, cap. XXVII, ítem 23.) 

 

 


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